Fiesta. Bautismo del Señor, Ciclo C

San Lucas 3, 15-16.21-22: ¿Para qué sirve el Sacramento del Bautismo?

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

¿Para qué sirve el Sacramento del Bautismo? 

   En el número 1229 del Catecismo de la Iglesia publicado por la Santa Sede el pasado año 1992, leemos:

   "Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápido o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, el acceso a la comunión eucarística".

   Meditemos brevemente sobre la importancia de los citados elementos, a la luz de la Palabra de Dios contenida en la Biblia o Sagrada Escritura. 

   El anuncio de la Palabra. 

   San Pablo les escribió a los cristianos de Roma:

   "Así que la salvación está al alcance de todo aquel que invoca el nombre  del Señor. Ahora bien, ¿cómo van a invocar a aquel en quien no creen? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído su mensaje? ¿Y cómo van a oír su mensaje que no ha sido proclamado? Y, finalmente, ¿cómo va a proclamarse ese mensaje, si no existen los mensajeros? Por eso dice la Escritura: ¡Bien venidos sean los que llegan anunciando buenas nuevas!" (ROM. 10, 13-15).

   Aunque según la fe que profesamos quienes no forman parte de la Iglesia católica no tienen por qué estar privados del hecho de ser salvos, los católicos, al mantener la creencia de que el conocimiento de Dios es esencial para que podamos alcanzar la plenitud de la felicidad, tenemos el deber de predicarles la Palabra de Dios a quienes quieran conocer a nuestro Padre común, con el fin de que sea aumentado el número de los hijos de la Iglesia, nuestros nuevos hermanos con los que hemos de compartir las creencias que mantenemos firmemente, pues las tales son la mayor riqueza que tenemos.

   San Pablo nos ha hecho meditar sobre la siguiente pregunta: ¿Cómo va a proclamarse el Evangelio, si no existen los evangelizadores? Esta pregunta que puede parecernos triste al considerar que tal como está el mundo actualmente es imposible el hecho de que haya gente verdaderamente interesada en conocer la Palabra de dios, debe ser respondida desde el interior de nuestros corazones, y, la respuesta a esta pregunta, debería actuar en nuestro interior como un rayo de luz en medio de la oscuridad de la noche. De la misma manera que quienes padecen depresión deben actuar para aliviar sus síntomas depresógenos en la medida que ello les sea posible en vez de estar permanentemente pensando en sus problemas, nosotros, en vez de decir que los religiosos son los únicos responsables de la predicación del Evangelio, en vez de dejarles ese trabajo a otros cristianos, deberíamos considerar la posibilidad de predicar el Evangelio, dado que seríamos los primeros beneficiados de ese trabajo, ya que tendríamos la obligación de conocer en profundidad la Palabra de Dios, ora para responder las preguntas de nuestros oyentes, ora para fortalecer nuestra fe, que no siempre está a la altura de la superación de las circunstancias que podemos vivir cuando menos las esperamos.

   Recordemos cómo San Pablo exhortó al joven Obispo Timoteo para que predicara la Palabra de Dios, aun cuando la misma no fuera acogida debidamente entre sus oyentes:

   "Proclama el mensaje e insiste en todo momento, tanto si gusta como si no gusta. Argumenta, reprende, exhorta, echando mano de toda tu paciencia y tu competencia en enseñar" (2 TIM. 4, 2).

   San Pablo nos pregunta: ¿Cómo va a creer el mundo en Dios, si no ha oído el mensaje de salvación? Si la gente que os rodea no cree en Dios, ¿cómo va a ser invocado por ellos nuestro Padre común?

   Es necesario que aprendamos a invocar a Dios, con el fin de que comprobemos cómo se cumple en nosotros el siguiente extracto de los Salmos:

"Sabed que Yahveh mima a su amigo,

Yahveh escucha cuando yo le invoco" (SAL. 4, 4). 

    La acogida del Evangelio que lleva a la conversión. 

