La Cruz y el Amor de Dios

Autor: Luis Fernando Pérez 



 

Amad a vuestros enemigos, nos pide el Señor. ¡¡Qué difícil es!! ¿verdad?
En nuestra vida pasamos por circustancias en las que parecen que todos se han confabulado en contra nuestra. Nos atacan, nos apalean, nos hieren. Y nos sentimos desolados y sin capacidad de respuesta. Incluso en ocasiones recibimos el daño de aquellos que son o dicen ser nuestros hermanos. No es lo mismo cuando nos hiere un verdadero hermano que cuando lo hace uno falso. Las heridas del primero duelen más. Las del segundo suelen ser el resultado de que odian lo poco de puro o santo que ven en nosotros.
Y aún así, repito, Dios nos ha llamado a amar hasta a nuestros enemigos (Mt 5,44). No en vano nosotros éramos "en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras" y aún así "ahora nos ha reconciliado" (Col 1,21).
Nos resulta relativamente fácil comprender el amor de Dios por nosotros cuando somos sus hijos. Pero para entender bien la profundidad y la naturaleza última del amor de Dios, a veces el Señor nos pone delante de lo más miserable de la naturaleza humana y nos dice "ámalo, porque así eras tú antes de convertirte a mí y a pesar de ello yo te amé". Es entonces cuando podemos comprender bien lo que ocurrió en la cruz. Es entonces cuando entendemos que si el Señor nos manda -es un mandato, no una opción- llevar nuestra propia cruz, eso significa que hemos de aprender a amar como Él amó en la cruz. Es decir, como Él amó a los que le hacían daño. Se entregó por ellos y por nosotros. Es el amor redentor que CAMBIA esa miserable naturaleza humana para santificarla y transformarla a imagen suya. Un amor en medio del dolor insoportable de los clavos que atravesaban sus manos y pies.
Si la gracia de Dios nos concede que aprendemos a amar así, experimentaremos el amor de Dios como nunca antes en nuestras vidas. Y probablemente entonces podremos ser usados poderosamente por Él para transformar el mundo que nos rodea, sea un mundo real o sea el mundo virtual de Internet, con sus foros y listas de correo.
¿Estamos muy lejos de ese amor? Por supuesto. Pero esa es nuestra meta ya que en ella está Cristo. No llegamos al Cristo resucitado si antes no nos encontramos con el Cristo crucificado. Con el Cristo que sufre y ama en medio del dolor.
Subamos a nuestra cruz. Y si ya estamos clavados a ella, no nos bajemos. Quedémonos allá arriba y aprendamos a vencer como Cristo venció. Sólo tengamos en cuenta una cosa. De la misma forma que con Cristo estaba su madre, su discípulo amado y otras cuantas mujeres, nosotros tampoco estaremos solos. También estará nuestra Madre María, nuestros santos hermanos que ya tomaron su cruz y vencieron y, sobre todo, lo más importante, estará Cristo.
Pax vobiscum