HACIENDO CAMINO

 

Artículos publicados en El Mundo – La Crónica de León

 

Máximo Álvarez Rodríguez

maximoalva@telefonica.net

 

Índice

 

Carreteras de la muerte

Amor, odio e ignorancia

Mujeres

Compañeros de pupitre

Vivos y difuntos

Justicia divina y humana

Supermercados de la droga

Mar afuera

La reconversión de Santa Bárbara

Desorientación y orientación familiar

En busca del aprobado perdido

Montar el Belén

¿Se acaba el Jacobeo?

Alianza de civilizaciones por navidad

Volver a clase en enero

Patinaje no artístico

El niño muerto de la calle

Contentos de ser de aquí

Ibarretxe y Silvia

¿Casarse con la menos guapa?

De Peñalba al cielo

Símbolos franquistas

Samprón y los “chicos del coro”

Cinco minutos de silencio

La procesión va por dentro

Ancianos, ¿amor o negocio?

 

 

 

 

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Carreteras de la muerte

 

Es innegable que últimamente se ha invertido mucho dinero en carreteras y que van mejorando ostensiblemente las comunicaciones. Pero tenía razón Laudino García, el alcalde de Igüeña, cuando el 8 de septiembre en su ofrenda a la Virgen de la Encina señalaba la deficiente construcción de algunas de ellas, con curvas sin sentido ni necesidad. Pues bien, ese mismo día estaba de cuerpo presente en el tanatorio de Fabero la concejala de cultura de Peranzanes, Alsira Nogueiro, que perdió la vida en uno de los puntos negros de la carretera Ponferrada-Fresnedo-Fabero, muy cerca ya de la villa minera.

Allá por los años cuarenta, cuando apenas había carreteras en la provincia de León, un señor que se llamaba Mario, encargado de Obras Públicas, trazó algunas como la de Astorga-Pandorado o Truchas-Cabrera Baja con el correspondiente puerto del Carvajal. Son todo un modelo de trazado, cortando por lo sano, aunque tuviera que partir en dos una finca. Eran tiempos en que no había las máquinas que hoy tenemos y todo se hacía a pico y pala, portando la tierra con asnos. Por eso no entendemos que en estos tiempos en que contamos con más medios a veces se hagan las cosas peor. Pero lo más triste es que lo que se pueda ahorrar en dinero o trabajo se gaste en vidas humanas.

Alguien ha dicho que si se tuviera en cuenta toda la riqueza salida de Fabero sus carreteras deberían ser de oro. No pedimos tanto, pero sí que se rectifique lo defectuoso. Son muchos los accidentes que se han producido en eso que llamamos puntos negros. Coches destrozados, gente que ha quedado mal para toda la vida, y lo peor de todo, muertes.

Si esto añadimos que, una vez cerradas las minas, es imposible ninguna alternativa industrial sin  buenas comunicaciones, lo menos que se puede hacer es dar prioridad a la construcción de unas buenas carreteras. Tal es el caso de Fabero. Parece ser que ya hay intención de acometer estas reformas que hoy comentamos. Nos alegramos de ello, pero por favor, que no se haga de nuevo una chapuza ni mucho menos una trampa mortal.

No discuto la competencia de los ingenieros de caminos e ignoro si pesa más la influencia de los políticos o de las empresas constructoras. Pero a veces, a simple vista, hay cosas que no se entienden. ¿Cómo es posible que en el tramo Tombrio-Fresnedo, de reciente construcción,  apenas haya posibilidad de hacer ningún adelantamiento en una carretera por la que circulan tantos vehículos pesados?. Y, por poner algún ejemplo más, si se me permite salir un poco de la geografía berciana, ¿qué sentido tienen muchas curvas de la carretera, por otra parte muy de agradecer, entre Tremor y Rioseco de Tapia?

Ojalá no tenga que repetirse ninguna desgracia para tomar conciencia de que en tema de carreteras hay que hacer las cosas lo mejor posible. El día del entierro de Alsira, una mujer que entregó su vida al servicio de los demás, señalábamos cómo su muerte era un servicio más, un aviso a quienes corresponda, para que no se vuelva a repetir una desgracia semejante. Tal vez cabe ahora decir aquello de que ojalá no haya sido una muerte inútil.

 

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Amor, odio e ignorancia

 

 

Hace algunas semanas era noticia la restauración de la Iglesia de La Faba, el último pueblo leonés en el Camino de Santiago, lindando con Galicia. Lo novedoso del evento es que la mayor parte de los gastos ha corrido a cargo de un grupo de católicos alemanes, que han aportado la nada despreciable cantidad de 89.000 euros, cerca de quince millones de pesetas. No me imagino a un grupo de españoles aportando dinero para un templo alemán.

Por el contrario, a veces se dan actitudes como la que voy a relatar y que no es cuento. En un pueblo del Bierzo, allá por los años treinta, un grupo de mozos, capitaneados por el maestro, se pusieron a tirar piedras contra la iglesia. El cura, al verlos, se añadió al grupo y comenzó a arrojar también piedras contra el templo con tanta energía como los demás, ayudándoles a lapidar el edificio. Ellos quedaron ciertamente sorprendidos, por lo que el párroco decidió justificar su actitud: la Iglesia es vuestra y yo estoy a vuestro servicio; por lo tanto, puesto que queréis tirarla, yo os ayudo. Los muchachos se miraron unos a otros, y uno dijo: se está riendo de nosotros. Y depusieron su actitud.

Más grave fue cuando, por aquella misma época, una ola de barbarie decidió quemar un buen número de templos bercianos. Podemos recordar algunos nombres: Guímara, Chano, Trascastro, Peranzanes, Faro, Cariseda, Bárcena de la Abadía, Argayo, Sorbeda, Otero de Naraguantes, Fabero, Ocero, Sancedo y una buena porción de objetos religiosos en Vega de Espinareda. Hoy sería incalculable el valor de todas las obras de arte reducidas a cenizas no sé si por el odio o por la ignorancia, o por las dos cosas juntas.

Contrasta esto, ciertamente, con el amor y la cultura de los alemanes que no solamente se han fijado en la Iglesia de La Faba, sino también en otros templos bercianos y leoneses, tal es el caso de la capilla del Carmen en Ponferrada, aportando ingentes cantidades de dinero. Pero, afortunadamente, son también muchos los bercianos que han colaborado ejemplarmente en la restauración de sus templos. Un caso digno de elogio es el de los vecinos de Villasinde que, ellos solos, se han puesto manos a la obra logrando una espléndida restauración de su templo parroquial, de la que con toda razón se sienten muy orgullosos. Por supuesto, este amor a su iglesia en nada se parece al odio y la ignorancia de quienes tiraban piedras contra su propio tejado.

Ahora bien, en un edificio tan importante como el continente es el contenido. Hay un templo invisible, cuyas piedras vivas son los miembros de la comunidad y cuya riqueza va mucho más allá de los elementos materiales. Me pregunto si muchos que presumen de cultos y civilizados no estarán tirando piedras contra ese edificio invisible, pero real, dilapidando todo un patrimonio espiritual y moral que ha sido la base de nuestra civilización española y europea. Es triste constar que algunos dirigentes políticos estén empeñados en que niños y jóvenes no estudien, y por lo tanto ignoren, el origen, razón de ser y belleza de toda esta herencia cultural. Probablemente algún día también habrá que lamentarlo.

 

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Mujeres

 

 

Cada mañana, al salir a la calle, encuentro frente a mi casa un madrugador grupo de mujeres, con sus fundas verdes, subidas a los andamios, restaurando las paredes de la Iglesia Antigua de Fabero. No es su intención primaria quemar el colesterol, que para eso pueden agregarse a cualquiera de los numerosos grupos de caminantes que cada tarde-noche circunvalan la villa. Están allí porque se han apuntado al taller de empleo que el Ayuntamiento ha puesto en marcha. Nunca es tarde para aprender un oficio y tampoco viene mal todo aquello que sirva para aliviar las siempre sufridas economías domésticas.

Curiosamente, ahora que la mayoría de los hombres disfrutan de sus merecidas jubilaciones, son las mujeres casi el único colectivo que da al antiguo pueblo minero aspecto de pueblo obrero. Con su gran capacidad para aprender el noble oficio de la cantería, están demostrando que muchos de los rasgos distintivos entre hombres y mujeres apuntados por la psicología diferencial se deben más a los usos y costumbres que a causas genéticas. Puedo dar fe de que trabajan mucho y bien, lo cual por otra parte no me sorprende. A nivel de estudios también se comprueba fácilmente que es mayor el rendimiento de las chicas que el de los chicos.

Evidentemente, nunca podrán desaparecer las diferencias que la naturaleza ha establecido entre hombres y mujeres, tanto a nivel físico como psicológico. Quizá por ello soy incapaz de ponerme en la mente de aquellos hombres que no han logrado descubrir la belleza de estas diferencias, a la hora de buscar alguien que les complemente. Así me cuesta creer que vaya en aumento el número de los hombres incapaces de sentir admiración ante una mujer y que rehusan sus encantos a cambio de otro hombre.

Volviendo al tema de la piedra, aprovecho para felicitar al grupo de mujeres que están restaurando la Iglesia de Fabero, sin olvidar a las que están haciendo lo mismo en la fuente de La Raicina. Realmente lo están dejando muy bien.

No hay duda que la incorporación de la mujer a la vida pública (enseñanza, sanidad, política, mundo empresarial y laboral... ) ha supuesto un gran avance para la sociedad. Creo así mismo que hoy día una de las mayores riquezas de la Iglesia es la mujer, y triste el día en que la mujer se desenganche. Pero aun deseo ir más lejos. Todos sabemos del gran problema actual de la falta de vocaciones sacerdotales. Espero que nadie me tache de hereje si digo que, si algún día el magisterio de la Iglesia, con el respaldo de la teología, llegara a admitir a las mujeres al ministerio ordenado, no sólo se podría poner fin a la crisis vocacional, sino que se habría dado un paso muy importante para revitalizar la Iglesia.

