Miercoles de Ceniza, Ciclo C.
San Mateo 6, 1-6.16- 18:
Ora y conviértete al Señor..

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

  Ora y conviértete al Señor. 

   Introducción. 

   Estimados hermanos y amigos:

   Dado que el Miércoles de ceniza del año pasado consideramos un estudio bíblico sobre el ayuno, en esta ocasión, a través de una serie de frases que varios personajes bíblicos le dijeron a nuestro Señor, vamos a hacer una meditación sobre la necesidad que tenemos de convertirnos a la fe predicada por nuestro Redentor.

   Antes de comenzar esta reflexión, deseo instaros a que viváis el tiempo litúrgico que hoy vamos a comenzar con mucho ánimo. Para muchos de nuestros hermanos de fe, la Cuaresma es una penosa cuesta arriba que finaliza el Viernes Santo, día en que acaban de meditar la Pasión del Señor exhaustos de tanto orar, y vuelven a enfrentarse al día siguiente a su rutina ordinaria, con la sensación de que sus días vuelven a ser pesados nuevamente.

   De la misma manera que los cristianos católicos creemos que quien no vive para servir no sirve para vivir, si la Cuaresma no tiene la triple utilidad de aumentarnos la fe, de mejorar las relaciones que mantenemos con nuestros prójimos y de mejorar notablemente la calidad de nuestra vida, el citado tiempo debe considerarse totalmente perdido.

   ¿Cómo podemos aumentar la débil fe que tenemos en Dios?

   ¿Cómo podemos mejorar las inestables relaciones que mantenemos con aquellos familiares, amigos y compañeros de trabajo con quienes nos comunicamos porque no podemos evadirlos?

   ¿Cómo podemos resolver los problemas personales que nos amargan la existencia?

   Son muchas las cosas que se pueden hacer para mejorar en los tres aspectos mencionados, las cuales, al no ser esta meditación un extracto de un manual de Psicología, sino una reflexión religiosa, no pueden ser mencionadas todas en el reducido espacio que ocupa este texto, aunque, a pesar de ello, os puedo decir lo mejor que podemos hacer para mejorar en los tres casos citados, lógicamente, sin perjuicio del hecho de que leamos libros de Psicología que nos ayuden a crecer personalmente.

   Lo mejor que podemos hacer indudablemente para mejorar la calidad de nuestra vida, es aplicarnos el ejemplo de fe de San Pablo, el Santo que les escribió a los cristianos de Filipo:

   "Quiero conocer a Cristo, experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su misma muerte. Espero así alcanzar en la resurrección (universal) el triunfo sobre la muerte" (FLP. 3, 10-11).

   Si tuviéramos el poder de conseguir lo que más anhelamos, no dudaríamos en tener relaciones perfectas con nuestros prójimos y muchos y valiosos bienes. Por su parte, San Pablo, en el fragmento de su Carta a los Filipenses que hemos recordado, contradice nuestro punto de vista, así pues, comprendemos el hecho de que en su deseo de crecer espiritualmente anhelara la posibilidad de conocer a Cristo y de compartir con el Mesías la vida eterna en el tan soñado cielo, pero, el hecho de que quisiera vivir los padecimientos del Señor, no tiene sentido en nuestras sociedades hedonistas.

   Entendemos que San Pablo quisiera alcanzar la excelencia en su crecimiento espiritual, pero, al considerar que para alcanzar su logro no le importaba el hecho de sufrir, puede suceder que lo creamos fanático.

   Una de las razones por las que la fe católica vive una penosa crisis en países que tradicionalmente han estado muy vinculados a la Iglesia de Cristo a lo largo de su Historia, es la incorrecta forma que muchos de los habitantes de los mismos tenemos de actuar a la hora de alcanzar nuestras metas, rehusando a dos elementos imprescindibles para que podamos mejorar la calidad de nuestra vida, los cuales son la autodisciplina y los sacrificios a largo plazo.

   Muchos de mis lectores me escriben quejándose de que sus hijos son muy débiles, porque, al no tener la paciencia que necesitan para alcanzar la consecución de sus propósitos, se aburren y abandonan sus tareas. Estos padres suelen tener dificultades para reconocer que en muchos casos ellos son los culpables de que sus hijos carezcan de espíritu de lucha, a pesar de que a los tales no les suele faltar amor propio. Dichos padres tienen dificultades para recordar que cuando sus hijos eran pequeños y querían cualquier cosa les faltaba tiempo para comprársela, lo cual fue un error, si consideramos que no les hicieron pagar a los tales ningún precio por sus caprichos para que aprendieran a valorar lo que les concedían. Si dichos padres les hubieran hecho esperar a sus hijos un tiempo prudente antes de concederles sus más anhelados deseos, los tales habrían desarrollado la paciencia, y, por causa de su carácter combativo, serían capaces de sobrevivir con más alegría a este tiempo de crisis económica.

