El perro del vecino

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 

 


Era una noche fresca y de viento acalorado que hacía bailar las hojas de los árboles con un alocado vaivén.  Un perro ladraba ruidosamente, haciendo que las sombras se estremecieran furiosas por tanto desbarajuste.  Fastidiado un vecino gritó desde su ventana: __¡Callen ese perro o yo mismo iré para callarlo!.

Se hizo un silencio profundo y seguidamente todo quedó en calma, hasta que el perro osó ladrar con nuevos ímpetus, con lo cual el vecino decidió ponerle punto final a aquella fastidiosa interferencia con su descanso y lanzó un trozo de madera hacia el sitio de donde provenían los ladridos.  Se escuchó un aullido lastimero y todo quedó en silencio.  Y así,  amaneció.

Por la mañana el vecino se quejaba con su familia del ruidoso y fastidioso can que le había desvelado cuando recibió una noticia inesperada.  ¡Su carro había sido robado!

Corrió a contarlo a su vecino propietario del perro del fastidio, y antes que dijera una sola palabra, le fue señalado el perro que, tenía un fuerte golpe en un costado y, junto a él, un enorme trozo de madera, y al otro costado un pedazo de tela del pantalón del bandolero que robó el carro.  ¡Ah cómo se lamentó aquel hombre por su falta de control!.

Así como este hombre, nosotros no queremos que haya ruido en el vecindario de nuestra vida.  Nos molesta que nos sustraigan de nuestro placentero dormitar.  No queremos escuchar el ruido molesto de nuestros niños con problemas.  No queremos escuchar el ruido de nuestros jóvenes que requieren de nuestra conversación.  Nos ofende el ruido que hacen nuestros ancianos que piden una poca de atención.  Es hasta el amanecer del siguiente día, en que nos quejamos amargamente por no haber prestado la atención necesaria y haber tenido paciencia para aceptar los ruidos del mundo que nos rodea.