Fiesta: San Esteban, protomártir. (26 de diciembre)

San Mateo 10,17-22: ¿Dónde están los cristianos de nuestros días que imitan la fe de los grandes personajes bíblicos?

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

¿Dónde están los cristianos de nuestros días que imitan la fe de los grandes personajes bíblicos? 

   De la misma manera que durante la Semana Santa recordamos tantos acontecimientos que muchas veces carecemos del tiempo que nos es necesario para meditarlos todos adecuadamente, en el tiempo de Navidad nos ocurre exactamente lo mismo, dado que la Liturgia de la Iglesia está adaptada a un ritmo de estudio que requiere de nosotros muchas horas de dedicación semanales con el fin de que podamos abarcar todo el conocimiento de la Palabra de Dios que podemos adquirir a través de la misma.

   Como no todos los cristianos tenemos el tiempo que necesitamos para meditar la Palabra del Señor diariamente, y muchos de los que tienen tiempo no desean emplearlo en ello, existen celebraciones navideñas muy importantes para nosotros, a las cuales no les prestamos atención. Aparte de los Domingos de Adviento, la celebración de la Inmaculada Concepción de María que conmemoramos el ocho de diciembre, y de la Natividad del Mesías que celebramos ayer, las cuales son:

   -El día de San Esteban, que conmemoramos hoy,

   -El día de San Juan Apóstol y Evangelista, que celebraremos mañana,

   -y el día de los Santos Inocentes, que viviremos el próximo día veintiocho del presente mes.

   Si ayer al vivir la Natividad de nuestro Señor recordamos lo que el Mesías hizo por nosotros, -es decir, nuestra redención-, San Esteban es un perfecto ejemplo de lo que nosotros debemos hacer por Dios, de quien en el libro de los Salmos leemos que es "mi camarada, mi amigo y confidente" (SAL. 55, 14).

   ¿Quién era San Esteban?

   "Por entonces, debido a que el número de los discípulos era muy grande, surgió un conflicto entre los creyentes de procedencia griega y los nativos de Palestina. aquéllos se quejaban de que estos últimos no atendían debidamente a las viudas de su grupo cuando distribuían el sustento diario. Los doce apóstoles reunieron entonces a todos los fieles y les dijeron:

   -No conviene que nosotros dejemos de proclamar el mensaje de Dios para ocuparnos en servir a las mesas. Por tanto, hermanos, escoged entre vosotros a siete hombres de buena reputación, que estén llenos de Espíritu Santo y de sabiduría, y les encomendaremos esta misión. Así podremos nosotros dedicarnos a la oración y a la proclamación del mensaje.

   Toda la comunidad aceptó de buen grado esta propuesta, y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, y a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, un prosélito de antioquía. Los presentaron a los apóstoles, quienes, haciendo oración por ellos, les impusieron las manos" (HCH. 6, 1-6).

   Aunque los Apóstoles les manifestaron a los creyentes la necesidad existente de que ellos se dedicaran a orar y a predicar el Evangelio en vez de ocuparse de servir a las viudas pobres, vieron conveniente el hecho de que siete diáconos se encargaran de alimentar a tales desposeídas de bienes materiales, pues entendieron que el Evangelio no se debe transmitir exclusivamente predicando la Palabra de Dios, sino haciendo el bien, pues ello redunda en la credibilidad del mensaje divino por parte de los que no creen en Dios y también por parte de aquellos de nuestros hermanos que tienen una fe débil, así pues, si yo escribo en las ediciones de Padre nuestro que debemos hacer el bien, y me ocupo en incumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, obviamente, mi predicación carecerá de credibilidad, por parte de quienes me conocen personalmente, y son testigos presenciales de muchos de mis actos.

