El águila y la paloma

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 

 


Una tarde de invierno, mientras el viento gélido del norte batía sobre el techo de un edificio, una mansa paloma gris buscaba inútilmente cubrirse del frío. La situación era apremiante ya que el único espacio que había encontrado para guarecerse estaba ubicado en el alero del techo. El sitio preciso por donde las aguas lluvias corrían cuando no nevaba. Estaba a punto de congelarse cuando del punto de congelación natural, pasó al de congelamiento nervioso. Allí frente a ella llegó a posarse una gigantesca águila calva. La pobre paloma pensó para sí:
__ "No puedo volar, el tiempo me lo impide; además, ella cubre toda la entrada a este lugar. Mi tiempo ha llegado y voy a morir".
El águila continuó parada por algunos instantes a la entrada del escondrijo y únicamente se limitaba a mirar con curiosidad hacia el interior, mientras la pobre paloma sentía que sus pequeñas patas se doblaban del pánico cuando la enorme depredadora inició su entrada hacia donde ella estaba refugiada. Viéndola temblar, el águila le dijo muy pasivamente:
__ "No temas, no busco tu muerte sino tu calor. Yo también estoy a punto de congelarme. Ven aquí junto a mí; compartamos el calor mutuamente, así no moriremos de frío ninguna de las dos".
Así lo hicieron y lograron sobrevivir. 
Pasados los días de frío extremo. Cuando el águila sintió calor y nuevos bríos, extendió sus alas majestuosamente y dijo a la paloma;
__ "Gracias por compartir tu calor conmigo, ahora tengo hambre y no frío. Ya no necesito tu calor, ahora necesito tu vida". Y sin más, devoró a la desdichada paloma.

No dejes que las águilas vengan a posarse junto a tí en tiempos malos. Cuando el frío de la soledad sientas que te congela hasta los huesos, fíjate a quien dejas entrar en tu vida. Cuando la nostalgia nos invita a compartir el calor con cualquiera, dejamos que el ave de rapiña más peligroso venga a formar parte del reducto de nuestra existencia y más pronto que tarde, extiende sus alas y nos devora con sus actitudes y malvivencias. No te equivoques y aprende a compartir tu calor con quienes de verdad lo merecen. Posiblemente no habrá muchos, pero te aseguro que sí existen