Fiesta. Presentación del Señor.

San Lucas 2,22-40: ¿Debemos los cristianos cumplir las leyes civiles?

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

    ¿Debemos los cristianos cumplir las leyes civiles? 

   Aunque los católicos entendemos que los cristianos debemos cumplir todas las leyes cívicas que no se opongan al cumplimiento de la voluntad de Dios, existen religiones cristianas cuyos líderes les prohíben a sus miembros el hecho de cumplir dichas leyes (exceptuando el pago de impuestos, con el fin de seguir aprovechándose de los beneficios fiscales que tienen en los países en los que operan como organizaciones no gubernamentales). Mientras que los líderes de esas religiones obligan a sus devotos a ajustarse únicamente al cumplimiento de sus normas para que los tales no sean expulsados de sus sociedades, los católicos entendemos que, al ser miembros de Estados en los que tenemos la opción de contribuir a la construcción de sociedades justas y equitativas, debemos hacer lo que esté en nuestras manos para conseguir que cada día se cometan menos injusticias en nuestro entorno social, y que en el mundo se eviten gradualmente todas las injusticias que se llevan a cabo contra los miembros más indefensos de nuestros países.

   Como nuestra forma de vivir se basa en las prescripciones bíblicas -ya que mantenemos la creencia de que en la Biblia se contiene la Palabra de Dios-, os propongo un estudio bíblico sobre el enfoque que los cristianos le damos al término Ley, el cual espero que os sea útil a todos los que lo leáis, así pues, si habéis encontrado este texto navegando en Internet, -independientemente de que seáis cristianos católicos-, si lo leéis, espero que lo hagáis con el vivo deseo de cooperar en la construcción de un mundo basado en la vivencia de la fe en Dios para los creyentes y en los hombres para todos independientemente de que creáis en Dios, la esperanza de superar las dificultades mundiales actuales, y la lucha para lograr nuestro anhelado fin. 

   El concepto de la Ley. 

   A continuación, os copio algunos conceptos del término ley que leemos en el Diccionario de la R. A. E.: 

  -Precepto dictado por la autoridad competente, en que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia y para el bien de los gobernados.

   -Religión, culto a la Divinidad. La ley de los mahometanos.

   -Lealtad, fidelidad, amor. Le tengo ley.

   -De Dios. Todo aquello que es arreglado a la voluntad divina y recta razón.

   -De gracia. La que Cristo estableció en su Evangelio.

   -De Moisés. Preceptos y ceremonias que Moisés dio al pueblo de Israel para su gobierno y para el culto divino.

   -Escrita. Preceptos que, escritos sobre dos tablas de piedra, dio Dios a Moisés en el monte Sinaí.

   -Natural. Dictamen de la recta razón que prescribe lo que se ha de hacer o lo que debe omitirse.

 

   Conceptos bíblicos de la Ley. 

   En las Sagradas Escrituras se deducen los dos conceptos siguientes de la palabra ley: 

   1. La Ley es una fuerza resolutiva que actúa en un único sentido (hacer que los hebreos -y todos los creyentes de todas las naciones por fe- crean en Dios, le rindan culto a la divinidad, se amen entre sí y deseen hacer creyentes a quienes carecen de fe), que obliga a quienes creen en nuestro Padre común a cumplir sus preceptos, no forzosamente, sino voluntariamente. No niego el hecho de que en el Antiguo Testamento existen amenazas escalofriantes para quienes incumplían la Ley de Moisés, las cuales han de leerse desde la óptica del pueblo hebreo que, por causa de ciertas circunstancias históricas como los más de cuatro siglos de esclavitud que vivió en Egipto, hicieron que los creyentes tuvieran serias dificultades para someterse a sus autoridades, las cuales utilizaron la "mano dura" con el fin de mantener el orden que quisieron establecer, desde la óptica de su fe, por voluntad de Dios.

   "Constato, en fin, la existencia de esta regla: que aun queriendo hacer el bien, el mal me domina inevitablemente. En mi interior me complazco en la ley de Dios; pero en mi cuerpo experimento otra ley que lucha con los criterios de mi razón: es la ley del pecado que está en mí y me tiraniza. ¡Infeliz de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo portador de muerte? A Dios habré de agradecérselo por medio de Jesucristo nuestro Señor. Así que, en resumen, por una parte, mi razón me inclina a servir a Dios; por otra, sin embargo, mis desordenadas apetencias humanas me tienen esclavizado a la ley del pecado" (ROM. 7, 21-25).