   Ya que hemos recordado que aunque para los Apóstoles la oración y la predicación del Evangelio eran de suma importancia, pero que a pesar de ello no quisieron descuidar la alimentación de los carentes de bienes materiales, estos hechos deberían hacernos pensar en lo que hacemos por nuestro Padre común en las personas de nuestros prójimos, pues, aunque no podemos hacer nada por Dios porque Él es Todopoderoso, nuestro Creador quiere que actuemos por su medio para socorrer a aquellos de nuestros hermanos los hombres que tienen carencias de cualquier índole.

   Aunque los últimos seis diáconos de la lista de los escogidos para alimentar a las viudas en el relato de los Hechos de los Apóstoles que estamos meditando sólo aparecen nombrados, Esteban, no sólo encabeza la citada lista, sino que San Lucas escribió de él que estaba lleno de fe y del Espíritu Santo, y, también, en el versículo ocho del capítulo seis de los Hechos de los Apóstoles, se dice del citado Santo:

   "El favor y el poder de Dios estaban plenamente con Esteban, que realizaba milagros y prodigios entre el pueblo".

   Muchas veces nos preguntamos: ¿Por qué en nuestros días no existen grandes personajes que, imitando el poder de los grandes predicadores de Dios del pasado que aparecen en la Biblia, actúen inspirados por el Espíritu Santo, convirtiendo a grandes cantidades de gente al Señor, y obrando grandes prodigios?

   A quienes se hacen esta pregunta, antes de darles una respuesta satisfactoria a la misma, les voy a hacer unas preguntas, cuya respuesta deben considerar cuidadosamente:

   ¿SE le apareció Dios a Esteban para inculcarle la fe que le caracterizaba?

   ¿Cómo sabían los creyentes que Esteban actuaba bajo la inspiración del Espíritu Santo, porque vieron cómo el Paráclito poseía a dicho siervo de Dios, o porque las obras de nuestro Santo eran un testimonio perenne de que Esteban estaba lleno del Espíritu de Dios?

   ¿Se le apareció Dios a San Esteban para decirle que alimentara adecuadamente a las viudas, o nació en su interior la necesidad de ver saciados de alimentos a los más desvalidos de sus hermanos de raza?

   Pensemos en nuestra Santa Madre. ¿Cómo fue posible el hecho de que María aceptara como verídicas las palabras de San Gabriel, el cual probablemente se le apareció en un sueño?

   De haber carecido de fe, ¿no hubiera podido pensar María que el ángel de su sueño no era más que la encarnación del deseo que tenía de que se cumplieran las promesas que Dios le hizo a su pueblo a través de los predicadores de nuestro actual Antiguo Testamento, es decir, una vana ilusión?

   Muchas veces decimos que no creemos en Dios porque no tenemos las pruebas que necesitamos para convencernos de su existencia, pero, cuando María recibió el increíble mensaje de que tenía la opción de ser nada menos que la Madre de Dios, aunque pensó que ello debería acontecer mediante un milagro del Altísimo, porque no había mantenido relaciones carnales con San José, teniendo muchas dudas por resolver, le dijo a San Gabriel:

   ""He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra"" (CF. LC. 1, 38).

   Aún sin saber cómo Dios haría de ella su Madre sin romper su voto de virginidad, el corazón de María, más allá de sus dudas, le fue dócil a la Palabra de Dios, de la cual escribió el autor de la Carta a los Hebreos:

   "Fuente de vida y de eficacia es la palabra de Dios; más cortante que espada de dos filos, y penetrante hasta el punto de dividir lo que el hombre tiene de más íntimo, de llegar hasta lo más profundo del ser humano, de poner al descubierto los más secretos pensamientos e intenciones" (HEB. 4, 12).

   ¿Qué tenían San Esteban y nuestra Santa Madre que nos falte a nosotros para que seamos grandes en el campo de la fe tal como ellos pudieron serlo, con la salvedad de que, al compararnos con María, ella fue privada de la ocasión de pecar?

