Perdonar es cosa de Dios

Autora: Noris Capín

Sitio Web:  ¡Mujer, levántate!,

Autora del libro: ¡Mujer, levántate!

 

 

“A quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis,
les quedan retenidos.”
Juan 20:23

Perdonar es una obra justa y un proceder visionario. Cuando el ser humano pone esos dos puntos sobre la mesa, está haciendo un acto real para beneficiar a su propia persona.
Los rencores que se acumulan en el corazón, tienden a quedarse inertes por muchos años. Esa combinación de insensibilidad y olvido se entrelaza con la mente, cuando se colocan los rencores y los resentimientos en un armario imaginario.

Todos esos sentimientos solidificados unos con otros, nos impiden ver la luz y tocar con nuestras manos, la tranquilidad de espíritu. El temor se expone al dolor una y otra vez; mostrándose inmune a cualquier tipo de razonamiento en el ser humano.
No obstante, la persona que tiene la capacidad de decir sí al perdón, tiene la humildad necesaria para absolver cuentas pasadas; las que quedaron pendientes por el enojo y el orgullo.
A pesar de todo y sabiendo el resultado de vivir con con agravio, quedan confinados en un rincón de nuestra mente los recuerdos añejos cubiertos por el polvo. Congeladas yacen las pasadas angustias, y los enconos se pierden como murciélagos escondidos, en una cueva huyendo de la luz del día. Quedan atrapados los llantos, y los errores cuelgan en perchas de alambre perturbando el corazón; con el óxido que embarra nuestra alma.

Esas situaciones que dejaron huellas profundas en el corazón, merecen ser sosegadas por el poder sanador de Jesús. No obstante, la persona que está sujeta a ese sentimiento devastador, prefiere vivir arraígado a esa aflicción feroz; antes que sucumbir a la solemnidad sanadora del perdón.

Perdonar es una cuestión que tiene que ver con el desalojo completo del alma. Viene de muy dentro el desear dar cabida al olvido, a la renunciación de memorias cubiertas por telarañas debido al tiempo.

Todo eso conlleva a deshollinar el armario imaginario interior y limpiar las heridas producidas por el rencor y el odio. Dice la Palabra de Dios: “¿Cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete? -Jesús le contestó: –No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.” Mateo 18: 21-22

El perdón es un acto de caridad que se regala uno mismo, es por consiguiente, un sentimiento que aleja la tristeza. La tristeza por otro lado, es mercenaria intranquilidad, que desajusta la vida cotidiana y ensombrece la alegría y el regocijo.
No podemos vivir la vida feliz, con una espina clavada en lo más profundo del corazón; de ninguna manera debemos retener dentro de la mente, sucesos que ocurrieron décadas pasadas o hechos que sucedieron ayer.

Dios quiere ayudarnos en medio de esa dificultad humana. Él quiere que abramos nuestros corazones a la humildad y la benevolencia desde lo más hondo de nuestro ser. Esas virtudes caminan juntas para obtener el perdón de Dios, y a la vez otorgarnos nosotros mismos un perdón que se asocia con el bienestar auténtico y el gozo interno.

Cuando estemos dispuestos a entregar a Dios nuestro pesado equipaje, Dios alejará todo los indomables deseos de venganza y desasosiego, para que Su Gracia santifique nuestra vida, proporcionándonos la paz del alma.

“Crea en mí, oh Dios, un puro corazón,
un espíritu firme dentro de mí renueva;
no me rechaces lejos de tu rostro,
no retires de mí tu Santo Espíritu”
Salmo 51:12-13