   Si quienes hemos sido bautizados tenemos el deber de predicar el Evangelio, quienes desean recibir el citado Sacramento, tienen el deber de acoger el Evangelio, en cuya existencia no sólo han de creer de palabra, pues han de aceptar la Buena Nueva de nuestra salvación, hasta tener el deseo de adaptarse al cumplimiento de la voluntad de Dios en su vida. El Catolicismo se diferencia de otras religiones en que no les exige a quienes desean bautizarse un gran conocimiento de la Palabra de Dios, pues entiende que, conforme meditamos las Sagradas Escrituras diariamente, el Espíritu Santo se encarga de acrecentarnos la necesidad de conocer más y mejor a la Santísima Trinidad.

"Hijo mío, si das acogida a mis palabras,

y guardas en tu memoria mis mandatos,

prestando tu oído a la sabiduría,

inclinando tu corazón a la prudencia;

si invocas a la inteligencia

y llamas a voces a la prudencia;

si la buscas como la plata

y como un tesoro la rebuscas,

entonces entenderás el temor de Yahveh

y la ciencia de Dios encontrarás.

Porque Yahveh es el que da la sabiduría,

de su boca nacen la ciencia y la prudencia.

Reserva el éxito para los rectos,

es escudo para quienes proceden con entereza,

vigila las sendas de la equidad

y guarda el camino de sus amigos.

Entonces entenderás la justicia, la equidad y la rectitud:

todos los senderos del bien" (PR. 2, 1-9). 

   La profesión de fe. 

   Si quienes desean bautizarse aceptan el Evangelio hasta llegar a desear acatar el cumplimiento de la voluntad de Dios en su vida, los tales tienen que profesar su fe, no sólo recitando el Credo en las celebraciones eucarísticas, sino viviendo como verdaderos hijos de Dios en un mundo marcado por la carencia de fe en nuestro Padre común. Es necesario que ningún catecúmeno tenga mucha prisa para ser bautizado, pues es importante que nuestros futuros hermanos conozcan la fe que profesamos suficientemente como para no renegar de la misma una vez que concluya su periodo formativo actual.

   La preparación del Bautismo no debe consistir únicamente en la asistencia a una serie de charlas monótonas, sino en la puesta a prueba del conocimiento, los dones y virtudes de los catecúmenos, con el fin de que los mismos se bauticen teniendo bastante conocimiento de lo que es la vida cristiana, pues demasiados supuestos seguidores de Jesús hay en el mundo que adaptan la fe a sus intereses, no aman a sus prójimos los hombres, y sólo se acuerdan de Dios cuando les interesa ver milagros. 

   El Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, y el acceso a la comunión eucarística. 

   Una vez que los catecúmenos comprenden lo que comporta el hecho de abrazar nuestra fe universal, y aceptan el hecho de cumplir la voluntad de Dios en su vida, ya están dispuestos a ser bautizados, no sabiendo que han de olvidarse de Dios el día siguiente a la recepción de este Sacramento de iniciación cristiana, sino que el mismo es su acceso a la Iglesia, de la cual han de recibir toda la formación que necesiten para vivir como cristianos religiosos o laicos, pues todos los hijos de Dios tenemos una vocación relacionada con la salvación del mundo. 

   ¿Para qué sirve el Bautismo? 

   El Bautismo significa que nos hemos formado convenientemente para ser hijos de Dios y miembros activos de la Iglesia.

   El Bautismo significa que es posible creer en Dios a pesar de que el mundo está marcado por la desconfianza tanto en Dios como en el hombre.

   El Bautismo significa que existe la posibilidad de aplicar nuestros conocimientos recibidos de Dios y obtenidos por los científicos para solventar nuestras dificultades.

   El Bautismo significa que, independientemente del odio que pueda caracterizar determinados ambientes, es posible el hecho de que los hombres nos amemos, más allá de las diferencias que nos separan.

   El Bautismo significa que, en este mundo en el que muchos no nos conocemos, tenemos la posibilidad de vivir como hermanos.

   El Bautismo significa que, en este día en el que acabamos la Navidad y comenzamos a vivir la primera parte del Tiempo Ordinario, no vamos a olvidar los sentimientos que hemos experimentado ni todo lo bueno que hemos recordado y aprendido, y que vamos a intentar vivir inspirados por ese conocimiento de Dios y de sus hijos los hombres, con el fin de crear una sociedad mundial más justa y equitativa. Amén.