Cualquiera diría que íbamos a dar un salto tan grande, pasando de hablar de la colocación de la piedra en la Iglesia Antigua de Fabero al gobierno mismo de la institución eclesial. Pero, en realidad, todo está unido, todo se reduce a lo mismo: a la constatación de que la mujer, incluso en temas que pudieran parecer hasta el presente patrimonio exclusivo de los hombres, no sólo puede hacer lo mismo, sino darnos cien vueltas en todo.

 

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Compañeros de pupitre

 

 

Cuando Zapatero nombró a sus ministros, al referirse a al Ministro del Interior, José Antonio Alonso, la prensa lo presentaba como su “compañero de pupitre”. Instintivamente, la memoria me llevó a mis tiempos de estudiante, a las clases y a los pupitres, y también a los viejos compañeros, en aquel impresionante edificio que era el Seminario de La Bañeza, hoy reconvertido en una gran obra asistencial dirigida por Mensajeros de la Paz.

Recuerdo la primera vez que llegué al Seminario, un caluroso día de verano, en la década de los sesenta. Hay escenas que nunca se olvidan. Por ejemplo, siempre recordaré a la primera persona con la que me encontré, nada más llegar, otro niño de diez años con parecida ilusión y sensación de curiosidad por la nueva vida que emprendíamos, lejos de nuestros pueblos y familias. Y, mira tu por donde, que aquel niño sería mi compañero de pupitre y hasta de dormitorio, entre otras razones, por ser el inmediatamente anterior en la lista. Y así, durante seis años. No cabe duda que hay etapas de nuestra vida y personas que permanecen imborrables.

Escribo esto porque la semana pasada, tal como ha informado la prensa, vino a Fabero el Subdelegado del Gobierno, lo que antes se llamaba Gobernador Civil, en visita oficial o institucional. La noticia no tendría especial importancia para mi, sino fuera porque el actual Subdelegado de León es precisamente aquel compañero de pupitre, el inmediatamente anterior en la lista, Álvarez Martínez, Francisco. Como estas cosas no ocurren todos los días, aprovecho esta columna para manifestar la alegría que recibí cuando me enteré de su nombramiento.

De la misma manera que me alegra saber de otros muchos que en su día pasaron por el Seminario, algunos bastante conocidos, compañeros de curso como César Gavela, gran escritor, ganador entre otros premios, del Torrente Ballester; del periodista Antonio Núñez o del Presidente de la Cámara Agraria Provincial, Felipe Martínez, y de otros muchos compañeros y amigos como Rogelio Blanco, actual Director General del Libro. Menos alegre es la sensación que me produce contemplar en una calle de León la lápida dedicada al Capitán Cortizo, también compañero de clase, en el mismo lugar en que fue vilmente asesinado por ETA.

Cuando éramos niños parecería que nunca íbamos a llegar a la edad adulta, pero el tiempo pasa a velocidades de vértigo. Ahora nos toca servir a la sociedad. Pienso que, a pesar de la dureza, a veces espartana, de nuestra educación, o tal vez gracias a ella, hoy hay una generación que lucha y trabaja con bastante acierto en numerosas parcelas. Me gusta mirar al pasado con gratitud y comprensión y no con resentimiento.

 Invito a tantos y tantos como pasaron por el Seminario y por otros centros de enseñanza a que no olviden todo lo bueno que aprendieron, sobre todo la capacitación para el esfuerzo y el trabajo. Y, si me disculpan, aún les pido algo más: que, aunque no llegaran a curas, no se avergüencen de su pasado, ni renuncien a dar testimonio de la fe que allí vivieron. Es tanto el bien que se puede hacer, cada uno desde su puesto en la sociedad...

 

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Vivos y difuntos

 

 

Hace algunos años, el gobierno de turno, decidió poner como días laborables fiestas de gran arraigo como La Ascensión, El Corpus y Todos los Santos. Pero hete aquí que la gente fue tragando todo menos que se tocara a esta última. De hecho los estudiantes, en aquel primero de noviembre lectivo, decidieron no entrar a clase. Finalmente los políticos tuvieron que claudicar, dejándolo en adelante como festivo.

Ya se sabe que lo que importa es querer y ayudar a la gente mientras vive y que de poco sirven las lágrimas, flores o mármoles, después de muertos. En todo caso todo el mundo tiene sus seres queridos difuntos y, aunque en el cementerio sólo queden sus despojos, no hace daño visitarlos al menos una vez al año, si bien nos agradecerán bastante más que recemos por ellos con frecuencia.

Lo cierto es que las celebraciones de Todos los Santos y de los Difuntos tienen entre nosotros un enorme poder de convocatoria. Pocas veces se ve tanta gente junta en una celebración religiosa, a no ser en los entierros. Y pocas veces tenemos una oportunidad tan singular para reflexionar sobre nuestra propia vida.

Un día una mujer lloraba por la muerte de su esposo. Alguien trató de consolarla con unas palabras tan crudas como auténticas: “no te preocupes, que pronto irás para él”. Es la pura verdad. Pero con frecuencia lo olvidamos, viviendo y acaparando como si no fuéramos a morir nunca. No es lo más acertado rehuir los temas que no nos agradan, meter la cabeza bajo el ala, pensando que no existe lo que no se ve. La muerte no deja de ser algo inevitable por mucho que evitemos pensar en ella. No se trata de que vivamos obsesionados por el fin de nuestros días, sino de que caigamos en la cuenta de que la muerte es una de las mejores claves para interpretar auténticamente la sinfonía de la vida.

Hay quien piensa que porque no cree en el más allá éste ya no existe, que porque no cree en el juicio, nadie le va a pedir cuentas de su vida. A quienes se niegan a admitir que hay vida después de la vida, les recomendaría que al menos dejaran un lugar para la duda. De una u otra manera todos los hombres de todos los tiempos han creído que nuestra vida no acaba con la muerte: reencarnación o resurrección, inmortalidad del alma o transmigración, cielo o nirvana, sehol o paraíso...

Una de las raíces del ateísmo moderno es el materialismo marxista que tiene su origen en las teorías sacadas de la manga por Feuerbach, que decía que “el hombre es lo que come”. Por fortuna los nuevos físicos tienen una visión menos burda de la realidad. Siempre me ha llamado la atención el principio de indeterminación de la materia de Heisenberg, que viene a decir que él átomo no sólo es divisible, sino que llega un momento en que es pura energía, que la materia y el espíritu se rozan.

Recuerdo oír decir a una chica: “el día que murió mi padre me di cuenta de que hay vida más allá de la muerte, porque un hombre tan bueno como mi padre no puede desaparecer para siempre”. Ciertamente nuestros seres queridos difuntos no se reducen a un montón de cenizas. Nosotros somos mucho más que la carne o garbanzos que comemos.

 

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Justicia divina y humana

 

Hace varias semanas un grupo de personas se manifestaba contra un hombre absuelto de un presunto delito de abuso contra una hija, primero en el Juzgado de Ponferrada y más tarde en la Audiencia Provincial. Desconozco el caso y no seré yo quien haga otro juicio paralelo. Entiendo la indignación de alguien que comentaba la gravedad que supone poner en tela de juicio la inocencia de una persona absuelta en firme. En todo caso, cabe decir que ese hombre ha sido sometido a dos juicios bien diversos: el de la Administración de Justicia, absolutorio, y el de alguna gente, condenatorio. Pero, si se me permite hablar desde mi condición de creyente, creo que hay todavía un tercer juicio, a la larga el más importante: el juicio de Dios, que pesa las acciones de los hombres y no se equivoca.

Más recientemente ha saltado a los medios la noticia de que se pensaba poner en Dehesas el nombre de Ismael Álvarez, hijo de la villa, a un Centro Cívico promovido por él en sus tiempos de alcalde de Ponferrada. Él mismo pidió que se retirara la propuesta, ante las protestas surgidas por el hecho de haber sido condenado por un delito de acoso; si bien ya ha cumplido la condena, condena que no le inhabilitó para ejercer el cargo y en la que hubo algún voto particular contrario a ésta por no ver tan clara la argumentación condenatoria.

Lo que realmente me parece preocupante y grave en un y en otro y en muchos más casos es que, más allá de su culpabilidad o inocencia, se busque el linchamiento de las personas, porque nadie es tan malo que no tenga algo de bueno. Los fallos que alguien pueda tener no restan valor a sus buenas acciones. La justicia divina aun va más lejos, llegando a olvidar totalmente el mal realizado, porque Dios rechaza el pecado pero no al pecador.

Muchísima gente, y así lo ha demostrado inequívocamente con los votos a su sucesor, incluso después de la condena, reconoce que la labor del antiguo regidor de Ponferrada ha sido fuera de serie en lo referente a la transformación de la ciudad. Es algo que salta a la vista ¿Acaso es menos meritorio su trabajo municipal por el hecho de verse envuelto en otros avatares de su vida privada? ¿Nos gustaría a cualquiera de nosotros que se dejen de reconocer nuestros aciertos porque también tenemos fallos?

Aun en los casos más graves, suponiendo que alguien haya obrado mal, siempre queda un lugar para el arrepentimiento, para la reinserción o para la remisión de la culpa. Nunca se puede caer en la descalificación global y menos aún en la crueldad de intentar destruir y anular para siempre a la persona. ¡Qué fácil es hacer leña del árbol caído!

De veras que nuestra sociedad a veces tiene mucho de farisaica y maniquea. Miramos la paja en el ojo del hermano cuando llevamos una viga en el nuestro, y aunque no estemos limpios de pecado, somos prontos para arrojar la primera piedra, tan sólo porque, mientras los defectos de los demás reciben publicidad, los nuestros permanecen escondidos a los ojos de los hombres; pero no ante quien no juzga por las apariencias, sino que mira al corazón. Por fortuna los tribunales o la gente no tienen la última palabra.

