Domingo IV de Adviento, Ciclo C

Autor: José Portillo Pérez



San Lucas 1,39-45
 1. El 25 de diciembre celebraremos un acontecimiento extraordinario. El día de Navidad no se producirá ninguna transformación en el mundo, a no ser que aceptemos que Jesús no vendrá a nuestra tierra para cambiar la situación actual del mundo. Si Dios no viene a cambiar la situación de miseria que todos padecemos en mayor o menor grado, ¿de qué nos sirve esperar la llegada de la citada celebración? Jesús no nacerá para llenar nuestra vida y hacer por nosotros aquello que nuestra incapacidad o nuestro miedo no nos dejan hacer, sino para ser uno más entre nosotros. Jesús no nacerá en nuestro corazón para llenar nuestra vida, porque El desea que nos inflamemos el corazón de dones y virtudes, siendo conscientes de que El tiene una vida plena para compartirla con nosotros. Si en el mundo no existiera la intoxicación interpersonal, si nadie necesitara a ninguna persona exceptuando el caso de ciertos minusválidos como si se tratara del aire para respirar, podríamos alcanzar la gran conquista de dar un paso para aprender a valorar el amor verdadero. San Pablo, en la segunda lectura correspondiente a la Eucaristía que estamos celebrando, nos dice las siguientes palabras de Jesús: "Aquí vengo yo para hacer tu voluntad" (Heb. 10, 7) Jesús nació gritando que había aceptado asumir la naturaleza humana para hacer la voluntad de nuestro Padre y Dios. Jesús decía: "¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra? No, os lo aseguro, sino división" (Lc. 12, 51) Jesús vino al mundo vacío de su Deidad y de su poder en cierta forma, para ser uno más entre nosotros. Siempre se nos ha dicho que Dios nos dará lo que no podamos conseguir con respecto a nuestra purificación, pero, quienes sabemos que está en nuestras manos la posibilidad de aumentar nuestra santificación porque el Espíritu Santo vive en nuestros corazones, no hemos de extrañarnos al considerar que Jesús vino al mundo para imposibilitar la existencia de nuestra paz inestable. La paz que nos trae el Señor es un don celestial para ricos y pobres, un derecho que nos compete a todos, porque todos somos hijos de Dios. Jesús, al pronunciar las palabras extraídas del Evangelio del médico Lucas, alertó a los primeros cristianos con respecto a las grandes persecuciones a las que habían de sobrevivir, y nos mantiene pendientes ante las emboscadas que nos tiende el mundo para que renunciemos a la fe sobre la que se fundamenta nuestra espiritualidad.

2. El tiempo de Adviento se divide en dos partes. La primera parte que comienza el primer día de este ciclo, todos los años en torno al 30 de noviembre, día en que celebramos a San Andrés Apóstol, y culmina el 16 de diciembre. Durante la primera parte del Adviento, nos preparamos para recibir a Jesús en su Parusía. La segunda parte de este periodo de espera comienza el 17 de diciembre y concluye el día de Navidad. Durante la segunda parte del Adviento celebramos Témporas y Posadas, para recordar el viaje que José y María hicieron desde Nazaret hasta Belén para empadronarse, en cumplimiento de la orden imperial y de la Profecía de Miqueas que escuchamos hace unos minutos, con respecto a la Natividad de nuestro Hermano Jesús en Belén. En estos días recordamos la expectación de María, las dificultades del viaje que hubo de hacer la Sagrada Familia, y la triste y vivificadora vivencia en el Portal de Belén.

3. Con respecto al Nacimiento de Jesús, nos dice el Profeta Isaías: "Una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado" (Is. 9, 5) Para nosotros no deja de ser misterioso el hecho por el cual Jesús se hacía llamar Hijo del hombre, quizá porque no nos acostumbramos a pensar, en el imperio de la desconfianza en el que nos hemos instalado, que Jesús nacerá en la noche del 25 de diciembre para todos los hombres, sin hacer distinciones marginales con respecto a ningún grupo de personas. Al principio de esta meditación, os dije que Jesús no nacerá en nuestros corazones para hacer lo que nos corresponde a nosotros, así pues, Isaías nos dice con respecto a la idea en torno a la que estamos reflexionando, que el Mesías, Jesús, es para nosotros una ""Maravilla de Consejero", "Dios Fuerte", "Siempre Padre", "Príncipe de Paz"" (Is. 9, 5)

Aún nos faltan escasas horas para celebrar el gran acontecimiento que venimos esperando desde el pasado 3 de diciembre, así pues, oremos: "¡Ven, Señor Jesús¡" (Apoc. 22, 20).

4. La gran mayoría de los cristianos tenemos la costumbre de celebrar la Natividad de Jesús junto a nuestros seres queridos. En la sociedad en la que hemos sustituido quizá sin percatarnos del grave error que hemos cometido la espiritualidad por el consumismo excesivo, solemos considerar que la reunión familiar no va más allá de degustar ciertos manjares tradicionales, cantar unos villancicos y contar algunos chistes con la intención de amenizar la velada navideña.

Los cristianos no debemos permitir que la celebración del Nacimiento de Jesús sea para nosotros un motivo de fiesta materialista, así pues, tenemos mucho que hablar entre los miembros de nuestras familias. La celebración de la Navidad debe caracterizarse por nuestra capacidad de crear un ambiente propicio en el que todos los miembros de la familia, desde los niños hasta los adultos, se sientan arropados para darnos a conocer sus preocupaciones y aspiraciones. Sería algo digno de alabanza el hecho de que todos los años, al conmemorar la cena navideña frente al Nacimiento de Jesús, todos hagamos una serie de propósitos y que, el año que viene, cuando nos volvamos a reunir, nos digamos si hemos llevado a cabo nuestras aspiraciones, o si el mundo, nuestros miedos o la pereza que nos invade en ciertas ocasiones, nos han sumido en un letargo que nos ha impedido realizarnos personalmente según el plan de actuación que nos proponemos todos los años, que tradicionalmente olvidamos la misma noche de Navidad.

La asistencia a la Misa del gallo, no ha de ser observada como una interrupción del encuentro familiar que sólo tiene lugar un día al año, ni siquiera en el caso de que nuestros familiares hayan viajado muchas horas para encontrarse con nosotros, así pues, Jesús nos llama para que asistamos a su Nacimiento, para que lo dejemos ser uno más de los miembros de nuestra familia. Pasamos la mayor parte de nuestra vida trabajando, tenemos tiempo para divertirnos, ¿le vamos a negar una hora a quien ha propiciado nuestro encuentro familiar?