III Domingo de Cuaresma, Ciclo C
San Lucas 13, 1-9:
El dolor.

Autor: José Portillo Pérez    

 

 

Introducción. 

   Durante el tiempo de Cuaresma, además de esforzarnos para superarnos en todos los niveles en los que nos desenvolvemos, al meditar la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús, tenemos la oportunidad de profundizar sobre el dolor, un tema sobre el que ordinariamente nos hacemos muchas preguntas, a las cuales no podemos responder satisfactoriamente, ya que, si a través de nuestra fe respondemos las mismas de una forma generalizada, a nivel individual, nos queda mucho que indagar aún, con el fin de encontrar las respuestas que resuelvan completamente nuestras dudas, especialmente en el caso de quienes tengan un conocimiento de Dios muy reducido.

   Dado que nuestra fe se extingue incluso en países en los que el Catolicismo está en la base de las tradiciones de los mismos, en el ambiente secularista en que vivimos, se nos ha hecho comprender erróneamente que, dado que no podemos responder satisfactoriamente desde el punto de vista de las ciencias humanas las cuestiones relacionadas con el dolor, es necesario que aceptemos el sufrimiento sin interrogarnos con respecto al mismo y que lo soportemos, ya que lo único que tenemos claro es que no podemos evitarlo.

   Dado que en nuestros días estamos viviendo el alejamiento de la sociedad en que vivimos de Dios, este hecho supone que somos testigos del olvido de la meditación sobre el dolor y la muerte, ya que, quienes reflexionamos sobre estos temas, o somos tachados de pesimistas, o somos considerados como visionarios.

   Por mucho que evitemos el hecho de meditar sobre estos temas, sabemos perfectamente que hemos nacido para tener problemas, soportar contradicciones, sobrevivir a enfermedades y morir. Estos hechos indudablemente son patéticos para aquellos que ya no confían en nadie ni en nada y sólo piensan constantemente que la vida es un engaño, pero para nosotros son instrumentos purificadores que nos perfeccionan en este mundo y nos preparan para ser recibidos en la presencia de Dios, después de que hayamos superado nuestra actual imperfección. 

   1. ¿Por qué existe el dolor? 

   Dios le dijo a Adán en el paraíso terrenal:

   ""DE cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio" (CF. GN. 2, 16-17).

   Existen dos tipos de dificultades, las cuales son las que nos provocamos nosotros mismos, y las que no podemos cambiar, porque nos las causan nuestros prójimos los hombres, o las recibimos directamente de Dios, dado que nuestro Padre común considera que las mismas nos son útiles para que podamos crecer espiritualmente. Ya que muchos cristianos que no son católicos e incluso muchos sacerdotes de nuestra Iglesia cometen el error doctrinal de enseñar que Dios no nos castiga nunca, es necesario que recordemos la verdad contenida en el siguiente versículo bíblico:

"Ved ahora que yo, sólo yo soy,

y que no hay otro dios junto a mí.

Yo doy la muerte y doy la vida,

hiero yo, y sano yo mismo

y no hay quien libre de mi mano" (DT. 32, 39).

   Si Dios mismo nos permite que suframos, al tener en cuenta que nuestro Padre común nos ama de una forma indescriptible, hacemos bien al suponer que el Todopoderoso tiene causas de peso para permitir que sucumbamos bajo el efecto del dolor y la muerte. 

   2. El sufrimiento de los justos. 

   Al ignorar que en la vida el dolor nos atañe igualmente a justos e injustos, y a pobres y a ricos, muchos de nuestros hermanos se interrogan sobre el sufrimiento de los débiles, los justos y los creyentes.

   Para iluminar esta cuestión que ha llegado a ser polémica hasta el punto de acabar con la fe de muchos católicos que no se han formado convenientemente en el conocimiento de la Palabra de Dios, vamos a recordar el ejemplo del justo Job. 

   2-1. Job, un hombre digno de ser imitado. 

   "Hubo en tierra de Uz un varón llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal". (Job. 1, 1).

   La perfección de Job consistía en que era virtuoso y cumplía cabalmente la voluntad de Dios, tanto con respecto a quienes le necesitaban, su familia y él mismo.

   "Y le nacieron siete hijos y tres hijas. Su hacienda era siete mil ovejas, tres mil camellos, quinientas yuntas de bueyes, quinientas asnas, y muchísimos criados; y era aquel varón más grande que todos los orientales. E iban sus hijos y hacían banquetes en sus casas, cada uno en su día; y enviaban a llamar a sus tres hermanas para que comiesen y bebiesen con ellos. Y acontecía que habiendo pasado en turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días" (Job. 1, 2-5).