   Aunque en nuestro tiempo es muy difícil entender el mensaje que San Pablo les transmitió en el fragmento de su Carta a los Romanos a sus lectores de dicha ciudad que hemos recordado, y aunque lo primero que podemos pensar -sin lugar a dudas- al leer el citado texto es que nuestro Santo se contradecía a sí mismo, para entender su postura, hemos de recordar a Santos como San Jerónimo que, cuando en su empeño de entregarse a su vida de religioso célibe, recordaba la belleza de las mujeres romanas, se golpeaba para evitar el hecho de masturbarse, considerando que esa práctica contradice la Ley de Dios y de su Iglesia. Aunque en nuestro tiempo quienes recurren con mucha frecuencia a esa práctica se someten a un tratamiento psicológico con tal de evitar la misma, el traductor de la Vulgata -y muchos miles de cristianos más a lo largo de la Historia-, han recurrido a la violencia física y al maltrato psicológico, con tal de corregir los pensamientos y prácticas que han considerado impropias. Llegados a este punto, aunque al escribir en un blog católico no debo manifestar mi opinión, en este caso voy a hacerlo, porque, gracias a Dios, no todos los católicos pensamos que la mejor manera de renunciar a los pensamientos y prácticas que consideramos malas consiste en maltratarnos.

   San Pablo pensaba que en su interior había dos fuerzas contrapuestas, -el cumplimiento de la voluntad de Dios y el pecado-, las cuales le hacían la vida imposible, porque, al ser humano, y por tanto imperfecto, no podía adherirse al cumplimiento de la voluntad del Todopoderoso como le hubiera gustado hacerlo. Aunque parece que lo que estoy escribiendo carece de sentido, ello es de entender si pensamos que, para algunos católicos, hasta el hecho de decir algo gracioso es pecaminoso. El citado Apóstol quería que Dios lo librara de su cuerpo, es decir, prefería morir con tal de no cometer el más mínimo fallo en la vivencia de sus creencias.

   A San Pablo le sucedió lo mismo que le ocurrió a Rebeca cuando estaba embarazada de sus hijos Esaú y Jacob, según leemos en el Génesis:

   "Pero los hijos se entrechocaban en su seno. Ella se dijo: "Siendo así, ¿para qué vivir?" Y fue a consultar a Yahveh. Yahveh le dijo: "Dos pueblos hay en tu vientre, dos naciones que, al salir de tus entrañas, se dividirán. La una oprimirá a la otra; el mayor servirá al pequeño" (GN. 25, 22-23).

   Más adelante, leemos:

   "Isaac quería a Esaú, porque le gustaba la caza, y Rebeca quería a Jacob" (GN. 25, 28).

   Dado que Rebeca amaba más a Jacob que a Esaú, muchos intérpretes suponen que Jacob contuvo a su hermano en el vientre de su progenitora para que este no le hiciera daño a su antecesora por causa de la prisa que tenía por nacer. Al igual que San Pablo en el texto a los Romanos que leímos anteriormente, en vez de alegrarse por causa de la fuerza que luchaba en su interior por evitarle sufrimientos, tenía la creencia de que el combate de las dos fuerzas interiores que había en sus entrañas le causaba más perjuicio que beneficios, Rebeca llegó a pensar que el choque de sus mellizos le era tan doloroso, como para creer que no le merecía la pena seguir viviendo.

   Mientras que Esaú fue cazador cuando creció, Jacob vivió entre fogones en compañía de su madre. Aunque Esaú nació antes que su hermano y ello le concedió el derecho a quedarse con la herencia paterna y de tener a su hermano bajo su servicio, un día en el que volvió del campo hambriento, sucedió el siguiente hecho:

   "Una vez, Jacob había preparado un guiso cuando llegó Esaú del campo, agotado. Dijo Esaú a Jacob: "Oye, dame a probar de lo rojo, de eso rojo, porque estoy agotado. -Por eso se le llamó Edom-. Dijo Jacob: "Véndeme ahora mismo tu primogenitura." Dijo Esaú: "Estoy que me muero. ¿Qué me importa la primogenitura?" Dijo Jacob: "Júramelo ahora mismo." Y él se lo juró, vendiendo su primogenitura a Jacob" (GN. 25, 29-33).

