Misa Vespertina de Navidad, Ciclo C

Autor: José Portillo Pérez

 

 

Meditación del capítulo 1 del Santo Evangelio según San Lucas

1. Anuncio del nacimiento de San Juan el Bautista

Permitidme, en esta celebración inicial del tiempo de Navidad, recordaros los acontecimientos descritos por San Lucas en el capítulo 1 de su Evangelio. Quisiera que mi humilde meditación nos sirva a todos para hacer un balance de lo que hemos hecho durante las semanas que se ha prolongado el Adviento, pues es importante que nuestro corazón esté dispuesto a recibir al Mesías en sus dos venidas.

San Lucas nos dice en su Evangelio: "Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, un sacerdote, llamado Zacarías, del grupo de Abías, casado con una mujer descendiente de Aarón, que se llamaba Isabel" (LC. 1, 5). Herodes el Grande el idumeo era hijo del Procurador de Judea Antípatro. El famoso asesino de los Santos Inocentes de Belén nació al sur de Palestina en el año 73 A. C. A pesar de que el Senado de Roma le concedió a Herodes su realeza en el año 39 A. C., este comenzó a ejercer su cargo dos años después de que el mismo le fuera concedido. Herodes contrajo matrimonio con la princesa asmonea Mariamna con el fin de granjearse la confianza de los judíos. El citado Rey es conocido porque, entre los años 25 y 13 A. C., comenzó a reconstruir el Templo de la ciudad santa, poniendo especial atención en los escrúpulos religiosos que caracterizaban a los judíos.

San Lucas nos dice en el citado versículo 5 del capítulo 1 de su Evangelio que Zacarías pertenecía a la clase sacerdotal de Abías. En el capítulo 24 del primer libro de las Crónicas, podemos leer el origen detallado de cada una de las clases sacerdotales existentes en Israel.

San Lucas nos dice que Elisabeth era descendiente de Aarón, el hermano de Moisés que ayudó al elegido de Dios para liberar a los judíos de la esclavitud a llevar a cabo la misión que le fue encomendada por Yahveh.

"Los dos eran justos ante Dios, y caminaban sin tacha en todos los mandamientos y preceptos del Señor" (LC. 1, 6). Los autores de la Sagrada Biblia (los Hagiógrafos) tenían la costumbre de resaltar las virtudes de los personajes cuyas experiencias nos transmitieron en sus obras, de la misma forma que no ocultaban los pecados que cometían algunos de los protagonistas de sus narraciones. Zacarías e Isabel eran justos delante de El-Shaddai, cumplían puntualmente la Ley del todopoderoso, pero no tenían descendencia. En aquél tiempo existía la creencia de que quienes carecían de descendencia habían de ser considerados como muertos, -al igual que les sucedía a los leprosos y a los ciegos por las dramáticas circunstancias que vivían las cuales les impedían realizarse personalmente-, pues, cuando ellos fallecían, se extinguía su linaje.

"No tenían hijos, porque Isabel era estéril, y los dos de avanzada edad" (LC. 1, 7). No sabemos si Isabel era estéril o si su marido estaba incapacitado para darle un hijo, pero en aquél tiempo, la única causa que podía justificar la incapacidad de un hombre para tener hijos, era la ancianidad del mismo.

"Sucedió que, mientras oficiaba delante de Dios, en el turno de su grupo, le tocó en suerte, según el uso del servicio sacerdotal, entrar en el santuario del Señor para quemar el incienso. Toda la multitud del pueblo estaba fuera en oración, a la hora del incienso. Se le apareció el ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso" (LC. 1, 8-11). Cuando rezamos el Credo hacemos alusión al hecho de que Jesucristo resucitado está sentado a la diestra de Dios Padre en el cielo. El ángel que Zacarías vio en su visión se situó a la derecha del altar del incienso porque ello indicaba que el sacerdote había de respetar al mensajero de Dios que le iba a anunciar una realidad que él en un principio no podría creer.

"Al verle Zacarías, se turbó, y el temor se apoderó de él" (LC. 1, 12). ¿Por qué se turbó Zacarías al contemplar a aquél ángel que vio en el Templo de Jerusalén? Los judíos creían que, dado que se consideraban pecadores, si veían a Dios, morirían irremisiblemente, dado que la justicia del todopoderoso los exterminaría, por causa de sus iniquidades, aunque las mismas fueran pecados veniales, o incumplimientos de la Ley forzados por su humana imperfección. Si los católicos tuviéramos la oportunidad de ver a Dios o a uno de sus ángeles cara a cara no sentiríamos miedo, pues se nos ha dicho que nuestro Creador es nuestro Padre, pero a los judíos no se les transmitió tanto la imagen del Dios Padre como la creencia en el Dios juez implacable.

