La Alegría: requisito para ser cristianos

Autor: Manuel Izquierdo

 

 

En una ocasión, la Madre Teresa de Calcuta dijo: "La revolución del amor comienza con una sonrisa". Esta propuesta de Madre Teresa tiene particular relevancia para los católicos. ¿Por qué? En mi opinión, la mayoría de los católicos se la pasan con rostros serios. Rostros de gravedad. Quizás por eso Santa Teresa de Avila advirtió: "Un santo triste es un triste santo". 

Pienso que estar muy serio raya en el pecado de omisión. Si creemos en Jesús debemos estar alegres. María Nazareth lo dijo de forma muy clara: "Se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador". 

Repito la frase de Madre Teresa: "La revolución del amor comienza con una sonrisa". La sonrisa es un don que Dios ha regalado con exclusividad al ser humano. Jamás he visto la sonrisa de un gato.

Cabe preguntarse: ¿Cuántas oportunidades tendré para sonreir durante mi vida? Pido a Dios que me permita vivir lo suficiente para regalar un sinnúmero de sonrisas. ¡Que nunca se diga que las sonrisas que hemos regalado se pueden contar con los dedos de la mano! 

Ya me imagino a los pesimistas con una protesta en los labios. Dirán seguramente: "Sonreir sin ganas es hipocresía". Para ellos la Madre Teresa tiene una receta especial: "Sonríe cinco veces al día a quien en realidad no quisieras sonreír". Sonreir de esta forma sigue muy de cerca las palabras de Jesús en torno al amor a los enemigos. Se trata de un esfuerzo sincero que nos encamina a amar a todos por igual. 

Hay, sin embargo, otro aspecto en torno a las sonrisas que no quiero pasar por alto. Cuando doy una sonrisa regalo un signo de Dios a la humanidad. ¿Cómo es esto posible? No hay duda que todos los seres humanos, de una forma o otra, buscan a Dios. Miran por todos lados tratando de capturar una huella que los encamine a Dios. La sonrisa, pues, es un tipo de huella que ayuda al ser humano a no perder la esperanza. Después de todo, en el Amor, y en las sonrisas que sólo el amor provoca, reconocerán que somos discípulos de Cristo.

Por último, cuando sonries al prójimo, también le sonries a Jesús.