La vida entera cabe en el amor

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Con las Alas Abiertas

 

 

¡Con cuánta facilidad y ligereza la mujer de hoy decide una separación, un rompimiento, un derrumbe del hogar donde formaba los hijos y cumplía su misión! 

Ya no es el alma de la casa, sino alma del trabajo.  Ya no es poder de unión y fuerza, sino disgregación de todos los que viven a su sombra.  Ya no es la esposa y la madre fiel a un deber y a un ideal, sino la mujer todavía joven, preparada, sociable y libre que vive de aparencial, relaciones y dinero. 

El hombre es más sencillo que la mujer, es más simple, más claro, más abierto.  Es de una sola pieza.  La mujer anda mejor por los vericuetos, es más enigmática, más sensible, más intuitiva, ¡y conoce mejor las profundidades del amor! 

La mujer sabe que el hombre no es vulnerable, sino más bien manejable, dúctil, moldeable.  Sólo necesita la chispa de su sonrisa, la mirada de sus ojos, los besos de sus labios y el arte de su mimosa coquetería para derribarlo. 

Poca cosa necesita, mujer, para hacerse cómplice de tu debilidad y meter su grandeza en tu pequeñez.  Se reduce en tus brazos a cualquier gusto, a cualquier capricho y a cualquier deseo. 

¿No te da eso una gran responsabilidad? 

No hay hombre invulnerable.  No hay hombres hechos de piedra, ni con pies de plomo, ni con espada de doble filo.  Detrás de su corazón está el águila, la estrella, la corriente y la luz. 

Ese hombre que es espada de la vida, se rinde ante la paloma de la paz.  Ese hombre de fuego, acaba en ala.  Esa voz de mando acaba en ruego.  Ese corazón de roca acaba en manantial.  Y esa coraza que lleva por encima, ¡se le cae ante el amor! 

Esos poderes, ¿no son una responsabilidad?  Ese hombre tan circunspecto es manso y dúctil como un niño, sólo necesita unas manos de artista y un corazón de fuego. 

Ese hombre, mujer, no apaga su sed más que en tu fuente, no anclas sus naves más que en tu puerto, no canta a sus anchas más que en tu nido y no conoce de lunas y de estrellas más que en tu cielo. 

Pero la mujer, hoy, no quiere luchar.  No pule sus armas, no se para frente a su problema dispuesta a resolverlo.  Más bien lo barre de un plumazo y elude su responsabilidad. 

El amor es la alegría de tu sufrimiento, la esencia de tu batalla, el impulso de tu sueño ¡y también puede ser la espina que te marque para siempre! 

El amor cambia los sentimientos, la expresión, el carácter, las ofensas, la visión de la vida, ¡todo! 

Pero es indudable que sus penas enseñan, salvan y nos redimen. 

El amor traspasa la vida, te la pule, te la configura y te deja un matiz  inconfundible. 

Es como el dueño que te domina y el pordiosero que te pide.  Como el jinete de rienda firme y el pajarito que come de tu mano.  Como hecho de bronce y de acero para encarar la vida, y de algodón, de niño, para pedirle un beso a su paloma. 

Parece hecho de fuerza… y se derrite ante una súplica.  Parece roca inquebrantable y se desmorona ante la ternura de una mujer.  Parece inconmovible y se derrite, se ablanda, cuando te lo apropias y te lo llevas a volar contigo. 

El hombre es el cielo, pero la mujer es la nube…y el cielo cambia cuando la nube quiere.  Ella lo enrojece, lo aclara, lo enturbia, lo hace cristal, celajes, arco iris, trueno, luz. 

A veces encontramos una concha y, al abrirla, no hay más que un poco de sal, que nunca pudo hacerse perla.  A veces encontramos semillas que nunca pudieron hacerse rosas.  Y amores en el mismo nido, muertos de sed, sin saber beber; muertos de frío, sin saber calentarse; entumecidos de silencio, sin dejar entrar la luz a sus vidas. 

Si las alas están vivas, no todo se ha muerto.  Si la Ceiba está en pie, no todo se ha derrumbado.  Si el amor está en la raíz, no todo está perdido. 

Pero ya la mujer, ganando campo en otros terrenos, está perdiendo eficacia en el amor, soltando los amarres ¡y dejándose derribar! 

Ya la mujer está perdiendo conciencia de sus valores.  Ya le está quitando adornos femeninos al amor.  Ya se metió en el vocerío, en la mediocridad, en la inmodestia ¡y enfundó el sable ante el empuje de la modernidad! 

Porque la mujer es el hogar.  De ella depende en su mayor parte hacerlo una fortaleza o un derrumbe, un resguardo o una vela al viento, un tronco o una inestabilidad. 

El amor es lo que asocia, engrampa, encuadra, se trenza ¡y te hace ser!  El amor es una copa donde se conoce a otro y te conoces a ti misma. 

El amor es eso que enciende los claveles, humedece los lirios y abrillanta las rosas. 

El amor que se llena de cicatrices, no es amor. 

Amor siempre sobre la duda, no es amor. 

Amor lleno de resentimientos, no es amor. 

Amor que se planta y vive, pero sin ramajes, sin pájaros, ni flores, ni pajas, ni nido, no es amor. 

Amor es algo pleno, limpio.  Es una copa que debe llenarse con atributos de mujer.  En ella todo se concentra y todo cabe. 

Mientras tengamos amor, tendremos artistas, tendremos magia, tendremos parejas y tendremos milagros. 

Esa felicidad tan perseguida, tan inacabable y tan ansiada, cabe en un beso. 

Esa ilusión tan águila, tan viajera, tan voladora y tan impalpable, cabe en un sueño. 

Esa esperanza tan larga, tan remota tan ancha, tan verde, cabe en un suspiro. 

Y esa vida con su cantidad de facetas, de aristas, de afluentes, de luces y de sombras, ¡cabe en el amor!