IV Domingo de Cuaresma, Ciclo C. «Lætare»
San Lucas 15,1-3.11-32: El dolor y el pecado.

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

El dolor y el pecado. 

   1. Me ha acontecido en muchas ocasiones que algunas personas me han preguntado cuál es la razón por la que Dios permite que los considerados buenos por nosotros sufran más que aquellos de quienes creemos que son perversos. Se me ha llegado a preguntar cual es la razón por la cual Dios golpea hasta el extremo de agotar a los más justos. Os digo más, cuando era catequista de niños de 8 años, estos me preguntaban cómo era posible que siendo ayudante de Jesús, Dios permitiera que yo fuera ciego total.

   En todos estos interrogantes hay un concepto erróneo de Dios que es preciso aclarar, y, las palabras que pueden clarificar este error no son invención mía, pues están escritas en el Apocalipsis de San Juan, capítulo 3, versículos desde el 17 al 20.

   "Sé también que vas pregonando: "Soy rico, estoy forrado de dinero y nada necesito." ¡Pobre infeliz! ¿No sabes que eres miserable, y pordiosero, y ciego y desnudo? Si de veras quieres enriquecerte, harías bien en comprarme oro pasado por el crisol, vestidos blancos con que cubrir tu vergonzosa desnudez y colirio con que ungir tus ojos para que puedas ver. Yo reprendo y castigo a los que amo. Esfuérzate, pues, y cambia de  conducta. ¿No ves que estoy llamando a la puerta? Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré en su compañía".

 En el citado texto podemos comprobar que Dios no nos golpea, dado que las cosas nos suceden debido a nuestra falta de salud física o psíquica, o quizá porque no asumimos como debemos hacerlo los acontecimientos que acaecen en nuestro entorno. San Juan, quien carecía del avance de las ciencias relacionadas con el pensamiento de que disponemos en nuestros días, recibió esta revelación de parte de Dios: "Yo castigo a los que amo". Tengamos en cuenta que la Psicología moderna proclama bienaventurados a aquellos que son capaces de no hundirse en el abismo de los acontecimientos que de una u otra forma pueden ser considerados desgracias. Para responder los interrogantes de las almas sedientas de Dios, tengo un libro que podéis descargaros en diversas partes, en la siguiente web:

http://www.geomundos.com/ocio/trigodedios

en la sección Madre de Dios.

   El Evangelio nos anima a superar estados viciosos o conceptologías erróneas de la humanidad. Dios no ha dispuesto un momento en que seamos comparados a la hierba que se corta y posteriormente se quema. Dios nos amaba incluso antes de que su Hijo fuera crucificado, pues, de no ser así, ¿hubiera permitido nuestro Padre celestial tan difícil e inexplicable sacrificio por parte de su Unigénito?

   2. El capítulo quince del Evangelio de San Lucas contiene tres parábolas que nos hablan de la forma en que Dios abraza a los pecadores y a los tibios, perdonando todas las faltas cometidas por las citadas personas. Os propongo que examinemos algunas de las palabras que Jesús nos dice en el  Evangelio según San Mateo, 23, 1-12.

   3. "Haced y guardad lo que ellos os digan -dice Jesús refiriéndose a los evangelizadores hipócritas-, pero no imitéis su conducta" (MT. 23, 3).

   Hay una clara diferencia entre decir lo que hacemos, y hacer lo que decimos. Muchas veces ocurre que hacemos muchos planes, los cuales sólo son palabras que se lleva el viento, en esos casos, no somos capaces de realizar nuestras aspiraciones, o, simplemente, somos tan hipócritas que nos gusta cuidar la imagen que los demás tengan de nosotros, muy a pesar de que ni siquiera nos interesa amar a nuestros prójimos, pues, si todo el mundo cree que somos buenos, ¿quién puede tener más fama que nosotros, con respecto a su buena conducta?.

   4. "Echan cargas pesadas sobre los hombros de los demás, pero ellos no están dispuestos a tocarlas ni siquiera con un solo dedo" (MT. 23, 4).

   Hay personas que necesitan contar con un riguroso código cívico o religioso, no para corregir sus defectos, sino para justificar sus innumerables fallos acusando a los demás de incumplir las normas a que todos debemos estar sometidos. Estos practicones son los que incesantemente nos dicen que, quienes no asisten a la Eucaristía dominical, están bajo la ley del pecado mortal. Pero vamos a ver, ¿cómo es posible que en pleno siglo XXI se tenga la creencia de que Dios nos quiera obligar a hacer cosas? Los practicones ignoran que Jesús murió por su propia voluntad para enseñarnos a superar momentos difíciles, así pues, es más fácil decir que Jesús murió obligado por la voluntad de Dios, para hacernos entrar en razón de que ellos son santos, y, nosotros, inútiles pecadores.

   5. "Todo lo hacen para que la gente les miren" (CF. MT. 23, 5).

