Cesarea de Felipe

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

             El nombre actual del lugar es Banias (o Panyas) y corresponde a una característica del sitio: en él había un templo al dios Pan, divinidad de los pastores y las fuentes. Como población debía su origen a la donación hecha por parte de Augusto a Herodes el Grande hacia el año 20 a.C. Fue su hijo Filipo quien la edificó y la convirtió en la capital de su tetrarquía, dándole el nombre de Cesarea de Felipe uniendo así su nombre al del emperador de Roma.. Esta última denominación es la que le dan los evangelios.

 

            Nos encontramos en el Norte del actual, y del antiguo Israel. Delimita también, con Betel, el Reino cismático del Norte. El lugar resulta ser la cuarta y más oriental de las fuentes del Jordán. De la antigüedad quedan por el entorno, en las paredes de las rocas, unos nichos u hornacinas donde estarían del dios que, a pesar de ser adorado por bucólicos ganaderos, ha dado origen a la palabra pánico. En los alrededores afloran, después de unas recientes excavaciones, algunos restos de edificaciones de la época de Jesucristo.

 

            Brotaba el río de una inmensa caverna que, según se decía,  llegaba a los más profundos lugares de la tierra y el conjunto estaba situado bajo un enorme peñasco. En tiempos posteriores a las visitas de Jesús, los diversos terremotos que se sucedieron fueron seguramente la causa de que hoy en día las aguas surjan unos metros más abajo, sin el misterio de aquel tiempo pero con majestuosidad. Todo este entorno está situado a los pies del Hermón, único lugar de Israel  donde nieva anualmente y cuyas cimas aun en verano se ven coronadas de blanco.

 

            Si uno viene del Sur se encuentra, unos 4Km. antes de llegar, con unas pequeñas cataratas, pequeñas si uno las compara con otras que hay por el ancho mundo, pero que situadas allí resultan imponentes. Más abajo ha encontrado el-Hule, entonces un lago, hoy en día zona desecada en gran parte, rica en plantas de humedales y con abundante y exótica fauna. Exótica para el que llega de la triguera llanura de Esdrelón.

 

            Lo dicho es suficiente para que el lector se dé cuenta de que se trata de un lugar extraordinariamente bello, sugestivo y muy apropiado para escogerlo, como seguramente lo haría Jesús, como término de una excursión propia de las fiestas de las cabañas, Sukot al decir de los israelitas, que se celebran después de las cosechas, hacia septiembre-octubre.

 

            En un ambiente propicio a la amistad, a la confidencia y a la sinceridad, en algún momento de descanso, surgirá el dialogo que nos refieren los evangelistas: "¿Vosotros quién decís que soy yo?". Es el último y definitivo interrogante del Maestro. Alojados en algún rincón de la enigmática cueva, parece que podamos escuchar un eco que se dirige a nosotros y también nos pregunta: "¿quien soy yo para ti?" Es una cuestión propia de un amigo que quiere aquilatar hasta donde ha llegado en el otro su aprecio y ahondar así en lo más profundo del corazón, para aumentar la capacidad de amor.

 

            No sabemos qué se dirían en su interior los otros. Los Evangelios nos dan sólo la respuesta de Simón y reconocemos que, de acuerdo con la topografía, se le asigna un nombre y una misión que resultarían, allí y entonces, un lenguaje claro. Por haber sido escogido del Padre, él, Simón hijo de Juan, será roca, kepha, petros. Tendrá su personalidad firmeza como la de aquel peñón que encima de ellos se ve, de manera que la inmensidad del Hades, que parecía que se asomaba por lo más hondo de la gruta, no le podrá perjudicar. Ni a él ni a los proyectos que el Señor tiene con él y que sabemos que posteriormente confirmará en Tabga y que será su Iglesia. Luego les habló con serenidad y convicción de su pasión y muerte, pero con toda seguridad, los amigos de Jesús se preguntarían por la noche en su interior: "¿qué le hubiera respondido yo cuando nos preguntó: y vosotros quién decís que soy yo?". Es la misma pregunta que ahora, en cualquier lugar y tiempo que nos encontremos, debemos hacernos nosotros.

 

            El encanto del lugar todavía hoy nos deja embargados de emoción, pero no hay lugar donde alojarse y el peregrino debe siempre regresar hacia el sur con la cuestión fundamental hurgándole en su interior: en definitiva, ¿Quién es Jesús para mí? .