   María es una señora desesperada por reducir su peso. Todos los años, al empezar el tiempo de Cuaresma, reduce considerablemente la cantidad de alimentos que consume, con el propósito de bajar de peso rápidamente. Como el hambre y el estrés hacen que María se desespere, no sólo se queda sin cumplir su deseo, sino que cada año aumenta su peso un promedio de cinco kilos.

   María debería entender que debería hacer una dieta equilibrada durante todo el año para conseguir ver realizado lo que según ella es un sueño inalcanzable.

   En vez de reducir drásticamente la cantidad de alimentos que consume, esta señora debería estar, durante quince días, bebiéndose un vaso de agua antes de cada comida, para que el líquido vital ocupe en su estómago el espacio que ocuparían los alimentos que dejará de consumir lentamente por el hecho de haber bebido agua.

   Durante las dos semanas siguientes, María debería comerse una pieza de fruta antes de cada comida, con el fin de seguir reduciendo sistemáticamente la cantidad excesiva de calorías que está acostumbrada a consumir.

   Durante las dos semanas siguientes, esta señora debería comerse unas cinco piezas de fruta al día, y comer ensalada antes de almorzar y de cenar, con el fin de empezar a consumir la cantidad de calorías que lograrán que su peso se reduzca lentamente, y sin que pase hambre.

   Para perder un promedio de cien a trescientos gramos diarios, María debería, durante todo el tiempo que se prolongue su dieta, hacer deporte, con el fin de que no sea muy prolongada la duración de su tratamiento.

   María debería tener en cuenta que puede tardar entre cuatro y seis semanas en constatar que su peso disminuye, por lo que debería tener paciencia.

   (Dado que esta meditación es de carácter religioso, debe tenerse en cuenta que en la misma no se contiene toda la información necesaria para que ninguna persona se someta a una dieta, pues la información aquí expuesta debe considerarse meramente ilustrativa).

   Es necesario que comprendamos que los sacrificios a largo plazo, aunque en algunos casos sean penosos, no sólo son beneficiosos porque por los mismos conseguimos lo que deseamos, sino porque nos enseñan a desarrollar la paciencia. 

   1. Respuestas a algunas preguntas referentes a la oración. 

   Os remito las respuestas que les di a algunos de mis lectores hace varios años con respecto a las preguntas que me hicieron referentes a la oración. 

   Queremos profundizar en nuestra oración, así pues, es nuestro deseo dedicarle al Señor más tiempo, sin excusarnos argumentando diciendo que no tenemos tiempo para orar, o que llevamos muchas actividades a cabo, por lo que no podemos suspender ninguna de ellas para encerrarnos en el silencio de nuestro interior, donde, al no existir ruido alguno, se oye perfectamente la voz del Dios que nos ama de una manera inexplicable por nuestra parte. 

   1-1. Orar, ¿para qué? 

   ¿Cómo tengo que rezar? 

   La oración es una conversación que los cristianos mantenemos con nuestro Padre y Dios, quien abarca toda nuestra vida. Dios lo es todo en nosotros (para nosotros), y por ello nos comunicamos con Él, conscientes de que nuestro Padre celestial es una Persona real, que escucha nuestras invocaciones, y nos concede todo aquello que conviene a nuestra salvación, así pues, es conveniente que no olvidemos que la vida de los cristianos tiene como meta la permanencia eterna junto a nuestro Padre eterno y Dios.

   Existen muchas oraciones con las cuales podemos dirigirnos tanto a la Deidad Suprema como a los Santos, nuestros venerables hermanos que han pasado de esta vida al Reino celestial. En la web del Dr. Jerónimo Domínguez, encontré esta frase: "Lo hermoso no es que debo orar, sino que puedo orar", así pues, dependiendo de la forma en que deseemos alabar a Dios, o de las peticiones que le dirijamos a la Trinidad Beatísima, nos encontramos con que nuestras oraciones pueden ser agradables a Dios o impropias de cristianos.

