Solemnidad: Natividad del Señor

Misa de medianoche (Misa de Gallo)

San Lucas 2,1-14: La Navidad es la cumbre del Adviento. El mensaje central del Adviento.

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

La Navidad es la cumbre del Adviento. El mensaje central del Adviento. 

   Estimados hermanos y amigos:

   Os deseo una feliz Navidad. Permitámosle a nuestro Señor Jesucristo que nazca en nuestros corazones, con el fin de que podamos sentir que nuestra tierra es el cielo en el que mora Dios, y que el cielo que aguardamos por causa de la fe que tenemos en nuestro Padre común, sea nuestra residencia eterna, cuando finalice el tiempo de purificación y perfección que estamos viviendo.

   Todos los días, cuando nos informamos de los hechos que ocurren, ya sea en nuestro país, o en cualquier otra nación del mundo, los medios de comunicación nos transmiten noticias referentes a guerras y maltrato de personas indefensas. El mal se ha hecho presente en el mundo con una fuerza tan latente, que son muchos los que han llegado a la fatal conclusión de que no pueden confiar en quienes les rodean, así pues, cuando leemos en la Biblia el relato de la creación del mundo por parte de nuestro Padre común, en el cuál encontramos las siguientes palabras: "Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien" (CF. GN. 1, 31), nos preguntamos: Si es cierto que Dios creó un mundo perfecto, ¿de dónde salió el mal?

   Si no somos capaces de comprender que dependemos unos de otros para poder sobrevivir, si no entendemos que el mundo sólo puede progresar cuando existen personas capaces de renunciar a su egocentrismo para sacrificar su vida para que el mismo avance a todos los niveles y se enriquezca espiritual y materialmente, y si no aceptamos el hecho de que la creación de una sociedad en la que no se margine a ninguna persona depende de todos nosotros, independientemente de nuestro estado social, dado que todos podemos actuar con el pensamiento de ayudar a crecer a los demás para que ellos nos ayuden a poder avanzar a todos los niveles a nosotros, no tenemos que preguntarnos de dónde ha salido el mal, pues, al no esforzarnos para crear un mundo más justo que el actual, estamos poseídos por el citado mal, lo cuál nos convierte en los primeros perjudicados de nuestra forma de pensar y actuar.

   En este mundo en el que vivimos en el que circunstancialmente acaecen hechos que nos sorprenden, al llegar el tiempo de Adviento, la Iglesia Católica, todos los años, nos recuerda la Historia de la salvación de la humanidad, -el relato bíblico muy resumido que encierra en sí la Historia del género humano, el cuál, independientemente de lo marcado que esté por el sufrimiento y el pecado, ha sido redimido por el Dios de quien San Pablo escribió en su Carta a los Efesios: "Nos ha destinado de antemano, y por pura iniciativa de su benevolencia, a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo" (EF. 1, 5)-.

   Recordar la Historia de la salvación de la Humanidad en el tiempo de Adviento, no consiste en encerrarnos en nuestro caparazón con el fin de pensar en una utopía irrealizable, sino dejarnos invadir por la fuerza impetuosa y transformadora de la fe, la cuál nos mueve a esforzarnos para que, por la vivencia de nuestros valores, y la transmisión de la Palabra de Dios a nuestros prójimos los hombres, todos juntos nos sintamos motivados a vivir bajo la inspiración del amor de Dios, cuyo Espíritu Santo puede transformarnos a la imagen y semejanza de nuestro Creador, para que podamos crear la sociedad en la que soñamos vivir, después de haber superado las deficiencias que actualmente caracterizan nuestra vida.

   Si verdaderamente deseamos vivir en el Reino de Dios, aunque no somos todopoderosos para cambiar el mundo, hemos de esforzarnos para cambiar nosotros, pues, si lo deseamos, podremos superarnos en muchos aspectos, para que, al ver la transformación que vivimos, nuestros prójimos empiecen a creer que Dios existe, y que nuestro Padre celestial se vale de nosotros para llevar a cabo su designio salvador.

   Si analizamos superficialmente lo que significará el Reino de Dios para nosotros, comprenderemos la razón por la que debemos desear vivir en el mismo.