 

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Supermercados de la droga

 

La semana pasada muchos alumnos me preguntaban a ver si me había enterado de la redada que se había hecho en Fabero contra la droga. Me enteré por ellos e ignoro los resultados,  aunque me temo que serán más bien de escaso alcance.

Recuerdo que en noviembre de 1977, recién llegado un servidor a Fabero, vino un chico a mi casa. Terminaba de salir de la cárcel por tráfico de drogas y me pedía que colaborara con él para ayudar a sacar de este vicio a varios chicos y chicas a los que él había inducido. Poco pudimos hacer. Era la moda, y alguna gente progre veía muy bien lo de drogarse. Tuvimos que desistir porque nos hacían la vida imposible. La droga se generalizó, afectando a más de sesenta familias del pueblo. Muchos de aquellos chicos ya están bajo tierra o en el nicho, y lo mismo varios padres a quienes también llevaron a la tumba por los disgustos.

En aquel tiempo el grupo de drogadictos era una especie de gueto fácil de distinguir externamente. Ello hizo que  otros muchos jóvenes, al verlos, comenzaran a aborrecer la droga para no ser como ellos. Un día decidí llamar a un amigo cura, próximo a Bembibre, para ver si podíamos hacer algo para curar a los ya enganchados. Fuimos a exponer nuestra preocupación al Obispo, Don Antonio Briva, el cual nos dio todo su apoyo. El amigo, Isaac Núñez, se fue a Italia varios meses para conocer Proyecto Hombre y logró importarlo para el Bierzo. Desde entonces se ha extendido por toda España, contribuyendo a recuperar miles de toxicómanos.

Pero, dado que la droga, ante todo, es un gran negocio, no se han frenado las ventas. Ahora las nuevas generaciones se han vuelto a incorporar al vicio como si fuera lo más natural. Ya no forman un grupo aparte, tal vez no recurran a la heroína, muy cara y fuerte, pero el consumo de estupefacientes se ha convertido en algo habitual y generalizado, necesitan experimentar sensaciones especiales para divertirse. El daño sigue siendo enorme, no sólo físico, sino sobre todo a nivel de personalidad.

¿Se puede hacer algo para evitar esta plaga? Sin duda los padres deberían desempeñar un papel muy importante en la erradicación de este mal. Serían muy interesantes las asociaciones de padres contra la droga. Pero también las autoridades públicas tienen mucho que ver en esto. Habrá drogadictos siempre que haya gente interesada en vender droga. Se debería seguir el camino inverso que hace la droga: llegar del consumidor por la cadena de traficantes a los principales responsables. Alguien decía que si no se llega al final es por la incompetencia, falta de interés o incluso complicidad de los llamados a erradicarla. No lo se. Sólo se que si yo pongo un negocio, no me perdonarían que no lo tuviera en regla o no pagara los correspondientes impuestos. Pues si a quien negocia con droga, que además es un malhechor, se le permite todo y no se le exige darse de alta ni pagar impuestos... ¿por qué exigir estar en regla a los demás negocios?

Ciertamente, me invade una enorme dosis de escepticismo y tristeza a la hora de oír noticias de lucha contra la droga. Pero el mal está ahí y no debería dejarnos indiferentes.

 

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Mar afuera

 

Hace algunos días era noticia la protesta de una asociación de más de doce mil tetrapléjicos de España contra la película “Mar adentro”, por tratarse, según su presidente, de un “canto a la muerte”, mientras que ellos desean un “canto a la vida”. Precisamente entre mis mejores y más fieles amigos se encuentran dos personas que llevan prácticamente toda su vida en silla de ruedas, dependiendo totalmente de sus padres hasta para llevar la comida a la boca. Son hermanos, se llaman Mino y Elena, nacidos en Ancares, pero residentes en Ponferrada, después de haber pasado en Fabero gran parte de su vida. No es de extrañar que tengan otros muchos amigos que les quieren y admiran, puesto que transmiten bondad y alegría por los cuatro costados. Las limitaciones físicas de ningún modo les quitan las ganas de vivir y de disfrutar de sus amistades y de tantas cosas buenas como tiene la vida.

No se trata ahora de dudar de las cualidades artísticas de la película de Amenábar. Una cosa es la calidad cinematográfica y otra muy distinta el mensaje que pretende transmitir: un canto al suicidio asistido. También sabemos que, aunque toma como base la historia de Ramón Sampedro, se permite deformar la realidad, por ejemplo, ridiculizando a un sacerdote tetrapléjico, Don Luis de Moya, que fue a visitarlo en términos muy distintos a lo reflejado en el film.

De muchos es sabido que, cuando Hitler quiso promocionar la eutanasia, también se valió de una enternecedora película titulada “Yo acuso”, urdida por su ministro Joseph Goebbels en 1942. Contaba la historia de una mujer gravemente enferma que suplicaba a su marido que la matara. El esposo decidió matarla, sufriendo por ello una dura condena. La finalidad de la película era desencadenar reacciones emotivas del público en contra de los fiscales y jueces, y difundir una opinión favorable hacia este tipo de “muerte por compasión”.

Algo se de la muerte, en el sentido de que he visto agonizar y morir a muchas personas, y también he visitado a muchos ancianos y enfermos terminales. Una cosa es retrasar absurdamente la muerte (el ensañamiento terapéutico), o el tratar de mitigar el dolor (lo que podríamos llamar sedación paliativa) y otra muy diferente el matar directamente a alguien o ayudarle a suicidarse. Creo que los profesionales de la medicina saben muy bien lo que hacen y para eso no hace falta más ley que la deontología profesional.

Ahora que la Iglesia ha protestado contra la eutanasia se dice que no era intención del gobierno el aprobarla. Mejor. Pero el peligro está ahí y consiste en hacernos creer que hay vidas que no merecen la pena, que ya no tienen valor. En nuestra sociedad del bienestar es tentador eliminar a aquellas personas que no parecen rentables o que nos incomodan, aunque intentemos justificar su eliminación como un acto de piedad: “esto no es vida, pobrecitos... para vivir así están mejor en el cielo”.

No seamos tan indulgentes con la Seguridad Social, a costa de quienes deberían ser sus preferidos, los que nos enseñan a valorar y amar la vida. Se podría hacer otra película, un canto a la vida, quizá “Mar afuera”.

 

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La reconversión de Santa Bárbara

 

Mucho antes de que la minería del carbón comenzara a funcionar en el Bierzo, en la torre de una de las iglesias de la Cuenca Fabero-Sil, en Santa Eulalia, al lado de Matarrosa, ya estaba entronizada una imagen de Santa Bárbara. Es como si fuera una premonición o anticipo de las numerosas imágenes de la santa dinamitera que más tarde poblarían la mayoría de los templos de nuestros pueblos mineros.

Abogada de quienes se hallan en peligro ante las tormentas, patrona de artilleros y mineros ¿qué motivo que no sea el de librarnos de los rayos seguirá justificando la celebración de su fiesta en aquellos pueblos que ven cómo se han ido cerrando sus minas? ¿Habrá que reconvertir esta fiesta como se ha intentado reconvertir el sector  minero?

Aunque uno lleva varias décadas viviendo en la cuenca de Fabero y los temas relativos al preciado mineral deberían resultarle familiares, es preciso reconocer que en el momento presente la mayoría de los faberenses, de nacimiento o de adopción, nos sentimos un poco perdidos. Con bastante frecuencia, a través de los medios de comunicación, nos llegan noticias en torno al llamado “Plan del carbón”. Inevitablemente surge en nuestro interior la pregunta: “y eso, ¿qué es?”. La razón  de nuestra ignorancia y desconcierto es muy simple: en Fabero se han cerrado todas las minas y nada apunta a que se vuelvan a abrir, al menos en muchos años. Apenas quedan mineros en activo y los pocos que hay ya están esperando con ansias la bien merecida jubilación. Lo que vaticinábamos hace varios años y que parecía imposible se ha cumplido: en Fabero han acabado con la minería. ¿Quién?

Eran aquellos tiempos en los que se decía que las explotaciones a cielo abierto garantizarían el futuro de la minería de interior. Eso no ha sido así. Más bien habría que decir que ha servido para terminar de hundirla. Ahora que aquí ya no hay minas imagino que nadie se atreverá a insinuar la necesidad de meterle mano a esa apetitosa tarta carbonífera cubierta de pinos, verdadero pulmón de Fabero, llamado La Rubiona. Me consta que la gente del pueblo no está por la labor, en el hipotético caso de que se intentara.

Siempre se dijo que reconversión significaba cambio de actividad, pero ¿Qué alternativas han surgido para sustituir a la actividad minera? ¿Qué futuro tienen los jóvenes? ¿Se dan facilidades para la creación de industrias? Ello no es posible si no se mejoran las comunicaciones. Suponiendo que Fabero se convierta en lugar residencial de modo que la gente pueda acudir a trabajar a otros polígonos industriales, es urgente hacer una carretera como Dios manda. Aun se sigue hablando de la autovía de Villablino. Tanto por razones de tipo práctico como de gratitud y de justicia lo normal es que, si se hace, pase por Fabero.

El pasado 19 de noviembre celebramos el 20 aniversario del accidente en el que murieron ocho mineros en Combustibles de Fabero, pero la lista de quienes a lo largo de varias décadas han pagado con el tributo de su vida es inmensa. No se puede dejar tirado a un pueblo que ha producido tanta riqueza para la nación y a tan alto precio.

 

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Desorientación y orientación familiar

 

Hace algún tiempo, un hombre aquejado de mucho dolor en una pierna, acudió al médico, pero después de sucesivos tratamientos no sólo no alcanzó la mejoría, sino que las cosas se fueron complicando de tal manera que no hubo más remedio que proceder a su amputación. Otro hombre, con una dolencia parecida, acudió a también a su correspondiente doctor, el cual sin pensárselo dos veces le dijo que esa pierna había que cortarla. Indignado este paciente, cambió de facultativo y poco a poco fue comprobando con satisfacción cómo iba remitiendo su enfermedad hasta sentirse totalmente curado. Menos mal que no se dejó mutilar.