   Muchas veces es conveniente que le dirijamos a Dios nuestras propias y sencillas oraciones, nacidas de corazones inspirados por el Espíritu Santo, para que las conocidas plegarias litúrgicas (como el Padre nuestro) no acaben careciendo de sentido teológico según nuestra óptica, a fuerza de repetirlas muchas veces.

   Debido a que Dios existe y escucha nuestras oraciones, debemos dirigirnos a Él con toda naturalidad, porque Él es nuestro Padre, y es necesario que exista confianza en nuestro Creador por parte de quienes somos sus hijos amados.

   No veamos a Dios como si fuera un Ser lejano al que tenemos que pedirle favores. Nuestro Dios no nos exige que le sacrifiquemos a los hijos que Él mismo nos ha concedido con el fin de que le seamos dignos y nos conceda lo que necesitamos para vivir, tal como creían los adeptos de muchas religiones primitivas.

   Oremos con naturalidad y humildad. Dios no es como los padres que les dan a sus hijos adolescentes e incluso adultos el dinero que estos quieren para que lo malgasten en vicios, sin que los mismos piensen en labrarse su futuro. Amemos al Dios del amor, y no a los caramelos que deseemos que nuestro Padre celestial nos regale.

   Es necesario que las dádivas divinas sean pedidas al mismo tiempo que hacemos el bien en favor de nuestros prójimos y nuestro con el corazón lleno de misericordia.

   Dios sabe lo que nos debe conceder en cada momento de nuestra vida, porque nuestro Padre común nos conoce, y desea preservarnos del pecado. 

   1-2. ¿Por qué debemos alabar a Dios cuando oramos? 

   "Es de bien nacidos el ser agradecidos" -reza un refrán español-. Si pensamos en todos los dones que nuestro Padre celestial nos ha concedido, si pensamos en la Deidad que se ha humillado ante los hombres, lo único que podemos hacer, llenos de admiración, es alabar a nuestro Creador, ya sea con cánticos, oraciones mentales o pronunciadas, u obras de misericordia.

   Ya ha pasado el tiempo de la pereza espiritual, pues es Dios quien constantemente llama a nuestros corazones los cuales a veces están cerrados para Él, a pesar de que nuestro Padre común desea vivir en nosotros, en los familiares que nos ha concedido, y en el entorno en que nos desenvolvemos.

   Si creemos que Dios abarca nuestra vida, ¿qué razón tiene para perdurar en nosotros la pereza espiritual, que no sea la carencia de fe divina?. 

   1-3. ¿Cómo puedo saber que Dios me escucha cuando rezo? 

   Cuando yo era catequista de la parroquia de San José de Nazaret de Cajiz (Málaga, España), los componentes de mis grupos infantiles me solían preguntar:

   "¿Cómo eres el único del pueblo que cree en Dios hasta el punto de servir a Jesús?".

   Yo les decía:

   "Hace mucho tiempo estaba yo vendiendo cupones. Un buen día, Dios me llamó al móvil, y me dijo que me viniera a la Iglesia con vosotros".

   Los niños sonreían, y yo les explicaba que los creyentes, aunque no podemos demostrarlo, tenemos el conocimiento de que Dios nos habla a través de la oración, y que por eso era su catequista, porque sentía que Jesús me quería junto a ellos.

   Yo sé que Dios escucha mis oraciones porque tengo fe. Si escuchara la voz de Dios desde fuera de mi interior, ¿para qué me haría falta dicha virtud teologal?

   Desde que nos creó, Dios nos hizo libres, y el pecado obstaculizó la comunicación que nuestros primeros padres mantenían con el Todopoderoso. Si hablamos con Dios a partir de la fe y humildad que debe caracterizar nuestra vida de cristianos, al convertirnos sinceramente al Dios del amor, nuestro Padre común estará presente en nosotros, pues esperamos que llegue el día en que, sin que necesitemos tener fe, Dios cumpla la promesa de conducirnos a su presencia, después de que hayamos superado nuestras miserias actuales. 

   1-4. Yo quisiera orar, pero, ¿cómo puedo saber si realmente Dios existe, me ama y se interesa por mí? 

   No es fácil adquirir el buen hábito de orar, de la misma manera que tampoco podemos decir que el diablo actúa en nosotros para que no nos encontremos con Dios, como creen muchos de nuestros hermanos, pues es más correcto decir que nuestro intelecto no nos permite acercarnos al Señor, ante la duda de su existencia que no podemos demostrar científicamente, en el caso de que aún no hayamos experimentado su amor divino. No hay que olvidar que nuestra vida transcurre en medio de un mare mágnum de actividades, las cuales pueden impedirnos recordar que quizá nos favoreció hace mucho tiempo, quien, dicho sea de paso, con tanto amor nos trata aunque no lo percibamos, por lo cual debemos agradecerle el bien que nos hace llevando a cabo obras de misericordia inspiradas. 

