III Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

San Lucas 4,14-21: ¿Qué pensamos de Jesús, y qué tipo de cristianos somos?

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

 Introducción. 

   "SE cuenta que un cierto día un hombre recién convertido a la fe católica iba caminando a toda prisa, mirando por todas partes, como buscando algo. SE acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó:

   "Por favor, señor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano?".

   El anciano, encogiéndose de hombros, le contestó:

   "Depende del tipo de cristiano que ande buscando".

   "Perdone -dijo contrariado el hombre-, pero yo soy nuevo en esto y no conozco los tipos de cristianos que hay. Sólo conozco a Jesús".

   Y el anciano añadió:

   "Pues así amigo; hay de muchos tipos y los hay para todos los gustos: hay cristianos por tradición, cristianos por cumplimiento y cristianos por costumbre; cristianos por superstición, por rutina, por obligación, por conveniencia; y también hay cristianos auténticos...".

   "¿Los auténticos!. ¿Esos son los que yo busco"!. ¿Los de verdad" -exclamó el hombre emocionado-.

   "¿Vaya! -dijo el anciano con voz grave-. Esos son los más difíciles de ver. Hace ya mucho tiempo que pasó uno de esos por aquí, y precisamente me preguntó lo mismo que usted".

   "¿Cómo podré reconocerle?" -le preguntó-.

   Y el anciano contestó tranquilamente:

   "No se preocupe amigo. No tendrá dificultad en reconocerle. Un cristiano de verdad no pasa desapercibido en este mundo de sabios y engreídos. Lo reconocerá por sus obras. Allí donde van, siempre dejan una huella"".

   (Desconozco el autor de este relato).

   Amparo es una bella e inteligente mujer muy pobre que tiene un problema por cuya existencia raramente puede conseguir que todos los trabajos que consigue le duren más de dos semanas. A pesar de que es inteligente, guapa y agradable, y de que quienes la han contratado en sus empresas han lamentado el hecho de despedirla por la productividad tan excelente de sus múltiples trabajos, los mismos se han desecho de ella cuando por medio de sus amigos y/o clientes han conocido el problema que tiene.

   María, la hermana de Amparo, pasó cuatro años encarcelada por causa de sus actividades ilegales. Aunque actualmente está en libertad, dado el recelo con el que la sociedad las mira a su hermana y a ella, se ha visto obligada a robar, con el fin de poder sobrevivir, y cuidar a su anciana madre.

   Sería positivo el hecho de que vivamos evitando juzgar temerariamente a la gente. Es cierto que existen pasajes de la historia del Catolicismo bastante dudosos y gravemente marcados por los pecados que muchos creyentes han cometido, pero no por ello todos los católicos de todos los tiempos anhelamos el hecho de ser poderosos hasta el punto de matar precisamente en el nombre de Aquel de quien creemos que es el autor de la vida.

   En honor a la verdad, los católicos no somos ni mejores ni peores personas que quienes carecen de nuestra fe.

   -Los cristianos por tradición son aquellos a quienes se les ha transmitido nuestra fe mediante la influencia que sus antepasados han ejercido sobre ellos. En este grupo de creyentes hay grandes conocedores de los dogmas de la Iglesia y de las tradiciones cristianas y grandes desconocedores de la Palabra de Dios -a los que llamamos cristianos por costumbre o por rutina-, que, aunque celebran puntualmente todos los días de precepto eclesiásticos, no saben el por qué de la existencia de nuestras tradiciones, pues viven nuestra fe automáticamente, porque la gente que les rodea actúa de la misma forma que ellos lo hacen.

   -Los cristianos por cumplimiento cumplen todos los detalles incluidos tanto en la Ley de Moisés que están relacionados con nuestra fe como en los documentos de la Iglesia, pero no lo hacen por fe, sino por miedo a que se les condene a ser quemados en el infierno.

   -Los cristianos por superstición son aquellos que siempre les hacen promesas a los Santos y a Dios (no a Dios y a los Santos, fijaos qué curioso es este hecho), intentando sobornar a los tales para que, a cambio de ofrecerles sacrificios insignificantes, les hagan grandes milagros.

   -Los cristianos por obligación son aquellos que son obligados a fingir que aceptan nuestra fe (válganos el ejemplo de los adolescentes que son presionados por sus padres para que estudien Religión Católica), y aquellos que se sacrifican hasta el punto de poner su vida en peligro con tal de salvar su alma de las llamas del infierno, o con tal de conseguir de los Santos o de Dios favores que desean en algunos casos más que el hecho de seguir vivos.

