III Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 3,10-18

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

El Señor vendrá a nuestro encuentro al final de los tiempos. 

   1. Artículo sobre algunas definiciones del tiempo hebraicas. 

   En la meditación correspondiente al Domingo I de Adviento de este ciclo litúrgico, correspondiente al año en curso, recordamos que, en este tiempo de Adviento, al mismo tiempo que recordamos la primera venida de nuestro salvador a redimirnos, desde nuestro estado actual, nos disponemos a recibir al Mesías en su segunda venida o Parusía. Como durante el mes de noviembre y durante el presente tiempo preparatorio de la Navidad la Iglesia en su Liturgia nos habla del tiempo del fin del mundo, se nos hace necesario estudiar todos lo significados que los autores bíblicos le daban al tiempo, con la excepción de las semanas y los años, con el fin de no alargar excesivamente este texto.

   Una de las acepciones de la citada palabra se refiere a la medida del movimiento, la cuál, en un principio, se lleva a cabo por los movimientos de los cuerpos celestes, así pues, en el primer libro de la Biblia, leemos:

   "Dijo Dios: «Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; y valgan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra.» Y así fue" (GN. 1, 14-15).

   Los hebreos dividían el tiempo en días, noches, semanas, meses y años.

   Aunque normalmente llamamos día al período de tiempo que transcurre entre dos amaneceres, los hebreos consideraban que el día terminaba al atardecer, así pues, en vez de considerar que los días concluían al amanecer, creían que los mismos finalizaban al atardecer, así pues, este hecho explica la razón por la que la celebración de sus fiestas sabáticas comienza en la tarde del viernes, y concluye en la tarde del Shabbat.

   "Comeréis ázimos en el mes primero, desde la tarde del día catorce del mes hasta la tarde del día veintiuno" (EX. 12, 18).

   "Será para vosotros (el día de la Expiación) día de descanso completo y ayunaréis; el día nueve del mes, por la tarde, de tarde a tarde, guardaréis descanso" (LV. 23, 32).

   La costumbre de creer que los días comenzaban y acababan al atardecer, procedía de la división del año en meses lunares, los cuales comenzaban con la luna nueva. Los días civiles se denominaban con las expresiones "tarde y mañana", o "una noche y un día".

   San Pablo les escribió a los cristianos de Corinto:

   "Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo" (2 COR. 11, 25).

   Aunque el atardecer de un día finalizaba el mismo, los judíos consideraban que el mismo formaba parte del día finalizado.

   "Josías celebró una Pascua en honor de Yahveh en Jerusalén; inmolaron la Pascua el día catorce del primer mes" (2 CRO. 35, 1).

   Recordemos que la Pascua había de ser celebrada la tarde del quince de Nisán, pero, aunque la misma comenzaba el día citado, los hebreos consideraban que esa tarde formaba parte del día anterior.

   Los días de la semana fueron numerados del uno al siete por los hebreos, y, aunque los seis primeros días no tenían nombre, el séptimo fue llamado Shabbat (Sábado).

   "El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro" (JN. 20, 1).

   "El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan, Pablo, que debía marchar al día  siguiente, conversaba con ellos y alargó la charla hasta la media noche" (HCH. 20, 7).

   La víspera -o vigilia- del Sábado era denominada Preparación:

   "Al otro día, el siguiente a la Preparación, los sumos sacerdotes y los fariseos se reunieron ante Pilato" (MT. 27, 62).

   El período de tiempo que transcurría desde que amanecía hasta que anochecía, era dividido en: mañana, mediodía y tarde.

   "Y llamó Dios a la luz «día",  y a la oscuridad la llamó «noche". Y atardeció y amaneció: día primero" (GN. 1, 5).

«"Mientras dure la tierra,

sementera y siega,

frío y calor,

verano e invierno,

día y noche,

no cesarán"" (GN. 8, 22).

"Yo, en cambio, a Dios invoco,

y Yahveh me salva.

A la tarde, a la mañana, al mediodía

me quejo y gimo:

él oye mi clamor" (SAL. 55, 17-18).