   "De la misma manera que los estudiantes que desean prosperar se preparan convenientemente para trabajar al concluir su formación académica, quienes deseamos alcanzar la sabiduría divina, nos preparamos para ser iluminados por el Espíritu Santo, a través de la lectura de la Biblia, la lectura de los escritos de los Padres de la Iglesia, la participación en catequesis, en comunidades y grupos cristianos, y la participación activa en la celebración de los Sacramentos. El motivo por el cuál queremos conocer al Dios Uno y Trino es muy claro, pues en el Evangelio de San Marcos encontramos las siguientes palabras del Señor Jesús: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio" (MC. 1, 15).

   Si verdaderamente el Reino de Dios está cerca de nosotros, nos preguntamos: ¿De qué manera influirá el Reino de Dios en nuestra vida?

   El primero de los Profetas mayores, escribió:

   "Decid a los de corazón apocado: Esforzaos, no temáis; he aquí que vuestro Dios viene con retribución, con pago; Dios mismo vendrá, y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos, y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad" (IS. 35, 4-6).

   El Profeta inspirado nos hace entender que cuando el Reino de Dios sea plenamente instaurado entre nosotros no existirán las enfermedades. Isaías nos dice con respecto a los moradores del Reino de Dios: "No dirá el morador: Estoy enfermo; al pueblo que more en ella (la Jerusalén celestial) le será perdonada la iniquidad" (IS. 33, 24).

   ¿Cómo será esto posible? Isaías responde esta pregunta indicándonos que hemos sido redimidos por Jesús: "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; más Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros" (IS. 53, 4-6).

   Si Jesús sufrió como enfermo y murió tal como nos sucederá a nosotros algún día, no podemos acusar a Dios de habernos afligido, como si no conociera lo difíciles que pueden ser de soportar algunas circunstancias para nosotros, aunque Dios permite que vivamos las mismas, porque las tales nos pueden fortalecer espiritualmente.

   Otro signo evidente de la instauración del Reino de Dios entre nosotros, será el hecho de que nadie será explotado por ninguna persona que le supere en poder ni en riqueza. Seguramente todos hemos oído en alguna ocasión hablar de acoso laboral, pero esta situación no se dará en el Reino de Dios, pues nuestro Profeta escribió: "Juró Jehová por su mano derecha, y por su poderoso brazo: Que jamás daré tu trigo por comida a tus enemigos, ni beberán los extraños el vino que es fruto de tu trabajo; sino que los cosechan lo comerán, y alabarán a Jehová; y los que lo vendimian, lo beberán en los atrios de mi santuario" (IS. 62, 8-9).

   San Pablo insta a los trabajadores y a los patronos para que cooperen en la instauración del reino de Dios entre nosotros: "Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ese recibirá del Señor, sea siervo o sea libre. Y vosotros, amos, haced con ellos lo mismo, dejando las amenazas, sabiendo que el Señor de ellos y vuestro está en los cielos, y que para él no hay acepción de personas" (EF. 6, 5-9).

   El exterminio de la pobreza será otro signo de la instauración del Reino de Dios entre nosotros: "Porque él (Dios) librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere a quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos" (SAL. 72, 12-14).

   "Edificarán casas, y morarán en ellas; plantarán viñas, y comerán el fruto de ellas. No edificarán para que otro habite, ni plantarán para que otro coma; porque según los días de los árboles serán los días de mi pueblo, y mis escogidos disfrutarán la obra de sus manos. No trabajarán en vano, ni darán a luz para maldición; porque son linaje de los benditos de Jehová, y sus descendientes con ellos" (IS. 65, 21-23).

   "Sostiene Jehová a todos los que caen, y levanta a todos los oprimidos. Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, y colmas de bendición a todo ser viviente" (SAL. 145, 14-16).

   El Reino de Dios será pacífico. "Guarda silencio ante Jehová, y espera en él. No te alteres con motivo del que progresa en su camino, por el hombre que hace maldades. Deja la ira, y desecha el enojo; no te excites en manera alguna a hacer lo malo porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz" (SAL. 37, 7-11).

   "Jehová es el Dios "que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra" (SAL. 46, 9).

   "Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra" (IS. 2, 4).

   La seguridad será otro de los signos característicos del Reino de Dios. "Y el efecto de la justicia será paz, y la labor de la justicia, reposo y seguridad para siempre" (IS. 32, 17).

   La eliminación de la tristeza de nuestros corazones también indicará el comienzo de una nueva vida para la humanidad, sin que necesitemos tener fe para disfrutarla plenamente. "Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas (características de este mundo) pasaron" (AP. 21, 4).