   1-5. Vence la pereza a la hora de servir al Señor. 

   Os presento algunas excusas que los perezosos exponen para no cumplir sus deberes religiosos. 

   1-5-1. "Yo no voy a Misa porque no me entero de nada, de hecho, el cura siempre dice lo mismo, y yo termino aburriéndome". 

   ¿El hecho de que no conoces al Señor es la excusa que utilizas para no celebrar la Eucaristía, en vez de valerte del mismo para aumentar esa fe que dices que tienes, al menos, cuando estás necesitado de Dios?

   ¿Es tu pereza tan grande que prefieres no caminar un poquito y así rehúsas tener a Cristo en tu corazón, de forma que Él sea más parte tuya que tú mismo?

   De la misma forma que el amor debe ser considerado como un compromiso y no como un sentimiento cuya intensidad es variable, la Eucaristía no es un don de Dios, sino el don del mismo Dios a la humanidad. Si desconoces a Dios, aquí tienes a quien se presta a ayudarte a conocerlo, pero no digas que no vas a Misa porque no lo sientes, sino porque no quieres vivir en la presencia del Señor. 

   1-5-2. "No tengo interés de progresar a nivel espiritual, pues, si Dios me ama, me acepta como soy". 

   ¿Es tan grande tu pereza que te impide leer la Palabra de Dios para que así puedas encontrar tu felicidad, y la dicha de tus prójimos y del mismo Dios que, a pesar de que no te necesita, no se siente feliz sin que le manifiestes tu amor? 

   1-5-3. "Siempre habrá gente con dificultades. Yo ayudo al menor número de personas posible porque a mí nunca me ayuda nadie. Nadie cubre mis necesidades. Sólo yo corro con mis gastos". 

   Además de perezoso, ¿cómo puedes ser tan soberbio y negarte a amar a tus prójimos e incluso al mismo Dios? 

   1-5-4. "Rezo a mi manera. Mi culto interno y externo es cosa mía". 

   ¿TE has permitido el lujo de crearte un Dios a tu imagen y semejanza?

   ¿Cómo quieres que los demás creamos en un Dios que desconocemos porque tú mismo lo has creado a tu imagen y semejanza? 

   1-5-5. "No daría la vida por nadie ni en el caso de que esa persona fuera más justa que yo". 

   Cuando tengas la oportunidad de manifestar tu amor, no habrá soberbia ni pereza que te haga retroceder, pues, ese mismo amor que dices que jamás manifestarías, te habrá conquistado el corazón.

   En el libro de los Salmos, podemos leer estos versículos:

"¡Jerusalén, si yo de ti me olvido,

que se seque mi diestra!

¡Mi lengua se me pegue al paladar

si de ti no me acuerdo,

si no alzo a Jerusalén

al colmo de mi gozo!" (SAL. 137, 5-6).

   ¿Te parece esta enseñanza loca y fanática?

   Si tienes esa creencia, sabrás mucho de amor propio, pero tienes un gran desconocimiento del amor divino.

   ¿Crees que la siguiente enseñanza es de fanáticos?:

   "Portaos en todo con los demás como queráis que los demás se porten con vosotros" (CF. MT. 7, 12).

   ¿Aceptas la citada frase del Señor, o eres de los que deseas que los demás se sacrifiquen por ti, y te niegas a beneficiar a ninguna persona?

   Si quieres orar sinceramente, transforma la piedra de tu corazón en carne, pues tu oración no dejará de ser egoísta, hasta que, a imitación de Dios y sus Santos, no te hagas artícife de la donación.

   Créeme si te digo que respeto tu postura, pero, aunque se haya dado el caso de que tu rebeldía para con la Iglesia se deba a que algunos creyentes no te han tratado bien, por tu felicidad, te pido que no te encierres en tu caparazón y te abras a los hermanos, pues, las personas, por causa de nuestra imperfección, de la misma manera que sacamos a relucir nuestras mejores virtudes, también mostramos lo peor que tenemos aunque no debamos hacerlo, pero ello sucede porque, mostrando lo que somos, es como podemos dar todo lo que somos capaces de entregar. 

   1-6. La pobreza de espíritu. 

