II Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 3, 1-6

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

Preparémonos para la venida del Señor.

   El Cristianismo es una religión extraordinaria, dado que contiene en sí una novedad especial con respecto a otras religiones, que consiste en que Dios nos llama a que vivamos en su presencia. Nosotros no tenemos que sacrificar a ninguno de nuestros hijos ni renunciar a la más valiosa de las posesiones que tenemos con tal de serle gratos a la Divinidad suprema, con el fin de que la misma se digne concedernos algún favor. Dado que al mismo tiempo que Dios sale a nuestro encuentro, nosotros iniciamos la búsqueda del encuentro con nuestro Padre común, el tiempo de Adviento significa que nos preparamos a salir al encuentro de Aquel que viene a buscarnos y a quien al mismo tiempo buscamos. Este hecho se ilustra perfectamente al recordar, -por medio de los Profetas de Israel-, la espera del Mesías que vivió el pueblo de Dios, la cuál se prolongó durante muchos siglos.

   Dios nos ha buscado siempre, así pues, cuando Adán desobedeció a nuestro Creador y comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal, al percatarse de que estaba desnudo, se escondió de la presencia de Dios, cuando el Todopoderoso se paseaba por el Paraíso, preguntándole: "¿Dónde estás?" (CF. GN. 3, 9). Dios sabía perfectamente en qué lugar se había escondido Adán, pero quiso que el hombre saliera voluntariamente a su encuentro, sin forzarlo a ello.

   Los católicos tenemos la certeza de que, cuando Jesús ascendió al cielo, no sólo se quedó en el Sacramento del Altar, sino que también se quedó en nuestros prójimos los hombres, dado que, la comunión con nuestros hermanos, nos ayuda a crecer espiritualmente, así pues, cuando Caín asesinó a Abel, Yahveh le preguntó: "¿Dónde está tu hermano Abel?" (CF. GN. 4, 9).

   El Salmo 42 es una hermosa oración escrita para avivar la fe de quienes no perdemos la esperanza de encontrarnos con nuestro Padre común:

"Como busca la cierva corrientes de agua,

así mi alma te busca a ti, Dios mío;

tiene sed de Dios, del Dios vivo:

¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (SAL. 42, 2-3).

   San Pablo, por su parte, nos demuestra que nuestra vida de creyentes está orientada a la Parusía del Señor:

   "Doy gracias sin cesar a mi Dios por lo generoso que ha sido con vosotros, porque mediante Jesucristo, os ha enriquecido sobremanera con toda clase de dones, tanto en lo que se refiere al conocer como al hablar. Y de tal manera se ha consolidado en vosotros el mensaje de Cristo, que de ningún don carecéis mientras estáis a la espera de que nuestro Señor Jesucristo se manifieste. Él será quien os mantenga firmes hasta el fin, para que nadie pueda acusaros de nada el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Dios, que os ha llamado a compartir la vida de su Hijo Jesucristo, es un Dios que cumple su palabra" (1 COR. 1, 4-9).

   En la Profecía de Zacarías, se anuncia la entrada de Jesús a Jerusalén, como la esperada llegada del Mesías, por parte de los judíos:

"¡Exulta sin freno, hija de Sión,

grita de alegría, hija de Jerusalén!

He aquí que viene a ti tu rey:

justo él y victorioso,

humilde y montado en un asno,

en un pollino, cría de asna" (ZAC. 9, 9).

   La primera venida del Mesías al mundo, es símbolo de la Parusía o presencia definitiva de Jesús en nuestro mundo, una presencia que no será como la actual, dado que, en aquel tiempo, la presencia del Mesías será plena, de manera que al fin se cumplirá el siguiente pasaje de los Salmos:

"El Señor reina, la tierra goza, se alegran las islas innumerables" (SAL. 97, 1).

   Los Profetas también hablan en sus escritos del día del Señor:

"¡Silencio ante el Señor Yahveh,

porque el Día de Yahveh está cerca!

Sí, Yahveh ha preparado un sacrificio,

ha consagrado a sus invitados.

Sucederá en el día del sacrificio de Yahveh

que yo visitaré a los príncipes,

a los hijos del rey,

y a todos los que visten

vestido extranjero.

Visitaré aquel día

a todos los que saltan por encima del umbral,

los que llenan la Casa de su Señor

de violencia y de fraude" (SOF. 1, 7-9).

   San Pablo nos dice con respecto al día del Señor:

   "La noche está avanzada, y se acerca el día" (CF. ROM. 13, 12).

   "Que nadie deje de asistir a las reuniones de su iglesia, como algunos tienen por costumbre. Por el contrario, animaos unos a otros, tanto más cuanto que estáis viendo que se acerca el día del Señor" (HEB. 10, 25).

