Broncearse

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

- Mira Señor, las liturgias son aburridas y demasiado largas, los sermones son un rollo, son tan pesados, que ni puedo desconectar y reposar tranquila. Me irritan las banalidades que dicen, hablan de cosas que no vienen a cuento, que ni a ellos ni a mí nos interesan. Me gustaría escuchar cosas útiles, interesantes, tal vez divertidas, como ocurre en otros sitios. Pero no, vas a una iglesia y sales igual que has entrado...

Dijo todo esto, apresuradamente y con cierta irritación, una joven señora que tenía el atractivo que da la serenidad de una incipiente madurez, con la elegancia propia de quien en su juventud ha recibido una educación en colegio de pago.

- Estás muy morena -¿Vuelves de la playa?- le dijo el Señor.

La señora estuvo a punto de decirle que qué tenia que ver lo que ella le había dicho y lo que la crispaba con el tono de su piel. Pero, a decir verdad, en su interior se sentía complacida de que se hubiera fijado así en ella el Maestro; se limito, pues a responder...

-No, todavía no nos hemos ido de vacaciones. ¿Te parece que estoy morena? Es que cada día voy un rato a la piscina.

-¿Ah sí? ¿Mucho rato?

-¡Que va! nunca estoy más de una hora...

-¿ Y qué haces, mientras tomas el sol?

-¿Yo? Nada, ¡qué quieres que haga! Tomo el sol y punto. Me vuelvo, me doy crema, me vuelvo del otro lado, boca arriba o boca abajo...

-Y ¿Cuánto te dura el bronceado?

-Aquí está la desgracia, en octubre ni se nota.

-¡Venga! a una cosa que te satisface no más de tres meses, le dedicas una hora de aburrimiento diaria y a todo aquello que pretende hacerte feliz eternamente, no eres capaz de dedicarle ni una hora a la semana.

La buena señora había tragado el anzuelo, y ya era demasiado tarde para quitárselo. Él le había comentado el bonito tono moreno de su piel para interpelarla, se sentía cogida en el razonamiento del Maestro, pero se sentía feliz y quiso reaccionar bien...

- Desde ahora cuando vaya a la iglesia, pensaré que voy a broncear mi alma. A ver si la próxima vez que nos veamos notas que estoy morena por dentro, dijo sonriendo.

- Acuérdate de que tu encanto no está solo en tu piel. Tu ya sabes lo que me digo. Exactamente lo mismo pasa en tu interior. Tú vales mucho más que para sentarte a recibir los rayos benéficos de la predicación. Y te advierto que te doy la razón, algunas veces los sermones son un royo a mí también me aburren. A lo mejor es bueno que lo comentes con alguno de esos predicadores en que tú y yo estamos pensando. Con tu encanto y simpatía, tal vez puedas decirle unas cuantas verdades que él solo sabe a medias y un día se corrige y todos salís ganando. Porque estudiar ya estudió, y examinarse y aprobar también le tocó. A ver si tú le contagias un poco de atractivo... Pero, te guste o no te guste, no dejes de acudir a la iglesia.

Uno de los compañeros dijo sonriente y por lo bajo: esto es aquello de “ir por lana y salir trasquilado”. Sonó una carcajada, el Maestro miraba a otro lado, la señora se alejó.