   "Al saber que había sido firmado el edicto, Daniel entró en su casa. Las ventanas de su cuarto superior estaban  orientadas hacia Jerusalén y tres veces al día se ponía él de rodillas, para orar y dar gracias a su Dios; así lo había hecho siempre" (DN. 6, 11).

   "El calor del día", "la puesta de sol", y otras expresiones descriptivas de la temperatura diurna, describían la hora del día a la que se referían los hebreos.

   "Diciendo: "Estos últimos no han trabajado más que una hora, y les pagas como a nosotros, que hemos aguantado el  peso del día y el calor."" (MT. 20, 12).

     "Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh Dios que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre  y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh Dios por entre los árboles del jardín" (GN. 3, 8).

   Cuando los hebreos regresaron del exilio de Babilonia a su patria, comenzaron a dividir el día en períodos de doce horas, los cuales comenzaban a la salida del sol, y concluían a la puesta del mismo, lo cuál se ve claramente en la parábola de nuestro Señor, que podéis leer en MT. 20, 1-12.

   La hora prima iba desde las siete hasta las nueve de la mañana. La hora tercia iba desde las nueve hasta el mediodía. La hora nona iba desde las doce hasta las tres. La hora décima iba desde las tres hasta la puesta del sol, momento en que se daban por concluidas las jornadas laborales de los trabajadores. (Ver ejemplos más abajo).

   "Jesús respondió:

   «¿No son doce las horas del día? Si uno anda de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si uno anda de noche, tropieza, porque no  está la luz en él."" (JN. 11, 9-10).

   Mientras que el día simbolizaba el hecho de caminar cumpliendo la voluntad de Dios según la óptica del Mesías, la noche simbolizaba las tinieblas del pecado, así pues, veamos un ejemplo de ello:

    "Jesús les dijo:

   «Todavía, por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que no os sorprendan las tinieblas (del pecado); el que camina en tinieblas, no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz"" (JN. 12, 35-36).

   "La noche (del sufrimiento y el pecado) está avanzada, y se acerca el día (de la conclusión de la instauración del Reino de Dios entre nosotros). Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne" (ROM. 13, 12-14).

"Allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, como se había fatigado del camino, estaba sentado junto al pozo. Era alrededor de la hora sexta" (JN. 4, 6).

   "Al día siguiente, mientras ellos iban de camino y se acercaban a la ciudad, subió Pedro al terrado, sobre la hora sexta, para hacer oración" (HCH. 10, 9).

"Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la hora nona" (HCH. 3, 1).

   Los hebreos también llamaban día a un período de tiempo caracterizado por las circunstancias que le eran propias.

"Me libera (Dios) de un enemigo poderoso,

de mis adversarios más fuertes que yo.

Me aguardaban el día de mi ruina,

más Yahveh fue un apoyo para mí" (SAL. 18, 18-19).

   El Salmista llamaba "el día de mi ruina" al tiempo de su aflicción.

"¡Yahveh te responda el día de la angustia,

protéjate el nombre del Dios de Jacob!" (SAL. 20, 2).

   Igualmente, el "día de la angustia", es el tiempo en que somos atribulados.

"¡Oh Yahveh, salva al rey,

respóndenos el día de nuestra súplica!" (SAL. 20, 10).

   El "día de nuestra súplica", es el tiempo en que, por medio de nuestras obras y oraciones, le suplicamos a Dios que se apiade, ora de nuestros prójimos, ora de nosotros.

"Tu mano alcanzará a todos tus enemigos,

tu diestra llegará a los que te odian;

harás de ellos como un horno de fuego,

el día de tu rostro;

Yahveh los tragará en su cólera,

y el fuego los devorará" (SAL. 21, 9-10).

   El "día del rostro de Yahveh", es el "día de Yahveh" o "día del Señor", no un período de tiempo de veinticuatro horas, sino el tiempo en que nuestro Salvador concluirá la instauración de su Reino entre nosotros, es decir, el tema central de las meditaciones de Adviento que os he escrito para que las meditéis el presente año.

"«No endurezcáis vuestro corazón como en Meribá,

como el día de Massá en el desierto,

donde me pusieron a prueba vuestros padres,

me tentaron aunque habían visto mi obra"" (SAL. 95, 8-9).

