Misa de la noche de Navidad, Ciclo C

Autor: José Portillo Pérez

 

 

San Lucas 2, 1-14

 

Celebremos la Navidad

1. ¿Por qué celebramos la Navidad?

Cuanto más mayores somos, más cortos se nos hacen los años que vivimos. Si recordamos la Navidad del año anterior, quizá tenemos la sensación de que el intervalo de tiempo transcurrido entre la Natividad del Señor del año pasado y la celebración que estamos viviendo en esta ocasión es relativamente corto. Todos los años recordamos el episodio evangélico del Nacimiento de nuestro Hermano y Señor durante la Misa de la noche de Navidad, así pues, todos conocemos la vivencia de San José y de nuestra Señora cuando no encontraban un lugar en Belén donde ser acogidos para que la Madre del Mesías diera a luz a su Hijo, quizá pensamos en la carencia de solidaridad que caracterizaba a los habitantes de Belén ya que ellos no se compadecieron de los pobres peregrinos que estaban tan necesitados de un hogar en el que se les recibiera con el amor del que carecían para aliviar el sufrimiento que debió producirles el Nacimiento de su Hijo en una lamentable situación de miseria absoluta.

Quienes tenemos la costumbre de celebrar la Navidad junto a nuestros familiares y amigos quizá sin tener en cuenta la celebración religiosa que nos ocupa, quienes pasarán esta noche mucho tiempo escuchando la radio o viendo la TV para evitar pensar en sus problemas, quienes no reconocen su necesidad de Dios, y quienes tienen carencias materiales y espirituales, hemos de preguntarnos: ¿Cuál es el verdadero sentido de la Navidad? ¿Qué significado tiene el relato de la Natividad de Jesús para nosotros? ¿Qué significado le aporta Jesús de Nazaret a nuestra vida?

La Navidad es un tiempo muy difícil para quienes sufrimos, así pues, mientras que lloremos la pérdida de nuestros familiares y amigos queridos, mientras no aceptemos las injusticias que se llevan a cabo en nuestra sociedad diariamente, mientras que seamos conscientes de que cada vez que muere un niño no nato quienes le arrancan la vida atentan contra el Niño de Belén, y mientras sintamos que nuestra alma tiene heridas incurables bajo nuestra óptica, tendremos miles de razones para celebrar la Navidad.

La Natividad de nuestro Hermano y Señor nos incita a acoger la esperanza que significa tan magna celebración que estamos viviendo esta santa noche. Todos tenemos problemas. En ciertas ocasiones muchos de los problemas que tenemos nos los causan nuestros familiares, nuestros amigos o nuestros compañeros de trabajo, pero hemos de reconocer que también nosotros, en muchas ocasiones, provocamos las dificultades que se arraigan en nuestra vida y nos hacen sufrir. Nosotros no sólo debemos celebrar la Navidad para agradecerle a nuestro Padre común el hecho de que ha sido misericordioso con nosotros, pues también debemos tener en cuenta que nuestro Criador está con nosotros, aunque no le veamos, quizá porque nuestra fe es muy débil, o quizá porque nos dejamos ahogar por las dificultades que marcan nuestra existencia.

Sé que durante la noche os haréis regalos unos a otros, así pues, tenéis a bien el hecho de celebrar el cumpleaños del Rey del amor, demostrándoos unos a otros lo mucho que os amáis, pero, más allá del dinero que os habéis gastado en adquirir los productos que os váis a regalar entre vosotros, no juzguéis los regalos que daréis ni los dones que recibiréis por el dinero que habéis invertido vosotros y vuestros prójimos para conseguir los mismos, no caigáis en la visión materialista que nos incita a juzgar a quienes amamos por lo que tienen, en vez de hacer lo propio por lo que son.

