El Calvario y el Santo Sepulcro

Autor: Padre Pedrojosé Ynaraja

Libro: Tierra Santa

 

 

            En la antigüedad estaba situada la roca, que no monte, del Calvario, extramuros de Jerusalén, en una zona sepulcral, allende a una puerta. Posteriormente se edificaron otras murallas y quedó dentro del conjunto de la ciudad. La autenticidad del lugar hoy nadie la pone en duda. Además de la memoria que guardaron las primeras generaciones cristianas, la existencia de un templo dedicado a Afrodita-Venus, levantado por el emperador Adriano en el 135 para borrar toda memoria de Jesús, resultó ser criterio de autenticidad para Santa Helena que, por encargo de Constantino, buscó el lugar y edificó en su honor un grandioso mausoleo sobre la tumba, Anástasis se llama (resurrección en griego) y una gran basílica de cinco naves, precedida de un atrio porticado. 

            El peregrino, cuando atraviesa la puerta de entrada ala Basílica, debe subir una empinada escalera de unos cinco metros que le lleva a la cima de la roca del Calvario. Muy acertadamente, hace muy pocos años, se ha dejado al descubierto una parte de la roca, una caliza no demasiado compacta, se trata de parte de una cantera que en tiempos de Jesús ya se había abandonado, y puede contemplarla protegida por metacrilato transparente. Hay en este plano tres altares, el principal no responde a nuestros criterios estéticos; los otros dos le resultan mucho más aceptables, son de administración de la Custodia franciscana, el lugar es el más indicado para cerrar los ojos y decir: Señor, acuérdate de mí ahora que estás en tu Reino, como le dijo el buen ladrón. Decirlo y repetirlo miles de veces puede hacerlo aquí o en cualquier lugar donde se encuentre. 

            La edícula del Santo Sepulcro decepciona al que esperaba encontrar un monumento digno y admirable. El odio contra la religión cristiana ha provocado sucesivas destrucciones; el gusto oriental, que no es el nuestro, ha edificado la capilla que hoy visitamos. Uno entra en una pequeña cámara, llamada del ángel, pues quiere recordar que uno de estos seres se sentó a esperar la llegada de los amigos del Señor y darles la buena noticia. Se agacha uno luego para entrar en el interior, el lugar donde reposó el cuerpo muerto de Jesús, allí donde dejó de ser cadáver y fue viviente eterno, Señor de la Vida. La multitud de peregrinos que la visitan no le permite permanecer demasiados segundos en su interior pero si es persona espabilada, puede volver al atardecer, es la iglesia de Jerusalén que se cierra más tarde, o de madrugada, y le será dado poder reflexionar, rezar y hasta celebrar misa. Esto último podrá hacerlo si acude antes de las seis de la mañana. Las normas de administración del lugar entre las diversas iglesias cristianas (llamadas el statu quo) le obligan al esfuerzo. El que esto escribe ha podido gozar de esta gran gracia y confiesa que es tan inmensa la emoción que embarga, que la mente es incapaz de discurrir, de analizar. Él sabe que en la misa el ayer del Calvario, o de la tumba vacía- porque ha resucitado- es el entonces de aquella Eucaristía. Demasiado misterio para entender algo.