Misa de Navidad , Ciclo C

Autor: José Portillo Pérez

 

 

San Juan, 1, 1-18

 

 Lecturas de la Misa del día: Isaías, 52, 7-10; Salmo 97, 1-6; Hebreos, 1, 1-6; San Juan, 1, 1-18

1. "Hasta los confines del mundo han visto la salvación de nuestro Dios" Sí, queridos hermanos y amigos, los católicos hemos vivido una noche gozosa en que hemos contemplado cómo empieza a llevarse a cabo la gran cantidad de pruebas a que Dios quiso someter a la más fiel imagen de su Santo Amor, a Jesús de Nazaret, pues todos sabemos que ese Niño a quien todos contemplamos extasiados nació para morir colgado de una cruz para enseñarnos a no sucumbir ante nuestras muchas dificultades. Cristo, el mensajero de Dios, camina atravesando los montes de nuestro orgullo y recorriendo las planicies de nuestras depresiones para hacer de nosotros una senda sagrada a través de la cual muchos alcancen la Santidad, esto es, el fin para que Dios nos creó, para amarle, orarle y servirle en nuestros prójimos los hombres.

Que nuestra Navidad no vaya a la basura mezclada con las envolturas de unos polvorones y unas cajas de turrones diversos, pues, si somos cristianos, esta es una excelente ocasión para que nos comprometamos a correr detrás de Cristo, el mensajero de Dios, hasta que estemos totalmente exaustos y podamos comprobar la eficacia del amor de Dios al sentir que el Espíritu Santo nos impulsa para que hagamos milagros capaces de sorprendernos hasta a nosotros mismos.

2. San Pablo, en el inicio de su Carta a los Hebreos, nos explica cómo Dios se nos ha manifestado a lo largo de la Historia de la Salvación, este texto es muy significativo para nosotros cuando celebramos la Natividad de Jesús, esto es, el día en que empieza a llevarse a cabo el designio salvífico de nuestro Padre celestial.

3. El Evangelio correspondiente a esta segunda Eucaristía de la Natividad de nuestro Hermano y Señor Jesús abarca muchos aspectos con respecto a la vida de nuestro Señor y la experiencia de San Juan Bautista, uno de los Profetas del Adviento por excelencia. El pasaje de San Juan que meditamos en este día en que nos dedicamos a contemplar al Niño de Belén recién nacido contiene entre sus letras una gran variedad de temas sobre los cuales podríamos meditar durante varias horas, es esta la causa por la cual vamos a examinar algunos aspectos existentes en la relación que mantenían ambos Profetas de forma que nos sea un poco más fácil afianzar nuestra fe en nuestro querido Jesús de Nazaret.

Mientras que la misión de San Juan Bautista consistía en predecir la venida del Niño de Belén al mundo, nosotros continuamos de alguna manera el Ministerio de Juan basándonos en el conocimiento de la Palabra de Dios proclamada -o predicada- por Jesús, de forma que misionamos ocupados imitando a Juan como precursores de la Parusía o segunda venida de Cristo Rey. En la vida de los grandes predicadores que Dios ha enviado a la Tierra para evangelizarnos, existen tres etapas en las cuales los predicadores adquieren el conocimiento, dan a conocer el designio salvífico de Dios, y acaban siendo víctimas de la incomprensión de quienes por cualquier circunstancia no creen su mensaje. En la vida de los cristianos de a pie también se reproducen estas tres etapas de la vida de los grandes Profetas de Dios de alguna forma, por consiguiente, no debemos olvidar que los laicos que han sido martirizados en defensa de la fe del Señor Jesús son incontables.

4. Antes de concluir esta breve predicación, me gustaría invitaros a olvidar durante unos minutos vuestros problemas, necesidades y obligaciones, para que nos unamos en oración y contemplemos a nuestro Niño de Belén, al mismo tiempo que meditamos en la vida, enseñanza, obra, Pasión, muerte y Resurrección de Jesús. La Navidad es el tiempo en que nuestra inteligencia da crédito a las palabras con que el ángel San Gabriel se dirigió a María anunciándole el principio de la Redención, esto es, la Encarnación y el Nacimiento o Natividad del Verbo divino. San Pablo nos dice estas palabras refiriéndose a nuestro Jesús: "A pesar de su condición divina, Cristo Jesús no quiso hacer de ello ostentación" (Flp. 2, 6) ¿Significan estas palabras del Santo Apóstol que Jesús de Nazaret ignoró su alto rango para sumirse en el dolor y el pecado del hombre? Cristo no renunció jamás a su Deidad, pero nuestro Señor nos amó tanto que no pudo pasar por alto la posibilidad de hacerse uno más entre

nosotros. Hermanos, Cristo no se hizo un hombre cualquiera entre nosotros, así pues, habiéndose hecho nuestro Señor hombre para demostrarnos el inefable amor de Dios con respecto a la grandeza de nuestra miseria, el Unigénito de Dios quiso ser el Varón de dolores por excelencia según el Emmanuel de Isaías. "Despreciado por los hombres y marginado -nos dice el primero de los Profetas mayores-, hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento, semejante a aquellos a los que se le vuelve la cara, no contaba para nada y no hemos hecho caso de El. Y sin embargo, eran nuestras dolencias las que El llevaba, eran nuestros dolores los que le pesaban. Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado" (Isaías, 53, 3-4)

Quizá puede resultar extraño al oído de algunos hermanos y amigos el hecho de que se haga mención de la Pasión y muerte de Jesús en el día jubiloso en el que celebramos el gran acontecimiento de la Natividad del Niño de Belén, pero la situación de miseria que en ciertas ocasiones colma nuestros espíritus, la difícil situación en que vive el 75% de la humanidad, nos invita a recordar la vida de Jesús con todo lujo de detalle según nos narran los Evangelistas, para que imitemos a María en su vida de servicio, en aquel momento en que pronunció aquel sí definitivo que transformó su vida que desde hacía mucho tiempo ya era una grata ofrenda a los ojos de Yahvéh.

¿Cuantas horas tendría que orar y meditar la Palabra de Dios María en el silencio del mundo y en el interior de su espíritu lleno de Dios para pronunciar aquel sí sin pensárselo dos veces, a pesar de que era consciente del compromiso que adquiría al pronunciar dicha palabra? No debemos creer que María quedó extasiada ante la visión de Gabriel pensando que le aguardaba un camino lleno de rosas y aplausos, pues todos sabemos sobradamente el dolor que María vivió, consecuencia de no negarse a servir a Dios en cumplimiento del amoroso designio salvífico de Yahvéh. No sé por qué razón me han venido a la memoria estos versos de uno de los himnos de la Liturgia de las horas:


¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?

¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta, cubierto de rocío,

pasas las noches del invierno escuras?


¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío

si del mi ingratitud de hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!


¡Cuántas veces el ángel me decía:

Alma, asómate agora a la ventana,

verás con cuánto amor llamar porfía!


Y cuántas, hermosura soberana,

mañana le abriremos respondía,

para lo mismo responder mañana.

Quizá el citado himno litúrgico nos suena más a Semana Santa o de Pasión que a Navidad, tiempo de regalos e importantes fiestas en que se derrochan bienes materiales y en infinitos casos siempre queda por demostrar el más importante motivo de la Navidad cristiana, esto es, el amor divino y humano. Para vosotros queridos hermanos y amigos, todos los días es 25 de diciembre, Jueves Santo, Viernes Santo, y, Domingo de Resurrección.