Cantad villancicos, entonad canciones de amor, disfrutad pensando en vuestros recuerdos dulces y consolaos al recordar vuestras vivencias amargas, felicitaos, abrazaos... No olvidéis al invitado principal de vuestra celebración. Abridle vuestro corazón al Niño de Belén que sólo cuenta con vuestro afecto para poder sobrevivir en vuestros corazones. Michael Ende, en su Historia interminable, nos demuestra que nos morimos lentamente al obviar la realización de nuestras más anheladas aspiraciones, así pues, no frustremos el designio salvífico de Dios que, un año más, está siendo llevado a cabo por el Hijo de María, pues él ha venido a nuestro encuentro para librarnos del mal en todas sus formas, para que no nos afecten las enfermedades cuando vivamos en su Reino, y para romper los lazos de la muerte.

Quiero pediros que habléis entre vosotros, que juguéis con vuestros niños, y que escuchéis a vuestros padres y abuelos, así pues, aunque ellos os cuenten las mismas anécdotas infinidad de veces, acordaos del tiempo en que ellos no sabían lo que hacer para evitaros el llanto, cuando estábais enfermos, cuando os peleábais con vuestros hermanos y amigos, y en otras muchas ocasiones. Yo os deseo que vuestra Navidad se convierta en la fiesta de la comunicación de vuestro gozo cristiano y de la alegría de que estáis vivos y por ello tenéis la oportunidad de seguir progresando a los niveles material y espiritual.


2. El Nacimiento de Jesús


"Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo. Este primer empadronamiento tuvo lugar siendo gobernador de Siria Cirino. Iban todos a empadronarse, cada uno a su ciudad" (LC. 2, 1-3). Augusto hizo un censo con todos los habitantes del Imperio con el fin de cobrarles a los mismos un impuesto con el que cubrir gastos públicos como la realización de obras. Los judíos se empadronaron en las ciudades de las cuales provenía su linaje. "Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento" (LC. 2, 4-7).

A pesar de que a lo largo de la Historia muchos pintores se han esforzado mucho para hacernos creer que San José era muy anciano con el fin de justificar la virginidad de Santa María, no sabemos cuál era la edad del actual Patrón de la Iglesia Universal cuando aconteció el Nacimiento de nuestro Hermano y Señor. María estaba comprometida con José en matrimonio cuando San Gabriel le dijo de parte de Dios que nuestro Santo Padre la había elegido para que fuera la Esposa del Espíritu Santo y la Madre de su Hijo. A pesar de que José tenía la capacitación legal para lapidar a su prometida por haberle sido infiel, el futuro padre adoptivo de Jesús quiso separarse de María secretamente. María era mujer, no podía tomar decisiones por sí misma al respecto de lo que había de hacer, así pues, ella sólo podía orar y pedirle clemencia a Dios, pues, si ella moría, no podría cumplir la misión que aceptó gustosamente.

No sabemos si cuando la Sagrada Familia comenzó el viaje a Belén para empadronarse José había aceptado plenamente la paternidad de Jesús, pues, aunque un ángel le dijo en sueños que su esposa no le había sido infiel, él sólo podía demostrar que Jesús no era el compendio de su unión con la mujer que amaba. Cuando José y María llegaron a Belén para empadronarse, descubrieron que la citada aldea estaba llena de gente, por lo que no pudieron encontrar alojamiento en la posada. María estaba a punto de dar a luz, y José no sabía dónde podía refugiarla. No olvidemos que el 75% de los habitantes del mundo viven en la misma situación que nació nuestro Señor, desprovistos de bienes materiales.

"Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor" (LC. 2, 8-9). Sabemos que en el tiempo en que vivió nuestro Señor los pastores no tenían buena reputación, dado que su estado de pobreza absoluta les obligaba a robar para sobrevivir. Ellos tuvieron miedo cuando fueron envueltos por la gloria de Dios, así pues, aunque hacían lo que estaba terminantemente prohibido por la Ley para sobrevivir, se sentían pecadores, y consideraban que la justicia de Dios habría de exterminarlos, si veían al todopoderoso. Es muy significativo el hecho de que Dios se les manifestara a aquellos pastores por mediación de sus ángeles en vez de comunicarles el Nacimiento de su Hijo a los componentes de la alta sociedad de Palestina. Desde que nuestro Señor nació, aún sin poder hablar, y cuando sólo necesitaba muchas manifestaciones de amor, congregó ante el pesebre en que reposaba a los suyos, a los pobres, a los que no tienen nada más que su vida y, aunque no sabían cuándo iban a perder tan preciado don del cielo, tenían el coraje que les era necesario para enfrentar la adversidad característica de su existencia.

"El ángel les dijo: "No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales acostado en un pesebre."" (LC. 2, 10-12). ¿Consideramos a Jesús como el Salvador del que la voz angelical les habló a los pastores en la noche en que nació nuestro Hermano y Señor? Dios no quiso que los pastores contemplaran una gran señal que acreditara lo que les fue dicho antes de que vieran a su Hijo, así pues, él les manifestó que habrían de ver a un niño envuelto en pañales, una criatura tan pobre que ni siquiera podría ser aceptada como el Hijo del Dios de los Ejércitos, un niño tan parecido a ellos en su estado de marginación que, aunque jamás cometió delito alguno, fue crucificado cuando llegó el tiempo de nuestra redención, así pues, a pesar de que era libre, se le vendió por 30 denarios, aproximadamente 18,030 euros, así pues, se le privó de su dignidad de hombre libre para poder justificar su muerte.

"Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace"." (LC, 2, 13-14).



3. Se ha cumplido la profecía de Isaías

He aquí, pues, el anuncio de Isaías: "El pueblo que caminaba en la noche divisó una luz grande" (IS. 9, 1-2). Nos hemos congregado ante el altar del Señor porque hemos divisado una misteriosa luz que ha iluminado los ojos de nuestro espíritu, ha transformado nuestra existencia mortal y nos ha dado la vida sobrenatural. Desde el momento en que Jesús se encarnó en las entrañas de Santa María, dio Dios por cumplido su designio salvífico. Jesús ha vuelto a nacer en nuestros corazones para recordarnos que la luz de la vida se encuentra detrás del velo formado por una trama de dificultades que hemos de solventar bajo la inspiración del Espíritu Santo, el cuál nos ayudará a encontrar la felicidad que tanto anhelamos.

"El yugo que soportaban, y la vara sobre sus espaldas, -el látigo de su capataz-, tú los quiebras como en el día de Madiam" (IS. 9, 3). Estos versículos del Emmanuel del Profeta Isaías nos recuerdan la obra que Cristo llevó a cabo para enseñarnos a no perder la fe y la esperanza en los días del dolor. Quizá no todos podéis comprender mis palabras, pero los que estáis viviendo circunstancias que pueden parecer adversas, sabéis muy bien lo que os quiero transmitir, porque habéis tenido la dichosa oportunidad de vivirlo en vuestra piel y en vuestra alma. No alabo el dolor, pero es muy honroso el hecho de encontrarnos con Dios en el desierto de nuestra vida.

"Un hijo se nos ha dado" (IS. 9, 5). Jesús se autodenominaba "Hijo del hombre" (CF. MT. 8, 20). El camino que Jesús recorrió desde el portal de Belén hasta su Ascensión constituye para nosotros la más eficiente prueba de lo que son capaces de llevar a cabo quienes se confían en las manos de nuestro Padre y Dios.

La celebración de la Natividad de Jesús no ha de incitarnos a bajar la guardia con respecto al hecho de perfeccionarnos espiritualmente ni ha de hacernos olvidar el hecho de esperar la llegada del día en que acontezca la Parusía o segunda venida de Cristo Rey a nuestro encuentro, pues este ha de ser un motivo que avive nuestra dedicación a Dios y a nuestros prójimos los hombres.