   Aún en nuestro tiempo, aunque los orientales no hagan sus juramentos por escrito, los mismos son de importancia capital. Muchos de los intérpretes hebreos de las Sagradas Escrituras, con el fin de no dar por sentado que Jacob pecó al engañar a su anciano padre ciego con tal de adueñarse de la primogenitura de su hermano que anteriormente había comprado, llegaron a afirmar que el juramento de Esaú no podía considerarse válido, ya que su hermano le presionó cuando estaba agotado por el cansancio y el hambre, porque los contratos estipulados bajo cualquier tipo de presión no tenían carácter vinculante.

   Cuando Jacob inducido por su madre se aprovechó de la ausencia de su hermano -el cual fue enviado por su padre a cazar un animal y a prepararle un guiso suculento antes de concederle su bendición- y de la ceguera de su antecesor, aconteció el siguiente hecho:

"Esaú se enemistó con Jacob a causa de la bendición con que le había bendecido su padre; y se dijo Esaú: "SE acercan ya los días del luto por mi padre. Entonces mataré a mi hermano Jacob."" (GN. 27, 41).

   Esaú no sólo llegó a odiar a Jacob porque le vendió la primogenitura -la cual él decía que le había sido robada injustamente bajo presión-, sino porque su hermano mellizo le había arrebatado la mejor bendición de su padre, pues, aunque actualmente creemos que tanto las bendiciones como las maldiciones no son más que palabras que se lleva el viento porque no somos todopoderosos para cumplir lo que les deseamos a quienes bendecimos o maldecimos, los orientales mantenían la creencia de que tanto unas como otras se cumplían a cabalidad.

   Ojalá tanto San Pablo como Rebeca les hubieran sacado partido a las fuerzas opuestas que colisionaban en su interior, y, en vez de entristecerse por dichos choques, hubieran gozado intensamente al pensar en la fuerza más positiva que actuaba dentro de sus corazones.

   Ojalá nosotros, cuando tengamos la tentación de ceder bajo vicios o depresiones, sepamos optar por el cumplimiento de la voluntad de Dios, pues nuestro Padre siempre quiere lo mejor para nosotros.

   En el caso de los alcohólicos, ¿se dejarán estos arrastrar por el deseo de consumir alcohol, se amargarán pensando que son incapaces de curarse de su enfermedad, o tendrán voluntad para superar su problema luchando para alcanzar la felicidad de sus familiares y su dicha? 

   2. En la mayor parte de los casos en que en la Biblia se menciona la palabra ley, la misma es referente a las normas conductuales impuestas por Dios o por los reyes a los creyentes y a los desconocedores de Yahveh, los cuales, si incumplían dichas normas, eran penalizados. 

   Según los autores de la Biblia, la Ley puede ser decretada por los gobiernos, tal como se comprueba en los siguientes versículos del Antiguo Testamento (la primera parte de la Biblia):

   "Todo lo que ordena el Dios del cielo, debe ser cumplido con celo para la Casa del Dios del cielo, a fin de que la cólera no caiga sobre el reino del rey ni de sus hijos. Os hacemos saber también que no se puede percibir impuesto, contribución o peaje, de ninguno de los sacerdotes, levitas, cantores, porteros, donados, de ninguno de los servidores de esta Casa de Dios." "Y tú, Esdras, conforme a la sabiduría de tu Dios, que posees, establece escribas y jueces que administren la justicia a todo el pueblo de Transeufratina, a todos los que conocen la Ley de tu Dios. A quienes la ignoran, habréis de enseñársela. Y a todo aquel que no cumpla la Ley de tu Dios y la ley del rey, aplíquesele una rigurosa justicia: muerte, destierro, multa en dinero o cárcel"" (ESD. 7, 23-26).

   "En tiempo del rey Asuero, el que reinó desde la India hasta Etiopía sobre 127 provincias, en aquellos días, estando el rey sentado en el trono real, en la ciudadela de Susa, en el año tercero de su reinado, ofreció un banquete en su presencia a todos sus servidores: a jefes del ejército de los persas y los medos, a los nobles y a los gobernadores de las provincias. Les hizo ver la riqueza y la gloria de su reino y del magnífico esplendor de su grandeza durante muchos días, durante 180 días. Cumplido aquel plazo, ofreció el rey a todos los que se hallaban en la ciudadela de Susa, desde el mayor al más pequeño, un banquete de siete días en el patio del jardín del palacio real. Había colgaduras de lino fino, de lana y de púrpura violeta, fijadas, por medio de cordones de lino y púrpura,  en anillas de plata sujetas a columnas de mármol blanco; lechos de oro y plata sobre un pavimento de pórfido, mármol, nácar y mosaicos. Se bebía en copas de oro de formas diversas y el vino ofrecido por el rey corría con regia abundancia. Cuanto a la bebida, a nadie se le obligaba, pues así lo había mandado el rey a los oficiales de su casa, para que  cada cual hiciese lo que quisiera.