   Hay sacerdotes que gustan de prescindir de la colaboración de los laicos en su trabajo pastoral, de igual forma que también hay cristianos seglares que tienen familiares minusvalorizados a su cargo, y gustan de tratarlos con exquisitez ante la gente, muy a pesar de que no es muy agradable hablar de lo que les hacen a los pobrecillos cuando la gente no los observa. A otros les gusta presumir de que tienen riquezas que jamás conseguirán, otros presumen de una misericordia tan buena que ni siquiera creen que tan magno don de Dios exista, pero, los Santos, los que actúan en el silencio, no son pocos como muchos fariseos creen, simplemente, estos hijos de Dios, son muchos, pero no nos percatamos de su presencia, porque actúan en silencio.

   6. "Les gusta ocupar los puestos preferenciales" (CF. MT. 23, 6).

   ¿Habéis examinado en alguna ocasión detenidamente la conducta de los envidiosos? A estas personas les gusta que sus conocidos posean las mismas cosas que ellos, pero no soportan la idea de que absolutamente nadie posea un céntimo de euro más que ellos. Quienes gustan de ocupar los puestos preferenciales, desean que los demás les besen los pies, pues, en multitud de ocasiones, estas personas tienen una autoestima un poco reducida, y no pueden amarse si no tienen un positivo y constante reconocimiento de quienes les rodean.

   Pidámosle a nuestro Padre y Dios que cada día aumente el número de personas que, a través de nuestra predicación verbal, se sientan perdonadas por su Padre celestial, que se sientan aceptadas y amadas por nuestro Dios Uno y Trino.

   7. Jesús nos dice por mediación del Apóstol y Evangelista Juan:

   "Yo soy el buen pastor" (CF. Jn. 10, 11).

   Podemos decir en términos simbólicos que constituimos el rebaño del Señor, así pues, el Salmista escribió:

   "El Señor es mi pastor" (CF. SAL. 23, 1).

   Las citadas palabras del libro de los Salmos nos instan a sentirnos protegidos por nuestro Padre común en los días en que vivimos estados que erróneamente denominamos adversos, pero también nos recuerdan la responsabilidad que significa para nosotros el hecho de ser "ovejas de tu rebaño" (CF. SAL. 74, 1).

   Dios se responsabiliza de nuestro cuidado concediéndonos sus numerosos dones y virtudes para que crezcamos en los órdenes material y espiritual, por consiguiente, el Salmista afirmó en su tiempo en estado de contemplación:

   "Pastor de Israel, escucha" (CF. SAL. 80, 2).

   Isaías profetizó certeramente con respecto a Jesús, el siervo de Yahveh:

   "Como pastor pastorea a su rebaño: recoge en brazos a los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas" (IS. 40, 11).

   Los corderos y las ovejas paridas de los que nos habla Isaías, son los más indefensos de nuestro entorno social. Si Dios provee para que crezcamos espiritualmente, nosotros tenemos la responsabilidad de cumplir los Mandamientos de su Ley. En este punto, a veces por no tener toda la fe que necesitamos para renunciar a ciertas actividades para obedecer a Dios, o quizá por la carencia del amor que debe caracterizarnos a todos los que afirmamos rotundamente que somos cristianos, fallamos todos. Jesús, en el Evangelio de hoy, deja a su rebaño en sitio seguro, y se dispone a buscar a su oveja perdida, a la que más ama. ¿Cuál es la oveja perdida por la que nuestro Hermano mayor se desvive? San Juan responde esta pregunta con palabras muy concisas:

   "Si alardeamos de no cometer pecados, somos unos ilusos y unos mentirosos" (1 JN. 1, 8).

   Todos nosotros somos la encarnación de la oveja perdida por la que Jesús derrama gustosamente su Sangre y nos entrega su vida en cada ocasión que celebramos el Sacramento de la Eucaristía. Gracias a los filósofos y a los psicólogos sabemos que muchas de las acciones que siempre hemos denominado como actos pecaminosos sólo son consecuencias de nuestra fragilidad humana. Jesús deja a los Santos difuntos en el cielo que próximamente se convertirá en nuestra tierra, deja a quienes se creen justos sin excepción para que se percaten de que alabar su falsa bondad no les sirve para nada, y se dispone a buscar a los humildes, a quienes aspiran a alcanzar encumbradas metas en los campos en los que se desarrollan como personas, a quienes son plenamente conscientes de que todo lo que son y lo que han logrado se lo deben a nuestro Padre y Dios.

   Jesús es un Pastor muy paciente porque sabe que "las ovejas le conocen por su voz" (CF. Jn. 10, 3).

   Nosotros, por nuestra parte, cuando conocemos a nuestro buen Pastor, dejamos que él nos coloque sobre sus hombros, y se alegre junto a sus siervos fieles y prudentes.

   "Y dijo el Señor: ¿Quién es el mayordomo fiel y prudente al cual su señor pondrá sobre su casa, para que a tiempo les dé su ración? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así" (Cf. LC. 12, 42-43).

   Si aceptamos el hecho de que somos ovejas perdidas, ¿qué tenemos que hacer para que nuestro buen Pastor nos encuentre? Para que el Señor nos encuentre tenemos que hacer tres cosas, a saber:

   1. Adquirir el conocimiento de la Palabra de Dios escrita en la Biblia, al mismo tiempo que debemos dejarnos inspirar por el Espíritu Santo que nos dispone a recibir también las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.