   Dios nos promete que en su Reino olvidaremos el sufrimiento característico de nuestra vida actual: "Porque he aquí que yo crearé nuevos cielos y nueva tierra; y de lo primero no habrá memoria, ni más vendrá al pensamiento" (IS. 65, 17).

   Tal como hemos visto en el pasaje del Apocalipsis que acabamos de meditar, quienes vivan en el Reino de Dios, no morirán jamás. (Dios) "destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra, porque Jehová lo ha dicho" (IS. 25, 8).

   Las siguientes palabras de Jesús son un motivo de alegría para nosotros: "En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis" (JN. 14, 2-3).

   Quizá quienes tengáis una fe débil os preguntéis: ¿Cómo será posible que exista la resurrección de los muertos? Aunque no podemos describir la forma en la que veremos cómo nosotros mismos seremos resucitados y cómo recuperarán la vida nuestros familiares y amigos queridos, tenemos una garantía digna de tener presente para que nuestra creencia no se debilite, pues San Pablo le escribió a Tito: "Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, conforme a la fe de los escogidos de Dios y el conocimiento de la verdad que es según la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos" (TT. 1, 1-2).

   "Dios no es hombre, para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?" (NUM. 23, 19).

   Efectivamente, Dios no puede mentir, porque, el hecho de pecar, es contrario a su perfecta manera de conducirse por las sendas de amor, paz y justicia por las que desea que lo sigamos.

   Jesús le dijo a Marta antes de resucitar a Lázaro: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?" (JN. 11, 25-26).

   "Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (JN. 3, 16-17).

   "Y esta es la vida eterna -dijo Jesús en su oración sacerdotal-: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (JN. 17, 3).

A `pesar de las maravillosas promesas que esperamos que Dios cumpla, no hemos de olvidar bajo ningún concepto que nuestro Criador es un Dios de justicia, a pesar de que también es un Dios de amor. Es cierto que esperamos que nuestro Creador cumpla todas las promesas gracias a lo cuál alcanzaremos la felicidad en su presencia, pero también es verdad que hemos de ganarnos la vivencia en el Reino de Dios. Yo sé que nosotros no podemos salvarnos por mediación del cumplimiento de la Ley de Dios porque nuestra imperfección es muy inferior a la perfección de nuestro Padre común, pero, la salvación por la mediación de la fe, no ha de hacer que dejemos de cumplir los mandamientos divinos. Nosotros, siguiendo el ejemplo de las vírgenes prudentes del Evangelio de hoy, tenemos que permanecer vigilantes, en atención a las palabras de Jesús: "Pero sabed esto, que si supiese el padre de familia a qué hora el ladrón había de venir, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del hombre vendrá" (LC. 12, 39-40).

   Esforcémonos por ser hijos de Dios, "porque es necesario que esto corruptible (nuestro cuerpo) se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad. Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria" (1 COR. 15, 53-54)" (Extracto de Padre nuestro, Domingo XXXII Ordinario del ciclo A, año 2008).

   El hecho de que aún posiblemente falten miles -o millones- de años para que Dios concluya la instauración de su Reino entre nosotros no nos desanima, pues San Pedro escribió en su segunda Carta: "De cualquier modo, queridos hermanos, hay una cosa que no debéis olvidar: que, para el Señor, un día es como mil años, y mil años como un día. No es que el Señor se retrase en cumplir lo prometido, como algunos piensan; es que tiene paciencia con vosotros, y no quiere que ninguno se pierda, sino que todos se conviertan" (2 PE. 3, 8-9).

   Dado que vivimos un número de años muy limitado, tenemos tendencia a desesperarnos cuando vivimos situaciones que consideramos adversas por el sufrimiento que las caracteriza. A pesar de ello, ya que nuestro Padre común, -el cuál es inmortal y glorioso-, sabe en qué tiempo conviene a nuestra salvación que concluya la instauración de su Reino entre nosotros, hemos de confiar en que la Historia de la Humanidad no acabará mal, pues, lo mismo que muchos creyeron que Jesús no iba a resucitar de entre los muertos, por más injusticias que sucedan en nuestro entorno social, tenemos que tener la seguridad plena de que Dios cambiará las mismas por motivos de júbilo eterno.