"El ángel le dijo: "No temas, Zacarías, porque tu petición ha sido escuchada; Isabel, tu mujer, te dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Juan"." (LC. 1, 13). El ángel consideró oportuno tranquilizar al buen sacerdote antes de comunicarle su paternidad. Sabemos que el miedo es una angustiosa perturbación anímica que no nos permite discernir correctamente los acaeceres que hemos de vivir, así pues, si Zacarías conseguía extinguir el miedo de su corazón, podría estar dispuesto a interpretar correctamente el mensaje que le iba a ser transmitido. Zacarías supo que su petición había sido escuchada por nuestro Criador, pues así se lo hizo saber el espíritu que le fue enviado para comunicarle que no se afligiera más pensando en que, cuando él falleciera, su linaje sería exterminado de la faz de la tierra.

El ángel siguió diciéndole a Zacarías con respecto a su hijo: "Será para ti gozo y alegría, y muchos se gozarán en su nacimiento, porque será grande ante el Señor; no beberá vino ni licor; estará lleno de Espíritu Santo ya desde el seno de su madre."" (LC. 1, 14-15). Entre los versículos 1-21 del capítulo 6 del libro de los Números, encontraréis las disposiciones que habían de cumplir escrupulosamente los nazires o nazareos. Los nazires tenían terminantemente prohibidas la realización de las siguientes acciones: consumir bebidas alcohólicas, cortarse el pelo, y tocar e incluso aproximarse a un cuerpo muerto.

"Y a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (LC. 1, 16-17). En la profecía del Profeta Malaquías encontramos el siguiente texto: "He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día de Yaveh, grande y terrible. él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición" (MAL. 4, 5-6). "Y, en efecto, Juan es Elías, el profeta que había de venir" (MT. 11, 14). "Los discípulos le preguntaron (a Jesús): -¿Por qué dicen nuestros maestros de la Ley que Elías tiene que venir primero? (los discípulos querían saber cuál era la causa por la que el impetuoso espíritu de Elías había de volver al mundo en la persona del Bautista antes de que aconteciera la primera venida del Mesías a nuestro encuentro). Jesús les contestó: -Es cierto que Elías ha de venir y ha de ponerlo todo en orden. Pero yo os aseguro que Elías ya vino, aunque ellos no le reconocieron, sino que le maltrataron cuanto quisieron. Y el Hijo del hombre va a sufrir de la misma manera a manos de ellos (de la misma forma que le fue amputada la cabeza al Bautista por orden de Herodes Antipas, Jesús fue crucificado porque Pilato cedió a la presión que el Sinedrio ejerció sobre él). Entonces los discípulos cayeron en la cuenta de que Jesús estaba refiriéndose a Juan el bautista" (MT. 17, 10-13. CF. MC. 9, 11-13). A pesar de lo expuesto anteriormente, San Juan el Bautista era muy humilde, así pues, en JN. 1, 21, podemos constatar que él no decía de sí mismo que era Elías, a pesar de que su espíritu era fuerte, por lo cuál decimos que el espíritu de Elías volvió a la tierra en el hijo de Zacarías y de Isabel.

"Zacarías dijo al ángel: -¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad" (LC. 1, 18). Zacarías no podía creer que él y su mujer iban a tener un hijo siendo ambos ancianos. Nosotros no podemos comprender los misterios de Dios. Si no le abrimos el corazón a nuestro Padre común, él no podrá llevar a cabo sus obras en nuestra vida.

"El ángel le respondió: "Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios, y he sido enviado para hablarte y anunciarte esta buena nueva" (LC. 1, 19). El Arcángel San Gabriel le dijo a Zacarías que no debía dudar del mensaje que él le comunicó, dado que aquella maravillosa noticia procedía de Dios.

"Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo" (LC. 1, 20). Según nuestra mentalidad actual, el hecho de que le comuniquemos un mensaje a cualquier persona y no seamos creídos, no significa que hemos de castigar a esa persona. Lo que le sucedió a Zacarías significa que hemos de creer en Dios para que él pueda actuar en nuestras vidas, así pues, si nos negamos a creer en nuestro Creador, viviremos como quienes no pueden valerse por sí mismos en el terreno de la espiritualidad, caminando a tientas entre las tinieblas de la oscura noche del alma a la que se refería San Juan de la Cruz en sus famosos versos.

