Nuestro Via Crucis

Autor: Pedro Sergio Antonio Donoso Brant

 



Señor ¿Qué hice yo para merecer esto?,

Estaba sentado en el primer banco del Templo, y le preguntaba al Señor ¡porque a mí!, ¡porque Señor!, ¿Qué hice yo para merecer esto?, ¿Señor explícame?, y no sentía ninguna respuesta, recé algunas oraciones básicas, a ver si después de eso recibía alguna respuesta y nada, entonces me puse de pie y le dije al Señor, - hoy no me quieres tener en cuenta, te pedí que dijeras algo y no he oído nada, yo que he venido a la Santa Misa más de lo que cualquiera podría venir, me voy con una gran desilusión – y me retiré del templo muy amargado.

Algunas cuadras algo lejos del templo, hay una pequeña plaza, donde siempre se sientan algunos ancianos que durante unos minutos, tienen la vista hacia un horizonte que es muy personal de cada uno, en otros los cierran, quizás si uno pasa sin observar lo que hacen, diría que están dormidos, yo que los he observado, creo que están hablando con su interior, como buscando en ese cuarto viejo que tirar a la basura porque ya no merece guardarlo, y que conservar porque es su mejor tesoro, tan rico como para canjearlo por el pasaje a la vida eterna.

Así fue como me senté en un banco de la plaza a centímetros de un anciano que estaba con los ojos cerrados, al sentarme me miró de re-ojos y siguió en la misma actitud. Al rato, abrió los ojos y yo lo saludé y lo invité poco a poco a conversar, mejor dicho a oírme lo que hizo con gran dedicación. Después de comentarle lo que me había ocurrido en el Templo, recién me pregunto algo, - ¿Qué fue lo que te ocurrió que se lo reprochaste al Señor?, entonces le conté que era algo muy duro, hace poco había muerto mi esposa y que era muy joven para morir, entonces me respondió, si es algo difícil de aceptar, porque lo miras con el corazón de los hombres, pero ya entenderás y te conformarás, las penas pasan hijo, a lo cual le pregunte y como se podría hacer para no sufrir tanto. La recomendación que el me dio fue, mira hijo, antes de llegar a tu casa, recorre un poco tu barrio, elige catorce de cien puertas, pregunta en cada casa si no hay un dolor, y si hay pregunta si tienen alguna esperanza, si en encuentras alguna casa sin dificultades o sin ningún dolor, yo mañana de diré la fórmula de de cómo se supera en un instante tu dolor, y si en alguna casa encuentras dolor y no hay esperanza, te diré como te puede responder a tu recriminatoria consulta el Señor, te espero a primera hora de la mañana..

Así fue, como comencé a golpear cada puerta, en cada casa había un drama muy personal, cada cual tiene su historia de vida. Cuando ya era muy tarde por la noche, cansado de tanto golpear puertas, después de oír realidades tan desconocidas para mí, siempre había una respuesta, - no te preocupes por nosotros, estamos esperanzados y contamos con la confianza del Señor. Entonces llegue a mi casa, entre confundido y algo mas sereno, quizás algo resignado. En efecto, pude constatar que no encontré una casa en el cual no hubiera algún motivo de dolor, la casa de la mujer que había sido abandonada por su marido, de aquel padre que sufría porque su hijo no quería ir a la escuela y el ya había soñado con la profesión de su hijo, la familia que me recibió a oscura por no tener como pagar la luz, la abuelita desolada porque se habían olvidado de ella, el padre de familia con los dedos adormecidos de tanto escribir cartas para encontrar trabajo, el joven que me recibió sonriente porque creyó que por fin regresaba a su casa su padre que el aún no conocía, eran tantas las aflicciones, las nostalgias, las congojas, las pesadumbres, pero también eran muchas las esperanzas. 

Entonces, me dije resignado, tendré que conformarme, hay dolores más grandes que el mío, y parece que nadie ha perdido la esperanza, entonces me dormiré, ya que por la mañana tendré un encuentro con el anciano del banco de la plaza.