   También la reina Vastí ofreció un banquete a las mujeres en el palacio del rey Asuero.

   El día séptimo, alegre por el vino el corazón del rey, mandó a Mehumán, a Bizzetá, a Jarboná, a Bigtá, a Abagtá, a Zetar y a Karkás, los siete eunucos que estaban al servicio del rey Asuero, que hicieran venir a la reina Vastí a presencia del rey, con diadema real, para que vieran las gentes y los jefes  su belleza, porque, en efecto, era muy bella. Pero la reina Vastí se negó a cumplir la orden del rey transmitida por los eunucos; se irritó el rey muchísimo y, ardiendo en ira, llamó a los sabios entendidos en la ciencia de las leyes, pues los asuntos reales se discuten en presencia de los  conocedores de la ley y el derecho; hizo, pues, venir a Karsená, Setar, Admatá, Tarsis, Meres, Marsená y Memukán, los siete jefes de los persas y los medos que eran admitidos a la presencia del rey y ocupaban los primeros puestos del reino, y les dijo: «¿Qué debe hacerse, según la ley, a la reina Vastí, por no haber obedecido la orden del rey Asuero, transmitida por los eunucos?» Respondió Memukán en presencia del rey y de los jefes: «La reina Vastí no ha ofendido solamente al rey, sino a  todos los jefes y a todos los pueblos de todas las provincias del rey Asuero. Porque se correrá el caso de la reina entre todas las mujeres y hará que pierdan estima a sus maridos, pues dirán: "El rey Asuero mandó hacer venir a su presencia a la reina Vastí, pero ella no fue." Y a partir de hoy, las princesas de los persas y los medos, que conozcan la conducta de la reina, hablarán de ello a los jefes del rey y habrá menosprecio y altercados. Si al rey le parece bien, publíquese, de su parte, e inscríbase en las leyes de los persas y los medos, para que no sea traspasado, este decreto: que no vuelva Vastí a presencia del rey Asuero. Y dé el rey el título de reina a otra mejor que ella. El acuerdo tomado por el rey será conocido en todo el reino, a pesar de ser tan grande, y todas las mujeres honrarán  a sus maridos, desde el mayor al más pequeño." Pareció bueno el consejo al rey y a los jefes, y el rey llevó a efecto la palabra de Memukán" (EST. 0, 19-1, 21).

   "Plugo a Darío establecer en su reino ciento veinte sátrapas que estuvieran por todo el reino, bajo el mando de tres ministros -Daniel era uno de ellos-, a los que los sátrapas deberían rendir cuentas, con el fin de impedir que el rey recibiera daño alguno. Este mismo Daniel se distinguía entre los ministros y los sátrapas, porque había en él un espíritu extraordinario, y el rey se proponía ponerle al frente del reino entero. Por ello los ministros y los sátrapas se pusieron a buscar un motivo de acusación contra Daniel en algún asunto de Estado; pero no pudieron encontrar ningún motivo de acusación ni falta alguna, porque él era fiel y no se le podía reprochar de negligencia ni falta. Entonces se dijeron aquellos hombres: «No encontraremos ningún motivo de acusación contra este Daniel si no es en materia de la ley de su Dios.» Los ministros y sátrapas acudieron, pues, atropelladamente ante el rey y le hablaron así: «¡Viva eternamente el rey Darío! Todos los ministros del reino, prefectos, sátrapas, consejeros y gobernadores, aconsejan unánimemente que se promulgue un edicto real para poner en vigor la prohibición siguiente: Todo aquel que en el término de treinta días dirija una oración a quienquiera que sea, dios u hombre, fuera de ti, oh rey, será arrojado al foso de los leones. Ahora pues, oh rey, da fuerza de ley a esta prohibición firmando el edicto, de suerte que no se cambie nada, con arreglo a la ley de los medos y persas, que es irrevocable." Ante esto, el rey Darío firmó el edicto de prohibición.