   2. Si adquirimos el conocimiento de la Palabra de Dios, no podemos permanecer impasibles en nuestra vida, así pues, hemos de cumplir los Mandamientos de Dios y de su Santa Iglesia, cuya misión consiste en hacer de nosotros un pueblo santo.

"Se les llamará "Pueblo Santo",

"Rescatados de Yahveh";

y a ti se te llamará "Buscada",

"Ciudad no Abandonada"" (IS. 62, 12).

   3. La meditación diaria de la Palabra de Dios y la vivencia del cumplimiento de los Mandamientos de Dios y de su Santa Iglesia han de estar coronadas por la oración, así pues, si no nos comunicamos con nuestro Padre común, no tendremos fe para pedirle a nuestro buen Pastor que venga a nuestro encuentro, porque no estaremos capacitados para reconocer que somos sus ovejas perdidas.

   De la misma forma que Jesús deja a muchas de sus ovejas en sitio seguro para venir a nuestro encuentro, cuando formemos parte del rebaño divino, nuestro Jesús nos dejará en el desierto, afrontando las dificultades que atañen a nuestra vida temporalmente, y se dispondrá a buscar a otras ovejas perdidas que aún no se han convertido al Evangelio.

   No seamos hipócritas, no imitemos al hijo mayor del Dios del que Jesús nos habla en su parábola del hijo pródigo, no hagamos el bien con la intención de ser recompensados, porque, si actuamos de esa forma, cuando el Señor juzgue a la humanidad, nos dirigirá unas palabras muy duras: "No os conozco" (CF. MT. 25, 12).

   ¿De qué nos sirve hacer milagros si actuamos más por la conveniencia de salvarnos que por la belleza de la gratuidad amorosa? El hijo menor de la tercera parábola que hemos extraído del capítulo quince de San Lucas no es tan pecador como su hermano, así pues, mientras que él dilapidó la fortuna que heredó de su padre por su desconocimiento vital, su hermano actuó en conciencia pensando que tenía más derecho que su hermano a heredar las riquezas de su padre, porque para eso jamás se negó a obedecer a su progenitor.

   El señor de la parábola trataba con cierta dureza a su hijo mayor, así pues, no le permitía matar un cabrito para hacer una fiesta con sus amigos, pero, ojalá los padres de hoy en día fuesen tan exigentes con sus hijos, para evitar que siga creciendo el número de irresponsables que hay en nuestra sociedad. Cada día me percato más de que aumenta considerablemente el número de jóvenes que no saben apreciar lo que son ni lo que les ha sido concedido por sus progenitores. El hermano del hijo pródigo era avaricioso, había luchado toda la vida por alcanzar una buena posición social, pero cometió el error de ambicionar lo que no era suyo, en ese preciso momento en el que no controló su deseo de poseer todas las riquezas de su padre, cayó en pecado, a pesar de que la ambición nos es necesaria en cierta forma para que el hecho de crecer sea para nosotros un aliciente que nos inste a vivir la alegría que hemos recibido de nuestro Padre común.

   Dios acogió al hijo pródigo celebrando un gran banquete eucarístico de la misma forma que lo hace cuando nosotros le pedimos que perdone nuestras transgresiones pero, cuando salimos del templo, nos impone un camino duro para que lo recorramos, pues, es necesario que tengamos dificultades para que no olvidemos que tenemos que madurar a lo largo de nuestra vida, porque estamos sujetos a un proceso evolutivo y aún nos queda mucho camino que recorrer para alcanzar la máxima perfección.

   Antes de finalizar esta breve meditación, no debemos pasar por alto la aptitud del hijo pródigo, porque todos conocemos el amor misericordioso de Dios. El hijo pródigo era semejante al niño que ahorra dinero para ir al circo que se ha instalado en su pueblo, y le da todo su dinero a un payaso que desfila junto a sus compañeros antes de empezar el espectáculo para publicitarse creyendo que la actuación ha comenzado, y pierde la oportunidad de realizar su sueño. Cada día los adolescentes sueñan con alcanzar la mayoría de edad para no vivir sometidos a sus padres pero, como muchos de ellos no están formados convenientemente para afrontar vicisitudes importantes, son las víctimas preferidas de los promotores de ciertos vicios, y jamás dejan de tener problemas. Sufren mucho las chicas que buscan a sus madres para confesarles en su soledad con los ojos llenos de lágrimas que están embarazadas, y que sus amantes les han dicho que aborten porque ellos no quieren asumir responsabilidades de ningún tipo con respecto a sus futuros hijos. Esas chicas que se creían autosuficientes o eran demasiado inocentes para ser adolescentes en nuestra sociedad se percatan de que, aunque no han alcanzado un estado de madurez acorde con su edad, han de crecer espiritualmente de una forma notable en muy pocos meses, y han de hacerlo ayudadas por sus progenitores, unos padres de los que muchas de ellas desconfiaban porque los tachaban de anticuados. Benditos sean, pues, los hijos pródigos que buscan el amor y el consuelo de sus familiares, de sus hermanos de la Iglesia, y de su Padre celestial.