A la mañana siguiente, ahí estaba el anciano, sentado con los ojos cerrado, me senté junto a él, y le di los buenos días. Tardó unos instantes en preguntarme, si vienes en busca de la fórmula, me tienes que decir primero si encontraste alguna casa sin dolor y sin esperanza, entonces no podía darle un respuesta, pero igual le insistí que me la diera y me dijo, vuelve al mismo templo donde recriminaste ayer al Señor, exige ahora un respuesta, anda pregúntale nuevamente eso de porque a mí.

Entonces me fui al Templo y me senté luego en el mismo banco del día anterior, cerré los ojos, y dije, “Gracias Señor”, gracias por la dulce cruz que me has permitido cargar, y así aliviar un poco el peso que llevó tu hijo en su “vía crucis” y me puse a orar por todas y cada una de las personas que había hablado el día anterior, por cada uno de sus problemas, y para que aumente la esperanza en cada uno de ellos y para que no la pierdan, ya que tu misericordia es infinita.

Hay mucho dolor en las personas, hay pesar e insatisfacción, pero no viene por ti Señor, es por la mezquindad del corazón de los hombres. Mi esposa, que ahora esta en tus brazos, esta en buenas manos, ella era pura, limpia, buena, y tu la rescataste, para que no cayera en el pecado diario de los hombre, que grande eres Señor. Aunque a veces nos cueste reconocerlo, y me siento avergonzado por ello, si profundizamos un poco en nuestro interior, si los hombres profundizan un poco en su interior, descubrirán muchas cosas que les hacen sentirse a disgusto consigo mismos, y que son fáciles de resolver si buscamos la respuesta en ti.

Hay mucha angustia Señor, pero proviene de ese consumo exagerado por poseer cuanto ofrece el mercado, viene por esa irreverencia de los medios de comunicación con tanta basura que no es capaz de filtrar, viene por ese deseo incontenible de disfrutar cada día más de las cosas materiales que luego van al cuarto de los trastos viejos, hemos caído en la trampa de pensar que ese pedazo de plástico que llevamos como colección en la cartera es una llave mágica, y así nos provocamos mucho sufrimiento inútil

En efecto Señor, el hombre presta su atención hacia el éxito material, y se ha olvidado de su atención espiritual, nos creemos casi dueños del mundo, algunos gozan de un gran nivel de vida, son personas triunfantes, creen tener las mejores cualidades, y cualquier persona piensa que son felices y dichosos, sin embargo, cuando nos metemos en su interior, cuando desahogan sus sentimientos que están dentro de cada uno, descubrimos que hay disgusto con ellos mismo, y se sienten felices cuando tienen la oportunidad de decir y reconocer eso que solo su corazón siente y sabe.

Si Señor, cada uno tiene su propia historia, mira como me vine a dar cuenta, pero por haberme permitido darme cuenta “Gracias Señor, ya se que no puedo culparte, perdóname por no haber tenido ayer la capacidad de dominarme, y por las cosas que te dije, perdóname por la falta de fe, y gracias por permitirme conocer que vivir sin fe no es fácil, Es más, te agradezco ese momento de duda que tuve, porque me abrió las puerta de muchas casas y con ellos a la reflexión, es así como, parece en pocas horas, he alcanzado una fe más madura.

El camino hacia tu morada Señor, es un camino de verdad, en el cual habremos de detenernos en tantas estaciones como sea nuestra “vía crucis” en cada una buscaremos algunas respuestas, y talvez no sea fácil comprender todo rápidamente, pero el amor por ti, será la energía para seguir hasta el final del camino, por comprender esto, “Gracias Señor” 

Que gran diferencia en la forma como salí aquella vez del Templo, comparado con el día anterior, rápidamente me dirigí a la plaza a saludar al anciano y contarle, que había hablado contigo, y que me sentía bien, la verdad es que no lo encontré, y no lo he vuelto a ver.