La soledad

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corola nueva

 

 

 

Cuando flota a tu lado, no sabes más que hundirte en ella y caer de lleno en su vacío.

 

Te escabulles de la vida y te quejas de soledad.  Tienes miedo de abrir las puertas de tu jaula y que te entren las paloma, los amigos, el estudio, los intereses, el apostolado.

 

Soledad para quitar olor a tus rosas y transparencia a tu alegría.  Con una gota te vas contaminando y destruyendo los puentes que Dios levantó para llegar a los demás.  Te quedarás sola, como una piedra a quien nada puede decirle la corriente de las almas y el palpitar del mundo.

 

La soledad no es física, es de espíritu, de alma.  A veces, rodeados de seres, sentimos vacío.  Y rodeados de ausentes queridos, sentimos  un gran calor.  El encuentro de dos soledades produce compañía.  La presencia de dos que se repelen produce soledad.

 

Estás desabrida, te rinde la nostalgia, vives una desesperada soledad que no sabes curar.  Pero quieres saborear sola tus lágrimas, y que no te recuerden tu deuda de amor con los demás, ni tu deber de caridad para el mundo, ni la gratitud que le debes a Dios por todo lo que puso para acompañarte.

 

Agrandas tu soledad queriendo librarte de ella.  Lloras sólo en tu almohada, nunca en un corazón amigo o junto al crucifijo, o haciendo girar el tono de tus recuerdos.  Te aprieta el corazón un mundo donde la gente va en tropel de un lado a otro.  Soledad es mundo, gente, superficialidad, aturdimiento… ¡nada!

 

Solo la verás huir cuando enciendas tu propia luz, modeles tus propias raíces y aprendas la lección y el prodigio del cotidiano vivir.

 

Debes cumplir un itinerario muy lleno y estás vacía.  El mundo es un hervidero de necesitados… y estás sola.  Si tienes en ti misma algo con que calentarte, con que acompañarte, estarás menos sola que el que  necesita poblar su mundo de risas y pasos de otros, que no dejan nada.

 

La soledad más amarga es la de techos distintos.  La soledad más persistente, la del vacío de uno y la ternura de otro, que no saben encontrarse.  La soledad más desesperante, la de las manos que se atraen por su orgullo.  Eso de faltarle a las manos el apretón, la calidez, además de soledad es aridez.

 

Cuando te sumes en la soledad todo es inútil, como un pincel estático, sin inspiración, sin deseos, sin ganas, sin nada.  Como un paisaje desolador, desnudo, sin flores, sin hojas, sin nudos, sin pájaros, sin nido.  Un pincel que torna oscuros todos los colores del universo.

 

No caigas en ese hueco hondo de soledad que enfría el corazón a toda palpitación humana y endurece la vida.  No te vacíes de alas, que hay sueños para todas las edades.  No te alejes de Dios, que nunca falla.  Y ama un poco más, mujer.  Un poco más y un poco mejor.

 

Tu amor de ahora no da, abarca.  No regala, toma para sí.  No reparte, prefiere destrozar.  Entonces, ¿de qué te quejas?

 

Por eso vas como muerta, mientras en la tierra todo florece, palpita, canta, todo es un impulso y un movimiento.  Por eso te escapas tú misma de la felicidad tantas veces, huyendo como una paloma acorralada y con frío.  Por eso la depresión.

 

¡Ama un poquito más, mujer!  Un poquito más, ahora que es tiempo de perdón y de siembra.

 

Ama más de acuerdo con la vida.

 

Más a la capacidad de tu alma.

 

¡Y más a tono con Dios!