"El pueblo estaba esperando a Zacarías y se extrañaban de su demora en el santuario. Cuando salió, no podía hablarles, y comprendieron que había tenido una visión en el santuario; les hablaba por señas, y permaneció mudo. Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su servicio, se fue a su casa. Días después, concibió su mujer Isabel; y se mantuvo oculta durante cinco meses diciendo: "Esto es lo que ha hecho por mí el Señor en los días en que se dignó quitar mi oprobio entre los hombres" (LC. 1, 21-25). Zacarías concluyó el tiempo en que tenía que servir al Señor en el Templo de Jerusalén y volvió a su casa. Pocos días después de que el citado sacerdote volviera a su hogar, su mujer concibió a su unigénito. Fijaos que Dios no se publicitó haciendo que Isabel se quedara embarazada de una forma que fuera muy llamativa para sus vecinos, así pues, nuestro Padre común lleva a cabo el propósito de redimirnos en nuestra vida ordinaria, en el interior de nuestro corazón, en nuestros ratos de oración contemplativa... San José no intervino en la concepción de Jesús, pero esto no sucedió porque Dios quiso hacer un milagro espectacular para demostrarnos su poder, sino porque Jesús es su Unigénito.

2. Anuncio de la Encarnación del Verbo de Dios

"Al sexto mes fue enviado el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (LC. 1, 26-27). A pesar de que los católicos veneramos más a nuestra Santa Madre que a San José, no hemos de olvidar que, en el tiempo en que se redactaron los cuatro Evangelios, las mujeres eran tenidas en menor consideración que los hombres. San Lucas nos dice en su segunda obra que Dios envió al ánge San Gabriel a Nazaret, a una virgen comprometida con un descendiente de la dinastía davídica cuyo nombre era José. Por su parte, San Mateo escribió en su Evangelio: "El nacimiento de Jesús el Mesías fue así: María, su madre, estaba comprometida para casarse con José; pero antes de vivir con él como esposa, quedó embarazada por la acción del Espíritu Santo" (MT. 1, 18). Mientras que San Lucas escribió su Evangelio para que el pagano Teófilo creyera en Jesús (Vé. LC. 1, 1-4), San Mateo redactó su Evangelio para que los judíos, -los conocedores del Antiguo Testamento-, aceptaran a nuestro Señor, por consiguiente, esta es la causa por la que dice al comienzo del citado versículo de su obra: "El nacimiento de Jesús el Mesías fue así...", diciéndoles a sus lectores: Así aconteció el Nacimiento de nuestro Salvador. Al igual que San 'lucas, San Mateo nos dice que la Madre de nuestro Redentor estaba comprometida con San José en matrimonio, mencionando a este último después de citar a la Madre de nuestro Señor al contrario que lo hizo San Lucas en su relato de la Anunciación, no para contradecir al conocido médico y amigo de San Pablo, sino porque quiso transmitirles a sus lectores aquél episodio de una forma más resumida que lo hiciera el tercer Evangelista.

"Y entrando, le dijo: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (LC. 1, 28). La gracia es un favor no ganado que Dios les concede a quienes se dejan redimir y santificar por la Trinidad Beatísima. San Gabriel le dijo a nuestra Santa Madre que ella estaba llena de gracia porque ella confiaba plenamente en nuestro Padre celestial, porque la futura Madre del Mesías evitó el hecho de pecar porque sabía que ello le agradaba a Yahveh, porque vivía atenta a lo que nuestro Criador quería que ella hiciera, y porque aceptó la Maternidad de su Hijo amado. Ojalá deseemos nosotros ser llenos de la gracia divina.

"Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (LC. 1, 29). Comparemos el texto de LC. 1, 29 que estamos meditando, con el texto de LC. 1, 18: "Zacarías dijo al ángel: "¿En qué lo conoceré? Porque yo soy viejo y mi mujer avanzada en edad"". Zacarías le dijo a San Gabriel que él era viejo y que su mujer era avanzada en edad, demostrándole a San Gabriel que él respetaba a la futura madre de San Juan Bautista profundamente. Al comparar los 2 versículos de la segunda obra lucana que estamos meditando, nos preguntamos: ¿Por qué castigó San Gabriel a Zacarías y respetó el pensamiento de Santa María? La respuesta a esta pregunta es muy sencilla, así pues, mientras que Zacarías le dijo a San Gabriel indirectamente que no creía la noticia que le estaba comunicando, nuestra Santa Madre pensó en el medio de que Dios podría valerse para que ella concibiera al Salvador del mundo, sin que ella hubiera tenido relaciones sexuales con ningún hombre. Al igual que le sucedió a Zacarías cuando le fue anunciada su paternidad, Santa María se turbó cuando vio a San Gabriel, pues no estaba acostumbrada a tener visiones. San Gabriel tranquilizó a nuestra Señora, de la misma manera que también lo hizo con el sacerdote perteneciente al orden sacerdotal de Abías.