   Al saber que había sido firmado el edicto, Daniel entró en su casa. Las ventanas de su cuarto superior estaban  orientadas hacia Jerusalén y tres veces al día se ponía él de rodillas, para orar y dar gracias a su Dios; así lo había hecho siempre. Aquellos hombres vinieron atropelladamente y sorprendieron a Daniel invocando y suplicando a su Dios. Entonces se presentaron al rey y le dijeron acerca de la prohibición real: «¿No has firmado tú una prohibición  según la cual todo el que dirigiera, en el término de treinta días, una oración a quienquiera que fuese, dios u hombre, fuera de ti, oh rey, sería arrojado al foso de los leones?» Respondió el rey: «La cosa está decidida, según la ley de los medos y los persas, que es irrevocable.» Entonces ellos dijeron en presencia del rey: «Daniel, ese deportado de Judá, no hace caso de ti, oh rey, ni de  la prohibición que tú has firmado: tres veces al día hace su oración.» Al oír estas palabras, el rey se afligió mucho y se propuso salvar a Daniel; hasta la puesta del sol estuvo buscando  el modo de librarle. Pero aquellos hombres volvieron atropelladamente ante el rey y le dijeron: «Ya sabes, oh rey, que según la ley  de los medos y los persas ninguna prohibición o edicto dado por el rey puede ser modificado.» Entonces el rey dio orden de traer a Daniel y de arrojarle al foso de los leones. El rey dijo a Daniel: «Tu Dios, a quien sirves con perseverancia, te librará.» Se trajo una piedra que fue colocada a la entrada del foso, y el rey la selló con su anillo y con el anillo de sus dignatarios, para que no se pudiese cambiar la suerte de Daniel.

   Después el rey volvió a su palacio y pasó la noche en ayuno; no dejó que le trajeran concubinas y el sueño huyó de él.

   Al amanecer, al rayar el alba, el rey se levantó y se dirigió a toda prisa al foso de los leones. Acercándose al foso, gritó a Daniel con voz angustiada: «Daniel, servidor del Dios vivo, tu Dios, a quien sirves  con perseverancia, ¿ha podido librarte de los leones?» Entonces Daniel habló con el rey: «¡Viva el rey eternamente! Mi Dios ha enviado a su ángel, que ha cerrado la boca de los leones y no me han hecho ningún mal, porque he sido hallado inocente ante él. Y tampoco ante ti, oh rey, he cometido falta alguna.» El rey entonces se alegró mucho y mandó sacar a Daniel del foso. Sacaron a Daniel del foso y no se le encontró herida alguna, porque había confiado en su Dios. Y el rey mandó traer a aquellos hombres que habían acusado a Daniel y echarlos al foso de los leones, a ellos, y a sus hijos y mujeres. Y no habían llegado aún al fondo del foso cuando ya los leones se habían lanzado sobre ellos y les habían triturado todos los huesos. Entonces, el rey Darío escribió a todos los pueblos, naciones y lenguas que habitaban en toda la tierra: «¡Sea  grande vuestra paz! Por mí se decreta que en todos los dominios de mi reino se tema y se tiemble ante el Dios de Daniel, porque él es el Dios vivo, que subsiste por siempre, -su reino no será destruido y su imperio durará hasta el fin- el que salva y libera, obra señales y milagros en los cielos y en la tierra; el que ha salvado a Daniel del poder de los leones." Y este mismo Daniel floreció en el reinado de Darío y en el reinado de Ciro el Persa" (DN. 6, 2-29).

   La Ley de Moisés le fue manifestada por Dios a dicho Profeta de forma audible, de igual forma que posteriormente les fue revelada a los Profetas por el Todopoderoso durante el ministerio de los mismos, según se denota en el siguiente texto:

   "La palabra de Yahveh fue dirigida a Zacarías en estos términos: Así dijo Yahveh Sebaot (el Dios de los ejércitos): Juicio fiel juzgad, y amor y compasión practicad cada cual con su hermano. No oprimáis a la viuda, al huérfano, al forastero, ni al pobre; y no maquinéis mal el uno contra el otro en vuestro corazón. Para ellos no quisieron hacer caso; hombro rebelde presentaron y endurecieron sus oídos para no escuchar; su corazón hicieron de diamante para no oír la Ley y las palabras que Yahveh Sebaot había dirigido por su espíritu, por ministerio de los antiguos profetas. Hubo entonces gran enojo de Yahveh Sebaot" (ZAC. 7, 8-12).

   La ley moral (natural) se nos da a conocer a través de la conciencia, según palabras de San Pablo:

   "Lo que quiero decir es esto: cuando los que no están bajo la Ley de Moisés actúan de acuerdo con ella movidos de la natural inclinación,  aunque parezca que no tienen ley, ellos mismos son su propia ley. La llevan escrita en el corazón, como lo demuestra el testimonio de su conciencia y sus propios pensamientos, que a veces los acusan y a veces los defienden" (ROM. 2, 14-15).

