La estatua clásica

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Se sentaron en un parque muy cerca de una escultura de mármol de líneas perfectas. Por su hechura se hubiese dicho que era de un autor griego, pero el peinado y las formas exuberantes proclamaban la evidencia de que se trataba de un autor contemporáneo y, con seguridad, mediterráneo.

Alguien se levantó y se fue a verla de cerca, la observó meticulosamente por delante, de lado y por detrás. Al volver dijo:

 -De cerca se le notan algunos defectos...

-¿Cuáles?

-El mármol tiene una especie de fisura al lado derecho, desde aquí no se percibe.

-Es muy difícil que una roca no tenga algún defecto de cristalización.

-Además algún gamberro le ha pasado un punzón por la espalda y le ha dejado una marca en la cintura.

-Pero  lo que has dicho no le quita mérito, ni al artista ni a la obra de arte.

-Además debe de hacer tiempo que está aquí, porque la contaminación le ha dado un tono que no es propio del mármol.

-Pues un día la limpiarán y la colocaran en un museo para que todos puedan verla, sin riesgo de que se estropee. ¡Es tan bella!.

-He visto un nido de avispas en un pliegue del vestido.

-Pues vete enseguida y arráncalo con un palo, que estos animalitos nunca debieron anidar en esta estatua.

Quien dijo esto último fue el Maestro, que enseguida continuó:

- Mi Iglesia es bella como esta escultura de líneas puras. Tiene defectos, como los tiene la masa de mármol, que se consolidó al cristalizar, con alguna imperfección. En su devenir histórico, algunos la atacaron y la mancharon, de aquí que no se la vea perfecta. Pero quien la imaginó, aquel que con el cincel la esculpió, sabía lo que hacía y quien la observe con detenimiento será capaz de descubrirlo. Hay cosas que se deben extirpar enseguida, como si se tratase de un nido de amenazadoras avispas, como aquella vez hice con los mercaderes del Templo. Hay cosas que no tienen justificación, antes de que se agarren fuerte, hay que quitarlas. Pero también hay que ser benévolo con la pátina, que es un mal inevitable y que de cuando en cuando hay que limpiar. Si quisiéramos estar continuamente limpiando, perderíamos mucho tiempo y tal vez deterioraríamos la obra. Mi Iglesia merece admiración tanto como actuación profética, uno y otro proceder son propios de los que la aman. Pero el continuo revisionismo resulta estéril, tampoco hay que olvidarlo.