   En esta ocasión, el Salmista se refiere al tiempo que se prolongó la carencia de fe de los hebreos, cuando, ante el ímpetu de su sed, constataron cómo flaqueó su fe, por lo cuál, amenazaron a Moisés, y provocaron a Dios, por su desesperación e impotencia.

"Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra,

hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies.

El cetro de tu poder lo extenderá Yahveh desde Sión:

¡domina en medio de tus enemigos!

Para ti el principado el día de tu nacimiento,

en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud.

Lo ha jurado Yahveh y no ha de retractarse:

«Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de

Melquisedec" (SAL. 110, 1-4).

   En esta ocasión, -dado que Jesús, aunque nació como Hombre, como Dios, carece de principio, porque ha existido siempre-, el Salmista nos dice que el Mesías siempre ha sido Rey, así pues, desde que nuestro Señor Resucitado ascendió al cielo, no nos cabe duda de esta realidad.

"Pues será aquel día de Yahveh Sebaot (el Dios de los ejércitos)

para toda depresión, que sea enaltecida,

y para todo lo levantado, que será rebajado" (IS. 2, 12).

"Ululad, que cercano está el Día de Yahveh,

como la destrucción de Sadday (el Dios de la montaña) viene" (IS. 13, 6).

   Los hebreos, lo mismo que hacían con el día, dividían la noche en tres períodos de cuatro horas, a los cuales llamaban primera, segunda, y tercera vigilia.

   "Y llamó Dios a la luz «día»,  y a la oscuridad la llamó «noche». Y atardeció y amaneció: día primero" (GN. 1, 5).

   La primera vigilia iba desde la puesta del sol hasta la media noche. La segunda vigilia iba desde las doce de la noche hasta las tres de la madrugada o más tarde, dado que concluía a la hora del canto del gallo. La siguiente vigilia iba desde el canto del gallo hasta la hora prima, es decir, aproximadamente, -dependiendo de la estación del año, dado que los días veraniegos son más largos que los de invierno-, las siete de la mañana.

   "Llegada la vigilia matutina, miró Yahveh desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios, y sembró la confusión en el ejército egipcio" (EX. 14, 24).

   "Gedeón y los cien hombres que le acompañaban llegaron al extremo del campamento al comienzo de la guardia de la medianoche, cuando acababan de hacer el relevo de los centinelas; tocaron los cuernos y rompieron los cántaros  que llevaban en la mano" (JUE. 7, 19).

   "Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!" (LC. 12, 38).

   Los hebreos tuvieron que adaptarse a la visión de la noche de los griegos y romanos, -dado que ambas ciudades conquistaron la tierra del Mesías-, pues los cuales dividían la noche en cuatro vigilias.

   "Viendo que ellos se fatigaban remando, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vigilia de la noche viene hacia ellos caminando sobre el mar y quería pasarles de largo" (MC. 6, 48).

   Los romanos, desde que se ponía el sol hasta el amanecer, dividían la noche en doce horas.

   La noche era símbolo de la muerte y de la quietud de los trabajadores.

   "Tenemos que trabajar en las obras del que me ha enviado mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar (a partir de la Resurrección del Señor, sólo los testigos privilegiados vieron al Mesías, de manera que los demás sólo podían vivir exclusivamente de la fe)" (JN. 9, 4).

   La noche, -según hemos visto anteriormente-, también representaba el pecado y sus consecuencias.

   "Pues los que duermen, de noche duermen (estos representan a quienes descuidan su fe), y los que se embriagan (estos representan a quienes reniegan de la fe embriagándose de todo aquello que se opone a Dios), de noche se embriagan. Nosotros, por el contrario, que somos del día (somos hijos de la luz divina), seamos sobrios; revistamos la coraza de la fe y de la caridad, con el yelmo de la esperanza de salvación" (1 TES. 5, 7-8).

   Según vimos anteriormente al analizar ROM. 13, 12, la noche representa el período de tiempo en que la humanidad rechaza a Dios y a su Cristo.