   "Porque lo que es posible conocer acerca de la divinidad, lo tienen ellos a su alcance, por cuanto Dios mismo se lo ha puesto ante los ojos" (ROM. 1, 19).

   La sabiduría de los creyentes se funda en los siguientes elementos: 

   1. El temor de Dios, el cual no es sinónimo de miedo, sino de reverencia por parte de quienes desean imitar la conducta de nuestro Padre común.

"El temor de Yahveh es el principio de la ciencia;

los necios desprecian la sabiduría y la instrucción" (PR. 1, 7).

   2. Quienes desean adquirir la sabiduría de Dios, deben someterse al cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre común.

"Porque Yahveh es el que da la sabiduría,

de su boca nacen la ciencia y la prudencia" (PR. 2, 6).

   3. Para conocer perfectamente el designio de Dios sobre sus hijos, es indispensable el hecho de que estudiemos su Palabra en profundidad.

   "-Si os mantenéis firmes a mi mensaje, seréis verdaderamente mis discípulos; así conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (CF. JN. 8, 31-32).

   4. Necesitamos conocer el corazón de nuestros prójimos los hombres, con el fin de poder cubrir sus necesidades espirituales, afectivas y materiales, pues Jesús les dijo a sus oyentes en cierta ocasión:

   "«Y todo aquel que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños, por ser discípulo, os aseguro que no perderá su recompensa"." (MT. 10, 42).

   Jesús les dirá a sus fieles seguidores cuando juzgue a los mismos en el juicio universal:

   ""Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogísteis; estaba desnudo, y me vestísteis; enfermo, y me visitásteis; en la cárcel, y vinísteis a verme." Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?" Y el Rey les dirá: "En verdad os digo que cuanto hicísteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicísteis."" (CF. MT. 25, 34-40).

   5. De la misma manera que la experiencia que adquirimos a lo largo de nuestra vida nos es útil para progresar en todos los sentidos, la vivencia de la santidad es indispensable para que pongamos en práctica nuestro conocimiento de los valores de Dios.

   "Si destruís el templo de Dios, Dios mismo os destruirá a vosotros; no en  vano el templo de Dios es algo santo, y vosotros mismos sois ese templo" (1 COR. 3, 17). 

   En el libro de los Proverbios, leemos, con respecto a la enseñanza de la Palabra de Dios:

"La lección del sabio es fuente de vida,

para sortear las trampas de la muerte" (PR. 13, 14).

   Los consejos de los santos creyentes son una corona de gloria para quienes los acogen, dado que en muchos casos los predicadores llegan a ser una especie de padres de aquellos que se convierten al Evangelio por su medio:

"Escucha, hijo mío, la instrucción de tu padre

y no desprecies la lección de tu madre:

corona graciosa son para tu cabeza

y un collar para tu cuello" (PR. 1, 8-9).

   Muchas veces se nos acusa a los cristianos de que empezamos a hacer proselitismo con nuestros hijos con el fin de hacerlos creyentes sin que tengan tiempo para pensar en forjar su personalidad en base a criterios más acordes que los nuestros a los tiempos actuales, pero, a pesar de ello, en el libro Eclesiastés, podemos leer un consejo muy útil para nuestros niños y jóvenes:

"Acuérdate de tu Creador en tus días mozos,

mientras no vengan los días malos,

y se echen encima años en que dirás: "No me agradan."" (ECL. 12, 1).

   El mensaje que se les quiere transmitir a los niños y jóvenes en el texto citado, es el siguiente: Instruiros en el conocimiento de Dios, para que no os descorazonéis cuando tengáis dificultades en el futuro.

 

   El Antiguo Testamento y el Pentateuco son llamados la Ley de Dios. 

   La primera parte de la Biblia es llamada en algunos casos "La Ley".