"Los oídos que me oían me llamaban bienaventurado,

y los ojos que me veían me daban testimonio,

porque yo libraba al pobre que clamaba,

y al huérfano que carecía de ayudador.

La bendición del que se iba a perder venía sobre mí,

y al corazón de la viuda yo daba alegría.

Me vestía de justicia, y ella me cubría; 

como manto y diadema era mi rectitud.

Yo era ojos al ciego,

y pies al cojo.

A los menesterosos era padre,

y de la causa que no entendía, me informaba con diligencia;

y quebrantaba los colmillos del inicuo,

y de sus dientes hacía soltar la presa" (Job. 29, 11-17).

   Este gran Santo tenía una fe ejemplar:

"Yo sé que mi Redentor vive,

y al fin se levantará sobre el polvo;

y después de deshecha esta mi piel,

en mi carne he de ver a Dios;

al cual veré por mí mismo,

y mis ojos lo verán, y no otro,

aunque mi corazón (actualmente) desfallece dentro de mí" (Job. 19, 25-27).

   Sintetizando lo que hemos visto de Job, hemos recordado que este Santo era un adorador de Dios ejemplar, un padre de familia digno de ser imitado, y un creyente con entrañas de misericordia, capaz de socorrer a los necesitados, y de poner en su sitio a los carentes de escrúpulos religiosos y humanos. ¿Qué más se le puede pedir a un creyente en Dios para que sea perfecto? Sólo una cosa se le podía pedir a Job, la cual era que aprendiera, además de socorrer a los que sufrían en su entorno, a ser él quien debía sufrir, a pesar de que el sentido del dolor permaneció velado, hasta que los cristianos comprendieron el significado redentor del sufrimiento, en el siglo I de la era cristiana. A pesar de ello, Job comprendió, cuando superó su prueba, que, al permanecer junto a Dios, fue librado de las pérdidas familiares, humanas y materiales que padeció. 

   2-2. Los sufrimientos de Job. 

   Al considerar el ejemplo de Job, seguro que muchos de nuestros hermanos se preguntan: ¿Cómo es posible que Dios trate con tanta crueldad a sus creyentes?

   Yo les pregunto a tales hermanos: ¿Qué mérito hubiera tenido Job si su crecimiento espiritual no hubiera culminado siendo perfeccionado con la experiencia del dolor? Recordemos que el mismo Dios quiso que su Unigénito tuviera la experiencia del sufrimiento.

   Cuando ejercí de catequista de niños de primera Comunión en una pequeña parroquia, los pequeños me preguntaban cómo era posible que siendo ciego yo sirviera a Dios, cuando, si nuestro Padre común existía, lo mínimo que podía hacer por mí, era darme la vista, para agradecerme lo que hacía por Él. Ciertamente Dios premia a sus siervos inmensamente, pero ello no significa que los tales se vean privados de sufrir, ora por su crecimiento espiritual, ora por el bien de los no creyentes, los cuales, si nos vieran a los creyentes felices, dirían que nuestra fe carece de mérito, porque por creer en Dios estaríamos ostentando una posición envidiable en todos los sentidos.

   "Un día vinieron a presentarse delante de Jehová los hijos de Dios, entre los cuales vino también Satanás. Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: De rodear la tierra y de andar por ella. Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? Respondiendo Satanás a Jehová, dijo: ¿Acaso teme Job a Dios de balde? ¿No le has cercado alrededor a él y a su casa y a todo lo que tiene? Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra. Pero extiende ahora tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Dijo Jehová a Satanás: He aquí, todo lo que tiene está en tu mano; solamente no pongas tu mano sobre él. Y salió Satanás de delante de Jehová. Y un día aconteció que sus hijos e hijas comían y bebían vino en casa de su hermano el primogénito, y vino un mensajero a Job, y le dijo: Estaban arando los bueyes, y las asnas paciendo cerca de ellos, y acometieron los sabeos y los tomaron, y mataron a los criados a filo de espada; solamente escapé yo para darte la noticia. Aún estaba éste hablando, cuando vino otro que dijo: Fuego de Dios cayó del cielo, que quemó las ovejas y a los pastores, y los consumió; solamente escapé yo para darte la noticia. Todavía estaba éste hablando, y vino otro que dijo: Los caldeos hicieron tres escuadrones, y arremetieron contra los camellos y se los llevaron, y mataron a los criados a filo de espada; y solamente escapé yo para darte la noticia. Entre tanto que éste hablaba, vino otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de su hermano el primogénito; y un gran viento vino del lado del desierto y azotó las cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron; y solamente escapé yo para darte la noticia. Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito. En todo esto no pecó Job, ni atribuyó a Dios despropósito alguno" (Job. 1, 6-22).