"El ángel le dijo: "No temas, María, porque has hallado gracia (favor) delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús" (LC. 1, 30-31). El ángel que convenció a San José en una visión de que su desposada no le había sido infiel al engendrar a Jesús, le dijo al carpintero descendiente de la familia del Rey David: "-José, descendiente de David, no tengas reparo en recibir a María, tu esposa, pues el hijo que ha concebido es por la acción del Espíritu Santo. Y cuando dé a luz a su hijo, tú le pondrás por nombre "Jesús", porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (MT. 1, 20-21). "Desde lo hondo a ti grito, Señor: Señor, escucha mi voz: estén tus oídos atentos al clamor de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? El perdón es cosa tuya y así infundes respeto. Aguardo al Señor, lo estoy aguardando, esperando su palabra; aguardo al Señor, más que el centinela la aurora. Espere Israel al Señor, como el centinela a la aurora; porque la misericordia es cosa del Señor, la redención copiosa: y él redimirá a Israel de todos sus delitos" (SAL. 130, 1-8).

"él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono (la sucesión espiritual) de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob (Israel, por extensión el mundo) por los siglos y su reino no tendrá fin" (LC. 1, 32-33). "Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta siempre, el celo de Yahveh Sebaot (Dios el Señor) ará eso" (IS. 9, 6).

"María respondió al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón¿" El ángel le respondió: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios" (LC. 1, 34-37). San Gabriel utilizó la concepción del Bautista para alentar la fe de María, así pues, ya que ella no había dudado con respecto al mensaje que le fue comunicado de parte de Dios, el mensajero divino, premió la credibilidad que ella le dio a su anuncio, manifestándole el futuro nacimiento del hijo de Zacarías, un argumento que, meses después, aumentó la credibilidad que le dieron los santos Joaquín, Ana y José, los padres y el marido de la Madre de la Iglesia Universal a María. San Gabriel le dijo a nuestra Señora que para Dios no hay nada imposible, así pues, ¿creemos nosotros las citadas palabras angélicas?

"Dijo María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y el ángel dejándola se fue" (LC 1, 38). Cuando nuestra Santa Madre se quedó sola se llenó de gozo al pensar en que Dios la había elegido para que fuera la Madre de su Hijo, pero parte de su gozo se transformó en tristeza cuando les dijo a sus familiares y a los más allegados de sus conocidos que estaba embarazada, y que su prometido no era el padre de su Hijo. José se avergonzó mucho al saber que su prometida estaba encinta, pero, en vez de apedrearla como le obligaba a hacerlo la Ley de Israel, tomó la decisión de abandonar a María secretamente. ¿Quién podría creer que María estaba encinta por la acción del Espíritu Santo? ¿Cómo podría ser creíble el argumento que María utilizaba para defenderse de las terribles acusaciones que se vertían contra ella de que una anciana a la que todos consideraban maldita por causa de su esterilidad llevaba 6 meses embarazada? María hubiera tenido alguna credibilidad si Isabel hubiera vivido cerca de Nazaret y sus familiares y demás conocidos hubieran podido comprobar la realidad de la concepción de Juan el Bautista, pero ello no era posible. José habló con Joaquín, y, ambos tomaron la firme decisión de enviar a María a Ain Karim, un pueblo perdido en los montes de Judea, a la casa de Zacarías, para ver si sus conocidos olvidaban la corta relación que ambos mantuvieron.

3. La Visitación

"En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor¡"" (LC. 1, 39-45). María debería haber servido a Isabel como si fuera esclava de su parienta, ya que la mujer de Zacarías la recibió en su casa en un estado en el que probablemente se avergonzaron de la Madre del Mesías muchos de sus familiares. A pesar de esta posible evidencia, San Lucas nos dice en su Evangelio que Isabel trató a Santa María demostrándole una gran veneración.