   "Es ahora cuando el mundo va a ser juzgado; es ahora cuando el jefe de este mundo va a ser vencido. Y seré yo quien, una vez que haya sido elevado sobre la tierra (crucificado),atraeré a todos hacia mí. Con esta afirmación, Jesús quiso dar a entender la forma de muerte que le esperaba. La gente replicó: -Nuestra Ley nos enseña que el Mesías no morirá nunca . (Los oyentes de Jesús no se referían al Éxodo, el Levítico, al libro de los Números ni al Deuteronomio, -los libros contenedores de la Ley de Moisés-, sino al Antiguo Testamento completo). Entonces, ¿qué quieres decir con eso de que el Hijo del hombre tiene que ser elevado sobre la tierra? ¿Quién es ese Hijo del hombre? Jesús les dijo: -Todavía está la luz entre vosotros, pero no por mucho tiempo. Mientras tenéis esta luz, caminad para que no os sorprendan las tinieblas. Porque el que camina en la oscuridad no sabe a dónde se dirige. Mientras tenéis la luz, creed en ella; solamente así la luz orientará vuestra vida. Después de decir esto, Jesús se retiró, escondiéndose de ellos" (JN. 12, 31-36).

   Jesús se refirió a las siguientes citas bíblicas: SAL. 110, 4, IS. 9, 7, EZ. 37, 25, y DN. 7, 14."

   "Hermanos, no os comportéis como niños. Tened, sí, la inocencia del niño en lo que atañe al mal; pero, en cuanto a vuestros criterios, sed hombres  hechos y derechos. Está escrito en la Ley: En otros idiomas y por boca de extranjeros hablaré a este pueblo, y ni aún así me escucharán, dice el Señor" (1 COR. 14, 20-21).

   San Pablo hizo referencia a la Profecía contenida en IS. 28, 11-12, la cual no forma parte del Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia), sino del grupo de los libros proféticos.

   En una ocasión en que los judíos quisieron apedrear a Jesús porque nuestro Señor se declaró ante ellos Hijo de Dios, Jesús les dijo:

   "¿No está escrito en vuestra Ley que Dios dijo: vosotros sois dioses?" (CF. JN. 10, 34).

   Jesús no hizo referencia en su defensa a ningún versículo del Pentateuco, sino al SAL. 82, 6.

   Jesús les dijo a sus Apóstoles la última vez que cenó con ellos antes de ser asesinado, con respecto a aquellos judíos que se le opusieron:

   "Si yo no hubiese realizado ante ellos cosas que nadie ha realizado, no serían culpables; pero han visto esas cosas, y, a pesar de todo, siguen odiándonos a mi Padre y a mí. Pero así se cumple lo que ya estaba escrito en su Ley: Me han odiado sin motivo alguno" (JN. 15, 24-25).

   Nuevamente Jesús en el texto citado hizo referencia a los Salmos, concretamente al 35, 19 y al 69, 4, y no al Pentateuco.

   A pesar de que el Antiguo Testamento es llamado en su conjunto "La Ley", este nombre se le aplica generalmente a los cinco primeros volúmenes de las Sagradas Escrituras.

   "Sucedió después de la muerte de Moisés, siervo de Yahveh, que habló Yahveh a Josué, hijo de Nun, y ayudante de Moisés, y le dijo: "Moisés, mi siervo, ha muerto; arriba, pues; pasa ese Jordán, tú con todo este pueblo, hacia la tierra que yo les doy (a los israelitas). Os doy todo lugar que sea hollado por la planta de vuestros pies, según declaré a Moisés. Desde el desierto y el Líbano hasta el Río grande, el Eúfrates, (toda la tierra de los hititas) y hasta el mar Grande de poniente, será vuestro territorio. Nadie podrá mantenerse delante de ti en todos los días de tu vida: lo mismo que estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré. "Sé valiente y firme, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres. Sé, pues, valiente y muy firme, teniendo cuidado de cumplir toda la Ley que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas. No se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas. ¿No te he mandado que seas valiente y firme? No tengas miedo ni te acobardes, porque Yahveh tu Dios estará contigo dondequiera que vayas."" (JOS. 1, 1-9).