Es cierto que a veces a los médicos no les queda más remedio que amputar algún miembro. Pero estas situaciones extremas no son ningún ideal. Algo parecido ocurre con la familia: el buen entendimiento entre los esposos es el mejor caldo de cultivo para su bienestar y para una buena y equilibrada educación de los hijos, pero a veces resulta prácticamente inevitable tener que aplicar el bisturí del divorcio. Eso no quiere decir que la ruptura de un matrimonio sea algo indiferente o sin importancia, máxime cuando hay hijos de por medio.

Parece ser que está en la mente del actual gobierno hacer una ley que acelere los procesos del divorcio, llegándose a hablar de un “divorcio exprés” que podrá conseguirse en pocas semanas... De ser así, “descasarse” será tan fácil como devolver un televisor en garantía.

Pues bien, si hay que pensárselo mucho y agotar todos los medios antes de amputar un miembro, ¿no habría de decirse lo mismo antes de romper un matrimonio? En efecto, hay muchas crisis que se superan. En España se rompe un matrimonio cada cuatro minutos, pero se reconcilian cada año 15.000 parejas en trámite de divorcio. Eso es lo que ha inspirado la reciente creación en Ponferrada del llamado “Centro de Orientación Familiar”, un equipo multiprofesional compuesto por psicólogos, trabajadores sociales, orientadores familiares, moralistas y abogados, que altruistamente pretende ayudar a las familias que pasan por situaciones de dificultad, ofreciendo asesoramiento, orientación y terapia.

No sé hasta qué punto tiene razón el refrán de “amor querido, amor reñido”; supongo que querrá decir que en los mejores matrimonios puede haber discrepancias, crisis, discusiones. Lo triste es que muchas veces son pequeñas cosas las que destrozan una familia. Aunque las rupturas matrimoniales sean cada vez más frecuentes, no por ello son menos traumáticas ni menos dolorosas. Bienvenida sea, pues, toda ayuda que permita evitar el sufrimiento. Como dice el díptico que anuncia este centro de ayuda a las familias, “pocas veces es demasiado tarde y nunca es demasiado pronto”. Si una sola familia en crisis pudiera salvarse, ya estaría justificada la existencia del Centro de Orientación Familiar. No somos tan ingenuos como para pensar que existen fórmulas mágicas, pero siempre será mejor la “orientación” que la “desorientación”. Para ser prácticos, he aquí una dirección: C/ Real 63, 1º izda., Ponferrada. Y un teléfono: 987 414 036. Todo sea por la familia.

 

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En busca del aprobado perdido

 

Recientemente han saltado a la luz dos informes, cuyas cifras no recuerdo exactamente, pero que son realmente preocupantes: por una parte el aumento del consumo de cocaína entre los jóvenes españoles y por otra el bajísimo nivel académico de la juventud española, que anda por los últimos puestos. ¿Tendrá esto algo que ver con la comarca o berciana o con la provincia de León? Desgraciadamente sí.

Pero seamos positivos. Hay muchos jóvenes que estudian y que saben, que atienden y se esfuerzan, que ayudan a subir la con frecuencia baja moral de muchos profesores. Entre bosques de suspensos florecen también merecidos notables y sobresalientes. Gracias a Dios aun quedan referentes que ayudan a constatar que las personas trabajadoras y estudiosas no son una especie en extinción.

A pesar de todos estos reconfortantes oasis, no podemos evitar encontrarnos con el inmenso desierto de los fracasos escolares. ¿Quién tiene la culpa? ¿A qué se debe todo esto? Siguiendo a Tip y Coll, acaso muchos digan aquello de “la culpa es del gobierno”. Ciertamente ni la lluvia ni el buen tiempo, ni muchas de las cosas que suceden dependen de la acción de los gobernantes. En el caso de la enseñanza, sin embargo, parece fuera de duda que ahora estamos cosechando los frutos de la LOGSE. No digo que hubiera mala voluntad en los legisladores, ni que no les faltaran razones, muy interesantes vistas desde un despacho o escritas en un papel,  pero tal vez carentes de realismo y sobradas de ingenuidad. Poder pasar de curso con ocho suspensos, no tener que examinarse en septiembre, recibir el título sin esfuerzo, no parece que sea el mejor estímulo para tomar en serio el estudio. La Ley de Calidad de la Enseñanza se estaba pidiendo a gritos, pero su correcta aplicación está por ver.

¿Más culpables? Los profesores, dirán los alumnos y los padres. Los padres y los alumnos, dirán los profesores. La falta de dinero, dicen otros. Y uno se pregunta: ¿Qué se puede hacer con el dinero para que los padres se preocupen verdaderamente por sus hijos? ¿Se puede comprar con dinero el silencio y la atención de los alumnos?¿Qué relación guarda el dinero con la disciplina? A veces es la abundancia de dinero lo que lleva al vicio.

Hay padres a los que da igual que sus hijos vayan o no a clase; otros, si se les dice que su hijo va mal o se trata de corregirlo, se enfadan, convirtiéndose en sus cómplices, no sea que sus retoño se traumatice.  Hay alumnos que pasan las horas muertas ante la tele, la play, la game boy o el ordenador. Otros sólo están esperando a que llegue el fin de semana, más para derrochar fuerzas que para reponerlas. Entiendo  que un muchacho/a que tiene todas las facilidades para el ejercicio prematuro de disfrutar jugando a los papás y a las mamás, se aburra ante la aridez de atender en clase o estudiar. Si hay droga y alcohol por medio, pues ya me dirán. Me temo que no le ayudará a despejar la mente. Por otra parte, ojo con educarlo/a en valores o darle una formación moral, que eso ya no se lleva.

En fin... Nos han suspendido y hay que recuperar. Pero no empecemos la casa por el tejado.

 

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Montar el Belén

 

Fue San Francisco de Asís el primero que decidió hacer en una iglesia la representación del misterio de Belén, metiendo en ella incluso al buey y a la mula. Desde entonces, y a pesar de la competencia del  árbol de Navidad, se ha extendido por todas partes la costumbre de hacer el nacimiento, estático o viviente. A veces tan viviente como el de Cacabelos, en el que la vaca (que no el buey) dio a luz allí mismo un hermoso ternero. 

Gracias a los belenes, niños y mayores hemos podido hacernos idea de lo que fue la primera nochebuena. Si, además, fomentan el arte y el desarrollo de la imaginación, bienvenidos sean. Particularmente ingeniosos son algunos de los belenes que se hacen en el Bierzo. Por enumerar algunos: Cabañas Raras, Cacabelos, Columbrianos, Dehesas, Lillo, Folgoso, Ponferrada (La Encina, San Ignacio, Compostilla...), San Román de Bembibre o Villaverde de la Abadía.

Parece que las ganas de que llegue la Navidad hacen que algunos se apresuren en pleno Adviento, tiempo de preparación para la misma, a poner los adornos navideños, a juzgar por lo que se ve en muchas calles y casas desde hace varios días. Para otros el Adviento consiste ante todo en llenar bien los carros de la compra. Ciertamente la Navidad es otra cosa, en la que no es imprescindible el cava, el turrón o los regalos. A propósito del cava, un importante bodeguero catalán casi se ponía nervioso cuando Luis del Olmo le hablaba de que en el Bierzo también se hace buen cava. Y el bodeguero insistía, como para despistar, que lo del Bierzo era el botillo. “Viticultores del Bierzo, unios” y producid, por qué no, abundante cava para exportar incluso a aquellas regiones peninsulares que reniegan de España.

Volviendo al “Belén”, pronto saldrá a la luz un libro titulado “Cabañas Raras se llama Belén”,  basado en el nacimiento en el que Pepe Marqués y familia han derrochado arte e ingenio, que es todo un museo etnográfico del Bierzo y de más allá de la hoya berciana, sin despreciar a otros belenes igualmente meritorios.

No es lo más importante en Navidad ni la comida ni los adornos, incluidos los típicos nacimientos, ni siquiera los villancicos; pero nos alegra saber que ni el árbol de navidad ha acabado con los belenes, ni Papá Noel con los Reyes Magos, ni tampoco el laicismo masónico conseguirá acabar con la navidad, por mucho que se empeñe, aunque en algunos colegios y ayuntamientos ya hayan claudicado ante el mismo. Por mucho que Dan Brouwn y sus mentiras codificadas pretendan decir que el cristianismo es poco menos que un invento del emperador Constantino, seguiremos celebrando a aquel niño que cambió la historia, dividiéndola en el antes y el después de su nacimiento, por mucho que les duela a algunos que quisieran borrar del mapa a él y a sus seguidores.

Invito a quienes rechazan absolutamente al Hijo de Dios hecho hombre a que sean coherentes: que busquen las vacaciones en otro momento, que ahora nada de comidas extras ni adornos ni celebraciones basadas en lo que no creen. Pero, si al menos dudan, les digo que busquen como los magos o los pastores. Si aún buscan,  también “feliz navidad”.

 

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¿Se acaba el Jacobeo?

 

El treinta y uno de diciembre, con el cierre de la Puerta del Perdón, acaba oficialmente este Año Santo Jubilar Compostelano, que ahora llaman Xacobeo. No tendrá queja la provincia de León ni el Bierzo de la generosidad con que esta importante ruta europea se extiende por su amplia geografía.

Al preguntarnos si se acaba el Jacobeo, la respuesta puede ser múltiple. En efecto, se acaba en cuanto que no volverá a haber otro Año Santo hasta el 2010. Pero no se acaba en el sentido de que cada año siguen siendo muchos los peregrinos que siguen caminando hasta Santiago. La pregunta y la respuesta va más lejos: ¿queda algo del auténtico espíritu jacobeo que durante varios siglos movió a miles de peregrinos de toda Europa hasta la tumba del Apóstol? ¿O tal vez lo que ahora nos queda es una mera aventura que nada tiene que ver con la religiosidad?

