Solemnidad: Natividad del Señor

Misa de la Vigilia.

San Mateo 1,1-25: La cuenta atrás.

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

1. Hemos sido predestinados por Dios para que vivamos en su presencia. Zacarías, padre de San Juan Bautista. 

   Estimados hermanos y amigos:

   Un año más, caracterizados por la alegría que nos invade cuando sentimos cerca la llegada de la Navidad, nos estamos preparando para celebrar el Nacimiento de nuestro Hermano y Señor. San Pablo les escribió a los cristianos de Éfeso: "El (Dios) nos ha elegido en la persona de Cristo antes de traer el mundo a la existencia, para que nos mantengamos sin mancha ante sus ojos, como corresponde a consagrados a él. Amorosamente nos ah destinado de antemano, y por pura iniciativa de su benevolencia, a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo" (EF. 1, 4-5). Cuando, llegada la media noche, celebremos el Nacimiento de Jesús, nos alegraremos al recordar que Dios, desde que creó el mundo, por causa de su amor para con nosotros, nos predestinó para purificarnos del pecado, y, por medio de su Primogénito, nos adoptó como hijos amados. Sabido es de todos que Jesús nos hizo hijos de nuestro Padre común por su Pasión, muerte y Resurrección.

   Antes de que recibamos a Jesús en nuestros corazones nuevamente, os propongo que recordemos el caso del padre del Bautista, ya que el mismo es muy llamativo, porque, siendo sacerdote, no creyó el anuncio del ángel que le anunció su futura paternidad.

   San Lucas nos presenta en el capítulo primero de su Evangelio a Zacarías como un sacerdote mayor, dado que, para los hermanos de raza del Mesías, el hecho de que una persona fuera de edad avanzada, incrementaba la fiabilidad de la integridad moral de la misma, así pues, no en vano, el citado discípulo de San Pablo, escribió con respecto a los padres del Bautista: "Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en (el cumplimiento de) todos los mandamientos y preceptos del Señor" (LC. 1, 6).

   El Arcángel San Gabriel, le dijo a Zacarías en el lugar santísimo del Templo de Jerusalén: ""No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan"" (CF. LC. 1, 13).

   A pesar de que Zacarías estaba siendo instruido, no por un hombre, sino por un espíritu que Dios le envió para que le comunicara la buena nueva de su paternidad, el citado sacerdote le dijo a San Gabriel: ""¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad"" (CF. LC. 1, 18).

   Antes de manifestar su incredulidad tan rápidamente, ya que por su sacerdocio debería haber tenido un gran conocimiento de las antiguas Escrituras, el marido de Elisabeth tendría que haberse acordado de Abraham y de Sara, dado que el primero de los Patriarcas de Israel y su mujer tampoco podían tener hijos, por la misma causa que él y su esposa no pudieron ser padres. De igual forma, Zacarías debería haberse acordado del sufrimiento que marcó la vida de la madre del Profeta Samuel, hasta que Dios permitió que tuviera a un hijo que le fue consagrado a Yahveh, en agradecimiento por el hecho de haberse acordado de la humillación de su humilde sierva.

   Aunque si somos preguntados con respecto a la fe que profesamos no tenemos inconveniente alguno para decir sin ningún pudor que somos cristianos católicos, ¿cómo reaccionaríamos si viviéramos una experiencia semejante a la de Zacarías? Si a ti, -hermana que vives maltratada por tu marido e incomprendida por la gente que te rodea-, se te apareciera un ángel, y te dijera que hoy mismo, además de acabarse tu vida de víctima, vas a ser aceptada tal como eres por todos los que te conocen, ¿podrías creerle, o pensarías que tu sufrimiento es tan grande que llega a sumirte en el delirio?

   Quisiera volver otra vez al tema de la predestinación de nuestra alma, con el cuál inicié esta meditación, pues San Gabriel le dijo a Zacarías con respecto al futuro de su hijo: "Estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (CF. LC. 1, 15).

   Cuando María Santísima, después de saber que estaba en estado de gestación, fue a visitar a Elisabeth, la mujer de Zacarías, le dijo: "Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno" (CF. LC. 1, 44).

   De la misma forma que San Juan Bautista fue instruido por el Espíritu Santo en el seno de su madre, a nosotros nos ocurrió exactamente lo mismo, así pues, aunque no fuimos bautizados antes de nacer como le ocurrió al Bautista apenas se percató de que estaba en la presencia del Mesías, no podemos negar que, en nuestra vida, se cumplieron las palabras del Salmo 139:

"Tú has creado mis entrañas,

me has tejido en el seno materno.

Te doy gracias, porque eres sublime

y te distingues por tus hechos tremendos;

yo lo sé muy bien, conocías hasta el fondo mi alma,

no se te escondía mi organismo.

Cuando en lo oculto me iba formando

y entretejiendo en lo profundo de la tierra,

tus ojos veían mi embrión, mis días estaban modelados,

escritos todos en tu libro, sin faltar uno" (SAL. 139, 13-16).

   ¿Quién le enseñó al autor del Salmo 139 lo que es un embrión?

   Jesús esta noche nacerá en nuestros corazones para decirnos que, más allá de las dificultades que caracterizan nuestra vida, hemos sido redimidos por su muerte y posterior Resurrección, por consiguiente, el primero de los Profetas Mayores, escribió las siguientes palabras de nuestro Padre común:

"Sí, pueblo de Sión que habitas en Jerusalén,

no llorarás ya más;

de cierto tendrá piedad de ti,

cuando oiga tu clamor;

en cuanto lo oyere, te responderá" (IS. 30, 19).