   "Todo el pueblo se congregó como un solo hombre en la plaza que está delante de la puerta del Agua. Dijeron al escriba  Esdras que trajera el libro de la Ley de Moisés que Yahveh había prescrito a Israel. Trajo el sacerdote Esdras la Ley ante la asamblea, integrada por hombres, mujeres y todos los que tenían uso de razón. Era el día uno del mes séptimo. Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón; y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley. El escriba Esdras estaba de pie sobre un estrado de madera levantado para esta ocasión; junto a él estaban: a su derecha, Matitías, Semá, Anaías, Urías, Jilquías y Maaseías, y a su izquierda, Pedaías, Misael, Malkías, Jasum, Jasbaddaná, Zacarías y Mesullam. Esdras abrió el libro a los ojos de todo el pueblo -pues estaba más alto que todo el pueblo- y al abrirlo, el pueblo entero se puso en pie. Esdras bendijo a Yahveh, el Dios grande; y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: «¡Amén! ¡Amén!»; e inclinándose se postraron ante Yahveh, rostro en tierra. (Josué, Baní, Serebías, Yamín, Aqcub, Sabtay, Hodiyías, Maaseías, Quelitá, Azarías, Yozabad, Janán, Pelaías, que eran levitas, explicaban la Ley al pueblo que seguía en pie.) Y Esdras leyó en el libro de la Ley de Dios, aclarando e interpretando el sentido, para que comprendieran la lectura. Entonces (Nehemías -el gobernador- y) Esdras, el sacerdote escriba (y los levitas que explicaban al pueblo) dijeron a todo el pueblo: «Este día está consagrado a Yahveh vuestro Dios; no estéis tristes ni lloréis; pues todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la Ley. Díjoles también: «Id y comed manjares grasos, bebed bebidas dulces y mandad su ración a quien no tiene nada preparado. Porque este día está consagrado a nuestro Señor. No estéis tristes: la alegría de Yahveh es vuestra  fortaleza." También los levitas tranquilizaban al pueblo diciéndole: «Callad: este día es santo. No estéis tristes.» Y el pueblo entero se fue a comer y beber, a repartir raciones y hacer gran festejo, porque habían comprendido las palabras que les habían enseñado. El segundo día los cabezas de familia de todo el pueblo, los sacerdotes y levitas se reunieron junto al escriba Esdras para comprender las palabras de la Ley. Y encontraron escrito en la Ley que Yahveh había mandado por medio de Moisés que los hijos de Israel habitaran en cabañas durante la fiesta del séptimo mes" (NEH. 8, 1-14).

   "«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los  Cielos."" (MT. 5, 17-19).

"Portaos en todo con los demás como queráis que los demás se porten con vosotros. ¡En esto consisten la ley de Moisés y las enseñanzas de los profetas!" (MT. 7, 12).

   "«La Ley y los profetas llegan hasta Juan; desde ahí comienza a anunciarse la Buena Nueva del Reino de Dios, y todos se esfuerzan con violencia por entrar en él"" (LC. 16, 16).

   "Porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos vinieron por medio de Jesucristo" (JN. 1, 17).

   Dios constituyó a Moisés intermediario entre Él y los hebreos para comunicarle a su pueblo la Ley.

   "Entonces pronunció Dios todas estas palabras diciendo: «Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí. No te harás escultura ni imagen alguna ni de lo que hay arriba en los cielos, ni de lo que hay abajo en la tierra, ni de lo que hay en las aguas debajo de la tierra. No te postrarás ante ellas ni les darás culto, porque yo Yahveh, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, y tengo misericordia por millares con los que me aman y guardan mis mandamientos. No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios; porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre en falso. Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad. Pues en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado. Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días sobre la tierra que Yahveh, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás testimonio falso contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su sierva, ni su buey, ni su asno, ni nada que sea de tu prójimo." Todo el pueblo percibía los truenos y relámpagos, el sonido de la trompeta y el monte humeante, y temblando de miedo se mantenía a distancia. Dijeron a Moisés: «Habla tú con nosotros, que podremos entenderte, pero que no hable Dios con nosotros, no sea  que muramos.» Respondió Moisés al pueblo: «No temáis, pues Dios ha venido para poneros a prueba, para que su temor esté ante vuestros ojos, y no pequéis». Y el pueblo se mantuvo a distancia, mientras Moisés se acercaba a la densa nube donde estaba Dios. Dijo Yahveh a Moisés: Así dirás a los israelitas: Vosotros mismos habéis visto que os he hablado desde el cielo" (EX. 20, 1-22).

   La Ley que Moisés les enseñó a sus hermanos de raza no era suya, sino de dios.

"Yahveh me recompensa conforme a mi justicia,

me paga conforme a la pureza de mis manos;

porque he guardado los caminos de Yahveh,

y no he hecho el mal lejos de mi Dios.

Porque tengo ante mí todos sus juicios,

y sus preceptos no aparto de mi lado;

he sido ante él irreprochable,

y de incurrir en culpa me he guardado" (SAL. 18, 21-24).

   Dado que los cristianos actualmente no vivimos sometidos a la Ley de Moisés porque Jesús reformó la misma, no considero necesario alargar este estudio considerando la Ley del Antiguo Testamento, ya que muchos preceptos de la misma no son cumplidos por nosotros.