Los teólogos afirman que San Juan el Bautista fue bautizado en las entrañas de su madre, apenas el futuro profeta, al oír la salutación que la prometida de San José le dirigió a su antecesora, supo que el Redentor de las naciones estaba ante él. Ojalá nosotros sintamos ganas de saltar de alegría cuando llegue la media noche, y empecemos a celebrar con gran gozo el Nacimiento de nuestro querido Hermano y Señor.

A continuación meditaremos la oración que nuestra Santa Madre pronunció emocionada ante el saludo que le dirigió Santa Isabel, un himno que está inspirado en la oración que Ana, la madre del Profeta Samuel pronunció en el Templo de Jerusalén, para agradecerle a Dios el nacimiento de su hijo, ya que ella pensaba que era estéril, dado que Samuel tardó mucho tiempo en ser concebido, a partir de que aconteció el matrimonio de su madre con Elcana.

Esta es la oración de Ana:

"Mi corazón se regocija en Yaveh, mi poder se exalta en Yaveh; mi boca se ensanchó sobre mis enemigos (Dios me permitió desmentir a quienes se alegraban de mi esterilidad), por cuanto me alegré en tu salvación. No hay santo como Yaveh; porque no hay ninguno fuera de ti, y no hay refugio como el Dios nuestro. No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; porque el Dios de todo saber es Yaveh, y a él toca el pesar (juzgar) las acciones. Los arcos de los fuertes fueron quebrados (finalmente, los fuertes no vencieron a los débiles, mis enemigos no pueden reírse de mí porque he concebido un hijo), y los débiles se ciñeron de poder (y Dios me concedió el favor que le pedí). Los saciados se alquilaron por pan (se vendieron), y los hambrientos dejaron de tener hambre (y quienes confiaron en Dios vieron realizadas sus aspiraciones); hasta la estéril ha dado a luz siete (para Dios no hay nada imposible), y la que tenía muchos hijos languidece (quienes desean alcanzar su más plena realización sin tener en cuenta su necesidad de Dios -como les sucedió a Adán y a Eva-, fracasarán al llevar a cabo sus propósitos). Yaveh mata, y él da vida; él hace descender al Seol (el lugar en que los judíos creían que los muertos esperaban se les abrieran las puertas del cielo), y hace subir. Yaveh empobrece, y él enriquece; abate, y enaltece. él levanta del polvo al pobre, y del muladar exalta al menesteroso, para hacerle sentarse con príncipes y heredar un sitio de honor. Porque de Yaveh son las columnas de la tierra, y él afirmó sobre ellas el mundo. él guarda los pies de sus santos, mas los impíos perecen en tinieblas; porque nadie será fuerte por su propia fuerza (pero sí lo será por el poder de Dios quien en él confíe plenamente). Delante de Yaveh serán quebrantados sus adversarios, y sobre ellos tronará desde los cielos; Yaveh juzgará los confines de la tierra, dará poder a su Rey, y exaltará el poderío

de su Ungido (el Mesías)" (I SAM. 2, 1-10).

"Y dijo María: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las naciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen (a quienes lo respetan). Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes (venció a los soberbios y enalteció a los humillados). A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como había anunciado a nuestros padres- en favor de Abraham y de su linaje por los siglos"" (LC. 1, 46-55). Dios le dijo a Abraham: "Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti" (GN. 17, 7).


4. El nacimiento de San Juan el Bautista


"María permaneció unos tres meses con ella, y se volvió a su casa" (LC. 1, 56). Obviamente, María no podía permanecer indefinidamente en casa de su parienta, así pues, aunque vivió muy buenos momentos junto a la familia del Bautista, ella tenía que volver a Nazaret, para ver qué quería hacer José con ella. Si actualmente las mujeres pueden abrirse puertas en muchos países para vencer las dificultades que pueden caracterizar su existencia, María, en su tiempo, no podía hacer nada sin unos padres o sin un marido que la protegiera. No olvidemos que tanto las viudas como las madres solteras normalmente tenían que trabajar como prostitutas para poder sobrevivir.

"Se le cumplió a Isabel el tiempo de dar a luz, y tuvo un hijo. Oyeron sus vecinos y parientes que el Señor le había hecho gran misericordia, y se congratulaban con ella. Y sucedió que al octavo día fueron a circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías, pero su madre, tomando la palabra, dijo: "No; se ha de llamar Juan" (LC. 1, 57-60). ¿Por qué querían los familiares de los padres del Bautista que el recién nacido tuviera el nombre de su antecesor? Dado que el Bautista fue el primogénito de un matrimonio que había querido ser vivificado con el don de la paternidad durante muchos años, ellos debieron pensar que Zacarías, como jefe de familia, se alegraría mucho de que su hijo tuviera su nombre, pues lo compadecían por estar mudo. Dado que su marido estaba incapacitado para hablar, Isabel se enfrentó a aquella situación sola, sin poderles explicar a sus familiares y conocidos que su hijo se llamaría Juan porque Dios así se lo dijo a Zacarías por medio del Arcángel San Gabriel. Todos vivimos circunstancias en las que son probados nuestros dones y virtudes, así pues, aquél día, Isabel tuvo que demostrar su fe ante sus familiares y vecinos.

