Piscinas

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

             A la derecha, según se entra a Jerusalén por la puerta de Judá o de los Leones, se encuentra el recinto de Santa Ana. Según una leyenda de la época de los Cruzados allá vivieron Joaquín y Ana y allí nació la Virgen. Un pequeño espacio en la cripta de la Basílica lo recuerda.

 

            A pocos metros se encuentra el área donde hubo en tiempos de Jesús un gran depósito de agua, lo llamaban piscina de Betesda, Betsaida o de las ovejas. La masa de agua estaba rodeada por unos pasillos enmarcados en arcos, algo semejante a nuestros claustros catedralicios, para que uno se haga idea. Tenía forma rectangular y estaba dividida en dos espacios, es decir, que la cruzaba un pasillo, también con arcos. Se explica esto porque se devanaban los sesos los arqueólogos tratando de explicarse cómo serían los cinco pórticos que le atribuye el Evangelio de San Juan. Nadie podía imaginar que en Israel la planta de una edificación fuera pentagonal. En la tercera decena de este siglo se encontraron, al realizar excavaciones, los restos de esta piscina y con ellos la explicación de cómo estaban colocados los cinco pórticos.

 

            Al lado de esta gran piscina había una serie de pequeños depósitos y un templo dedicado al dios Esculapio. Se trataba, pues, de aguas medicinales, y por ello se agrupaban a su entorno muchos enfermos. Pero a aquel paralítico que se encontró Jesús lo que le curó no fueron las aguas del balneario, sino la intervención del Señor.

 

            Las distancias entre dos puntos de la Jerusalén antigua no pueden ser grandes, pues como máximo, llegan a 1.200 m. Así que si digo que al otro extremo de la ciudad había otra piscina, nadie piense que se encuentran lejos una de otra. Ya se ha hablado de ella cuando se referían itinerarios de Jesús de niño, se llama de Siloé. Recogía las aguas del manantial del Guijón situado fuera de las murallas. Tuvo importancia estratégica en la antigüedad ya que la Ciudad sufría escasez de agua y se logró, mediante un túnel horadado en la montaña, introducir el agua que de otro modo se hubiera perdido hacia el Cedrón. Fue en tiempos de Ezequías. Dentro de las murallas y acumulada en este depósito era muy útil para el Templo y tenía especial protagonismo durante la fiesta de los Tabernáculos.

 

            En la actualidad lo que queda de la piscina de Siloé sufre un total abandono, el agua está sucia, el barrio donde está situada es peligroso para el viajero, así que los peregrinos no acostumbran a visitarla. Pero uno sabe de una persona piadosa, servidora del Señor, que acusaba pérdida de vista y venciendo normales repugnancias, y con mucha fe, se frotó los ojos y, sin aparatosidad pero con eficacia, recobró la visión.