   -Los cristianos por conveniencia son aquellos que fingen ser creyentes con tal de que el ejercicio de la fe que profesamos les aporte algún tipo de ganancia.

   -Los cristianos auténticos son aquellos que se amoldan al cumplimiento de la voluntad de Dios en su vida. 

   1. ¿Qué pensamos de Jesús? 

   Para comprender lo que le sucedió a nuestro Señor cuando volvió a Nazaret -su tierra- después de haber comenzado su Ministerio público, es necesario que recordemos cómo nuestro Salvador dio el gran paso de dejar de trabajar en el taller de José y de convertirse en predicador.

   Antes de comenzar su Ministerio público, nuestro Señor se hizo bautizar por San Juan el Bautista (MC. 1, 9-11).

   Después de ser bautizado, Jesús se retiró al desierto a meditar durante cuarenta días, un tiempo que fue aprovechado infructuosamente por el demonio para intentar hacer que el Mesías incumpliera el designio salvífico de Dios (MT. 4, 1-12).

   Después de regresar del desierto, Jesús se rodeó de discípulos y comenzó su Ministerio público (MC. 1, 14-20. LC. 5, 1-11).

   A partir del glorioso día en el que nuestro Señor empezó a predicar el Evangelio, empezó a correrse la voz por todos los pueblos y ciudades por los que pasaba de que, además de tener don de gentes, el nuevo Profeta era capaz de sanar a los enfermos, así pues, a modo de ejemplos, extrajo un demonio mudo de un hombre (MC. 1, 21-28), sanó de su fiebre a la suegra de Simón, uno de sus seguidores a quien posteriormente el Salvador llamó Pedro en un día en el que antes de que se pusiera el sol sanó a muchos enfermos (MC. 1, 29-34), restableció de su enfermedad a un leproso (LC. 5, 12-16), sanó a un paralítico en Cafarnaúm (MC. 2, 1-12), etc.

En LC. 4, 16-30, se describe la forma en la que nuestro Señor fue acogido en la sinagoga de Nazaret. Antes de que el Mesías llegara a su pueblo, cuando la mayoría de los nazaretanos oyeron hablar de las maravillosas palabras de su convecino y de los milagros que hacía, debieron recordar lo que muchos llegaron a creer que María había sido durante los años de su juventud, un hecho que explicaba ciertamente la razón por la que nuestro Señor no se parecía físicamente a José. ¿Cómo era posible que un hombre nacido de una relación incestuosa tuviera la aprobación de Dios?

   Con la intención de manifestarse en su pueblo como Enviado de Dios antes de darse a conocer como tal al resto del país, Jesús le echó más leña al fuego de la gente que, aunque no era capaz de crecer espiritualmente, estaba dispuesta a hacer lo posible para que nadie le adelantara, y menos si suponían que ese alguien tenía una procedencia pecaminosa.

   El relato que estamos meditando nos hace entender por qué mucha gente que sufre por cualquier causa, al creer que nadie la va a comprender, se hace brusca en su trato y tímida, y acaba aislándose.

   Jesús podía haber esperado el tiempo de manifestarse como Mesías en Jerusalén, en vez de haberlo hecho en su pueblo, en una sinagoga en la que su lectura del rollo del tercer Isaías podía ser olvidada, y su proclamación como Enviado de Dios podía ser tenida como un insulto a sus vecinos, los cuales, de la misma manera que los hijos de Jacob odiaron a su hermano José porque Dios le manifestó en sueños que sería el más poderoso de los descendientes de su padre, se propusieron acabar con las ilusiones del Señor de que procedía de Dios.

   Cuando el Hijo de María concluyó su lectura de la Profecía de Isaías, se hizo un gran silencio en el lugar de culto de Nazaret, y a sus convecinos les pareció acertada la actuación del Salvador, pues, si realmente era verdad que hacía milagros, ellos le iban a propiciar la ocasión de demostrarles su poder.

   Los nazaretanos se enfadaron mucho con Jesús, cuando el Mesías, al recordarles los casos de la viuda de Sarepta de Sidón y de Naamán el sirio, les hizo entender que sus obras no eran espectáculos teatrales, que Él no actuaba para ser glorificado por los hombres, y que sus prodigios no eran llevados a cabo indiscriminadamente, pues sólo unos pocos habían de servir de ejemplo para demostrar que los mismos significaban la abundancia de dones que gozaremos en el Reino de Dios.