   La Jerusalén celestial, -es decir, el Reino de Dios-, no será víctima del efecto que el dolor y las tinieblas del pecado han producido en la humanidad.

   "Sus puertas no se cerrarán con el día -porque allí no habrá noche-" (AP. 21, 25).

   "Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará  y reinarán por los siglos de los siglos" (AP. 22, 5).

   Durante los 430 años que se prolongó su cautividad en Egipto, los hebreos se acostumbraron a considerar los meses como períodos de tiempo de treinta días, según hacían sus dominadores.

   El mes lunar empezaba y concluía con la luna nueva.

"Hizo la luna para marcar los tiempos,

conoce el sol su ocaso" (SAL. 104, 19).

"También la luna: sale siempre a su hora,

para marcar los tiempos, señal eterna.

De la luna procede la señal de las fiestas,

astro que mengua, después del plenilunio" (ECL. 43, 6-7).

   Aunque los meses duraban formalmente treinta días, algunos tenían un día menos.

   "Toda la comunidad se dio cuenta de que había fallecido Aarón, y lloró a Aarón toda la casa de Israel durante treinta días" (NM. 20, 29).

   Podríamos entresacar más textos bíblicos relacionados con las divisiones del tiempo, pero veo más práctico el hecho de que nos dediquemos a lo que debemos dedicarnos, es decir, a pensar en la Parusía de nuestro Señor. 

   2. El tiempo de Adviento es el tiempo del Reino de Dios. 

   Jesús decía cuando inició su Ministerio público:

   ""El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva."" (MC. 1, 15).

   Resulta chocante el hecho de creer que Dios está dispuesto a actuar en este mundo en el que abundan las desgracias para que todos vivamos por su gracia santificante. Si leéis la vocación de Moisés (Éx. capítulos 3-4), podéis comprobar que Moisés se hizo la misma pregunta que nosotros nos hacemos en este tiempo, la cuál es, a saber: ¿Por qué quieres venir a salvarnos después de haber permitido que se sucedan tantas injusticias teniendo poder para haberlas evitado? Dado que nuestro Padre común tiene sus razones para actuar cuando cree oportuno que debe hacerlo, nosotros hemos de seguir preparándonos a recibir a Cristo en su Parusía, porque Habacuc escribió:

   "He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá" (HAB. 2, 4).

   ¿De qué manera se está haciendo realidad el Reino de Dios en este tiempo entre nosotros?

   San Pablo les escribió a los Corintios:

   "Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel  de Satanás que me abofetea para que no me engría. Por este motivo tres veces rogué al Señor que se alejase de mí. Pero él me dijo: "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza". Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2 COR. 12, 7-9).

   Imaginemos a una ama de casa que, desde que se levanta hasta que se acuesta, sin tener ni diez minutos para descansar, se ocupa tanto de su familia como de su hogar. Aunque quienes somos hijos y maridos no queremos tratar a nuestras madres y esposas como merecen con tal de evitar las incómodas tareas hogareñas,vemos  que ellas, sin pretenderlo, a base de consentirnos más de lo que deberían haberlo hecho, han logrado que el agradecimiento que les debemos se convierta en egoísmo. Las amas de casa que trabajan día y noche sin recibir ninguna recompensa, sólo porque aman a quienes las rodean, son una prueba de que el Reino de Dios está entre nosotros.

   Pensemos en una mujer joven que, después de sufrir un accidente de tráfico, nunca podrá mover la mano derecha. Aunque este hecho no es muy grave, le ha supuesto la pérdida de la posibilidad de trabajar. Esta mujer, que ha de aprender a vivir desde su estado, y, sobre todo, a conformarse con una pequeña cantidad de dinero que recibirá por causa de su enfermedad, es un ejemplo para los que no sabemos valorar lo que Dios nos ha concedido.

   Cual vidente bíblico cuya burra vio al ángel que se le apareció y él no se dio cuenta de nada, nosotros vivimos inmersos en nuestra rutina, y no nos percatamos de que la Iglesia es el Reino de Dios en la tierra.

   Sigamos preparando el Nacimiento de nuestro Señor, pues Él, una vez más, vendrá este año a nuestro encuentro para ofrecernos amor, perdón y amparo.