Solemnidad: La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María.

San Lucas, 1,26-38: Dios ha bendecido a nuestra Madre celestial. 

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

Dios ha bendecido a nuestra Madre celestial. 

   1. ¿Hacemos mal al venerar a María Santísima y a los Santos mirando sus imágenes? 

   Muchos católicos tenéis la costumbre de tener en lugares en que la veis constantemente e incluso de llevar en la cartera una imagen de nuestra Santa Madre. Yo, al carecer de visión, prefiero llevarla en el corazón, pues en mi interior puedo verla mejor que en las imágenes. Aunque el hecho de tener una imagen tanto de María, de Jesús o de cualquier Santo, es para nosotros una forma de demostrar que amamos a quienes representan dichas imágenes, muchos de nuestros hermanos de fe no están realmente seguros de si nos está permitido tener imágenes, dado que, los predicadores de otras religiones, -los cuales tienen como meta principal destruir a la Iglesia-, les hacen creer que confundimos la veneración con la adoración, de manera que, si tenemos imágenes religiosas en casa debemos tirarlas inmediatamente, para que las mismas no sustituyan a nuestro Padre común. Aunque muchos creyentes se niegan a tirar las imágenes dado que las mismas forman parte de su vida, algunos de ellos, aunque no se desprenden de las mismas porque las tales tienen un valor sentimental muy importante para ellos, se quedan con la duda de si hacen bien o mal con tener dichas imágenes en sus hogares. Aunque creo haber tratado este tema en escritos anteriores, y los religiosos y laicos conocedores de la Biblia lo conocéis perfectamente, permitidme tratarlo nuevamente, con el fin de que nuestros hermanos desconocedores, tanto de la Biblia como de la Iglesia, no piensen que hacen mal a la hora de venerar, tanto a María Santísima, como a los Santos, contemplando sus imágenes.

   En la Biblia se distinguen los ídolos (cuya adoración nos está prohibida porque los tales sustituyen al mismo Dios) y los adornos religiosos, cuya posesión, -como veremos más adelante-, no nos está prohibida en absoluto, pues tienen la misión de ayudarnos a crecer espiritualmente, ya que, quienes podéis ver, cuanto más perfecto es vuestro sentido de la vista, tenéis la posibilidad de adquirir el conocimiento de Dios a través de la oración, que surge tanto de la inspiración del Espíritu Santo, de quien San Pablo escribió: "Somos débiles, pero el Espíritu viene en nuestra ayuda. No sabemos lo que nos conviene pedir (cuando oramos),  pero el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inexpresables" (ROM. 8, 26), como de vuestros fervorosos corazones, mientras contempláis las imágenes que representan a quienes tanto amor les manifestáis en vuestras oraciones.

   ¿Por qué se nos prohíbe en la Biblia que adoremos a los dioses falsos? En el tiempo que Moisés caminó con los hebreos por el desierto para conducirlos a la Tierra prometida, los dioses de los pueblos extranjeros, tenían forma de toros, leones y otros animales. Como dichas imágenes eran consideradas como dioses por quienes creían en las mismas, los hebreos las llamaban ídolos o dioses falsos. Aunque los adeptos de las religiones que adoraban las citadas imágenes consideraban que las tales estaban dotadas de poderes mágicos, en realidad, sólo representaban los bajos instintos de los hombres. A modo de ejemplo, el becerro de oro que Aarón -el hermano de Moisés- hizo en el capítulo 32 del Éxodo, dado que Moisés no bajaba del Sinaí, y sus hermanos de raza le dieron por muerto, simbolizaba la fuerza bruta de la naturaleza, y el poder sexual más allá de los límites morales. El oro de dicho ídolo representaba la ambición desmedida y el poder explotador de la riqueza, lo cuál ha logrado que los ricos y fuertes exploten a los pobres y débiles, lo que significa que, el hombre, por sí mismo, sin solidarizarse con sus prójimos, y desechando al mismo Dios, ha pretendido usurparle al Altísimo el puesto que le corresponde a nuestro Padre común.

   Nosotros, imitando a los hebreos que desobedecieron a Dios y se hicieron idólatras, también tenemos la opción de apartarnos de nuestro Padre común, y de unirnos a dioses superfluos, tales como el dinero, la droga, el sexo sin amor, la dominación de nuestros prójimos, etcétera.

   En este momento se me puede decir: "Todo esto de los ídolos está muy bien y parece tener sentido, pero, ¿cómo se puede interpretar el siguiente texto: "No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en los cielos, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni las servirás" (Biblia evangélica Reina Valera del año 1960: CF. DT. 5, 8-9)?