   Este día también es denominado en la Profecía de Malaquías como "el día grande y terrible":

"He aquí que yo os envío al profeta Elías antes que llegue el

Día de Yahveh, grande y terrible" (MAL. 3, 23).

   Este día también es conocido como el "día de Cristo" y el "día de Jesucristo":

   "Y estoy seguro de que Dios, que ha comenzado entre vosotros una labor tan excelente, irá dándole cima en espera del día de Cristo Jesús... Así podréis discernir lo que mejor convenga, se os encontrará limpios e irreprochables el día de Cristo... Mantened con firmeza el mensaje que da vida, para orgullo mío el día en que Cristo se manifieste, pues entonces se verá que no he corrido en vano ni me he fatigado inútilmente" (FLP. 1, 6. 10. 2, 16).

   "El (Jesús) será quien os mantenga firmes hasta el fin, para que nadie pueda acusaros de nada el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo" (1 COR. 1, 8).

   El día del Señor es también llamado día de Yahveh (o de Jehová por quienes creen que éste es el verdadero nombre de Dios), pues, en la Profecía de Joel, leemos:

"¡Tocad el cuerno en Sión,

clamad en mi monte santo!

¡Tiemblen todos los habitantes del país,

porque llega el Día de Yahveh,

porque está cerca!

¡Día de tinieblas y de oscuridad,

día de nublado y densa niebla!

Como la aurora sobre los montes se despliega

un pueblo numeroso y fuerte,

como jamás hubo otro,

ni lo habrá después de él

en años de generación en generación...

Ya da Yahveh la voz delante de su ejército,

porque sus batallones son inmensos,

porque es fuerte el ejecutor de su palabra,

porque es grande el Día de Yahveh,

y muy terrible: ¿quién lo soportará?...

El sol se cambiará en tinieblas

y la luna en sangre,

ante la venida del Día de Yahveh,

grande y terrible.

Y sucederá que todo el que invoque el nombre de Yahveh será

salvo,

porque en el monte Sión y en Jerusalén habrá

supervivencia,

como ha dicho Yahveh,

y entre los supervivientes estarán los que llame

Yahveh" (JL. 2, 2. 11. 3, 4-5).

   San Pablo les escribió a los Tesalonicenses sobre cómo sería la venida del día del Señor:

   "En cuanto al momento en que eso suceda y a las señales que lo anuncien, no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor ha de venir como un ladrón en plena noche. Cuando la gente ande diciendo: "Todo es paz y seguridad", entonces justamente, como el dolor de parto que sorprende a la mujer encinta, sobrevendrá la destrucción y no podrán librarse. Pero vosotros, hermanos, no vivís en las tinieblas. Por eso, el día del Señor no debe sorprenderos como si fuera un ladrón inesperado" (1 TES. 5, 1-4).

   La catástrofe que se describe en varios pasajes bíblicos referentes a la llegada del día del Señor, simbolizan que la tierra saludará a su creador, el cuál nos premiará a todos según nuestras obras:

   "Pero el día del Señor vendrá como un ladrón. Entonces los cielos se  derrumbarán con estrépito, los elementos del mundo quedarán pulverizados  por el fuego y desaparecerá la tierra con cuanto hay en ella. Si, pues, todo esto ha de ser aniquilado, ¡qué vida tan entregada a Dios  y tan fiel debe ser la vuestra, mientras esperáis y aceleráis la venida del día de Dios! Ese día en que los cielos arderán y se desintegrarán, y en que los elementos del mundo se derretirán consumidos por el fuego. Nosotros, sin embargo, confiados en la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva que sean morada de rectitud. Por tanto, queridos hermanos, en espera de tales acontecimientos,  procurad ser amigos de Dios, limpios e intachables" (2 PE. 3, 10-14).

   Jesucristo nos pide que estemos alertas esperando el día de su Parusía:

   "Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre" (LC. 21, 34-36).

   Jesucristo no pretende ser un malhechor que advierte antes de atacar inmisericordemente a sus víctimas, pues, en la versión del sermón escatológico de San Mateo, leemos las siguientes palabras de nuestro Señor:

    "En cuanto al día y la hora, nadie sabe nada, ni los  ángeles del cielo ni el Hijo. Solamente el Padre lo sabe" (MT. 24, 36).

   De la misma manera que no hemos de temer la llegada del día del Señor, el hecho de que la tardanza del mismo se prolongue indefinidamente, no ha de hacernos perder la fe, sino, más bien, aplicarnos las palabras del primo del Mesías:

   "Por vuestra parte, hermanos, esperad con paciencia la venida gloriosa del  Señor. Como espera el labrador el fruto precioso de la tierra, aguardando    pacientemente que lleguen las lluvias de otoño y primavera, así vosotros tened paciencia y buen ánimo, porque es inminente la venida   gloriosa del Señor" (ST. 5, 7-8).