   Si existe la creencia común de que la Navidad es la fiesta del derroche de quienes pueden permitirse el hecho de gastar dinero por hacer algo, los cristianos sabemos que esta celebración es también la fiesta de los pobres, enfermos y desamparados, pues es a ellos a quienes principalmente se refiere el texto bíblico que estamos considerando, y, junto a los pecadores, los mismos, -según se constata esta realidad en los cuatro Evangelios o biografías de Jesucristo-, fueron los predilectos del Señor Jesús, no porque Dios ama a unos más que a otros, sino porque la Trinidad Santísima auxilia a quienes la necesitan, aunque se haga esperar el tiempo que necesariamente ha de transcurrir para que quienes sufren por cualquier causa sean debidamente dotados de los dones y virtudes que necesitan para seguir superándose en todos los campos vitales en los que se desenvuelven.

"Os dará el Señor pan de asedio y aguas de opresión,

y después no será ya ocultado el que te enseña;

con tus ojos verás al que te enseña,

y con tus oídos oirás detrás de ti estas palabras:

«Ese es el camino, id por él», ya sea a la derecha, ya a la izquierda" (IS. 30, 20-21).

   Isaías nos dice que, aunque Dios permita que suframos, una vez hayamos superado el tiempo de la prueba, tendremos la oportunidad de ver al que nos enseña cara a cara, el cuál no es nuestro sacerdote, el catequista que nos instruye ni el predicador de turno de la radio, la TV ni de Internet, sino el mismo Dios. 

   2. El ejemplo de San José. 

   De la misma forma que Zacarías no creyó el anuncio de su paternidad, pero cuando su hijo fue circuncidado recuperó la voz y su fe, San José no podía concebir la idea de que su prometida le había sido infiel, no obstante, recordemos con el mayor número de detalles posible esta historia.

   "Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (LC. 1, 26-27).

   "La generación (Nacimiento) de Jesucristo fue de esta manera: Su Madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (MT. 1, 18).

   Según la Ley de los judíos, la primera parte de la celebración del matrimonio de José y María -la cuál era la celebración del contrato legal de su compromiso-, se había llevado a cabo, así pues, ambos estaban esperando que concluyera el año que según la Ley debía transcurrir para que se comprometieran a amarse y respetarse ante Dios en la celebración religiosa que concluía los requerimientos legales para que ambos pudieran convivir juntos al fin. Dado que todos los judíos -con la excepción de los esenios- no valoraban la virginidad, en la práctica, la gran mayoría de las parejas que se comprometían ante los hombres a amarse y respetarse mantenían relaciones sexuales, pues ello era visto como un hecho que en absoluto contradecía la Ley de Dios y de Israel.

   En el caso que nos ocupa, sabemos que Jesús no es descendiente de José, sino que nuestro Señor es Dios, pues, San Pablo, un gran conocedor del Antiguo Testamento, debió enseñarle a su discípulo, el Evangelista San Lucas, el siguiente pasaje de Isaías:

   "Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emmanuel (Dios con nosotros)" (IS. 7, 14).

   San José sufrió mucho cuando supo que su prometida estaba en estado de gestación, y que, el Hijo que ella esperaba, no era el fruto de la relación que ambos mantenían. Como todos sus hermanos de raza que contraían matrimonio, José esperaba de su prometida que le fuera fiel y obediente, y que también fuera una excelente ama de casa. Sin embargo, el estado actual de María, la cuál, quizá no le fue infiel, pero fue forzada a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad, derrumbó el castillo de sus ilusiones. Dado que José no tomó la decisión de denunciar a su prometida para que la misma fuera apedreada por causa de su supuesta relación de adulterio, suponemos que, el amor que sentía por ella, le impidió pensar que María era prostituta. En una sociedad tan machista como la Palestina, llama la atención el hecho de pensar que José no se dejara arrastrar por los celos, pues, en el libro de los Proverbios, leemos:

"Pero el que hace adulterar a una mujer es un mentecato;

un suicida es el que lo hace;

encontrará golpes y deshonra

y su vergüenza no se borrará.

Porque los celos enfurecen al marido,

y no tendrá piedad el día de la venganza" (PR. 6, 32-34).

   ¿Cómo podría explicarle María a su prometido que no le había sido infiel, y que su Hijo era el Redentor de Israel?

   ¿Cómo podría José afrontar el hecho de recordar la circunstancia que frustró su felicidad en cada ocasión que mirara al descendiente de su esposa?

   José sufrió la contradicción de tener que elegir una de dos disposiciones legales las cuales en su caso se contradecían, así pues, por una parte, él debía perdonar a María en el caso de que esta le hubiera sido infiel, pues uno de los Mandamientos de la antigua ley de Moisés, dice:    No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu

          pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo, Yahveh" (LV. 19, 18), y, por otra parte, tenía que cumplir este otro precepto: "Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, será muerto tanto el adúltero como la adúltera" (LV. 20, 10).

   Cuando siguiendo las indicaciones del ángel que se le apareció en un sueño José decidió aceptar a Jesús como si nuestro Señor fuera su Hijo, el esposo de María Santísima nació de nuevo, superando su crisis de fe, así pues, si sufrimos por causa de nuestros problemas familiares, porque no tenemos trabajo, porque nos flaquea la salud, o por cualquier otro motivo, que nuestro sí a la aceptación de la realización del designio de Dios en nuestra vida, nos ayude a crecer espiritualmente.