La Iglesia del primado de Pedro

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

             Si en Cesarea de Felipe le fue anunciado a Simón que sería la roca donde se asentaría la Iglesia, aquí le fue confirmada esta tarea. Este encargo se le dio al poco tiempo de haber calado las redes a la derecha de donde estaba la barca, consiguiendo así una gran captura, después de haber tratado de pescar durante toda una noche y no haberlo conseguido. Era el Señor, fue Juan el que se lo dijo a Pedro, era el Señor el que estaba sobre una roca, arreglando unas brasas, preparando un pescado y pan para asarlos al fuego aquel amanecer. Y el alimento que preparaba quiso acompañarlo de alguno de los 153 grandes peces que ellos habían cogido. Así era el Maestro, quería que todo se hiciera compartiendo. Después de este almuerzo, en la intimidad de un diálogo entre amigos, fue cuando, usando imágenes muy caras al Buen Pastor que era, le encomendó la tarea de servir a su Iglesia, de la que ya le había hablado, pero también le anunció que este servicio comportaría sufrimientos. Al "discípulo amado", que más o menos a hurtadillas lo había escuchado, también se le hicieron confidencias.

 

            El lugar, una sencilla iglesia de basalto negro, está a no más de 100 m de la basílica descrita anteriormente. En el interior del templo, ante el altar, sobresale la roca donde dicen que se encontraba Jesús; a pocos metros, a la orilla del lago, unas sencillas gradas acercan al peregrino hasta las mismas aguas. Se dice que en este pequeño atracadero fue donde amarraron la barca después de la pesca prodigiosa.

 

            Cuando el Papa Pablo VI visitó Tierra Santa quiso aquí inclinarse y mojar sus manos en el agua. No es de extrañar el gesto, tal vez quiso con ello retrotraerse a aquel momento en que a un antecesor suyo se le encomendó la misma labor que él debía continuar.

 

            Este lugar goza de mi total simpatía. Se añade a los recuerdos descrito en los párrafos anteriores la posibilidad que uno tiene de comprobar fácilmente lo que se ha dicho referente al movimiento de las aguas. Al iniciar la misa pueden estar totalmente quietas y a poco que uno se entretenga en la oración, comprueba al salir que ya hacen sus pinitos en un amago de tempestad.

 

            Cerca de aquí, en el Kibutz Guinosar, en 1985, año de singular sequía, bajó mucho el nivel de las aguas y encontraron entonces una barca de pescador que pudo datarse como de los tiempos de Jesús, o algo anteriores, se le dio el nombre de la barca de San Pedro, y está siendo sometida a tratamientos químicos para que, fuera del elemento acuoso donde se ha conservado tanto tiempo, pueda permanecer, ser vista y evocar acontecimientos de tanto interés como los que ocurrieron en alguna semejante a ella.

 

            Próximo a todos estos sitios descritos hasta ahora puede uno situar aquellas enseñanzas que resumidas llamamos las bienaventuranzas, o el sermón de la montaña. Hoy en día, en un cercano promontorio, una preciosa capilla nos lo recuerda. Poco importa si corresponde o no al lugar, la vista sobre el lago, a través de las ocho simbólicas ventanas facilita la meditación. Con mucho acierto, en la actualidad se han arreglado una serie de rincones por el jardín que circunda de manera que no es extraño observar a gente que, individual o colectivamente, se entrega a la reflexión. Y, sea este el lugar o sea otro, uno se va con un poco más de la felicidad de la que había traído, uno gusta la bienaventuranza que se nos había anunciado. ¿Sabrá también ser consecuente con sus exigencias?