No pueden

Autora: Zenaida Bacardí de Argamasilla

Libro: Corola nueva

 

 

Salimos de la patria con los pies ligeros.  Pero nadie quiere escuchar nuestras pisadas. 

Salimos con la voz clara.  Hoy tenemos la garganta seca de repetir las mismas verdades y gritar las mismas angustias. 

Salimos bajo la tempestad de una mentira.  Y todavía desandamos sin que recojan nuestra verdad y se detengan ante nuestra sinceridad. 

Algo nos hace parecer inestables ante los demás, sin capacidad para echar raíces y sembrar.  Es que hay algo molesto que no puede definirse.  Algo irritante, de provisionalidad, que nos lastima.  Hay una vacilación entre querer y rechazar que nos hace aparecer inseguros.  Y es que nada es equilibrante, pleno, digno de una apetencia definitiva. 

Somos olas que vamos de impulso en impulso, desenrollándonos en cualquier playa del mundo, balanceándonos con displicencia.  Porque nos falta nuestro puerto para descansar, nuestra playa para morir, nuestra tierra firme y propia para besar. 

Todo el amor encadenado a una sombra.  Todo el amor haciendo intentos y conjeturas que quedan sepultados por esa corriente peligrosa de hipocresía y conveniencia que nos defrauda.  Y volvemos al silencio, a la impotencia. 

Todo el amor acumulado.  Sin gastarse a pesar de los años y sin opacarse a pesar de los nuevos acontecimientos y la nueva forma de vida. 

Los recuerdos intactos.  Y tan vivos, tan frescos, que parecen acabados de pintar por un pincel invencible. 

Ese amor es como una piedra adherida a lo más hondo.  Agarrada a los más sagrado.  Todo lo demás es universo vacío y tierra sin alma.

La patria nos ha dejado los pasos sin camino.  Y el sol opaco, sin alcanzarlo desde aquí. 

La vivimos en acecho.  Esperando el salto que nos la pueda devolver. 

Reconstruimos la patria para que las imágenes no se dispersen y el amor no empiece a rodar sin fijarse en ninguna parte. 

Parece que fuera de ella no hay labor profunda.  Toda tarea, todo esfuerzo, todo trabajo, más que para estremecernos es para sobrevivir. 

La patria se nos escapa.  Se nos vuela.  Y no podemos dejarla… somos ella. 

Andamos lejos, pero sumidos en su mismo abismo, injertados en su tronco, con su misma savia y su mismo dolor. 

Nadie muda de patria ni de nido.  Vuela con ellos y lleva su mensaje. 

Somos tercos, empecinados, obstinados con la patria. 

Ella es tan nuestra, tan honda, tan herida, tan cielo azul, tan paisaje, tan risa… que siempre llevamos detrás el eco de sus pasos y la sal de su mar y de sus lágrimas. 

Así andaremos, hasta que logremos salvarla, ¡o Dios nos tienda el milagro de su compasión! 

A la patria pueden quitarle las flores, no la raíz.  Pueden arrasar sus campos.  Teñirla de sangre, llenarla de cárceles, llevarla al desengaño, al dolor, a la injusticia.  Pero no pueden sacarle el alma.  Ni vaciarle las entrañas.  Ni hacer que la olvidemos. 

¡No pueden!