Hace poco, unos religiosos que decidieron asentarse en un pueblo berciano por donde pasa el camino, para servir espiritualmente a los peregrinos, me manifestaban su gran decepción al ver cómo la inmensa mayoría de los que por allí han pasado prescindían alegremente de sus servicios. Ignoro en este momento en qué proporción los que han ido a santiago a lo largo de este año que ahora acaba se han preocupado de observar las condiciones que la Iglesia exige para lo que se llama “ganar el jubileo”. Mucho me temo que un buen número de ellos ni siquiera se han parado a pensar en lo que esto significa y que, después de tantos kilómetros de esfuerzo, habrán desperdiciado la gracia jubilar.

Tengo ante mi el prólogo que el Presidente del Gobierno, Rodríguez Zapatero, ha escrito recientemente para un libro titulado “Europa y el Camino de Santiago”. Por muchas vueltas que le quiera dar, pretender explicar y justificar algo tan importante como el Camino de Santiago al margen de su sentido religioso y de su finalidad penitencial y de conversión, obviando a Dios al que se sustituye por la palabra “Naturaleza”; hablar de la influencia del Camino en la construcción de Europa, al tiempo que se evita reconocer la aportación del cristianismo en el preámbulo de la Constitución Europea; hablar de la importancia de “encontrar y reafirmar esos valores que nos hacen alcanzar lo mejor que nuestra naturaleza huérfana requiere”, al margen del mensaje de Cristo que los ha potenciado, parece la negación de lo obvio y el fomento de la mencionada orfandad .

Respeto profundamente la libertad de quienes no creen o tienen otras creencias, pero se me ocurre pensar que esta versión laica del Camino de Santiago es, cuando menos, tan sorprendente como un “bautizo civil” o como si potenciáramos la peregrinación de los cristianos a La Meca. No imagino a los musulmanes peregrinar a ella como meros turistas.

No niego la importancia de la ruta jacobea desde el punto de vista cultural o turístico, pero  creo que renunciar a sus más genuinos orígenes cristianos, si no es un “viaje a ninguna parte”, por lo menos supone un significativo empobrecimiento. Reivindico desde aquí que no se acabe el auténtico Año Jubilar Compostelano, que es mucho más que el simple Xacobeo.

 

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Alianza de civilizaciones por navidad

 

Desde hace bastantes años he renunciado a pasar la Nochebuena con mi familia para hacerlo en un centro de acogida en el que residen personas que por carecer de hogar o estar lejos de los suyos, necesitan mi presencia más que en mi casa. Ello no supone ningún sacrificio, sino que se trata de una gozosa experiencia. Afortunadamente sobran días en el año para estar con la familia.

Pero he aquí que este año ha sido una Nochebuena muy especial, en el sentido de que la mayoría de las personas residentes eran musulmanas, varias madres junto con sus niños. La Navidad es para un musulmán más o menos lo que el Ramadán para un cristiano y, sin embargo, a la hora de la cena, se notaba una profunda alegría, en los niños y en sus madres, que ya quisieran para sí muchos que se dicen cristianos. La que hizo de cocinera, musulmana, se cuidó de que el alimento y la bebida no contravinieran las normas del Corán, pero sin privarnos a los cristianos de tomar o beber alimentos o bebidas permitidos para nosotros.

A la hora de cantar villancicos ninguna lengua se quedó muda, eso sí, también se cantó y bailó al son de música árabe, de tal manera que nadie se impuso a nadie. Pero quizá lo que más me emocionó fue oír hablar a una niña musulmana, con toda naturalidad, del Niño Jesús. Alguien puntualizó que Jesús y María también están presentes en el Corán. Tampoco era difícil ver reflejado a Jesús en los niños y a María en las madres.

No se trata ahora decir que todo da igual, que Islam y Cristianismo se confunden como si no hubiera ninguna diferencia, sino de resaltar la importancia que tienen el amor y el respeto mutuos. Evidentemente, todo esto nada tiene que ver con el fanatismo, ni con ningún tipo de violencia ejercida en nombre de Dios, lo cual nunca ha dejado de ser un verdadero peligro.

Ahora que el actual Presidente del Gobierno ha puesto de moda eso de la “Alianza de civilizaciones” voy a darle su parte de razón, diciéndole, desde la propia experiencia, que sí que es posible y necesaria esa armonía. Pero al mismo tiempo parece oportuno hacer algunas observaciones. Es una contradicción defender la convivencia entre Cristianismo e Islam y al mismo tiempo intentar marginar o casi borrar del mapa todo lo que tenga sabor cristiano. Este año, desde las instancias gubernamentales, se han cuidado muy bien de no hacer referencia a la Navidad, sino simplemente a las fiestas.

La gozosa experiencia que me ha inspirado estas letras se debe a que unas religiosas cristianas, siguiendo las enseñanzas de Jesús, desde hace casi veinte años han abierto las puertas de su casa para acoger con amor a mujeres y niños necesitados, sin mirar su raza o su religión. Como dato interesante, recuerdo que en su día también se celebró con las residentes musulmanas la fiesta del Ramadán. No sería esto posible si la religión cristiana no fuera tolerante y si no tuviera como norma capital el amor al hermano o lo que es parecido hacer presente todo el año el espíritu de la Navidad. Alianza de civilizaciones sí, pero desde el reconocimiento de los valores cristianos, no desde su aniquilación.

 

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Volver a clase en enero

 

Recuerdo de mis primeros tiempos de estudiante que pocas cosas se me hacían tan costosas como el fin de las vacaciones navideñas, teniendo que volver a clase en plena cuesta de enero, con el agravante de que había que ir a un internado sin poder volver a casa hasta fin de curso, con el consiguiente sometimiento a la recia disciplina (que ahora agradezco), al frío y casi al hambre.

Aunque ahora la vuelta a clase de nuestros estudiantes no tiene punto de comparación con aquella época, me imagino que tampoco tendrá mucho que ver con la euforia de los días previos a la Navidad, ni que haya que poner vigilancia policial para que no se desmadren yendo de copas por la alegría del nuevo trimestre.

Alguien decía irónicamente que los primeros años de la vida, mientras se es joven, habría que dedicarlos a divertirse, y al final, cuando uno no está para otra cosa, a estudiar. Ya sabemos que no se puede empezar la casa por el tejado, sin poner los cimientos, pero parece que no faltan quienes intentan guiarse por este criterio.

Escribo estas letras cuando están a punto de extinguirse las vacaciones, presa de esa especie de pánico que da el volver a empezar, aunque después, una vez recuperado el ritmo académico, las cosas se llevan de mejor grado que lo que ahora imaginamos. Por eso, más que la vuelta a clase en un futuro inmediato, la gran preocupación es el futuro, sin excluir el presente, de la educación. Miento, lo verdaderamente preocupante no es la educación, que no es un ser personal, sino los niños y jóvenes.

No olvidemos que estamos viviendo de las rentas de un pasado, sobre una bases cuyo parecido con la actualidad a veces es mera coincidencia. Hay que ser siempre optimistas o al menos no perder la esperanza, pero surgen algunos interrogantes: nuestros futuros adultos, ¿A qué clase de nación pertenecerán? ¿Qué tipo de familia formarán? ¿Cuál será su escala de valores? ¿Qué significado tendrá para ellos la Navidad o la Semana Santa? ¿Qué será para ellos la religión? ¿Qué criterios morales guiarán sus vidas? ¿Qué educación darán a sus hijos? ¿Qué pensarán del futuro absoluto del hombre, del sentido de la vida? ¿Serán capaces de lograr un mundo mejor?

Volver a empezar las clases es nada si nos comparamos con los que ya nunca podrán volver al cole, sean de Buenos Aires o del Sudeste Asiático, o con los que tendrán que volver a empezar una nueva vida de momento sin colegios, ni casas, ni padres, ni hermanos, sin los amigos de siempre... como la hierba que brota en el bosque después de ser arrasado por un incendio. No se trata de que nos consolemos con el mal de muchos, pero sí que de que sepamos valorar y aprovechar agradecidos lo mucho que tenemos, de que el vicio no embote nuestras mentes. ¿Acaso aprovechar el tiempo y las oportunidades de crecer interiormente no es una excelente forma  de rendir homenaje a tantas víctimas de la miseria humana?

De nuevo, tras el paréntesis navideño, en los fríos amaneceres de nuestros pueblos, los colegiales vuelven a caminar, bajo el peso de sus mochilas, hacia las aulas. Ojalá sea un camino de fundada esperanza en el porvenir.

 

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Patinaje no artístico

 

Dos muchachos de Fabero fueron noticia a nivel nacional hace algunas semanas, al ser multados por exceso de velocidad con sus monopatines. Desconozco las circunstancias y detalles que dieron lugar a la sanción y no es mi intención juzgar el procedimiento. Afortunadamente, los jóvenes y “temerarios” conductores no cometieron ningún atropello causante de víctimas y, mirando la parte positiva, por el módico precio de cincuenta euros han podido conseguir algo que no todos los españoles pueden alcanzar: esos minutos de gloria que supone el salir en la tele. Quién sabe si algún día los gobernantes no tendrán que obligar a sacar un seguro de ocupantes, o al menos contra terceros, de estos sencillos y ecológicos vehículos de tracción humana, y si no que se lo pregunten a un ex­ monaguillo que tiempo ha tuvo la mala suerte de atropellar a una mujer con su triciclo.

Lo que parece obvio es que, si estos humildes medios de transporte pueden ser un grave riesgo para la población, lo son mucho más algunos desaprensivos conductores que, dentro y fuera del casco urbano, convierten calles y carreteras en circuitos de competición, a veces con total impunidad y fatales consecuencias.