   Todos nos sabemos la primera de las Bienaventuranzas:

   "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos" (MT. 5, 3).

   ¿A qué nos suena el término pobreza espiritual?

   Teniendo presente el significado de la pobreza material, algunos de nuestros hermanos, necesitados del conocimiento de la enriquecedora fe del Señor, han pensado que, la pobreza espiritual, es equivalente a aquellos periodos de tiempo en que la fe que tenemos se debilita. La pobreza en el espíritu -amigos en el amor de Cristo Resucitado-, nos enseña a poner las posesiones materiales y las virtudes de que disponemos a disposición de Dios, de forma que todos los hombres seamos aptos para ser miembros del Reino que Cristo algún día terminará de instaurar entre nosotros, cuando llegue el momento en que toda carestía sea extinguida de la tierra.

   ¿Qué similitud existe entre la pobreza espiritual y la oración?

   Ningún cristiano puede decir de sí mismo que es pobre de espíritu, si no reconoce a su Padre y Dios como principio y fin de su doble existencia humana y divina. Si no creemos lo anteriormente expuesto, o nos esforzamos por aumentar la débil fe que tenemos, o perderemos el tiempo al intentar hablar con un Dios en el que no creemos -o no podemos- aceptar. 

   1-7. ¿Cuánto tiempo debemos dedicarle a la oración? 

   Muchos católicos opinan que es conveniente que quienes se inician en la práctica de la oración empiecen a hablar con Dios al menos cinco minutos todos los días, a ser posible, a la misma hora, con el fin de hacer de esa conversación con Dios un hábito fácil de mantener. A pesar de ello, sinceramente, os digo que, quienes sienten un ardiente deseo de hablar con nuestro Padre y Dios, no esperan a que llegue la hora rutinaria de la oración para cumplir su deseo.

   El deseo de comunicarnos con Dios fluye de la espontaneidad y confianza con que hablamos con nuestro Padre, cuando vemos a nuestro Creador como a cualquiera de nuestros familiares o amigos que se goza con la felicidad que nos caracteriza, y sufre con el dolor que nos marca la vida. Si no reconocemos a Jesús en su Humanidad al considerar el Misterio de la Santísima Trinidad, nos será difícil acostumbrarnos a orar sin sentirnos obligados a ello. 

   1-8. ¿Cómo escucharemos la voz de Dios cuando oremos? 

   En el mundo de las prisas y la intranquilidad causada por muchas actividades y preocupaciones, es muy frecuente el hecho de que no sepamos qué decirle a nuestro Padre y Dios a la hora de hablar con Él, cuando no se nos ocurran más peticiones que hacerle. En esos momentos de sequedad espiritual, nos es conveniente acudir a la lectura de la Palabra de Dios, otorgándoles una especial preferencia a los Evangelios, las Cartas del Nuevo Testamento y los Salmos. A través de los citados textos bíblicos, oiremos la voz de Dios. Algún día nuestro Padre común nos alabará a través de dichos textos, aunque no sabremos cuál es la causa por la que nos alabará, especialmente si en los textos que leamos en esa ocasión, no encontramos ninguna relación entre los mismos y nuestra vida. En esos instantes de duda, debemos seguir orando y leyendo, dado que Dios resolverá nuestros problemas cuando menos lo esperemos.

   Otro medio de oír la voz de Dios, consiste en servirnos de la ayuda de nuestros predicadores religiosos y laicos, y de las personas de confianza que conozcamos que estén versadas en el conocimiento de la Palabra de Dios. Un medio muy útil de resolver nuestras dudas de fe, consiste en contactar con el moderador de nuestro websyte de confianza, ya que el mismo, si está interesado en el hecho de predicar el Evangelio, si no sabe resolver nuestro problema, buscará a quien nos ayude a encontrar la felicidad que sentimos perdida. 

   2. Frases bíblicas que nos incitan a la conversión. 

   2-1. ¿Dónde iríamos y qué haríamos lejos del Señor? 

   En cierta ocasión, cuando nuestro Señor pronunció su sermón eucarístico, muchos de sus seguidores, al entender que el Mesías pretendía que se lo comieran literalmente en las celebraciones eucarísticas, al creer que la citada doctrina era inadmisible, lo abandonaron. Jesús les preguntó a sus Apóstoles si ellos también querían desampararlo, a lo que San Pedro le respondió:

   "-Señor, ¿a quién iríamos? Tus palabras son palabras que dan vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (CF. JN. 6, 68-69).

