Betania

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

               Quien quiera llegar a pie desde Jerusalén no ocupará en  ello más de una hora. Si el recorrido lo hace en coche por carretera solo le separarán unos 4 km. Es preferible hacerlo andando, el sendero sigue el trazado antiguo y por ser, en algunos  tramos por lo menos, de dura roca cuárcica, la erosión solo debe haberlo desgastado algunos milímetros desde la época de Jesús y el peregrino contempla el mismo paisaje, que se extiende en días claros hasta el Mar Muerto, se llena los pies de la misma arena, se pincha las piernas con idénticos cardos y, ojalá, su conversación pueda centrarse en los mismos intereses que tuvo el Maestro.

 

            Se trata de una pequeña población palestina, cuyos habitantes son musulmanes. La presencia cristiana es testimonial, se trata de comunidades religiosas al servicio de los dos templos, el católico franciscano y el ortodoxo. Y al servicio de los peregrinos que son recibidos con amabilidad, pueden descansar y celebrar su fe. Hospitalidad que nos recuerda la que el mismo Jesús gozó aquí.

 

            No obstante la ausencia de comunidad cristiana autóctona el nombre actual de la población rezuma cristianismo; se llama El Azariyé (derivación de El-Azar, locución árabe que corresponde a Lázaro.

 

            Los recuerdos evangélicos que aquí tenemos son entrañables. En Betania estaba la casa de los amigos de Jesús, los hermanos Lázaro, Marta y María. A ella iba a pernoctar cuando subía a Jerusalén, pues por miedo a los judíos no dormía en la capital. También vivía aquí un buen hombre que un día  lo acogió: Simón, el leproso y en cuya casa, tal vez subrepticiamente,  se introdujo para obsequiar al Señor con un rico perfume y mucho cariño, una mujer que con su generoso gesto irritó a Judas pero que satisfizo al Señor. Son recuerdos, ningún resto arqueológico queda de ello, ningún emplazamiento tampoco se dice corresponda a estas mansiones.

 

            En Betania fue resucitado Lázaro. Este milagro, que no es comparable a ninguno otro por la importancia del hecho, por el lugar tan cercano a las autoridades judías y porque precipitó y aceleró el proceso contra Jesús que ya iban preparando, es el único acontecimiento que tiene  su monumento y que es visitado y venerado desde los primeros tiempos cristianos.

 

            Sobre el sepulcro de Lázaro se construyeron edificios que sería largo describir y de los que, por desgracia sólo quedan ruinas. Hoy en día este lugar santo es propiedad musulmana. En realidad se trata de una especie de cripta de la mezquita. A los cristianos se nos permite entrar por una puerta que da a la calle y previo pago de la correspondiente cuota. Se baja por una empinada y tosca escalera de desiguales peldaños, hasta que se encuentra uno en un recinto obscuro y nada adecentado. Como pasa en otros lugares, el peregrino debe cerrar los ojos, después de ver la oquedad que correspondería a la sepultura, y escuchar en su interior: Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá (Jn. 11,25). El gozo es tan grande que uno ya no ve la suciedad del lugar, ni sale aturdido por la obscuridad que reina o por lo resbaladizo del desigual pavimento. En este sitio uno experimenta el mayor consuelo que pueda recibir ante el pánico que pueda sentir por la muerte.

 

            Aunque se desconozca el lugar exacto donde residían los amigos del Señor, son evocados en la iglesia de los franciscanos, concretamente en las pinturas de sus muros interiores. Permaneciendo un rato puede uno recapacitar como Jesús, que se privó del amor matrimonial y quiso gozar de la amistad humana. Pero no fue sólo gozo; la fidelidad a Lázaro supuso efectuar un largo viaje a pie, unos 30 km desde la otra orilla del Jordán. Y con su resurrección, granjearse el odio del Sanedrín que aceleraría su condena a muerte. Pero su ejemplo, su fidelidad, su ternura con las hermanas, son todavía enseñanzas útiles para nosotros.

 

            Pensando en estas cosas el peregrino hilvana recuerdos de otro lugar de amistad: Mambré, donde Dios se había hecho amigo de Abraham, y se aleja satisfecho de Betania, porque sabe que cada vez que se hace amigo de alguien, cada vez que otorga su amistad a una persona, está imitando al mismo Jesús. Y si añora monumentos funerarios erigidos en honor de los amigos del Señor, que recuerde que por Francia están Saint Lazare y la basílica  de Vezelay, entre otros muchos.