Siguiendo con el patinaje, quien desee practicar este deporte sólo tiene que acercarse a la sombría curva existente a la entrada de Bárcena de la Abadía. Lo sabe muy bien mi buen amigo y arcipreste, Don Raul, el cura de Fornela, a quien el celo pastoral le lleva a luchar contra los elementos, poniendo en riesgo su vida. Lo triste no es que se haya quedado sin coche, sino que haya tenido que comprar uno de segunda o más manos por poner dinero de su bolsillo para obras, no siempre agradecidas, en sus parroquias. Volviendo a la mencionada curva, no está de más una invitación a la prudencia a cuantos transitamos por dicho punto negro, pero tal vez no sobraría la colocación de alguna señal que advierta del peligro del hielo, de no ser posible quitarle a la carretera su sombra permanente o echarla en salazón.

Más grave aún es el peligro de la pista de patinaje no artístico que se forma cada vez que llueve en la carretera Fabero - Tombrio - Ponferrada, y que tantos accidentes ha provocado, algunos de ellos mortales. Es verdad que en  torno a las curvas, donde se presume que no queda más remedio que frenar para reducir, a veces bruscamente, la velocidad, se ha colocado una capa de asfalto especial para evitar los derrapes tras la lluvia. No obstante, y después de esta operación, se han seguido produciendo accidentes, incluso de consecuencias dramáticas e irreparables. Es preciso, además,  eliminar las absurdas curvas.

Más de una vez, desde estas mismas páginas, hemos dado la voz de alarma respecto de esta peligrosa carretera, y lo seguiremos haciendo hasta que no veamos saldada esta deuda que las diversas administraciones competentes tienen con la zona de Fabero. Está bien que se vigile por la seguridad vial, pero ésta no puede quedar restringida a la aplicación de las leyes que regulan el uso de los monopatines. Ante todo es urgente reclamar, a tiempo y a destiempo, la mejora y seguridad de los viales.

 

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El niño muerto de la calle

 

En el ponferradino barrio de Flores del Sil la semana pasada se ha encontrado tirado en la calle un feto de aproximadamente seis meses, es decir, el cadáver de un ser humano pequeño e indefenso. En este momento ignoro el curso de las investigaciones así como las circunstancias en que el hecho se produjo. Da igual. Es algo triste y escalofriante. Se trata de un niño que no pudo nacer y vivir como otros niños, como nosotros. Ignoro lo que establece la ley para la madre o para otras personas que pudieran ser cómplices. Más aun, siento pena y compasión de que una madre haya tenido que actuar así con el hijo de sus entrañas. Si yo fuera juez, probablemente no la condenaría, porque imagino que no pueda estar en sus cabales.

Pero sí quiero acusar desde aquí a otras personas que fría y calculadamente, en nombre de la ley, hacen lo mismo, aunque más “dignamente” y con el respaldo de la Seguridad Social. Ya se que no es progresista ni políticamente correcto defender la vida humana. Si a alguien se le ocurre, por ejemplo, andar en los nidos de las cigüeñas, que se prepare para recibir una sanción, pero la vida humana qué más da. Como decía un hombre en el entierro de un niño: “dejar de llorar por él, que de guajes pronto se llena uno”.

Nos escandaliza que aparezca un niño muerto tirado en la calle, o nos impresiona que un maremoto acabe con la vida de miles de personas, pero a muchos les deja indiferente que, según  datos del Ministerio de Sanidad, el año 2002 se hayan practicado en España 77.125 abortos, frente a los 420 de 1986, cuando se aprobó la ley de despenalización.

Si una madre arroja su hijo a la basura, nos parece mal, pero si alguien cuyo deber es salvar la vida y no matar, extermina miles de niños nos quedamos tan campantes. Imagínese una mujer embarazada lo que supone para ella sentir a su hijo dentro de su seno. Tan sólo deben pasar unos meses para poder verlo y besarlo, tal vez ya ha determinado la fecha de su bautizo o ha pensado qué nombre va a llevar... ya está dentro de ella, es él mismo y no un tumor, late su corazón y tiene el dedo en la boca, ya tiene todo su código genético. Si le hacen una ecografía, puede verlo antes de que nazca.

Imagínese que de pronto alguien introduce en el útero un tubo con el borde cortante, unido a una potente aspiradora. A través de la ecografía podrá ver cómo en los primeros instantes el niño empieza a agitarse muy nervioso, intentando escapar, cómo se aceleran considerablemente los latidos de su corazón... hasta que es triturado, aspirado y arrojado en un cacharro. De repente se frustran todas las esperanzas, se le quitan todas las posibilidades, se le niega el derecho a nacer y a vivir. Nadie se escandaliza, como si fuera lo más normal. Y si decimos que eso no se puede hacer, algunos se vuelven como fieras contra quienes pensamos que eso es un crimen.

No seamos hipócritas, no nos engañemos. El niño muerto de la calle es uno más entre los ochenta mil que cada año se exterminan en España, aunque sea con todas las bendiciones de la ley y se consideren simplemente basura para los contenedores del hospital.

 

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Contentos de ser de aquí

 

La semana pasada nos encontramos en Sevilla un grupo de castellano-leoneses que acudimos a homenajear a dos ilustres paisanos que, sin renunciar a sus orígenes, son  muy queridos en la sociedad sevillana:  El Cardenal Carlos Amigo Vallejo y la Doctora Ana María Álvarez Silván, cepedana, Jefa de la Unidad de Oncología Infantil, en el Hospital Virgen del Rocío. Se trata de dos embajadores de nuestra tierra en Andalucía, aportando lo mejor de sí mismos para la salud física y espiritual de las buenas gentes andaluzas.

En estos tiempos en que están tan de moda los nacionalismos excluyentes y exacerbados es reconfortante comprobar que aun hay regiones de España bellas y acogedoras, como Andalucía, y otras abiertas, de amplios horizontes y sin fronteras, como Castilla y León. Más que agradable fue la estancia de dos días en compañía, entre otros, de altos cargos de nuestra provincia y comunidad, como el Presidente y Vicepresidente de la Diputación de León, Javier García Prieto y Pedro Vicente Sánchez, el Director General de Cajaespaña, Sr. Lagartos, el Presidente de la Cámara de Comercio de León, Manuel Lamelas Viloria, y sus respectivas esposas, el Alcalde de Quintana del Castillo y el Presidente de la Mancomunidad de municipios de la Cepeda, Emilio Cabezas y Carlos Cabezas, altos cargos de la Junta, y otras muchas personas.

Todos quedamos impresionados de la homilía del Cardenal Arzobispo de Sevilla, un bello canto a Castilla y León, su tierra de origen, y que a todos nos hizo sentirnos orgullosos de ser de aquí, poniendo en evidencia, sin decirlo expresamente, el narcisismo y egoísmo de otras comunidades autónomas, bastante menos históricas que la nuestra, aunque presuman de lo contrario. Recogiendo el símil empleado en el sermón, son como quien coge un puñado de arena y cierra tanto el puño que la pierde toda y se empobrece, al contrario de quien coge la arena con las manos abiertas. Tres cosas –dijo- son muy importantes para el castellano leonés: el amor a la tierra, a la familia y a Dios. Dicho así, telegráficamente, quizá parezca poca cosa, pero de veras que todos los presentes experimentamos de manera unánime, en el incomparable marco de la inmensa catedral hispalense, la alegría y el orgullo de pertenecer a Castilla y León, al tiempo que pudimos comprobar la brillantez del purpurado. Al terminar la misa no pude menos que felicitarle sinceramente y decirle: siento pena de algunas regiones de España que, dada su cerrazón, nunca podrían tenerlo a usted como obispo. En efecto, si lo enviaran a Cataluña o a Vascongadas seguro que  sería rechazado, puesto que preferirían a un catalán o a un vasco, aunque fuera bastante menos competente.

Finalmente, deseo desde esta columna felicitar al Presidente de la Casa de Castilla y León en Sevilla, el bembibrés José Colinas, que con tanto acierto dirige esa casa y con tanto éxito ha organizado este homenaje, en el que no faltó el entrañable y “democrático” botillo y otros productos de León, permitiéndonos descubrir cómo es posible defender nuestra identidad y enriquecernos al compartir con otros pueblos de España.

 

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Ibarretxe y Silvia

 

A finales de octubre, tuve que cruzar la ciudad de Álava, pasando al lado mismo de la sede del gobierno vasco. Pocos minutos antes había dejado atrás la provincia castellano-leonesa de Burgos. En realidad no noté ningún cambio brusco que me hiciera experimentar la sensación de haber salido de España. Obviamente Álava, Bilbao o San Sebastián son ciudades tan españolas como Valladolid o Sevilla.

Pero he aquí que a algunas gentes de Vascongadas les da por decir, sin ningún fundamento histórico, que no son España y que por lo tanto tienen derecho a la independencia. Sabemos que sus aspiraciones contradicen la Constitución y el deseo de la inmensa mayoría de los españoles. A pesar de todo, últimamente a estas y otras minorías se les está dando desde el actual gobierno amplias facilidades para desafiar y burlar al resto de España. Nunca he entendido que unos españoles tengan más derechos que otros, dependiendo de la región a la que pertenezcan.

Pero no sería esto lo más grave, si no fuera que, para que estas aspiraciones sean atendidas, algunos han provocado un enorme sufrimiento, sembrando el dolor en cientos de familias españolas, con más de mil muertos a sus espaldas. No entiendo cómo se puede tener tanto morro y caradura para exigir algo a tan caro precio, ni entiendo cómo puede haber quién se lo consienta o permita que salgan con la suya unos asesinos.