   Los nazaretanos demostraron ser de los tipos de cristianos descritos en la introducción de esta meditación (exceptuando el último), así pues, ¿de qué les servía obligarse a asistir todos los sábados a la sinagoga si Dios no los iba a premiar por ello? ¿De qué les servía a quienes tenían jornaleros contratados para que trabajaran sus tierras permitir que sus trabajadores descansaran el sábado con el perjuicio económico que ese hecho significaba para ellos, si Dios sólo favorecía a sus elegidos? ¿De qué les servía a los nazaretanos la significación de los milagros de Jesús, si lo que ellos querían es ser beneficiarios de los mismos instantáneamente? 

   2. ¿Qué tipo de cristianos somos? 

   Dado que el próximo diecisiete de febrero empezaremos a prepararnos para vivir intensamente la Semana Santa y la Pascua de Resurrección, es conveniente que analicemos la conducta que observamos, con la intención de que hagamos el propósito de ser mejores personas cristianas, no para que Dios nos premie por ello ni para que quienes nos conocen nos admiren y nos amen, sino para que entre todos podamos hacer lo que esté a nuestro alcance para crear un mundo más justo que el actual.

   En MT. 13, 1-23, encontramos pistas para examinar la clase de cristianos que somos y la clase de cristianos que deberíamos de ser.

   Jesús nos habla en su parábola del texto citado de un sembrador que esparció sus semillas generosamente, aunque no todas ellas fructificaron, porque no cayeron en un terreno adecuado para que pudieran crecer y convertirse en plantas fructíferas.

   Jesús es el sembrador de la parábola que estamos meditando, su Palabra y sus dones son las semillas que quiere sembrar en nosotros, y los diferentes tipos de terreno son nuestros corazones.

   ¿Por qué no fructifican las semillas que Jesús siembra en nuestros corazones, porque las mismas no son de buena calidad, o porque nos negamos a permitir que estas fructifiquen en nosotros?

   Cuanto más deseemos amar al Todopoderoso y a nuestros prójimos los hombres y mayor sea nuestro conocimiento de Dios, mayor será la calidad del fruto que producirán las semillas que Cristo siembra en nuestros corazones.

   Si somos cristianos rutinarios, -es decir, si decimos que creemos en Dios pero no vivimos en conformidad con la fe que supuestamente debemos profesar-, si no asistimos gustosamente a la Eucaristía dominical, y si sólo nos acordamos de orar cuando estamos desesperados por la necesidad que tenemos de que Dios nos haga un milagro rápidamente, en ese caso representamos la semilla que cayó junto al camino. Jesús dijo con gran sabiduría que dicha semilla cayó junto al camino de la vida. Sabemos lo que tenemos que hacer para alcanzar la cumbre de la felicidad, sabemos cómo podemos aumentar nuestra fe, y sabemos que, con la rapidez que se extingue la fe en el mundo, aumenta Dios el número de sus predicadores, pero, como sólo nos importamos nosotros, dejamos que todos esos mensajeros prediquen junto a nuestro camino, pero no permitimos que la Palabra de Dios transforme nuestra vida.

   Existe otro tipo de cristianos que se preocupan -y mucho- por tener un gran conocimiento de Dios, asisten al menos una vez al año a algún retiro espiritual, e ingresan a sus hijos en colegios católicos para asegurarse de que crean en nuestro Padre común, los cuales, apenas les surge la posibilidad de hacer algo más divertido que asistir a las celebraciones eucarísticas, dejan toda su sabiduría aparte, y allá que van a divertirse. Estos cristianos representan la parte de la semilla que cayó entre piedras, la que no echó raíces por falta de tierra, la que aun sin tener raíces creció, pero el fuego abrasador de las pasiones mundanas y de las pruebas de resistencia de la fe del sufrimiento ahogaron.

   Existe un tercer tipo de cristianos de los que decimos que son buena gente porque no roban ni matan, los cuales se muestran indiferentes a la hora de ver cómo sus hermanos renuncian a la fe que siempre han profesado, se privan de beneficiar a sus prójimos los hombres, tienen una fe acomodaticia adaptada a sus intereses personales, y se dejan seducir por el egocentrismo característico de los amantes de las riquezas. Estas semillas caídas entre espinos, al aferrar su corazón a los lujos que han conseguido, le cierran el espíritu a Dios -como decimos en mi pueblo- "de cal y canto", por lo que su fe se estanca al no acrecentarse.

   Existe un cuarto tipo de cristianos, los cuales, aunque tienen defectos porque son humanos, son capaces de amar y de ser amados, y, aunque no les sea fácil, intentan cumplir la voluntad de Dios en su vida.

   Concluyamos esta meditación pidiéndole a nuestro Padre común que nos haga cristianos de los que, en conformidad con nuestra capacidad de producir frutos dignos de sus hijos, podamos testimoniar nuestra fe y vivir como verdaderos santos.