   Imaginémonos por un momento que somos el Santo Job. Tenemos una inmensa fortuna y unos hijos a los que amamos con locura, a los cuales perdemos en poco rato, al mismo par que nos quedamos arruinados. ¿Qué haríamos en esa situación tan dramática?

   Job superó la prueba con éxito, en el sentido de que no perdió la fe, pero ello no significa que habían terminado sus sufrimientos, ni mucho menos.

   ¿Por qué vendió Judas a Jesús? Erróneamente podemos pensar que Judas odiaba al Señor, pero, al conocer la situación de Palestina en tiempos de nuestro Salvador y saber que el citado Apóstol de nuestro Redentor era ladrón, tenemos una gran probabilidad de acertar si pensamos que el hijo de Simón Iscariote vendió a Jesús para presionarlo, para que, cuando el Hijo de María se viera amenazado de muerte, se viera obligado a constituir un ejército para enfrentarse a los romanos. El colectivo de discapacitados vendedores del cupón de la ONCE saben mucho de este tipo de presión, pues, a muchos de ellos, después de que se les explota, y se les amenaza de muchas maneras, porque sus superiores saben que no pueden trabajar en otra cosa que no sea vender cupones, les dejan totalmente abandonados a su suerte.

   A Job sólo le quedaba una prueba que superar, la cual era sucumbir bajo la lepra, y esperar la lenta y desesperada llegada de la muerte.

   "Aconteció que otro día vinieron los hijos de Dios para presentarse delante de Jehová, y Satanás vino también entre ellos presentándose delante de Jehová. Y dijo Jehová a Satanás: ¿De dónde vienes? Respondió Satanás a Jehová, y dijo: De rodear la tierra, y de andar por ella. Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal, y que todavía retiene su integridad, aun cuando tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa? Respondiendo Satanás, dijo a Jehová: Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida. Pero extiende ahora tu mano, y toca su hueso y su carne, y verás si no blasfema contra ti en tu misma presencia. Y Jehová dijo a Satanás: He aquí, él está en tu mano; mas guarda su vida. Entonces salió Satanás de la presencia de Jehová, e hirió a Job con una sarna maligna desde la planta del pie hasta la coronilla de la cabeza. Y tomaba Job un tiesto para rascarse con él, y estaba sentado en medio de ceniza. Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete. Y él le dijo: Como suele hablar cualquiera de las mujeres fatuas, has hablado. ¿Qué? ¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos? En todo esto no pecó Job con sus labios" (Job. 2, 1-10).

   Por si Job no tenía bastante sufrimiento, fueron a verlo tres amigos suyos, los cuales estaban obstinados en que él había hecho algo muy malo para que Dios lo castigara de la forma que lo maltrató.

   De la misma manera que Dios premió la capacidad de aguante de Job al final del libro que estamos considerando brevemente, por nuestra fe, creemos que nuestro Padre común nos aliviará de nuestros padecimientos actuales al final de los tiempos, cuando concluya la instauración de su Reino entre nosotros. 

   3. Aprende a vivir, a sufrir y a gozarte por ser hijo de Dios. 

   La Psicología moderna contiene una enseñanza muy buena referente al sufrimiento, la cual consiste en que, en vez de buscar la causa por la que padecemos, -dado que en este tiempo sólo podemos hacer suposiciones totalmente inciertas sobre este hecho-, nos insta a que sobrellevemos nuestras dificultades actuales con todo el optimismo de que seamos capaces de vivir. Existen situaciones desesperadas para las que no tenemos una respuesta satisfactoria aún, pero la gran mayoría de quienes tenemos problemas tenemos posibilidades para aumentar la felicidad que disfrutamos.

   San Pablo, -un Apóstol de nuestro Señor que sobrevivió a persecuciones históricas por causa de la fe que profesaba-, les escribió desde su prisión a los cristianos de Filipo:

   "DE toda suerte de pruebas puedo salir airoso, porque Cristo me da las fuerzas" (FLP. 4, 13).

   Quisiera poder daros una fórmula eficaz para que podáis vencer vuestras dificultades, pero ello no está en mis manos, así pues, con tal de que no perdáis la fe que tanto necesitamos para poder vivir, me despido de vosotros recordándoos un maravilloso pasaje del primero de los Profetas mayores:

"Buscad a Yahveh mientras se deja encontrar,

llamadle mientras está cercano.

Deje el malo su camino,

el hombre inicuo sus pensamientos,

y vuélvase a Yahveh, que tendrá compasión de él,

a nuestro Dios, que será grande en perdonar" (IS. 55, 6-7).