Al contemplar la arrogancia con que Ibarretxe desafiaba a la gran mayoría de los españoles y a la mitad de la población vasca, desde la tribuna del Congreso de los Diputados, me venía a la memoria una niña berciana de seis años, descendiente de Lillo y Fabero, asesinada por unos verdugos separatistas, mientras jugaba en la Casa Cuartel de Santa Pola. Pocos días antes había estado de boda en Fabero. Impresiona ver en la cinta de video la alegría con que Silvia correteaba entre los  invitados. Me pongo en el lugar de sus padres. Alguien decía hace poco que para llegar a ceder ahora ante las peticiones de los violentos no había sido necesario dejar morir a Miguel Ángel Blanco; pero un mínimo de dignidad exige no claudicar ante los violentos o ante los que se amparan hipócritamente en los violentos, tratando de sacar provecho de sus crímenes.

Pienso que ante situaciones tan graves como la que estamos viviendo en la actualidad no se puede andar con medias tintas. No es momento de coqueteos ni vacilaciones. Cualquier gobernante que por interés propio fuera capaz  de ceder ante el chantaje de los que quieren romper España, no podría pasar a la historia sino como un miserable y un traidor. ¿De dónde, si no fuera del miedo que generan, iban algunos a sacar argumentos para sacar adelante sus pretensiones? ¿Cómo pueden ir de víctimas aquellos que han provocado tantas muertes o que impiden a muchos españoles caminar libremente por la calle sin llevar un escolta al lado?

Estamos viviendo un momento crucial. Si alguien se permite frivolizar con estos temas o se dejar llevar de las influencias de los terroristas,  de  sus cómplices o de los herederos de sus reivindicaciones, estaría dando la razón a los asesinos de Silvia.

 

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¿Casarse con la menos guapa?

 

Un señor, de cuyo nombre puedo acordarme, contaba cómo, después de fijarse en una moza bastante bien parecida, se dirigió al padre de la criatura para pedir la mano de su hija.; pero éste, que tenía otra hija no tan bien parecida y más difícil de casar le dijo: o ésta o nada. El mozo, antes de quedar soltero, se resignó a casarse con la más fea. Ignoro si fueron muy felices, aunque me consta que pasaron toda la vida juntos.

Dentro de unos días tendremos ocasión de votar SI o NO a la tal vez mal llamada Constitución Europea, pues según dicen los técnicos debería llamarse “Carta Otorgada”. No se trata de decir SI o NO a la entrada en Europa, pues ya estamos en ella, sino de hacer algunos en cambios, al parecer no del todo favorables para España.

Como han dicho los Obispos, después de una lectura reflexiva y sosegada, cualquier decisión es legítima: votar afirmativa o negativamente, votar en blanco o abstenerse. Ciertamente, tiene aspectos positivos, pero también muchas lagunas. Digamos que se trata de optar entre casarse con esta Constitución, que ciertamente no es la mejor de las posibles, o esperar a tiempos mejores. Si, además, el referéndum no es vinculante, el hecho de no votarla no equivale a desear salir de Europa, sino a manifestar que se aspira a otro Tratado mejor.

Dado que la consulta no era necesaria, aquellos que la consideren como un plebiscito es probable que voten SI o NO para manifestar su acuerdo o desacuerdo con quien la ha convocado. Los que sean conscientes de que su redacción se encargó a Giscard, un enemigo de España y masón, es normal que desconfíen a la hora de aceptarla. Otro tanto pensarán quienes no estén de acuerdo con que España tenga que ceder a favor de Francia y Alemania lo adquirido en el Tratado de Niza. A quienes vemos la enorme distancia entre los padres de Europa y grandes cristianos como  Schumann, Adenauer o De Gasperi y el carácter laicista de la mayoría de los actuales dirigentes políticos, como que no nos seduce demasiado, si bien, implícitamente, sigue recogiendo la herencia cristiana.

Si a todo esto añadimos que ni vemos el Gran Hermano, ni nos convence la folclórica y deprimente campaña basada en la ignorancia, véase la publicidad de los del Río o los Morancos, como que el cuerpo nos pide rebelarse. Pero allá cada cual obre como su conciencia le pida. Si hay más papeletas que las del SI, se supone que es porque libremente se puede optar por las otras o por ninguna. Si no se puede elegir libremente habría que decir para este viaje no hacen falta tantas alforjas.

Aunque sea triste decirlo, la cuestión está en resignarse o no a casarse con la más fea. Es cierto que la hermana menos favorecida también tenía buenas cualidades y no es cuestión de hacerla de menos. Este Tratado, nadie lo duda,  tiene aspectos muy positivos para la Unión Europea. El quid de la cuestión está en que no es lo mismo casarse totalmente a gusto que a disgusto o a regañadientes. Así que veremos a ver lo que pasa. Comprendemos a quienes no desean quedarse solteros, pero también a quienes no desean casarse con quien no les mola demasiado.

 

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De Peñalba al Cielo

 

Hace algunos años me llamó una señora preguntando por el retablo de la Iglesia de Lillo del Bierzo, a fin de visitarlo y recabar datos para su tesis doctoral. Le dije que tal retablo no existía, que había sido quemado en tiempos de la República. Le costaba creer que hubiera sido destruida una obra tan extraordinaria, que venía nada menos que en el Catálogo de Gómez Moreno.

A pesar de todas las desamortizaciones y persecuciones religiosas, el pueblo cristiano ha ido conservando buena parte de su patrimonio artístico. Pero antes de conservarlo tuvo que crearlo. Ciertamente las iglesias, catedrales, retablos, la imaginería u orfebrería religiosa... no se hacían para provecho de ninguna persona particular, sino para el culto divino. Se trata, pues, de obras surgidas desde la fe, aunque si nos guiáramos por el desprecio que algunos tienen ahora hacia lo religioso, habría que decir que esas obras de arte han sido inspiradas por la ignorancia o el fanatismo.

Muy ignorantes y fanáticos debían ser los bercianos en otras épocas, pues nos dejaron un ingente patrimonio cuya sola enumeración llenaría muchas páginas. Como botón de muestra citemos algunos lugares: monasterios de Carracedo, y San Pedro de Montes, iglesias de Santo Tomás de las Ollas o Peñalba, de Salas y de Los Barrios, Villafranca, Corullón, etc., etc... Nada tiene de extraño que Ponferrada aspire a que en ella se realice una edición de las Edades del Hombre. Tiene el Bierzo material para muchas exposiciones.

Aunque muchos de nuestros templos bercianos son verdaderas joyas y museos, su finalidad principal no es el turismo, sino las celebraciones religiosas, que para eso se construyeron. Escribo estas líneas con ocasión de la polémica desatada hace un par de semanas por el hecho de celebrarse un funeral en la Iglesia de Peñalba, que lleva muchos meses cerrada, con ocasión del descubrimiento de unas pinturas y su restauración. No se trata ahora de acusar a nadie, sino de defender la legitimidad de que los cristianos usen lo que es suyo, sobre todo en circunstancias tan singulares como la despedida de un miembro de la parroquia, máxime si ello no supone el deterioro de algo que ya llevaba siglos allí oculto.

Hace poco un político catalán abogaba por expropiar a la Iglesia sus templos y dedicarlos a otras actividades de tipo cultural. A los pocos días, cerca de Cataluña, un templo reconvertido en Hotel Rural era protagonista de una triste tragedia, al perecer en él dieciocho personas. Ciertamente las víctimas no son culpables. Pero me vino a la mente que maldita la hora en que dejaron de utilizarlo como lugar de culto. Yendo a otro extremo, todavía hoy escuché que es idea del actual gobierno de la nación dejar de dar subvenciones a los monumentos de la Iglesia, por considerar que son edificios privados, y que los arreglen sus dueños.

Pues bien, el templo de Peñalba es patrimonio de la Iglesia, pero es también de todos los bercianos y españoles, y por supuesto de los vecinos del pueblo, a quienes, por ser ante todo su templo parroquial, no podemos impedir el gozo de celebrar en él la muerte y la resurrección.

 

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Símbolos franquistas

 

Parece que se ha reabierto en el Bierzo la polémica en torno a la retirada de los llamados símbolos franquistas. Pienso que a estas alturas del siglo XXI ya debería darse por superada la transición, habiendo tareas más urgentes que revolver el pasado. 

En vida del Caudillo muchos defendieron, no sin afrontar graves riesgos, la necesidad de que en España se restableciera la libertad democrática. Todos sabemos que otros, que en aquella época no decían ni “mu”, ahora se han vuelto antifranquistas. A buenas horas. Recuerdo el disgusto que pudo costarme, en vida de Franco, haber defendido públicamente los valores democráticos, siguiendo la doctrina del Vaticano II. Tuvo peor suerte mi profesor Don Santiago del Pino que por un sermón parecido fue a dar con sus huesos a la cárcel de Carabanchel, además de pagar una sustanciosa multa. Pero eso ya es agua pasada. Llevamos treinta años de democracia y deberíamos dar por finalizada la transición.

La guerra civil española fue un hecho muy triste y lamentable en el que hubo abusos por ambos bandos. Cualquier historiador medianamente objetivo sabe que no surgió casualmente, sino que fue el fruto de una situación insostenible, especialmente debido a una de las persecuciones religiosas más cruentas y absurdas de la historia del cristianismo, uno de cuyos hitos más significativos fue el 11 de mayo de 1931. Veinte mil templos y conventos quemados y más de seis mil curas y monjas asesinados es algo que no tiene ninguna justificación en un régimen que se precie de democrático. Y para un demócrata no cabe decir que “algo harían”. Hoy son muchos los que admiten que la guerra en realidad comenzó en 1934, bastante antes de que Franco llegara al poder. Creo sinceramente que el gran fallo de Franco fue la gestión de la postguerra, y de ninguna manera justifico sus abusos. Pero al mismo tiempo sería injusto negar el mérito de quienes dieron su vida por el ideal de una España mejor, como los jóvenes faberenses a los que se dedicó una lápida en la Iglesia, quemada por el odio y la barbarie, por cuya defensa murieron. Del mismo modo que comprendo que se reconozca el sufrimiento de otros españoles, víctimas también de tan triste contienda, a quienes ahora se desea hacer otros monumentos.

