El sistema operativo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Un amigo le decía al Señor:

-Todo el mundo desea tu amistad, la Iglesia que tú fundaste sin duda es una buena idea, pero se ha cargado de dogmas, que quiere imponerlos a troche y moche y esto no me gusta ¿Por qué no te metes otra vez dentro y haces un poco limpieza de tanto estorbo?

El Maestro sufría siempre que oía cosas de estas. Como buen esposo de la Iglesia, lamentaba siempre las injurias que a esta se le hicieran. Dijo entonces, con una cierta severidad:

-Lo siento amigo, no quiero que mi Iglesia pierda sus joyas que engrandecen y que son tan preciadas. La riqueza inmensa de sus dogmas y los hombres pobres que en mi Iglesia se cobijan resulta ser lo más valioso de ella. Por eso de una u otra clase salen de ella santos. Te explicaré una historia:

 -Dos hermanos vivían en dos pisos diferentes de un mismo edificio. Se mantenían las dos familias gracias a ocupaciones burocráticas y comerciales. Es decir, que el pluriempleo familiar les permitía subsistir. Tenían un tío en Norteamérica; no lo conocían, pero desde pequeños habían oído hablar de él. Era una referencia familiar, como la partida de nacimiento o la escritura notarial de sus pisitos.

Un día supieron que el tío americano, que era un ricachón, había decidido venir a verlos. Supusieron  que sería un hombrón como un castillo, rebosante de sonrisas inocentes.

Llamó un día a una de las casas un empleado de una fonda muy conocida de la localidad. Era una fonda de pueblo, limpia y honesta, pero modesta. Fue la gran sorpresa que les dio el tío, había llegado y no se había alojado en el hotel de cinco estrellas. Se había apresurado a ir al banco y enviaba por delante la maleta con los obsequios que les traía.

La mujer que abrió la puerta puso el grito en el cielo al ver aquel enorme bulto. No, allí no lo podía dejar, el piso era muy pequeño y no tenían ningún armario donde cupiera la maleta. Ya había supuesto que el tío americano debía ser estrafalario, pero no, por esto no pasaba, que se quedase con sus regalos o los pusiera en conserva, dijo enojada.

El empleado mocho se fue al otro piso. Tocó el timbre y esperó un momento. Se abrió la puerta y se encontró con que el que le atendía era un antiguo compañero de colegio. Se abrazaron, comentaron todas esas cosas que se recuerdan en estas ocasiones. La entrevista precipitada tenía lugar en el mismo rellano de la escalera pero enseguida le obligaron a entrar a él y lo que llevaba y entonces, al tropezar, se abrió la maleta, dejando ver su contenido. Estaba completamente llena de billetes de banco. Allí fue Troya, salieron la esposa y los hijos, cantaron y bailaron. Efectivamente, se presento el pariente y cuando el mozo de la fonda le contó lo sucedido, determinó el americano que toda su fortuna se la quedaría aquel sobrino que la había aceptado desde un principio.

Para una familia la maleta habia supuesto un estorbo, para la otra fue su salvación.

Así las verdades de mi Iglesia son para uno joyas que enriquecen su espíritu, para otros, en cambio, estorbo de sus mentes raquíticas. Dichoso el catequista que sabe así presentar la doctrina, desgraciado aquel que la quiere imponer como una pesada carga.