La decepción

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corola nueva

 

 

 

Sufrir una decepción duele mucho. Porque antes habíamos puesto ilusión, fe y seguridad.

Habíamos preparado un yerto con flores y frutos gigantescos, que un viento despiadado echó por tierra. Éramos dueños de una admiración, de una figura sagrada que se nos derrumba, se nos convierte en un polvito de cenizas con el que nunca más podremos reconstruirla.

Se le quita algo grande al corazón cuando se le decepciona.

La decepción es una lágrima difícil de llorar. Porque se llora con la memoria, recordando y repasando, y pareciéndonos todo un imposible.

La decepción enturbia, como una mancha que ya no puede lavarse.

Comprendemos que en el fondo nos equivocamos. Que aún desconocíamos un trecho más hondo donde bajar, y encontrar apantanado todo el lodo y la pequeñez de la naturaleza humana.

Comprendemos… comprendemos todo, borramos muchas cosas, pero nos sentimos como flotando en el vacío, como si aquello que nos servía de orgullo y con lo que nos ufanábamos tanto, hubiera sido aire envenenado que ahora nos estruja el corazón.

A veces es más facil superar el dolor que la decepción. Aceptar un mal, un fracaso, una derrota, que subir al pedestal y derribar en pedazos lo bello y esplendoroso que nos sostenía. Esa ilusión, ese espejismo que hiciste tan tuyo, se disuelve, se desgrana, se evapora, se hace hueco oscuro y vació dentro de ti.

¡Qué peso tan grande tenemos que sacudir en una decepción! Y qué difícil convencernos de que a aquel andamiaje tan seguro le faltaba base material, cohesión, el verdadero afianzamiento que nuestra credulidad le dio por entero.

Cuando te estafan con pesos, en seguida te das a la tarea de restituirlos. Pero cuando la estafa es de una imagen venerada, y hay que retroceder a otra verdad y convencerse de que nos habíamos equivocado, ¡qué lágrimas tan amargas!

En el fondo quizá también nosotros fuimos culpables. Plantamos un árbol que hicimos crecer y crecer como si le faltara poco para llegar al cielo. Exploramos la altura, y dejamos olvidada la raíz.

Y por ahí se nos fue la vida.

OCTUBRE DE 1978