La Kermesse

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Si el Señor volviera tal vez...

 

 

Vino un día un buen hombre totalmente desconcertado. Siempre había vivido rodeado de amigos, o esto era lo que él se imaginaba. De repente un cúmulo de malentendidos le habían llevado a sentirse completamente sólo. No es que los demás hubieran huido, es que él mismo constataba que desde hacía tiempo, aunque estuviera rodeado de mucha gente, en realidad estaba totalmente solo. Aquella situación le había llevado a sentirse enojado y desconcertado a la vez. Continuaba su camino. No era la soledad lo que le molestaba, lo que lamentaba era desconocer la causa de aquella situación.

El Señor le recibió con mucha amabilidad y le dijo:

- Te explicaré una larga historia, o mejor dicho una historieta.

Un hombre responsable de una entidad benéfica, imagino que para mejorar los resultados y las facilidades de su gran proyecto, debía organizar una actividad de gran calibre. Un día, al despertarse, descubrió la palabra clave: Kermesse.

Justo al salir de casa por la mañana se encontró con un colaborador y le dijo:

He decidido organizar una Kermesse.

El amigo le dijo:

Me parece muy bien.

Por la tarde tenían asamblea y, para empezar, les dijo:

- Haremos una Kermesse.

A todos le pareció excelente idea. Escribió a su superior comunicándole que pensaba organizar una Kermesse y no recibió ninguna contraorden. Ya que todos estaban de acuerdo, organizarían la Kermesse.

Encerrado en su despacho dibujó gráficos y carteles, efectuó cálculos, consultó libros, llenó libretas, pidió asesoramiento por teléfono, etc. La gente no le decía nada en contra y él tampoco daba explicaciones, estaba tan extraordinariamente ocupado en el proyecto...

Un día decidió que para que el éxito económico fuese mayor, lo mejor era proveerse de lo necesario para la Kermesse en una gran superficie comercial. De esta manera evitarían muchos intermediarios. Dicho y hecho, o mejor pensado y realizado. Se fueron un día con la furgoneta, él y sus colaboradores a una “gran superficie”. Antes de continuar hay que advertir que hubo alguna sorpresa, no todos los invitados se habían presentado. Como el trabajo era grande y complejo y era un día que acudía mucha gente a aquel gran “mercado persa” moderno, decidió que lo mejor era distribuir los empleos y ocupaciones. Lo propuso y se admitió enseguida, decidieron ir de dos en dos y que cada pareja obrase con total libertad de iniciativa, que recorriesen cada sección de los establecimientos comerciales a su antojo. Se pusieron de acuerdo para la hora en que deberían volverse a encontrar y se perdieron entre la multitud.

Nuestro buen hombre, empujando el carrito propio de estos lugares y acompañado de uno de los otros, se fue derecho al “híper”. Llevaba en la cabeza todo el proyecto, de tal manera que le hubiera costado muy poco escribirlo y dibujarlo, tenía anotado en una larga lista lo que compraría, lo único que le faltaba era encontrarlo y cargarlo. Iba efectuando las compras a la vez que charlaba alegremente con su compañero. Hay que advertir que la conversación no tenía nada que ver con lo que recogía de las estanterías; eso sí, no se apartaba para nada del tema central que suscitaba su entusiasmo aquellos días: la Kermesse, su valor sociológico, los éxitos que lograrían, ya que actividades de esta clase eran lo mejor que se podía organizar. Comentaba también la potencia en watios de la megafonía, de la música que se debía poner, de las cualidades del papel y los sobres de las invitaciones... De repente preguntó al compañero.

- ¿A ti  que te parece este proyecto?

Como no hubo respuesta, volvió a efectuar la misma pregunta y nadie le dijo ni pío. Miro entonces a su alrededor y solo vio gente desconocida: una que parecía ocupadísima ama de casa, un jubilado distraído, un niño que a escondidas rompía un paquete para sacar un chicle, una parejita de enamorados que se lanzaban miradas acarameladas y furtivamente se besuqueaban. Pero al compañero no se le veía por ninguna parte. Empezó a caminar y mirar por todos lados y por fin lo encontró buscando un producto que tenía en la lista. Comentaron alegremente la cara que había puesto la señora del lado, cuando él le había dicho no se qué, pensando que a su vera tenía al amigo, y se rieron alegremente. Si no fuera porque se trataba de gente madura, con toda seguridad se hubieran dado la mano para no volverse a separar, ni perderse al rato.

Acabaron, finalmente salieron del híper y se dirigieron al lugar del parking donde habían decidido encontrarse. Algunos ya habían llegado, otros no tardaron en reunirse con ellos. La sorpresa fue mayúscula cuando vieron lo que cada carrito contenía.

