Carta a mi madre

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corola nueva

 

 

 

 

E l mundo sigue igual que como le dejaste.

El hombre no cambia.  Y Dios no se cansa.

Los hijos siguen ingratos.  Padecen de juventud.

Las madres aguardan.  Padecen de amor.

Todo como lo conociste.

Los ángeles podan, y la primavera vuelve.

El lirio sigue tierno y puro, vestido de blanco.

El jazmín, oloroso y delicado.

La violeta, escondida.  Sin querer otro perfume más caro, ni otro lugar más ostentoso.  La misma que te hacía exclamar:  “¡Ay, qué violeta ésta!”

El mundo sigue igual.

Grano, trigo y zarza.

No falta belleza.  Faltan pupilas.

 

No falta agua.  Pero las flores siguen teniendo sed.  Y el hombre también sigue seco y duro.  Como cuando tú vivías y decías: “Está falto de cariño.”

 

Los hogares siguen como cuando tú estabas.  Con ramas sueltas zarandeadas por el viento, sacudiéndose el rocío de esas lágrimas de padres que lloran y rezan.

 

La gente sigue cantando.  Pero la íntima, la honda, la pegada al corazón, es canción secreta.  Canción de miedo, que vive muy callada.

 

El jardín de la vida tiene muchas plantas, muchas. Pero no esperan a desarrollarse para dar sus frutos.  Ni que la flor aguarde su momento para abrirse.

 

Por eso siendo tan tiernas, se pierden tantas almas.

 

La tierra sigue igual.  Muy oscura, y propicia al dolor.  Los caminos más empedrados. Haciéndole difícil al hombre llegar a ninguna parte.

 

Todo igual.

 

Junto al cactus, la yerbabuena.  La hiedra queriendo ahogar al roble.  El cardo utilizando la melodía del viento para trenzarse a la madreselva.

 

Así es el mundo del hombre.

 

Igual que cuando tú estabas y decías:  “¡Le está faltando Dios a las criaturas!”

 

El mundo sigue igual.

Lleno de raíces avaras.

Urgido de tiempo con el que no se salva.

Dolido de sueños creados con llama y evaporados con viento.

Igual.

Lleno de rostros fatigados y marchas forzadas.

Ojos que miran al vacío.

 

Y vidas que no encuentran su clave, su razón, ni su destino.

Todo igual.

Yo ceñida a tu vida.  Y tú prestándome alas para subir.

Tú, arena.  Y yo caminándote.

Tú, corriente.  Y yo llenando mi copa.

Tú, estrella.  Y yo siempre mirándome en tu luz.

 

La única diferencia es que tú duermes.  Y yo vivo sobresaltada.

 

Como una llamita siempre con la sensación de estarte esperando.