Epifanía del Señor, Ciclo C

Autor: Padre Antonio Díaz Tortajada

 

 

Is 60, 1-6
Salmo 71, 2-13
Ef 3, 2-3a
Mt 2, 1-12

1.- Dios no hace acepción de personas, razas, culturas y pueblos. Él es Dios del universo y es Padre de
todos los que se dejan iluminar por el misterio de su Hijo hecho hombre para nuestra salvación.
En la Palabra de Dios se nos revela el proyecto salvífico de Dios mediante el ministerio de los profetas, pero
se nos dice, precisamente en el Nuevo Testamento que ese proyecto tiene su cumplimiento en Jesucristo.


2. - El profeta Isaías es una voz, entre tantas, que anunció la universalidad de la salvación. El profeta
Isaías presenta a Jerusalén —que en la relectura cristiana podemos identificar con la Iglesia— como la luz
que se sobrepone a las tinieblas, precisamente porque en ella brilla la gloria del Señor, es decir, en ella
habita el Señor. Esta presencia suya unifica a todos los pueblos siendo atraídos por Él junto con el pueblo
de Israel que regresa del exilio. Es la idea universalista que domina las profecías, como ya decíamos, pero
que tiene sus primeras realizaciones en el Nuevo Testamento. En el mismo texto hebreo dice muy
directamente: “Sé luz”. Lo que significa que es toda la persona que se transforma en fuente de luz. Así,
veremos en el Nuevo Testamento que el cristiano es luz pues camina a la luz de Cristo y lo mismo se dirá de
la Iglesia.


3. San Pablo en la carta a los Efesios nos da una descripción del plan de Dios realizado por Jesucristo y
dado a conocer a los apóstoles por medio del Espíritu. No sólo los hebreos han sido llamados a la salvación
sino también todos los paganos, puesto que, suprimidas por Cristo todas las barreras éstos forman ya con
los judíos un único pueblo y son partícipes de las promesas hechas a los padres de la antigua alianza.
El Nuevo Testamento, por otra parte, presenta a Cristo como el perfecto y único revelador del Padre, tal
como le hemos escuchado en estos días en el evangelio de san Juan y en la carta a los Hebreos.
San Mateo, en el evangelio, no se detiene tanto, como lo hace Lucas, en darnos pormenores del nacimiento
del Salvador, sino que centra toda su atención en hacernos entender que el horizonte de la salvación llega
hasta los paganos a quienes atrae como una estrella.
El centro de este encuentro con la salvación no es ya Jerusalén sino Belén, según lo había profetizado
Miqueas. Con el cumplimiento de las profecías, san Mateo nos quiere hacer ver y entender, que Cristo está
en continuidad con la revelación que Dios hizo en el Antiguo Testamento, pero la supera, pues la salvación
no está encerrada en un pueblo, una raza o una cultura, sino que pertenece a todos aquellos que aman y
buscan la verdad.
Los magos, que mejor sería llamarlos astrólogos, representan a todos aquellos que buscan al verdadero Dios
y están abiertos a los signos que Él quiere dar. En el caso de ellos, ese signo es la estrella, pues es el medio
más acorde con su experiencia. Ellos responden muy activa y positivamente a esta llamada; no así Herodes
y los sacerdotes quienes, además, tienen el testimonio de las Escrituras.


4.-
Nosotros, como Iglesia, y como individuos que formamos parte de ella, tenemos en la vida de creyentes,
muchos y variados signos que nos invitan a aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador nuestro. Tenemos,
en primer lugar, la Palabra de Dios que se nos reparte como alimento, especialmente en el contexto de la
Eucaristía dominical; están también a nuestra disposición los otros sacramentos que nos hacen crecer en la
experiencia de un Dios muy cercano; la vida de cada día, con sus logros, sus fracasos y sus problemas, el
dolor y la enfermedad; en fin, en la perspectiva de la fe, todo lo que acontece en torno nuestro.
Y todo esto para que podamos, por nuestra parte, ser dignos luminosos para quienes todavía no creen o
andan perdidos en la confusión de tantos caminos que propone el mundo. Somos, en continuidad con el
antiguo pueblo de Dios, pero superándolo, gracias a Jesucristo, servidores de la humanidad por medio del
testimonio. Como miembros de la Iglesia, damos un verdadero testimonio de unidad en la caridad cuando
sabemos compartir lo que somos, sabemos y tenemos, en medio de la gran diversidad de razas, culturas y
condiciones sociales.