   Muchos protestantes nos atacan con este texto, diciéndonos que, la prueba de que adoramos a las imágenes, consiste en que oramos postrados ante las mismas, lo cuál sólo debe hacerse ante Dios. No niego el hecho de que, desgraciadamente, muchos católicos, -sobre todo hermanos nuestros que no saben leer ni escribir-, aman más a las imágenes que al mismo Dios, dado que no tienen ninguna representación de nuestro Padre celestial para orar ante la misma. Muchos de tales hermanos piensan que las imágenes son poseedoras de poderes mágicos, pero es preciso corregir a los tales, teniendo cuidado de tratarles con la mayor amabilidad posible, para no exterminar de sus corazones la poca fe que tienen. Al sacar los citados versículos y otros tantos textos bíblicos del contexto general de las Sagradas Escrituras, es fácil engañar a quienes no distinguen entre los falsos ídolos y los adornos religiosos, así pues, en el Éxodo, leemos que Dios le dijo a Moisés: "Y harás un propiciatorio de oro fino, cuya longitud será de dos codos y medio, y su anchura de codo y medio. Harás también dos querubines de oro; labrados a martillo los harás en los dos extremos del propiciatorio. Harás, pues, un querubín en un extremo, y un querubín en el otro extremo; de una pieza con el propiciatorio harás los querubines en sus dos extremos. Y los querubines extenderán por encima las alas, cubriendo con sus alas el propiciatorio; sus rostros el uno enfrente del otro, mirando al propiciatorio los rostros de los querubines" (ÉX. 25, 17-20).

   Si los dos querubines colocados en el lugar del perdón de la parte más importante del Tabernáculo (templo portátil) hubieran sido ídolos, ¿qué sentido hubiera tenido el hecho de que el mismo Dios hubiera dado la orden de construirlos? ¿Tiene sentido el hecho de que Dios hubiera permitido la instalación de dos dioses falsos en el lugar en que habría de manifestársele a su Profeta Moisés?

   Veamos un texto que nos informa de que en el mismo Templo de Jerusalén había imágenes religiosas:

"Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas;

Han puesto sus divisas por señales.

Se parecen a los que levantan

El hacha en medio de tupido bosque.

Y ahora con hachas y martillos

Han quebrado todas sus entalladuras" (SAL. 74, 4-6).

   Vemos que el hecho de tener imágenes en casa no es malo en absoluto, pero, el desconocimiento de la Biblia en su conjunto sí que puede ser muy perjudicial para los católicos que no tienen una Biblia en casa en la que se relacionan unos textos con otros, y se dejan engañar por creyentes de otras religiones que, bien por su desconocimiento de la Palabra de Dios, o bien por su deseo de destruir a la Iglesia, pretenden hacerles perder la fe. Los catecúmenos deben cuidarse de no caer en la trampa de quienes les dicen: "Mirad en vuestras Biblias católicas textos como los que os enseñamos de las nuestras, y veréis que son idénticos a los que aparecen en nuestras Biblias, así pues, la Iglesia manipula la Palabra de Dios conscientemente en su beneficio y en perjuicio de sus creyentes", pues los tales no relacionan unos textos con otros, por lo cuál, al no interpretar la Biblia en su conjunto, no diferencian la idolatría de la veneración, y, si tienen muy malas ideas, pueden decir que los citados querubines bíblicos eran imágenes religiosas, pero que, las imágenes nuestras, son ídolos que es necesario rechazar.

   Cuando yo tenía once años, murió mi hermana Lucía, víctima de una parálisis cerebral y de otras enfermedades, con tan sólo siete años. Un día en que mi madre tenía una fotografía de Lucía en sus manos en un lugar público, una señora que no conocía todo lo que habíamos pasado en mi familia, le preguntó a mi madre: "¿Qué le pasa a esa niña que tiene la cabeza medio baja y esa cara de idiota?". La verdad es que, tanto a mi madre como a mí, nos sentó muy mal aquella pregunta. Os cuento esto para que pensemos  que las imágenes religiosas son fotografías, no dioses falsos.

   Por cierto, quienes tienen la costumbre de orar arrodillados ante las imágenes de los Santos, no adoran a quienes representan las imágenes -salvo excepciones muy difíciles de localizar-, pues les suplican a los mismos que intercedan ante la Santísima Trinidad por ellos.

   ¿Queréis ver lo que sucede si interpretamos la Biblia fuera de su contexto? Al final del SAL. 10, 4, se pone en boca de los carentes de devoción esta frase: "No hay Dios". Por supuesto que entendemos que llegar a esta conclusión es sacar el citado texto de su contexto, pero, muchos católicos, carentes, tanto de sagacidad, como de conocimientos bíblicos, caen en la trampa del protestantismo. 

