La luciérnaga y el sapo

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 


Era una hermosa noche de primavera y, mientras la luna sonreía de manera provocativa, se entretenía pasando revista a sus hijas, las estrellas y, echaba un vistazo por el sitio en donde el jefe, el sol, se le había ocultado una vez más; un enorme sapo también se entretenía en un pequeño rincón de un hermoso jardín, sacudiéndose la pereza con horrendos bostezos de salacidad. Entreabría los ojos con pesadumbre, esperando el paso de mosquitos u hormigas para terminar su cena, siendo entonces que vio un mosquito de buen tamaño que venía como buscando monedas en los rincones del jardín. Su sorpresa fue grande, cuando observó que de improviso, el volador insecto encendió una lámpara que seguramente llevaba atada a la barriga y alumbró fuertemente unos elegantes jazmines, que sorprendidos por la luz se agitaron con alegría. El batracio, olvidándose de terminar su cena, e interesado en obtener una linterna semejante para facilitarse su caza nocturna, preguntó a la recién llegada.

            Oye, dime ¿en dónde compraste esa linterna que tienes en la barriga?

                       

            La luciérnaga, que conocía muy bien la reputación del que la interpelaba contestó:

    Escucha, vete a la carretera y verás venir muchos animales enormes con dos grandes ojos que brillan muchísimo. Ponte delante de uno de ellos y antes que pase, quítale uno de sus ojos, luego te lo comes y, ya tendrás tu lámpara en la panza, como yo. ¡Ah! Se me olvidaba advertirte, que  corren muy rápido y si no te quitas a tiempo, pueden lastimarte las patas.

           

            Dicho lo anterior, la luciérnaga continuó su alegre recorrido por el jardín, a sabiendas de que, con lo dicho, el obeso sapo no la molestaría posiblemente nunca más. El infeliz batracio por su parte, se quedó meditando un rato y se engolosinó pensando cuánto podría cazar de noche teniendo uno de esos ojos en la barrigota, así que decidió irse a la carretera y jugárselas para obtener su linterna. Corrió dando saltos y se parapetó en una curva de la carretera, esperó que viniera uno de esos animales y al ver venir uno, que los tenía verdaderamente brillantes, se preparó y, cuando lo tuvo exactamente al alcance de sus patas, saltó…

 

            La luciérnaga vaga alegremente por el jardín, sin miedo; el sapo ya no está, viaja en el farol de un auto a una velocidad de cien kilómetros por hora, hacia un destino desconocido…

           

            La vida siempre tiene sus contratiempos y para obtener algo, primero abre bien los ojos, no sea que por conseguir un imposible termines arrastrado por las consecuencias de tu propio error.