   La respuesta al último interrogante que os he planteado responde satisfactoriamente la pregunta cuya respuesta me ha quedado pendiente: ¿Por qué en nuestros días no existen grandes personajes que, imitando el poder de los grandes predicadores de Dios del pasado que aparecen en la Biblia, actúen inspirados por el Espíritu Santo, convirtiendo a grandes cantidades de gente al Señor, y obrando grandes prodigios?

   Cuando San Esteban, probablemente durante los años de su niñez, comenzó a ser instruido, -como todo buen israelita-, en el conocimiento de Dios, lo que menos pudo imaginarse, era que Dios lo tenía predestinado para llevar a cabo una misión muy importante en la Iglesia primitiva.

   Igualmente, María, una niña que fue educada para contraer matrimonio sin que importara su voto de virginidad, ya que tanto su padre como su marido tenían poder legal para anular el mismo, aunque tenía muy claro que el deseo de cumplir dicho voto la podía hacer sufrir inmensamente, dado que por ser mujer no tenía poder para decidir lo que quería hacer con su vida, lo que menos podía imaginarse, es que ella iba a ser, precisamente, la Madre del Redentor de Israel.

   En nuestro tiempo no encontramos grandes ejemplos de fe por dos razones:

   1. Los grandes portadores de la fe son pocos, y están distribuidos por el mundo, donde sólo Dios sabe encontrarlos.

   2. No nos interesa formarnos en el conocimiento de la Palabra de Dios, y, en el caso de que deseemos adquirir el citado conocimiento, no queremos tener fe en nuestro Padre común hasta llegar al punto de ponernos a su servicio, no con la intención de alcanzar altas metas, sino con el deseo de que Él haga de nosotros lo que desee.

   Aunque cuando contemplamos a los grandes Santos que aparecen en la Biblia nos es fácil verlos como grandes ejemplos de fe a imitar, nos es difícil imaginarlos sufriendo, despreciados por los hombres y, aparentemente, abandonados por el mismo Dios.

   San Lucas nos dice con respecto a San Esteban:

   "Pero unos miembros de la sinagoga llamada "de los libertos", a la que pertenecían también gentes de Cirene y Alejandría, así como de Cilicia y de la provincia de Asia, empezaron a discutir con él. Al no poder hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que se expresaba, sobornaron a unos individuos para que manifestaran que le habían oído pronunciar blasfemias contra Moisés y contra Dios. De este modo consiguieron soliviantar al pueblo, a los ancianos y a los maestros de la Ley. Salieron al encuentro de Esteban, le apresaron y le condujeron ante el Consejo Supremo" (HCH. 6, 9-12).

   Si es maravilloso el hecho de tener una sabiduría semejante a la de nuestro Señor, hay que tener una gran fe para que, lo mismo que el Mesías resistió su Pasión y muerte, en el caso de que tengamos una fe tan grande que podamos soportar esa prueba sin renegar de Él, sepamos glorificar a Dios, en el caso de que se nos persiga por envidia, como les sucedió tanto a Jesús como a San Esteban, de quien San Lucas escribió:

   "Hechos un puro grito, no quisieron escuchar nada más, y se arrojaron en masa sobre él. Le sacaron fuera de la ciudad y comenzaron a apedrearle. Los que participaban en el hecho confiaron sus ropas al cuidado de un joven llamado Saulo. Esteban, por su parte, oraba con estas palabras mientras era apedreado: -Señor Jesús, acoge mi espíritu. Luego dobló las rodillas y clamó en alta voz: -¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado! Y, sin decir más, expiró" (HCH. 7, 57-60).

   San Esteban imitó a Jesús hasta en las palabras que pronunció en su agonía.

   "Llegados al lugar llamado Calvario, le crucificaron allí a él (a Jesús) y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la  izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.» Se repartieron sus vestidos, echando a suertes" (LC. 23, 33-34).

   Concluyamos esta meditación pidiéndole a nuestro Padre celestial que nos ayude a tener fe en la Santísima Trinidad.