IV Domingo de Adviento, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Mt, 5, 1-4a
Salmo 79, 2-19
Hb 10, 5-10
Lc 1, 39-45

1.
No hay en la vida del creyente otra fuente de mayor alegría que la fe. La alegría es una actitud
permanente en aquellos que, como María e Isabel creen y esperan en Señor.
El profeta Miqueas, profeta del siglo VIII y contemporáneo de Isaías, a pesar del los motivos que tendría
para ser pesimista, pues quienes tienen el encargo de cuidar del pueblo —el rey, los sacerdotes, los
profetas mismos— no hacen más que ver por sus propios intereses, anuncia en la esperanza que Dios
mantendrá su fidelidad para con su pueblo y el signo de ello es que hará surgir un soberano que, como
David, vendrá de las clases más humildes y realizará plenamente los planes de liberación, paz y bienestar
para su pueblo.
Dios marcará un nuevo comienzo al designar de nuevo a Belén como el lugar del nacimiento de un futuro
rey. Belén es la más insignificante de las ciudades de Judá, pero tendrá el honor de darnos al Mesías
prometido por los profetas, aquél que debe extender el Reino de Dios, de paz y de amor, hasta los confines
de la tierra.

2.
En el Nuevo Testamento, el autor de la carta a los Hebreos, polemizando contra la ley antigua por
imperfecta e ineficaz para alcanzar la salvación, especialmente refiriéndose a los sacrificios, coloca en
labios de Jesús unas palabras que dan el sentido a su entrada al mundo mediante la encarnación como un
acto de obediencia y de fiel cumplimiento del proyecto salvífico del Padre. El autor asegura que el sacrificio
de Cristo ha hecho obsoleto cualquier otro tipo de sacrificio, pues con su muerte en la cruz, en obediencia
a su Padre, nos ha alcanzado definitivamente la salvación.
San Lucas pone en camino a María, la madre de Jesús. Podríamos decir que Lucas es el evangelista de los
caminos. En su obra, todo está en camino, la misma buena noticia está en proceso permanente.
Precisamente que María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea. Lo maravilloso es
que es ella quien pone en camino a su Hijo para el encuentro con su pariente Juan el Bautista.

3.
En este domingo tenemos a María como figura principal del Adviento. Ella es modelo, imagen y
protagonista de la última etapa de la salvación que echa a andar con su respuesta a la escucha de la
Palabra. María no sólo escucha y conserva la Palabra en su corazón, sino que es también portadora de la
salvación que la Palabra produce en quien está abierto a recibirla, como es el caso de Isabel que, llena del
Espíritu, la acoge y reacciona con una exclamación alegre y también llena de fe: ¡Bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
La Palabra, que está en proceso de encarnación, produce, así sus primeros frutos, gracias a la disponibilidad
de María, pues Isabel se siente gratamente sorprendida del gesto amable y servicial al grado de que se
siente interpelada, conmocionada.
Isabel es la pregunta existencial e inicial de la conversión ante la experiencia del amor de Dios
experimentado en la vida por aquellos que se abren a la oferta misericordiosa de un Dios que sale al
encuentro de los hombres que lo buscan con sincero corazón. Ésta es la primera pregunta que se hace
quien está abierto a la obra de Dios, pues ella lo sitúa en la justa dimensión de criatura frente al Dios del
amor y de la misericordia infinita.
Esta fe, que brota de la experiencia de encontrarnos con el amor de Dios, se transforma en una gran
esperanza, la cual lanza al futuro para verlo con alegría y optimismo: Dichosa tú, que has creído, porque se
cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor, dice Isabel a María, pues iluminada por el Espíritu,
vislumbra, en la fe, la trascendencia de la respuesta obediente y fiel de María. De esta forma, Isabel entra
también en esta dinámica de la fe. Por eso, mis hermanos, podríamos también felicitar a Isabel con sus
mismas palabras porque cree, aceptando y comprometiéndose con lo que está presenciando ante María y su
Hijo.

4.
La fe se da en los encuentros que Dios suscita en los caminos de la vida de todo hombre. Después de
recorrer el camino de este Adviento que estamos por concluir, podemos estar seguros de vivir siempre en
camino para llevar la Palabra, como María, a quienes, como Isabel, están dispuestos y deseosos de dejarse
iluminar por esta Palabra hecha carne. Las ocasiones son muy variadas. Simplemente como María, seamos
oportunos y estemos dispuestos al servicio con todo lo que somos y tenemos. Lo demás es obra del
Espíritu, tal como sucede en la respuesta de Isabel.