Amén

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

El Señor pasaba con sus amigos cerca de un recinto donde había tenido lugar una plegaria colectiva. Les picó la curiosidad y entraron. Se oía todavía la voz del presidente; por el tono y la cadencia de la voz, se adivinaba que estaba pronunciando una súplica. Pero los asistentes parecía que no estaban demasiado convencidos de lo que se decía. Que estaban más o menos distraídos, lo evidenciaba el movimiento rasante de los zapatos, la mirada perdida en unas manos que nada tenían, meter y sacar un libro del bolsillo repetidamente, sonarse estrepitosamente con tonos de trompeta que llama a zafarrancho de  combate, las miradas a hurtadillas a la puerta, que de cuando en cuando se abría, un chico y una chica que cruzaban sus manos y se miraban a los ojos, una señora que se arreglaba el plisado de su falda para acentuar su elegancia, etc.

De repente se produjo un silencio sepulcral e inmediatamente y vacilante la asamblea, soltó una palabra repetida millones de veces por todo el ancho mundo.

El Maestro no pudo esperar el final de aquello que parecía un concierto de gatos maullando por los tejados y se fue. Los compañeros que lo echaron a faltar, salieron inmediatamente, imaginando que alguna cosa gorda sucedía en su interior. Cuando lo encontraron, no necesitaron preguntarle nada, fue Él mismo quien empezó a decir con ironía:

- En cierta ocasión, una especie de gente como la que habéis visto aquí dentro y en un momento  trascendental como el de hace unos instantes, se encontraron envueltos en una  niebla muy espesa y blanquecina, que no les permitía ver absolutamente nada. Poco a poco fue escampando aquella especie de gelatina gaseosa y cada uno se vio encerrado en una garita aislada del exterior donde no se oía ningún ruido y una iluminación surgida del conjunto estructural, lo invadía todo, a la vez que notaba cada uno en su soledad, su especial singularidad. Imaginaos, para que me entendáis, una de esas cabinas que se utilizan hoy en día para la enseñanza de idiomas. Aunque hubo una sorpresa inicial, nadie fue presa del pánico, ya que cada uno tenía a su lado un angelito como el de las estampas, que le inspiraba total confianza, y, ya se sabe, si uno tiene un ángel a su lado, impepinablemente que es el ángel de la guarda.

Ya que en cada compartimento sucedía lo mismo, vamos a fijarnos en uno cualquiera, y escucharemos lo que se dice.

Sí, dime

¿Yo? ¿Qué quieres que te diga?

-Lo que deseas

-Pero si yo no he pedido nada.

-Pues el Padre Celestial, que se ha complacido en ti, me ha ordenado que me presentase a ti, para ultimar detalles y para que después le redactase con todo esmero, la petición que le hacías, sin olvidar ningún detalle.

-Pero si yo no he pedido nada.

-Así tal vez sea yo el que me he equivocado, pero piénsatelo bien. ¿Estás seguro de no haber dicho “Amén”?

-Ah! ¿Se trata de esto? Pues claro que he dicho Amén, como todo el mundo ¿Y qué pasa?  (había una cierta insolencia en el tono de esta última frase)

-¿Pero no sabes lo que significa Amén?

-No, y si te he de ser sincero, ni me interesa,  me importa un comino...

Pues no sabes lo que te has perdido. Me vuelvo decepcionado y creo que tú todavía lo deberías estar más.

Pero ¿a qué viene todo este cuento? ¿Qué haces tú aquí?  ¿Por qué me has encerrado en esta cabina? Tan tranquilo como estaba rezando, tan agradable como era la señorita que tenía delante y tan dulces los acordes del órgano... Me sentía en el cielo... si es que el cielo existe, que no estoy demasiado seguro de ello.

 -Venga, no digas tonterías, hasta hace un momento yo estaba allí y desde allí te he visto y te aseguro que hay una enorme diferencia entre vosotros y nosotros. Si tu situación puede compararse con alguna otra, yo diría que se parece a aquel sitio que le llaman limbo. Nunca he estado en él ni sé donde se encuentra, ni estoy seguro del todo de que exista. A los de allá arriba no nos interesa gente así.

-Yo creo que aquí hay una equivocación... Nosotros somos una gente de por aquí, que nos hemos reunido para rezar. Lo hacemos con frecuencia. Se siente uno bien, rezando. Pero esta conversación dura demasiado y tengo que marcharme, supongo que tú también tienes prisa. Aquella querrá ver a su novio, aquel trabaja horas extras en su casa, a mí se me olvidaron unos documentos en la oficina. Vuelvo a repetírtelo. ¿De donde has sacado que yo haya formulado una petición?

-¿Quieres oírla? Me comunican de lo alto que pueden ofrecerme una transcripción exacta...

-Por mí haz lo que quieras, pero que sea enseguida, ya te he dicho que tengo prisa.

Resonó entonces un desafinado “Amén” en las orejas de aquel hombre, que estaba en la luna y se quedó todavía más extrañado, no entendía nada de nada.

Lo mismo pasaba en las otras cabinas.

De repente cayeron todos los tabiques, desaparecieron los angelitos y en el centro del ámbito apareció un angelón muy importante, que dijo con solemnidad:

- Cuando este hablaba (y señaló al presidente de la asamblea) yo escuchaba atentamente y llevaba las súplicas a la presencia del Altísimo. Hoy me ha dicho: esta vez quiero dar una respuesta afirmativa e inmediata. Esto solo ocurre  muy de cuando en cuando, por lo general Él, que es eterno, busca un momento oportuno en el futuro. Todos habéis dicho Amén y por ello habéis ratificado lo que este había pedido en vuestro nombre - volvió a mirar al que presidía-. Me vuelvo pues decepcionado y cargado con el “container” que he traído, lleno todo él de las dádivas generosas que el Padre para vosotros había metido.

A un perro o a un gato le podéis decir lo que queráis y cuando queráis. El Señor merece más respeto, al hablar con Él, hay que poner atención y sinceridad. Para vuestro bien y en honor de Él, no juguéis nunca con la plegaria.

Se hizo un silencio sepulcral en la gran sala y todos, cabizbajos, se escabulleron avergonzados y amargados. Habían perdido la ocasión. Habían desaprovechado la gran oportunidad de su vida. Algunos, los más honrados, se fueron decididos en busca de una buena enciclopedia, para saber bien que significaba Amén, no fuera que otra vez se repitiera la función y la desaprovecharan.