La sal de la tierra

Autor: Manuel Velis-Pacheco

 

 

He visitado muchos restaurantes en mi vida; en ellos he disfrutado de los mejores y más variados gustos en cuanto al arte culinario se refiere; sin embargo, recuerdo perfectamente la primera vez que visité uno de procedencia asiática. De manera muy ceremoniosa, se me acercó una empleada y me ofreció el menú. Seguidamente me trajo una tetera y un pequeño recipiente para tomar el te, me lo sirvió sin preguntarme si me apetecía o no. Como era mi primera vez en ese sitio, me trajeron palillos chinos para comer y luego de una gran batalla para decidirme por lo que iba a ordenar, pedí lo que se me ocurrió podría estar sabroso para saciar el apetito. Al cabo de unos minutos me trajeron dos grandes recipientes conteniendo tanta comida como para alimentar a toda mi familia. La empleada que hubo de hacer dos viajes para satisfacer mi pedido, se alejó con una sonrisa disimulada y yo, quedé completamente a merced de aquella montaña de comida. Pensé que al menos comería lo que saciara mi hambre y me decidí a solicitar un tenedor (nunca he podido utilizar los palillos). Al tener en mi poder lo necesario, inicié mi aventura apetitaria. Mi sorpresa continuó. ¡Toda la comida estaba completamente sin sal! Volví a pedir auxilio y me llevaron un frasco, conteniendo un líquido oscuro que tenía un olor no muy grato para mi olfato; insistí, y por señas, la empleada me aseguró que era sal; en fin, comí escasamente algunas cosas y luego de pagar salí buscando un lugar en donde conociera la comida que se servía, y especialmente que esa comida estuviera salada.

            Con la experiencia que los años en el Camino me han proporcionado, te puedo asegurar que en Nuestra Iglesia, sucede lo mismo hoy día. Hay Iglesias Católicas que son verdaderos centros de adoración y alabanza a Nuestro Salvador y en el menú hay variedad de platillos. Cuando entras ves que hay montañas de talentos de los cuales puedes alimentarte, pero desgraciadamente todos están carentes de sal y, te retiras con hambre de todas maneras, porque aún cuando te alimentas, el alimento no tiene el sabor que tu espíritu necesita. Lo que ocurre es que nos hemos olvidado de esa aseveración que Jesús hizo a sus discípulos. Me llama la atención, de manera especial el hecho de que Él, dijera: “Vosotros sois la sal de la tierra…” Y eso se refiere a nosotros, hoy día. Pero, nos hemos quedado carentes de sal, es necesario que la Iglesia toda, se cubra del sabor que Cristo le imprimió desde el principio. Necesitamos a la Novia, completamente sazonada, con platillos excelentemente preparados tanto para el Amo, como para todo el resto de los siervos. Es prudente que nos encarguemos de condimentar el alimento espiritual de todos, pero tiene que estar bien sazonado con sal, para que sepa sabroso, que esté siempre apetitoso. Puede que tenga un poco de picante, otro tanto de pimienta, quizás una pizca de ajo, y todos los demás condimentos que conocemos, pero nada le dará el sabor que la sal ofrece, con que a darle al alimento que ofrecemos el  punto exquisito y de excelencia que Cristo nos ha pedido, para que Él y todos los demás se gocen cuando lo coman.

            Si sientes que has perdido un poquitín de tu sal, busca a los que la tienen para que te suplan de una nueva provisión, a fin de dar a tu alimento el punto requerido. Te aseguro que los resultados no se harán esperar. Habrá multitudes esperando entrar en tu aposento para tomar de lo que tengas para ofrecer. Así será en nuestra Iglesia, en nuestra Comunidad, en nuestra ciudad, nuestra Provincia, nuestro País y en todos los confines de la tierra. (Basado en Mt. 5: 13).