   Al igual que los seguidores de Jesús no comprendían perfectamente la verdad de Dios el día anteriormente mencionado, existen muchas realidades divinas que no comprendemos. A veces, además de desanimarnos porque necesitamos ver milagros que no vemos, constatamos que las actuaciones inadecuadas de algunos de nuestros hermanos de fe debilitan nuestras creencias, pero, a pesar de ello, después de recuperarnos de la citada crisis espiritual, seguimos aferrados a nuestro Salvador, porque sólo Él tiene palabras de vida eterna.

   ¿Nos da la felicidad el dinero?

   ¿Nos hace felices el trabajo?

   ¿Nos hacen felices las diversiones?

   Bueno es tener dinero, saludable y santificador es el trabajo, y la vida sin risas no es recomendada para los aprendices de la santidad, los cuales saben que Cristo ocupa el centro de su vida. 

   2-2. Seamos humildes y reconozcamos nuestra dignidad de hijos de Dios. 

   En cierta ocasión, antes de que Jesús curara al siervo de un centurión, este le demostró su fe, diciéndole:

   "-Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa. Pero una sola palabra tuya bastará para que mi asistente se cure. Porque yo también estoy sujeto a mis superiores, y a la vez tengo soldados a mis órdenes. Si a uno de ellos le digo: "Ven", viene; y si a mi asistente le digo: "Haz esto", lo hace" (CF. MT. 8, 8-9).

   Aunque por haber pecado no somos dignos de ponernos a la altura de Dios, por causa de su gran amor para con nosotros, Jesús murió y resucitó, para demostrarnos que Dios, con tal de que no pequemos más, nos perdona nuestras culpas.

   Al mismo tiempo que tenemos poder para hacer muchas cosas, sólo podemos superar nuestras grandes limitaciones si creemos en la Santísima Trinidad.

   Digámosle a Jesús:

   -Señor, no somos dignos de compararnos a ti; pero por tu muerte y Resurrección nos has igualado a ti espiritualmente, lo cual nos hará inmensamente felices cuando superemos nuestras limitaciones actuales. 

   2-3. Dile a Jesús que lo amas con las primeras palabras que se te ocurran. 

   Uno de los pasajes evangélicos más conocidos es aquel en que Santo Tomás Apóstol no podía creer que Jesús había resucitado de entre los muertos. Cuando Jesús se les apareció a sus Apóstoles nuestro actual Domingo II de Pascua, y el citado Santo hubo tocado sus heridas, exclamó embargado por la emoción:

   "-¡Señor mío y Dios mío!. Jesús le dijo: -¿Crees porque has visto? ¡Dichosos los que crean sin haber visto!" (CF. JN. 20, 28-29). 

   Oremos: 

   Señor Jesús:

   Nosotros creemos en ti, pero cuando somos probados por el sufrimiento nos falta la fuerza para mantener encendida la llama de la fe. Ayúdanos a seguir viéndote a través de la lectura lenta y pausada de la Biblia, la predicación de tus siervos religiosos y laicos y las circunstancias que tenemos que vivir, para que nunca más dejemos de creer en la Santísima Trinidad. Así sea. 

   2-4. ¿Cómo podemos demostrarle a Dios que verdaderamente creemos en Él? 

   Jesús les enseñó el Padre nuestro a sus Apóstoles, porque uno de sus seguidores, le dijo:

   "Señor, enséñanos a orar, como Juan (el Bautista) enseñó a sus discípulos" (CF. LC. 11, 1).

 

   Oremos con un estribillo que les oí cantar durante los años de mi infancia a los componentes de un coro rociero, cuyo autor desconozco:

 

Nazareno, Nazareno,

no nos dejes, no nos dejes

sin tu luz ni tu consuelo,

porque, sin ti, no puedo.

 

   Jesús, enséñanos a dirigirnos al Padre, no sólo con las palabras adecuadas, sino con la recta disposición de intención que caracteriza a tus Santos.

 

   2-5. Háblale al Señor con confianza, y no le ocultes absolutamente nada.

 

   El día en el que Pedro respondió ante Jesús pidiéndole perdón con su obediencia, sus gestos y su tristeza, por causa de las tres veces que le rechazó durante la noche del Jueves Santo, ante la triple pregunta que Jesús le hizo sobre si le amaba más que sus compañeros con tal de conseguir que Pedro descargara su insoportable carga sobre Él, el citado Apóstol, entristecido por la repetición de la interrogación, le dijo al Mesías:

   "-Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (CF. JN. 21, 17).

