Fiesta: Los Santos Inocentes, mártires (28 de diciembre)

San Mateo 2,13-18: ¿Señor Dios, si eres nuestro Padre y nos amas, ¿por qué permites que el dolor nos atormente?

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

¿Señor Dios, si eres nuestro Padre y nos amas, ¿por qué permites que el dolor nos atormente? 

   A pesar de que la Iglesia nos pide que no nos entreguemos a la vivencia del placer excesivo, nos es necesario reconocer que difícilmente podemos escapar del consumismo excesivo característico del tiempo de Adviento y Navidad. Ya que durante este tiempo recordamos las dos venidas del Redentor de la humanidad a nuestro encuentro, y la alegría que nos caracteriza a la hora de celebrar la Navidad con quienes más amamos, precisamente porque creemos en el citado mensaje, la Liturgia de la Iglesia, para los desconocedores de nuestra fe, contrasta brutalmente con dicha alegría, por las siguientes causas:

   -El pasado día veinticinco, al celebrar la Natividad del Señor, en la Misa del día recordamos la vida del Mesías, el cual murió para redimirnos del pecado y exterminar nuestras miserias actuales.

   -El día veintiseis recordamos el martirio de San Esteban, un Santo ejemplar que dio su vida por Cristo y por la proclamación del Evangelio.

   -Ayer recordamos la vida de San Juan Apóstol y Evangelista, un Santo muy sabio que supo afrontar con extraordinaria valentía las persecuciones que soportó con tal de no renegar de su ejemplar fe.

   -Hoy, veintiocho de diciembre, recordamos uno de los pasajes evangélicos menos explicables para los cristianos de todos los tiempos si nos atenemos a nuestra manera de explicitar los acontecimientos que nos acaecen, sobre todo si tenemos en cuenta que, el mismo ángel que avisó a José para que salvara la vida de Jesús, si Dios lo hubiera querido, podría haber salvado la vida de los Santos Niños de Belén que, aunque decimos de ellos que son los primeros mártires de nuestra fe, aún no sabemos por qué Dios permitió su muerte, pues podemos pensar que el Todopoderoso fue injusto al dejarlos morir, ya que no tenían ni la edad ni la capacidad suficientes para tomar la decisión de dejarse sacrificar o de renunciar a la creencia en Dios con tal de conservar la vida.

   Aunque culpamos a Dios por la muerte de los Inocentes de Belén y sus alrededores, es conveniente que pensemos si nos manifestamos enérgicamente en contra del aborto y del maltrato social a los débiles, pues también ellos son víctimas de injusticias cuya felicidad nos hha concedido nuestro Padre común para que se la hagamos conocer y les enseñemos a gozar de la misma.

   En el caso de los niños no nacidos, es necesario educar a los hombres para que aprendan a amar y respetar inmensamente a las mujeres, y no las utilicen como si fueran objetos productores de placer según los instan  a ello los promotores del cine herótico, es necesario enseñar a las mujeres a que se amen a sí mismas y se hagan respetar por los hombres, conviene enseñarles a los familiares de las mujeres embarazadas que sus hijas y/o hermanas deben ser amadas y no despreciadas como si hubieran cometido un crimen imperdonable, y han de ponerse a disposición de las mujeres que están en estado de gestación todos los medios posibles para que puedan criar y educar adecuadamente a sus hijos.

   Tradicionalmente, el veintiocho de diciembre es el día en el que contamos más chistes y gastamos más bromas de todo el año. ¿Sucede esto porque nos resignamos ante la existencia del mal y nos aplicamos el refrán "al mal tiempo buena cara" cuando no nos toca sucumbir bajo los efectos del dolor, o porque intentamos estar muy alegres con tal de no pensar en los motivos por los que sufrimos?

   El veintiocho de diciembre es uno de los días más difíciles de vivir del tiempo de Navidad para muchos de nuestros hermanos que padecen depresión, especialmente en el caso de quienes recuerdan a sus niños que han fallecido. Hoy se congregan ante el altar de nuestro Señor quienes, aunque aún no pueden contestar todos los interrogantes relacionados con la existencia del sufrimiento, se resisten a perder la fe, porque tienen la esperanza de que algún día, nuestro Padre común, al mismo tiempo que secará las lágrimas de sus ojos, resolverá todas las dudas que actualmente les hacen sufrir.

   Si el hecho de pensar en las cabezas de los pequeños betlemitas que los componentes de una centuria de soldados romanos cortaron diestramente nos produce horror y espanto, no nos sentimos mejor cuando pensamos en los que viven la amarga experiencia de habitar fuera de su patria de la que tienen que huir en tiempos de guerra sin saber lo que les va a suceder en cualquier momento, por lo que viven sobresaltados y con el estrés característico de quienes se esperan que les suceda lo peor.

   En el Evangelio de San Mateo, leemos:

   "Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al  niño para matarle.» El se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto" (MT. 2, 13-14).