"Le decían (a Isabel): "No hay nadie en tu parentela que tenga ese nombre." Y preguntaban por señas a su padre cómo quería que se le llamase. él pidió una tablilla y escribió: "Juan es su nombre." Y todos quedaron admirados" (LC. 1, 61-63). Como Isabel no cedía a la pretensión de sus allegados con respecto a que su hijo se llamase Zacarías, todos acordaron preguntarle a Zacarías sobre aquella cuestión, por si él le había pedido a Isabel que, por una extraña circunstancia, su descendiente no fuera llamado con su nombre. Zacarías, con una decisión que habría de caracterizarnos a los discípulos de Jesús al profesar nuestra fe, escribió en una tablilla: "Juan es su nombre", se llama Juan. De esa forma, el marido de Isabel, zanjó aquella cuestión, que fue tan difícil para ambos, dado que él estaba impedido para hablar, y su mujer, Isabel, carecía de potestad para opinar al respecto.

"Y al punto se abrió su boca y su lengua, y hablaba bendiciendo a Dios" (LC. 1, 64). El sacerdote que se quedó mudo por causa de su carencia de fe en Dios, recuperó su capacidad de hablar, una vez hubo creído y manifestado su credibilidad en el mensaje que le escuchó al ángel de su revelación, aunque ello sucediera 8 días después de que él constatara el cumplimiento de aquella revelación celestial, es decir, el nacimiento de su unigénito.

"Invadió el temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea se comentaban todas estas cosas; todos los que las oían las grababan en su corazón, diciendo: "Pues ¿qué será este niño¿" Porque, en efecto, la mano del Señor estaba con él" (LC. 1, 65-66). Dado que Zacarías recuperó la voz el octavo día a partir de la natividad de su hijo, sus vecinos pensaron que él podía hablar porque su hijo procedía de Dios. Ellos no pensaron que Dios había obrado el milagro de restablecerle la voz a su sacerdote, sino que el niño, su intermediario ante Zacarías, sanó a su padre de su enfermedad actual. A pesar de que los católicos creemos en la intercesión de María Santísima y de los Santos, e incluso intercedemos ante Dios por quienes amamos, y por las necesidades de la humanidad, no olvidemos que Dios es quien hace milagros, aunque se valga de nuestros intercesores para llevar a cabo sus obras.


5. El Benedictus

"Zacarías, su padre, quedó lleno de Espíritu Santo, y profetizó diciendo: "Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo" (LC. 1, 67-68). Al igual que nos sucede a los cristianos, Dios redimió a los judíos en sentido figurado, así pues, aunque los judíos esperaban la venida del Mesías al mundo, y aunque Jesús ya ha vencido a la muerte, nosotros aún no hemos alcanzado la perfección de nuestro Criador. El Espíritu Santo habló por mediación de Zacarías de la misma forma que le inspiró la oración de Ana a nuestra Santa Madre (el Magnificat), así pues, ambas oraciones han de ser interpretadas como si ya hubiéramos sido purificados y viviéramos en la presencia de Dios en el cielo, contemplando nuestro pasado, nuestra vida marcada por la imperfección. Bajo esta óptica, podemos valorar que ambos fieles del Señor -María y Zacarías- oraban como quienes habían vivido la redención del género humano.

"Y nos ha suscitado una fuerza salvadora en la casa de David, su siervo, como había prometido desde tiempos antiguos, por boca de sus santos profetas, que nos salvaría de nuestros enemigos (nuestras miserias) y de las manos de todos los que nos odiaban haciendo misericordia a nuestros padres y recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre, de concedernos que, libres de manos enemigas, podamos servirle sin temor en santidad y justicia delante de él todos nuestros días. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor (Jesús) para preparar sus caminos y dar a su pueblo conocimiento de salvación por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestroDios, que harán que nos visite una Luz de la altura (el cielo), a fin de iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz." El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel" (LC. 1, 69-80).