Ciencia vs. sabiduría

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 

 

 


Un cierto día de verano, caminaba presuroso por un polvoriento camino rural, un afamado hombre de ciencia, en cuyo poder se encontraban los más destacados galardones otorgados a las más diversas materias científicas.  Caminaba pensativo y sereno.  Ya hacía unos veinte minutos que había iniciado su caminata.  Había sido invitado por una institución local para que supervisara un sitio arqueológico iniciado recientemente y, como su transporte se atrasara demasiado y, según sus propios cálculos podría llegar en media hora al lugar, decidió aventurarse a encontrarlo por sus propios medios; total, era de todos los alrededores conocido, que se había iniciado ese proyecto en el lugar y cualquiera podría indicarle la ruta exacta.  

            Llegó hasta un lugar en donde el camino se bifurcaba.  Era algo que no había tomado en consideración.  Optó por esperar un instante y cuando vio venir a un anciano labriego inmediatamente se dirigió a él diciéndole:

  • –– Oye tú ¿cuál de esos caminos lleva al sitio de las excavaciones que se están llevando en el valle?––  El anciano contestó:

  • –– Ninguno de los dos.

  • –– ¡Cómo que ninguno de los dos!  No puedo haberme equivocado.  Debemos estar cerca del lugar.

  • –– Le digo que ninguno –– confirmó el campesino.

  •  El de la derecha, no tiene fin y, el de la izquierda, se termina al bajar la próxima colina.

            Desesperado y molesto, el hombre de ciencia preguntó al anciano si conocía el sitio que buscaba y, prometiéndole recompensarle muy generosamente de manera económica, le exigió que lo llevara hasta allá.  El labriego, de manera disipada y tranquila, condujo al hombre ciencia por una vereda semicubierta por arbustos y a escasos metros del sitio de la discusión: ¡Sorpresa!  Allí estaba el sitio arqueológico.

            El científico dando muestras de enojo manifestó:

  •  Eres un aprovechado.  Sabías que estábamos tan cerca y en lugar de indicármelo, has preferido traerme tú para estafarme mi dinero.  Por eso, no voy a darte ni un solo céntimo.  

            El campesino siempre con serenidad contestó:

  • No tienes que pagarme nada, porque yo, nada te he pedido.  Cuando tú me pediste que te trajera, lo he hecho con mucho gusto, porque tu ciencia no es capaz de descubrirte lo que hay junto a ti, solamente te enseña lo que hay delante y lo que quedó atrás.  Yo he tenido que aprender a conocer el sitio en donde me encuentro antes de dar pasos hacia lugares que no conozco y luego verme extraviado. A mí, no me hace falta ni tu dinero ni tu ciencia; en cambio a ti, te hace mucha falta mi vejez para enseñarte los caminos que tienes justo frente a tus narices pero que no puedes encontrar.  

            El campesino, seguidamente dio la vuelta y se alejó del lugar.  

            La experiencia de los demás, la ancianidad, es vital para los que todavía tenemos camino por recorrer, porque de ellos podemos aprender a ganarle a la vida cuando nos oculte el camino por seguir.  El buen camino a veces, parece que se nos pierde.  De la mano de los ancianos, nos resultará más fácil encontrarlo.