   Pedro le dijo a Jesús:

   Sabes que te he traicionado actuando cobardemente, y que estoy profundamente arrepentido de ello. ¡Cómo quisiera tener la oportunidad de cumplir la palabra que dije referente a dar mi vida por ti!. No estaré tranquilo hasta que salde mi deuda contigo.

   Jesús le dijo a Pedro, dándole a entender que él también moriría crucificado:

   "-Escucha lo que te digo: Cuando eras más joven, tú mismo te ajustabas la túnica con el cinturón e ibas donde querías; pero, cuando seas viejo, tendrás que extender los brazos y será otro quien te atará y te conducirá a donde no quieras ir" (JN. 21, 18).

 

   Oremos:

 

   Señor, tú sabes de nuestras debilidades y de que, a pesar de que no nos sentimos dignos de ti, no podemos dejar de amarte. Haznos fuertes para que podamos cumplir tu voluntad sin que se nos vuelva a debilitar la fe.

 

   2-6. Señor, auméntanos la fe.

 

   Por más que nos esforzamos por tener fe, porque sabemos lo que Dios ha hecho por nosotros, aún nuestro corazón se resiste tercamente a confiar en el Dios de la misericordia. Ante esta situación que tanta impotencia nos causa, digámosle al Señor las palabras con que se dirigió a Él el padre de aquel joven epiléptico gritando desesperado cuya única razón de ver a su hijo completamente sano era su creencia en el Hijo de María:

   "¡-Yo tengo fe, pero ayúdame a tener más!" (CF. MC. 9, 24).

   Las palabras del padre del epiléptico mencionado me han conmovido porque me han hecho recordar aquel Cursillo de Cristiandad cuyos formadores me enseñaron que a pesar de mi ceguera Cristo contaba -y sigue contando- conmigo para realizar una gran obra. Yo, a diferencia del padre del epiléptico, en vez de pensar que tenía fe, creía que mi fe era inútil porque era insuficiente, por culpa de quienes anteriormente a la vivencia de aquel Cursillo se encargaron de romperme los sueños. Yo había leído mucha literatura religiosa del tiempo de la dictadura española a través de la cual aprendí a considerarme como pecador indigno, y, en aquella ocasión, pude aprender que Dios me amaba tal como era, lo cual me lo ha demostrado nuestro Padre común ayudándome a crecer personalmente.

   ¿Quieres tener fe?

   ¿No encuentras a Dios?

   ¿No comprendes a Dios?

   ¡Lee la Biblia y verás cómo los milagros que Dios obra en tu vida te abren los ojos de la fe, de manera que nadie jamás te los volverá a cerrar ni aunque se te prohíba soñar!.

 

   2-7. Señor, ayúdanos a conservar tu ideal de vida cristiana.

 

   Cierta noche, cuando los Apóstoles se esforzaban con tal de que su barco no se hundiera en el mar, le dijeron al Señor, despertándolo mientras dormía:

   "-Señor, ¡sálvanos! ¡Nos estamos hundiendo!" (CF. MT. 8, 25).

   Por nuestra falta de fe creemos que Dios no sólo no escucha nuestras oraciones, sino que se duerme cuando más lo necesitamos. A pesar de ello, en el libro de los Salmos, leemos:

"Alzo mis ojos a los montes:

¿de dónde vendrá mi auxilio?

Mi auxilio me viene de Yahveh,

que hizo el cielo y la tierra.

¡No deje él titubear tu pie!

¡no duerme tu guardián!

No, no duerme ni dormita

el guardián de Israel" (SAL. 121, 1-4).

 

   2-8. Preguntémosle a Jesús lo que queremos saber del Dios Uno y Trino.

 

   Animados por San Juan el Bautista, los futuros Apóstoles del Señor Juan y Andrés siguieron a Jesús, el cual, cuando se percató de que lo seguían, les preguntó qué querían de Él, a lo cual ellos le preguntaron:

   "-Maestro, ¡dónde vives?" (CF. JN. 1, 38).

   Señor, ¿por qué nos amas contradiciendo el principio del mundo de amar a los poderosos, si somos inferiores a ti?

   ¿Por qué nos has salvado, si sabes perfectamente que no podemos hacer nada para pagarte lo que has hecho en nuestro beneficio?

   ¿Por qué se prolongan indefinidamente las enfermedades que nos hacen sufrir? 

   2-9. Hazme ver tu luz. 