Unos creían que una Kermesse era una especie de aperitivo colectivo, organizado a lo grande, y venían cargados de botellas de bebidas alcohólicas, vermuts,  bitters, latas de mariscos, platos y vasos de papel. Lo que más les alegraba era que habían encontrado un curioso “amaro” italiano, que con seguridad causaría sensación. Produciría una euforia tal, que vaciaría los bolsillos.

- Pero si no se trata de un aperitivo - dijo el buen hombre...

El otro grupo traía bolsas de caramelos, anises, papeles de colores, etc. Como ellos creían que una Kermesse era una fiesta infantil, hasta habían firmado un contrato con unos payasos para que alegrasen a los críos.

- Pero si la Kermesse no es propiamente para  chiquillos, si además ya se había comprometido aquel grupo de parvulistas para hacerse cargo de ellos y llevárselos a un local  aparte- dijo pensativo el buen hombre...

Otros creían que una Kermesse era una gran fiesta de luz y sonido. Compraron una buena selección de discos compactos y muchos, muchos, cohetes y petardos. Aquello era un pequeño polvorín.

- Pero si la Kermesse debe acabar antes del anochecer, para que todos descansen y al día siguiente vayan al trabajo despejados...- les dijo con preocupación aquel buen hombre.

Otros pensaron que una Kermesse era una fiesta de bailes y disfraces abierto a todo el mundo, para todos los gustos y con rigurosa moralidad como correspondía a la entidad organizadora. Venían cargados de discos y cassettes, hasta había encargado el presupuesto por si les parecía que tocara un conjunto musical, si es que se trataba de tirar la casa por la ventana.

- Pero si una Kermesse no es el substituto de ninguna discoteca - dijo ya bastante enojado el que ya entonces no se sentía tan buen hombre.

Faltaban unos cuantos, habían dejado el encargo de que como una Kermesse debía ser una especie de fuego de campamento, ellos ya sabían como organizarlo y actuar y habían aprovechado el viaje para ver una película interesantísima y, dejaron dicho que no se preocupasen, que aquel día ya llevarían la guitarra, para que toda la gente cantase.

-Una Kermesse no es un fuego de campamento - dijo el hombre ya sin fuerzas y se estiró en la hierba desfallecido casi.

-Tu quieres hacer las cosas solo y a nadie has explicado lo que es una Kermesse, le respondieron.

-¿No sabíais lo que es una Kermesse? ¿No lo habíais visto en películas americanas? ¿No podíais consultarlo en un diccionario, en el Larousse o en la Enciclopedia Británica?

Estaban todos muy enfadados y, para colmo, nadie sabia aún qué era una Kermesse…..

Nuestro buen hombre, de cuyas buenas intenciones nadie dudaba, empezó a creer que era un desequilibrado mental, una abyecta rata de biblioteca, un extranjero en su casa, no se cuántas cosas feas llegó a pensar de sí mismo. Y el pobre hombre no había sido más que un incomunicado voluntario, que había llenado todas las bandas de su aparato de radio interior con sus ideas, sin dejar ni una pequeña y estrecha fisura, para recibir alguna frecuencia de las emisoras de la otra gente, utilizando para este análisis un lenguaje electrónico ¿Sería preciso despreciar todos sus conocimientos y esperar que tal vez alguien más afortunado, más diplomático y más sagaz, se aprovechase de la situación?

¡Cuántas cosas pensaba atropelladamente en su más íntimo interior! ¡Y era tan sencillo lo que le había pasado! No había explicado a nadie lo que era una Kermesse, ni qué provecho quería sacar de su organización, ni calculado con los demás los pros y contras del proyecto, ni había preguntado a la gente qué les parecía y si querían colaborar y como deseaban hacerlo, había ido demasiado deprisa, sin controlar el ritmo que seguía la gente y cuales eran sus derroteros. Y es que la incomunicación crea por sí misma incomunicación a su alrededor.

Acabó el relato y dirigiéndose al recién llegado el Señor dijo:

 -Aprende la lección del que quería organizar una Kermesse, acuerdate del fracaso de hoy, aprende de él, es una lección práctica que solo a ti mismo te has de sufragar y el importe es el dolor que sufres. Con humildad pide a los demás que te avisen, si un día olvidas lo aprendido, pero no te disgustes demasiado con aquellos que, como en la historia de la Kermesse, no acudieron a la cita, o los que se fueron a ver una película; siempre habrá algunos que escapándose del trabajo a la hora de hacerlo, quieren estar presentes después a la hora de celebrarlo.

Y el hombre bueno que había acudido al Maestro, marchó reconfortado por las palabras que le había dicho y aunque la enseñanza que había recibido sabía que era difícil de aplicar, se fue decidido a ponerla en practica.