El río y el puente

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 

 

 


Bajaba el río desde la montaña.  Bajaba, bajaba danzarìn y cantariego.  Era un hilo juguetón y buscador, que se metía en cada escondrijo para buscar debajo de las piedras, la intimidad de las entrañas de la tierra.  Sus aguas movían las perezosas hojas secas y las ponían a bailar al compás de su ritmo siempre húmedo y bajador.

La rutina era igual día con día, siempre bajando de la montaña, acarreando vida entre otras cosas; además, peces, piedras, leña, ... y agua para el mar.

Un día el río fue sorprendido al ver frente a sí, algo que semejaba una enorme hamaca.  ¡Era un puente!.

¿Cómo había llegado allí? ¿Quién lo habría llevado y colocado en ese lugar? Esas fueron interrogantes que se quedaron en el fondo del río...

Pasó el tiempo y pasados los años, el río se acostumbró a aquel cinturón que le habían colocado sobre su vientre.  Siendo como era, un río vanidoso, se dio cuenta de las muchas personas que venían a contemplarle desde el puente.  Éste, por su parte, se acomodó bien en su lugar y muy quitado de la pena, fue haciéndose viejo, cosa que al río ya no le gustó mucho, porque la gente ya no venía a admirarle.

Un buen día invernal, algo hizo que el río montara en cólera y bajó  desde la montaña lleno de furia y en loca carrera arrastró consigo todo lo que encontró a su paso.  Bajó vestido de lodo y suciedad.

El puente lo vio venir irreconocible y sin entenderlo, sintió como sus cimientos eran sacudidos violentamente.  Se dio cuenta de inmediato de su vejez y cedió al paso de la furia del río.  Viajó en pedazos y sin poder luchar contra la fuerza descomunal de aquel al que había hecho alguna vez, lucir radiante y majestuoso y, se perdió en cuestión de instantes en la nada.

El río enloquecido, sólo hizo este comentario: __"Ocupaste ese lugar sin mi consentimiento; ahora yo te he quitado de el sin tu permiso".

Tarde supo el pobre puente, que sus constructores no habían hecho una buena investigación acerca de su ubicación sobre el río.

La amistad es igual, hay que saber construirla en un lugar seguro; en donde, cuando vengan los embates de las adversidades, especialmente de la ira, tenga cimientos fuertes y estables que no permitan que sea derribada.