   Cuando el ciego y mendigo Bartimeo supo que Jesús pasaba cerca de él, empezó a llamar insistentemente a nuestro Redentor, a pesar de que la multitud le daba muchas razones para que permaneciera silente. Cuando Jesús le preguntó qué quería que le hiciera, este le contestó:

   "-Maestro, que vuelva a ver" (CF. MC. 10, 51).

   Si hace tiempo te considerabas cristiano, y después de perder la fe, quieres volver a la Iglesia como creyente de espíritu renovado, ¡debes saber que te esperamos con los brazos abiertos!. 

   2-10. Sé humilde para que Dios te ensalce. 

   Jesús les contó en cierta ocasión a sus oyentes una parábola cuyos protagonistas eran un soberbio fariseo y un humilde publicano, el cual oró diciéndole a nuestro Padre común:

   "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" (CF. LC. 18, 13). 

   Oremos: 

   Señor Jesús:

   Aunque no somos tus mejores discípulos, nos esforzaremos por ser mejores personas cristianas, porque sabemos que nos amas con nuestros dones e imperfecciones. 

   2-11. Cristo cuenta contigo. 

   Cuando Jesús le pidió agua a la samaritana del pueblo de Sicar, ella le dijo extrañada:

   "-¡Cómo! ¿No eres tú judío? ¿Cómo te atreves a pedir agua a una samaritana?" (CF. JN. 4, 9).

   De la misma manera que dicha samaritana se extrañó de que le pidiera agua un judío, porque los habitantes del norte de Palestina no se trataban con el resto de miembros del país, nosotros, al comparar la grandeza de Dios con nuestra pequeñez, le preguntamos a Jesús:

   -Señor, ¿qué sentido tiene el hecho de que quieras redimir a la humanidad utilizando a predicadores muy inferiores a ti?

   ¿Qué has visto en nosotros para que te sientas motivado a santificarnos? 

   2-12. El don de Dios y el agua viva. 

   Cuando Jesús le explicó a la samaritana el significado del don de Dios y del agua viva, ella le dijo al Hijo de María:

   "-Señor, dame de esa agua" (CF. JN. 4, 15). 

   Oremos: 

   Señor Jesús:

   Límpianos de nuestras culpas e imperfecciones con tu agua viva, y santifícanos al enviarnos al Espíritu Santo, para que podamos cumplir la voluntad de nuestro Padre común, sin que jamás se nos debilite la fe. 

   2-13. Confía en el Señor plenamente. 

   Cierto día, un leproso arrodillado le dijo a Jesús:

   "Si quieres, puedes limpiarme de mi enfermedad" (CF. MC. 1, 40).

   ¿Creemos que Jesús quiere librarnos de las miserias que actualmente caracterizan nuestra vida?

   ¿Creemos que Jesús nos conducirá a la presencia del Padre para que seamos felices al final de los tiempos? 

   2-14. Pídele a Jesús que te transfigure y configure a su imagen y semejanza espiritual. 

   Cierto día, un joven rico le preguntó a Jesús:

   "-Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?" (CF. MC. 10, 17).

   ¿Le hemos preguntado a Jesús si quiere que hagamos algo para que Dios se sienta orgulloso de tenernos como hijos? 

   2-15. No pienses que eres un fracasado irremediable. 

   En cierta ocasión, Jesús les pidió a unos pescadores que no tardaron mucho tiempo en convertirse en sus Apóstoles que le prestaran su barca para predicarle a la multitud que se le juntó en el lago de Genesaret. Cuando el Señor concluyó su exposición de la Palabra de Dios, le pidió a Pedro que reiniciara su trabajo, el cual le dijo:

   ""Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes" (CF. LC. 5, 5).

   ¿Has dejado de predicar la Palabra de Dios porque crees que no has convertido a nadie al Señor? Sigue predicando, porque sólo a Dios le corresponde la tarea de recoger el fruto de las pequeñas semillas que has sembrado.

   ¿Sufres por la rebeldía de tus hijos adolescentes y jóvenes? Cumple tu deber para con ellos siguiendo el dictamen de tu conciencia, porque nuestro Padre común se encargará algún día de hacerles comprender las razones que tienes para hacer lo que haces. 

   2-16. Ora en el día de la aflicción. 

   Cuando creas que todas las cosas te salen mal, te sientas rechazado por tus prójimos e incluso te duela el hecho de aceptar tus fracasos, dile al Señor las palabras de San Dimas, el ladrón que hizo un preciso examen de conciencia antes de morir crucificado a la derecha del Mesías:

   ""Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino"" (CF. LC. 23, 42).