   2. María, amor y dulzura. 

   Imaginemos una casa en la que toda la familia permanece bajo el cuidado atento de la cabeza de familia. La Iglesia es nuestra casa, en la que , bajo la atenta mirada de María, los cristianos intentamos perfeccionarnos cada día más en conformidad con las posibilidades que tenemos para ello, porque nuestra Santa Madre no nos deja solos, ni aunque suframos mucho, y ni aunque tengamos la impresión de que nuestros pecados son imperdonables. El amor cristiano del que San Pablo habla en su primera Carta a los Corintios, no nos cabe ninguna duda de que es el mismo amor con que nuestra Santa Madre nos acoge en su presencia. "El amor es comprensivo y servicial: el amor nada sabe de envidias, de  jactancias, ni de orgullos. No es grosero, no es egoísta, no pierde los estribos, no es rencoroso. Lejos de alegrarse de la injusticia, encuentra su gozo en la verdad. Disculpa sin límites, confía sin límites, espera sin límites, soporta sin  límites. El amor nunca muere" (CF. 1 COR. 13, 4-8).

   Hace bastantes años tuve la ocasión de ayudar a una adolescente sordociega con el fin de que pudiera valerse por sus propios medios en el instituto en el que cursaba sus estudios. Careciendo de la vista y prácticamente del oído, y al tener una pierna más larga que la otra, tenía verdaderos problemas tanto para orientarse como para bajar escaleras, si no tenía donde apoyarse, con el fin de no caerse. Aunque mi joven amiga no lo sabía, cada vez que tenía que bajar escaleras y yo estaba con ella, no le decía nada, pero tendía mis brazos hacia ella sin tocarla, como si fuera a abrazarla, por si perdía el equilibrio, evitar que se cayera. Tardé en decirle que tendía los brazos hacia ella para cogerla en el caso de que perdiera el equilibrio, con el fin de que aumentara la escasa confianza que tenía en sí misma, para que no tuviera tendencia a quedarse de por vida sentada en una silla. Aunque nuestra Mediadora celestial no está corporalmente entre nosotros, su amor nos acompaña siempre, pues, espiritualmente, camina a nuestro lado, con el fin de fortalecernos en las caídas, y de acogernos en sus brazos cuando nos arrepentimos de los errores que cometemos, para que sigamos el camino de nuestro crecimiento sin desanimarnos.

   He tenido la oportunidad de conocer a un hombre al que se le murió su madre hace muchos años. Cuando hace años me decía: "Mi madre habla conmigo todos los días", yo pensaba que no aceptaba la muerte de su progenitora, pero ahora sé que existe la Comunión de los Santos, lo cuál explica este hecho. Si algunos se sienten protegidos por los que han muerto, ¿cómo habremos de sentirnos nosotros al estar amparados por nuestra Madre resucitada y glorificada?

   Cuando lloramos la pérdida de nuestros familiares y amigos queridos, cuando carecemos de trabajo, cuando tenemos problemas matrimoniales o con nuestros hijos, y en otras muchas circunstancias dolorosas, María es la luz que nos anima y nos conduce a la presencia de nuestro Padre común, para que Él, valiéndose de nuestro dolor, nos sustituya el sufrimiento por gozo eterno.

   Igualmente, cuando solucionamos algún problema difícil de soportar, del cuál creíamos que iba a formar parte de todos los días de vida que nos quedaran, María comparte nuestra alegría, y nos recuerda que aún nos queda mucho que vivir.

   En la brisa que nos acaricia, en el trabajo duro que no es pesado porque un amor inexplicable por su grandeza nos conduce a terminar el mismo felizmente, en los estudios que cada día son más difíciles, en la construcción y adaptación de un nuevo hogar, en los ratos de ocio, en los encuentros familiares, y, muy especialmente, cuando la vida nos dice que lo hemos hecho bien, nuestra Santa Madre nos tiende la mano, para ser ella quien nos presente ante el Padre de las luces.

   Ante todo y ante todos, María es nuestra Madre, de hecho, independientemente de nuestro estado social, y sin importar lo malas que puedan llegar a ser nuestras acciones, siempre está dispuesta a acogernos y a presidir, junto al Padre y a Jesús, la santa mesa en la que nos perdonamos mutuamente, y nos amamos sinceramente, desde nuestros templos a la eternidad.

   ¿Somos rebeldes? María espera a que, tarde o temprano, contentos, cansados o doloridos, nos acordemos de ella, pues, abierta la puerta del cielo, nos espera para presentarnos ante nuestro Santo Padre.

   Si no sabemos cómo decirle a María lo que hemos sufrido, o si no sabemos con qué cara vamos a contarle nuestros pecados, haremos mejor con gozar eternamente de su amor, pues nuestra Santa Madre no requiere de ninguna explicación para amarnos y aceptarnos tal como somos, de hecho, Dios, que ha de juzgarnos, si le amamos sinceramente, y, si en el caso de haber pecado, nos arrepentimos sinceramente de ello, nos acogerá a todos en su presencia, independientemente de que seamos hijos pródigos, o hijos que aparentaron amarlo, y lo único que amaban era la salvación de su alma, no como don celestial, sino como derecho adquirido.