El Templo

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

              Actualmente, influidos tal vez por la cultura greco-romana, tenemos la convicción de que un templo es un edificio hecho con paredes, tejado y puertas, y una estatua dentro. La concepción de Oriente Medio es otra. Un templo es una explanada elevada, tal vez un metro, tal vez treinta. La superficie podía ser pequeña de unos 25metros cuadrados e incluso menos. El hombre fiel se acercaba y subía los escalones para encontrarse en la terraza con su dios, al que la elevación, pequeña o grande, había acortado el camino que debía hacer desde el Cielo hasta la tierra. Si el peregrino ha visitado Siquén, si ha recorrido las ruinas de Meguitdo, si ha entrado en el Museo de Israel y visto en sus estancias la pequeña área del de Arad, comprenderá lo que se ha venido diciendo.

 

            El pueblo de Israel adoraba a Yahvé, pero sus expresiones artísticas recibían influencias de su entorno. Cuando David pensó en un Templo, el Señor le aconsejó que dejase la tarea para su hijo Salomón. El Rey de Israel se inspiró en edificaciones egipcias, sin renunciar a conceptos cananeos, pero levantando un templo que en piedra y madera fuera un reflejo del Tabernáculo del desierto, de enormes proporciones respecto a los de su entorno. Ocurrió esto allá por el 960 a.C.

 

            Este templo fue destruido en el 587 por los babilonios, posteriormente reedificado hacia el 520, más tarde profanado, y en tiempos de Herodes el Grande, restaurado de nuevo, tal vez sería mejor decir reedificado; este segundo templo fue el visitado por Jesucristo, que fue arrasado a su vez por las milicias romanas el año 70 de nuestra era.

           

            Desde su primera edificación hasta la última, el Templo fue siempre una explanada elevada. Correspondía al lugar de la antigua ciudad jebusea conquistada por David. En su parte central un pequeño edificio, el Santuario, que albergó el Arca de la Alianza no era en su sala interior, el Santo de los Santos, más que un espacio vacío, imagen de la realidad espiritual del Dios al que adoraban. En la antesala, el Santo, había un pequeño altar de oro para el incienso, una mesa para los panes de la ofrenda y un candelabro de siete brazos o Menorá.

 

            Junto a este templete había un espacio reservado a los sacerdotes, otro a los varones judíos, más hacia afuera otro llamado de las mujeres, porque podían acceder a él las mujeres judías. Reservados a funciones religiosas (custodia del dinero de las ofrendas, almacén de leña para los holocaustos, de aceite, lugar de revisión sanitaria de los leprosos) formaban lo que llamamos Santuario. Rodeaba a este pequeño conjunto una muralla con indicaciones en las puertas, que advertían de la prohibición de paso a todo aquel que no fuera judío, bajo pena de muerte.

 

            Todo lo restante de la gran explanada era lugar de encuentro, de paso, de enseñanza de la Torá, de intercambio de monedas y venta de animales apropiados para las ofrendas a Yahvé. Era lugar sagrado pero al que se permitía acceder a los no judíos. La mayor parte de los episodios evangélicos, expulsión de mercaderes, diálogos y discusiones con los notables de Israel, encuentro con el ciego de nacimiento, tuvieron lugar en esta gran explanada. La monedita entregada por la viuda que mereció el elogio de Jesús, en cambio, ocurrió en el recinto reservado a los judíos del que ya se ha hecho mención.