I Domingo de Adviento, Ciclo B.

Autor: José Portillo Pérez    

 

   Matricúlate en la escuela de la fe, la esperanza y la caridad. 

   Con frecuencia, cuando intento convencer a quienes no tienen la costumbre de asistir a las celebraciones eucarísticas para que adquieran la costumbre de ir a la Iglesia al menos los Domingos, me exponen la siguiente objeción: "La Misa siempre es igual, y nosotros no nos enteramos apenas de nada de lo que dicen los curas, y, si comprendemos algo, simplemente, no nos lo creemos, porque, eso de que Dios va a venir al mundo, está fuera de toda lógica". Es cierto que las celebraciones eucarísticas son muy parecidas, así pues, las lecturas de las mismas, se repiten cada tres años, siempre en Viernes Santo se lee la Pasión del Señor escrita por San Juan Evangelista, los años litúrgicos siempre comienzan en el tiempo de Adviento y concluyen en la celebración de Jesucristo, Rey del Universo, etcétera. A pesar de la rutina en que vivimos los cristianos, no hemos de pensar que el sentido de la Liturgia de la Iglesia consiste en sumirnos en un aletargamiento inútil, pues, la sucesión de ciclos litúrgicos, es semejante al cuidado que las mujeres que sois madres tenéis de vuestros hijos pequeños. Todas las mañanas os encargáis de despertar a vuestros pequeñuelos para que no lleguen tarde a la escuela, estáis pendientes a que desayunen convenientemente para que no pasen hambre, les revisáis los bolsos para aseguraros de que llevan a la escuela los libros que utilizarán todos los días, los lleváis a la parada de autobús o a la escuela para aseguraros de que llegarán a su lugar de estudio sin correr ningún riesgo, etc.

   De la misma manera que las madres vivís sumidas en el rutinario cuidado de vuestros hijos, la Iglesia hace lo propio con sus hijos, con el fin de que los mismos seamos aptos para vivir en la presencia de nuestro Padre común. Es mi deseo instaros este año a que nos unamos para vivir un Adviento especial, de manera que no veamos la enseñanza que la Iglesia nos imparte todos los años durante el periodo que antecede al tiempo de Navidad como una rutina invariable y molesta, sino como la aventura emocionante de crecer, tanto a nivel espiritual, como a nivel material. De la misma manera que Jesús nació haciéndose a Sí mismo muy poca cosa en el último rincón del mundo, seamos nosotros humildes para aprender el mensaje que nuestra Santa Madre la Iglesia nos quiere transmitir en este inicio del nuevo año litúrgico, pues San Pablo les escribió a los cristianos de Roma:

   "Sed diligentes en el trabajo, espiritualmente dispuestos, prontos para el servicio del Señor. Que la esperanza os mantenga alegres, las dificultades no os hagan perder el ánimo y la oración no cese en vuestros labios. Solidarizaos con las necesidades de los creyentes; practicad la hospitalidad" (ROM. 12, 11-13).

"El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley (de Dios) es el amor. Y esto, conociendo el tiempo (del fin del mundo en que vivimos), que es ya hora de levantarnos del sueño (de la desobediencia a Dios); porque ahora está más cerca de nosotros nuestra salvación que cuando creímos (cuando decidimos tener fe en Dios). La noche (del sufrimiento del mundo) está ya avanzada, y se acerca el día (de la completa instauración del Reino de Dios entre nosotros). Desechemos, pues, las obras de las tinieblas (el pecado), y vistámonos las armas de la luz (vivamos inspirados por los dones y virtudes que recibimos del Espíritu Santo)" (ROM. 13, 10-12).

   Ya que en el tiempo de Navidad tendremos la oportunidad de recordar que Jesús vino al mundo a darnos a conocer su innovador estilo de relacionarse con quienes le recibieron, seamos imitadores del Hijo de María, y aceptemos la gran esperanza de vivir en un Reino que no estará marcado por el sufrimiento, como lo está nuestro mundo actual.

Vivamos el consejo que San Pablo les dio a los cristianos de Éfeso:

   "Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos" (EF. 5, 1).

   A pesar de que nuestro mundo es víctima del mal y del dolor, no podemos decir que el Reino de Dios es una utopía que sólo existe en nuestra imaginación, pues nuestro Hermano y Señor, dijo en cierta ocasión:

   ""El Reino de los cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: "Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?" Él les contestó: "Algún enemigo ha hecho esto." Dícenle los siervos: "¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?" Díceles: "No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero.""... Él respondió: "El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga"" (CF. MT. 13, 24-30. 37-43).

   A pesar de que somos muy pocos los que creemos en Dios, y de que todavía somos menos los que intentamos vivir inspirados por la fe que profesamos, no podemos decir que el Reino de Dios sólo existe en nuestra imaginación, pues, a medida que nos fortalecemos espiritualmente y de que servimos a Dios en nuestros prójimos los hombres, sigue acercándose el día en que Dios culminará la instauración de su Reino de paz y de amor entre nosotros, pues, a pesar de la incredulidad con respecto a nuestro Padre común que caracteriza a nuestro medio social, aún no deja de seguir cumpliéndose la Profecía de Joel:

""Sucederá después de esto

que yo derramaré mi Espíritu en toda carne.

Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán,

vuestros ancianos soñarán sueños,

y vuestros jóvenes verán visiones.

Hasta en los siervos y las siervas

derramaré mi Espíritu en aquellos días (del fin del mundo)" (JL. 3, 1-2).

   La palabra Adviento es la traducción del término latino Adventus, el cuál significa venida, así pues, en las semanas precedentes al tiempo de Navidad, recordamos las dos venidas de Jesús a nuestro mundo. En este tiempo tenemos la oportunidad de recordar el pasado tanto de la humanidad como los años que hemos vivido a los niveles particular y comunitario, pues Dios nos estimula a vivir el presente amoldados al cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común, para que así podamos vivir en el futuro en el Reino de Dios, limpios de todo pecado, y sanos de las enfermedades que podamos padecer a lo largo de nuestra existencia actual.

   En este tiempo de Adviento recordamos uno de los hechos históricos más importantes, el cuál consiste en la venida de nuestro Hermano y Señor Jesús al mundo, pues, por su Pasión, muerte y Resurrección, nos ha abierto las puertas del cielo. San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso:

   "La bondad de Dios os ha salvado, en efecto, mediante la fe. Y eso no es algo que provenga de vosotros; es un don de Dios" (EF. 2, 8).

   En el presente, sabiendo que nuestro Hermano y Señor se nos da en la Eucaristía, y permanece tanto en nuestros prójimos los hombres como en nosotros, y lo hace de una forma especial en quienes por su sufrimiento son ejemplos de fe viva para los cristianos, tenemos que permanecer vigilantes, -con el fin de no pecar-, intentando cumplir la voluntad de nuestro Padre celestial, dado que somos emigrantes que vivimos en este mundo de paso, un tiempo bastante limitado, que esperamos ser acogidos en la morada celestial de nuestro Padre común.

   Aunque nadie sabe qué día ni qué hora acontecerá el hecho que esperamos durante el adviento de nuestra vida, es necesario que nos preparemos para recibir al Señor en su Parusía o segunda venida, no sólo estudiando la Biblia con el fin de conocer al Dios Uno y Trino, sino revisando constantemente nuestra vida, y disponiéndonos a recibir a nuestro Creador, cuando acontezca su Parusía, haciendo todas las obras buenas que podamos.

   Es preciso que revisemos nuestra vida para ver en qué aspectos de la misma podemos mejorar, así pues, -a modo de ejemplos-, si somos perezosos a la hora de realizar algún trabajo, intentaremos llevar a cabo el mismo con más ganas. Si nos resulta aburrido el hecho de hablar con alguna persona mayor (quizá un familiar) dado que la misma siempre nos cuenta los mismos hechos de su vida, intentaremos comprender a la misma, y, cada vez que nos cuente las anécdotas que tanto nos aburren, actuaremos como si fuera la primera vez que nos las contara, dado que ello le hará la vida más agradable.

   De la misma manera que podemos mejorar la calidad de nuestra vida material, también podemos enriquecer nuestra vida espiritual, aumentando gradualmente nuestro tiempo de lectura de la Biblia y de oración, intentando asistir a las celebraciones eucarísticas, haciendo un profundo examen de conciencia para confesarnos antes de Navidad con el fin de vivir dicho período de tiempo totalmente purificados, haciendo el propósito de asistir a algunas catequesis para mejorar nuestro conocimiento de Dios y de su Iglesia, etc.

   En este tiempo litúrgico debemos identificar las cosas que suponen para nosotros mayores dificultades, con el fin de que podamos hacer las mismas en el futuro. A modo de ejemplo, os cuento el caso de ana, una señora a la que le gusta mucho leer, la cuál, por causa de una depresión que sufrió, tenía problemas para concentrarse, y, por causa de la desconfianza que tenía en sí misma, se quejaba de que era incapaz de recordar lo que leía. El psicólogo que la atendía, le sugirió que volviera a su normalidad, primero leyendo y recordando líneas, después párrafos, después textos muy sencillos tanto de leer como de recordar, y que posteriormente trabajara con textos más complicados. Ana comenzó sus prácticas con el cuento de Caperucita roja y, hace algunos meses, concluyó la lectura de la Biblia de Jerusalén del año 1973.

   El Adviento no es tiempo para hacer teatro, así pues, todo lo que aprendamos durante las semanas precedentes a la Navidad, formará parte nuestra durante todos los días que vivamos.

   No es necesario que recordemos que, hasta que finalice la Navidad, vamos a estar sometidos a un gran bombardeo publicitario, pero sí es necesario recordar que, las fiestas que se aproximan, bajo ninguna circunstancia, deben ser para nosotros las oportunidades de alejarnos de Dios ni de nuestros prójimos los hombres.

   Os deseo que este año litúrgico de gracia y salvación que hoy comenzamos a vivir, sea para vuestros familiares y para vosotros una excelente oportunidad de mejorar vuestra vida, tanto a nivel espiritual como a nivel material.