Mi caimán de tierra

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corola nueva

 

 

 

La patria se añora con una devoción mitad orgullo, mitad herida.

 

Nos sentimos obligados, comprometidos a ganarle la libertad y la paz.

 

En esa tierra mía, los milagros brotaban como las flores, y todo se arreglaba como por encanto.

 

Esa tierra mía es como un caimán dormido, esperando que lo resuciten.  Esperando despertar para abrazar a miles de hijos dispersos, a miles de rostros que la contemplan desde lejos.

 

La veo en todos los paisajes como una presencia multiplicada.  Tiene algo atractivo, misterioso, que le viene del tiempo ido, de los recuerdos lejanos.

 

Es en ese caimán de tierra donde se esconden las distintas almas de mi patria: un alma que rebosa poesía; otra que libra combates, que habla con el mar.  Como él arrulla, canta, castiga, se enfurece; como el mar, se mueve o se adormece.

 

Tiene un alma que se esconde tras el paisaje, se recoge tras la luna y se calienta tras el sol.

 

Otra salvaje, que se defiende y se resiste a morir.

 

Un alma de cristal de roca, fuerte, transparente.  De algas, profunda, adherida.

 

Es un caimán de tierra que palpita, que respira, con un alma que llora y un corazón que late.

 

A mi patria la recorre algo mágico.  Su suelo parece amasado con sabor de caña y rayos de sol.

 

Llevo el alma diluida entre el pasado glorioso y el presente de heroica resistencia de mi patria.

 

¡Mi caimán de tierra!

 

Con los ojos borrachos de estrellas y mirada escrutadora, como quien espera dar el zarpazo.

 

A ese caimán sediento de mar, se lo tragó el odio.

 

A ese caimán saltarín, risueño como un niño grande, un soplo de traición lo ha puesto serio, enrojecido.

 

Pero un soplo de esperanza, algo intuitivo, lo hace esperar al caudillo de su victoria.  Porque también tiene un alma de fiera que quizá algún día pueda rebelarse contra su tiránico dominador.

 

Nuestras palabras pasan como espigas al viento, como flechas, por los ojos del caimán que acecha y espera.  Porque no tiene raíz de esclavos esa isla.  Ni le nacen flores con semillas de acero y de cañones.

 

La vislumbro impasible, expectante… No puedo concebirla como víctima.  ¡Su libertad es un rostro que quisiera besar antes de morir!

 

Cuba es como el yunque:  nos templa, nos palpa, nos moldea, nos va tallando el carácter.

 

He vivido su amor y su dolor.

 

Me la he metido en el alma.

 

¡Y ahí está mi mal!

 

                                                                                                                                                                        Marzo de 1979