Mi bello Dios humanado

Autor: Hna. Teresa del Carmen Rodríguez Pérez

 

 

Como el rocío limpio y puro
te dejas caer del cielo,
dejando tu dignidad,
te vistes de nuestra carne
y en el seno de María
por el gran amor del Padre
eres engendrado, humanado
para mostrarnos su imagen.

De esa admirable mujer
recibes toda tu vida,
ella te da de su carne,
de su sangre, de su amor.
Su vientre bendito y puro
sagrado, ya preparado
es el lugar de consuelo
que esta tierra te ofreció
para recompensarte un poco
que hayas dejado tu cielo
y ensayar a vivir
Dios en un cuerpo terreno.

Con todo tu ser de niño,
tu inocencia, tu sonrisa,
vas descubriendo el plan
que el Padre te encomendó
e inicias tu redención
sometiéndote a este mundo
donde tu alimento fue
hacer la voluntad de Dios.

La escritura de ti dice
que aprendiste a obedecer,
te sometiste a José
y a tu Madre María,
después de haberte quedado
allá en Jerusalén
cuando sentiste el llamado
tomando la decisión
de ocuparte de las cosas
de tu querido padre Dios.

Al someterte a María
crecías en sabiduría
y la gracia te llenaba,
tu espíritu se ensanchaba
y ante Dios y ante los hombres
tu divinidad mostrabas
en tu simple humanidad
cuya plenitud alcanzaba.

Eres mi pequeño Dios
mi tierno y bello Jesús.
Eres el suave rocío
que bajó a este suelo
a regar los corazones
que de Dios están sedientos.

Gotas de tu manantial
refrescan mi corazón
que se abre a tu misterio
a tu belleza y bondad,
pues te has lanzado del cielo
para llevarme contigo
y es por mí y por mis hermanos
que te has encarnado, nacido,
has reído y has sufrido,
has pasado hambre y sed,
dolor y angustia esperando
beber el cáliz amargo
que tu amor te urgió a ofrecer.


Te has hecho tan pequeño,
tan sencillo y silencioso
pues tus labios no clamaron
para hacerte sentir.
Fue tu humildad y dulzura
la esencia de tu vivir.
Y la prueba de tu amor,
de tu entrega callada
nos la diste en la cruz
al rasgar tu corazón
mientras tus labios, tus ojos
se cerraron para darnos
a todos la salvación.

Se interrumpió así el silencio
de tu cruz redentora
al traspasar aquella lanza
tu Sagrado Corazón
para darnos tu vivir,
tu sangre que nos libró

Hoy me faltan las palabras
para ensalzarte mi Rey,
mi salvador, redentor
mi Jesús, divino esposo.
Nada de lo que te diga
abarca tanta grandeza,
tanta bondad y belleza,
tanto amor por mí entregado.
¡Recibe mis humildes versos
mi Bello Dios humanado!