   ¿Os imagináis lo que hubiera sucedido si José hubiera pensado que el ángel que se le apareció en sueños simplemente era una fantasía que formó parte de una simple y falsa pesadilla? Como aquella fue la segunda vez que José tuvo una visión, nuestro Santo no dudó en despertar a María y contarle lo que le había sucedido, mientras que ambos, medio dormidos y asustados porque temían los peligros de la noche y estaban muy afectados por el mensaje que José había recibido, se vistieron, cogieron al Niño y los más indispensables de sus bienes, y emprendieron el camino a donde sólo Dios abía que iban a llegar, pues estaban seguros de que los soldados de Herodes tardarían muy poco tiempo en recorrer los ocho kilómetros que separaban el pueblo de Belén de la capital de Judea para apoderarse de Jesús.

   Una vez abandonada la casa que tenían alquilada en Belén, en medio de los peligros de la noche, probablemente José y María se preguntaron: ¿Cómo es posible que Dios le encomiende el cuidado de su Hijo a un joven e indefenso matrimonio que sólo podría temblar ante los soldados del Rey en el caso de ser alcanzado por los mismos?

   ¿Qué camino tenía que tomar la Sagrada Familia para salvar al pequeño Jesús? ¿Dónde podrían refugiarse los padres de nuestro Salvador para reponer fuerzas antes de continuar su camino hacia donde sólo Dios sabía que iban a llegar? José y María no tenían tiempo para pensar, pues sólo tenían que pensar en el escaso tiempo del que disponían para correr a salvar la vida de su Hijo.

   Era preciso que José y María desaparecieran misteriosamente de Belén, por si se daba el caso de que los soldados interrogaban a sus conocidos sobre el paradero de la Sagrada Familia. Atrás quedó, una vez más, para José y María, la nueva vida que habían comenzado en un entorno diferente.

   Durante la noche, el temor de ser víctimas de posibles salteadores, hacía que José y María se estremecieran cada vez que escuchaban un ruido, o tenían la sensación de que albguien que caminaba cerca de ellos les perseguía.

   Dado que vivían como fugitivos, los padres del Señor tenían que dormir durante las horas de luz -si es que podían hacerlo- y caminar durante toda la noche, aprovechándose de la oscuridad para ser vistos por el menor número de personas posible, con tal de no dejar ningún rastro que les sirviera a los soldados de Herodes para encontrarlos.

   Duro fue el hecho de enfrentarse con un niño de dos años a la travesía del desierto, donde fueron víctimas del sol, la sed, la más inquietante soledad, y de los peligros de la arena.

   Existe en nuestro tiempo la tendencia a no hacer muchas cosas por miedo a la inseguridad. Deberíamos imitar a la Sagrada Familia cuya seguridad sólo fue la fe en Dios, la mejor certeza que tenemos de que nuestra vida no será un fracaso rotundo.

   Leamos unos versículos del Evangelio de San Mateo.

   "Entonces Herodes, al ver que había sido burlado por los magos, se enfureció terriblemente y envió a matar a todos  los niños de Belén y de toda su comarca, de dos años para abajo, según el tiempo que había precisado por los magos. Entonces se cumplió el oráculo del profeta Jeremías:

Un clamor se ha oído en Ramá,

mucho llanto y lamento:

es Raquel que llora a sus hijos,

y no quiere consolarse,

porque ya no existen" (MT. 2, 16-18).

   Herodes, carcomido por la rabia que le produjo el hecho de ser engañado por los astrólogos orientales que conocemos como Reyes Magos, ordenó la matanza de todos los niños menores de dos años de Belén y sus alrededores, no porque le temía a Jesús, sino por temor a que en su reino apareciera un movimiento revolucionario mesiánico al que tuviera que enfrentarse. El temor de Herodes no radicaba en la posibilidad de no poder disolver dicho movimiento, pero le era preferible asesinar a aquel de quien se suponía que iba a liderar a los sublevados del futuro.

   Era tan normal el hecho de que Herodes hiciera que sus soldados cometieran asesinatos, que Josefo pasa por alto en sus obras el episodio que estamos meditando. ¿Qué le iban a importar a Herodes un número aproximado de entre veinte y treinta niños si asesinó a su esposa la princesa asmonea -o macabea- Mariamna y a tres de sus hijos?

   Los Santos Niños de Belén son considerados los primeros mártires de nuestra fe, porque su ejecución hizo que los soldados del Rey creyeran que habían asesinado a Jesús, a pesar de que nuestro Señor no cayó en sus manos. Aunque murieron sin la opción de decidir lo que querían hacer con sus vidas como les sucedió a muchos cristianos que durante las décadas y siglos posteriores murieron y/o renunciaron de sus creencias, Dios les concedió la vida eterna a quienes fueron salvadores del Salvador, y son para nosotros ejemplos a imitar, en el sentido de que tenemos que vivir nuestras dificultades, si nos es posible, sin quejarnos demasiado.