Puestos a destruir símbolos franquistas habría que destruir la presa del Embalse de Bárcena (antes Bárcena del Caudillo) y las de la mayoría de los pantanos de España, la térmica de Compostilla y otras muchas, así como gran parte de los institutos y hospitales... y hasta los SEAT 600 que aun andan por ahí. Yendo más lejos, habría que destruir también Las Médulas, que recuerdan la explotación de los esclavos, o la Picota de Toreno, que es símbolo de represión y muerte, y quien sabe si el castillo de los Templarios; y el Archivo de Salamanca, nada de dejarlo en Salamanca ni de llevarlo a Cataluña, sino quemarlo con el método Windsor para que no quede ni rastro de aquella época...

Yo se, por ejemplo, que en  Fabero la mejor forma de no reavivar la discordia es respetar lo que hay en recuerdo de unas víctimas o lo que se pueda hacer en recuerdo de otras. 

 

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Samprón y “los chicos del coro”

 

César Gavela, berciano, gran escritor, antiguo condiscípulo y buen amigo, con varios premios literarios, como el Torrente Ballester de novela, escribía hace poco un artículo titulado “Manuel Samprón”, dedicado a quien fue también nuestro compañero de estudios, recientemente fallecido. Era mi intención hacer lo propio, pero él se adelantó. Me alegro de que hayamos coincidido en recordar gratamente al viejo amigo.

Sentí no poder asistir a su entierro por enterarme de su fallecimiento un par de días más tarde, oyendo la radio. En efecto, Manolo era vicesecretario de la Sociedad Deportiva Ponferradina y en la crónica de los deportes me enteré de su muerte. No cabe duda que el hecho de saber que ha muerto alguien que ha sido tu compañero de clase produce un impacto especial, es como si muriera algo de ti mismo. Nunca más cierto aquello de que “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”.

Pasaron varios años desde que terminamos el bachillerato hasta volver a vernos en Fabero, donde él ejerció algún tiempo como maestro. Son años decisivos de profundas transformaciones físicas y el reencuentro permite constatar notoriamente el paso de los años. Viendo hace unos días en la emotiva película “Los chicos del coro” el reencuentro de los dos viejos amigos del internado, me hacía revivir los tiempos y amistades de nuestra época en el Seminario de La Bañeza, por donde tanta gente ha pasado, y que ni el paso de los años ni la distancia logran borrar.

Resulta gratificante comprobar cómo muchos de aquellos niños y adolescentes han llegado a ser esos hombres maduros y buenos que la sociedad necesita. Este es el caso de Manuel Samprón, buen maestro, querido por sus alumnos y compañeros, si bien la enfermedad le obligó a jubilarse prematuramente y no sin  razón hasta llevarle a la muerte. Ciertamente no podía morir de otra cosa que del corazón, un corazón débil físicamente, pero grande y bueno, hasta romperse. Siempre fuimos malos jugadores de fútbol, y eso que en el Seminario era el deporte rey, tanto a la hora de practicarlo como de verlo, en aquella televisión en blanco y negro para más de quinientos alumnos y que sólo se usaba para ver el fútbol, aunque hubiera que cambiar el horario de la misa. Éramos malos futbolistas, entre otras razones, porque había otros más espabilados y “chupones” que no nos permitían tocar un balón, hasta aburrirnos. Pero él lo superó, dedicando, quién lo diría, los últimos años de su vida en cuerpo y alma a la Ponferradina, no como jugador, pero sí dando al club gran parte de su tiempo e ilusión. Hay quienes solamente piensan en sí mismos o en trepar a costa de otros. Manolo era de los que entregan desinteresadamente su tiempo a los demás.

Por todo ello deseo destacar aquí la bondad de una persona que se fue sin hacer ruido, pero dejando un buen recuerdo. Alguien puede destacar en esta vida por sus títulos, medallas, altos cargos, grandes posesiones... pero todo eso no vale nada en comparación con la bondad. En un mundo de trepadores, qué otra cosa mejor se puede decir de Manolo sino que “ era una buena persona”. Descanse en paz.

 

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Cinco minutos de silencio

 

El día 11 de marzo, a las 12 en punto, sonaron los timbres del Instituto para que guardáramos cinco minutos de silencio, en homenaje a las víctimas del atentado cometido un año atrás. Acostumbrado a la incontinencia verbal de los estudiantes, que no paran de hablar, me sorprendió el impresionante silencio que se creó en el aula. Ignoro lo que pasaría por sus mentes en ese tiempo, pero doy fe de lo que vino a mi memoria. Cada vez que oigo hablar del 11-M me viene a la mente mi sobrina mayor.

Al Sur de Madrid vive parte de mi familia. El día del atentado, al llamar por teléfono, encontré a mi sobrina llorando desconsoladamente. Cada mañana ella va a la universidad por ese corredor de la muerte, pero ese día se quedó dormida y no pudo asistir a clase. El hecho de haber salvado la vida no le impidió estar angustiada, pensando en la suerte de sus compañeras. Afortunadamente no les pasó nada, aunque sí a otras personas del barrio. Sólo de imaginar que mi sobrina pudo haber sido una víctima más, me resulta fácil comprender el dolor de las familias, un dolor imposible de borrar.

Parece claro que se buscó la fecha del atentado para condicionar unos resultados electorales y favorecer un cambio político. Seguimos sin saber de dónde partió la idea tan monstruosa de castigar a un gobierno, con razón o sin ella, matando a seres inocentes. No olvidemos que los responsables de los actos terroristas son quienes los ejecutan y los que los programan. Lo cierto es que parte del pueblo español se doblegó a la voluntad de los terroristas o de sus instigadores, que han cumplido con éxito sus objetivos, de suerte que el 11 de marzo será siempre un día de muy triste memoria no sólo para las víctimas y sus familiares, sino para España entera. No es este el momento de describir detalladamente las consecuencias, si bien cualquiera que sea medianamente observador se dará cuenta del estado de crispación, división y penuria que se ha creado a raíz  del 11-M.

Poniéndome en el lugar de las familias afectadas pienso que el mejor homenaje que se les puede rendir, además de ayudarles material y espiritualmente, es llegar hasta el final en la investigación, de forma que nos lleve a conocer toda la verdad sobre la trama de este atentado. Lo de borrón y cuenta nueva como si nada hubiera pasado es una de las peores ofensas que se les puede hacer. No se trata de discutir si fue ETA o si ha sido obra del terrorismo islamista. Se trata de que alguien, en singular o en plural, que sabía muy bien lo que quería, planificó una masacre de seres inocentes que no tiene ningún tipo de justificación. Cualquier pista, cualquier detalle, por insignificante que parezca, caiga quien caiga, ha de ser tenido en cuenta.

Mis alumnos de 4º C, que hablan por los codos, guardaron muy dignamente los cinco minutos de silencio, al igual que otros estudiantes y gentes de España. Reconozco que me emocionó su actitud tanto como el recuerdo de las víctimas. No vendría mal que todos sigamos haciendo silencio exterior e interior para descubrir a dónde nos quieren llevar realmente los padres y beneficiados del 11-M.

 

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La procesión va por dentro

 

Recientemente me llamaron de un periódico, preguntando si en Fabero había cofradías y procesiones de Semana Santa. Les dije que no, y que además no había intención de crear ninguna, aun teniendo la seguridad de que, si se intentara, el éxito estaría asegurado. Pero eso no quiere decir que no valoremos positivamente la existencia de cofradías y procesiones en otros pueblos del Bierzo y de España. No dejan de ser signos que a más de uno ayudarán a vivir el gran misterio de la muerte y resurrección de Cristo, aunque parece ser que algunos ideólogos abogan por que en España se supriman estas manifestaciones públicas de fe. Les aconsejo que empiecen por Sevilla, a ver cómo resulta la experiencia.

A una procesión se puede asistir al menos de dos formas: como simple turista y espectador o como creyente. Para el creyente mucho más importante que las procesiones son las celebraciones litúrgicas (por ejemplo, misa de Jueves Santo, oficios del Viernes o Vigilia Pascual), que son mucho más que un simple recuerdo, es decir, son un memorial, en el que no sólo se recuerda sino que se revive y actualiza lo acontecido hace veinte siglos.

Desde el año 1982, en la Semana Santa de Fabero hemos querido dar mucha importancia a la participación de los jóvenes, con lo que se ha venido llamando "Pascua Juvenil" y los jóvenes actuales llaman "Pascua Rural". Se trata de aprovechar estos días para convivir, reflexionar y orar juntos, no solamente los jóvenes de Fabero, sino también otros que deseen participar, de la zona o del resto de España. Aquí les damos acogida y hospedaje. Ciertamente se pasa bien y los que participan quedan encantados. Así mismo la presencia de la juventud llena de vida y animación las celebraciones litúrgicas.

Aunque no tenemos procesiones, el viernes a medio día se hace un Viacrucis viviente por las calles. Varios jóvenes han representado el papel de Cristo, pero sin duda el más singular de todos ha sido Luis Ángel, que tras poner los primeros años peluca y barba postiza decidió dejar barba y melena permanentes, hasta el aciago día en que, a sus treinta y tres años de edad, un accidente de carretera le dejó postrado desde hace cinco años en una silla de ruedas. Desde entonces, al llegar estas fechas, aun en la distancia, es inevitable protagonista de nuestro Viacrucis. Hace dos días me envió por medio de su madre una carta, desde el centro de minusválidos donde reside. En ella dice: “Mi deseo es volver a mi Fabero querido, sobre todo para poder volver a encarnar el papel de Cristo en el Víacrucis viviente, como siempre he hecho; pero los designios de Dios parecen ser otros y de momento prefiere que lleve mi cruz real en vez de llevar la cruz de madera que con tanto amor, cariño y respeto siempre llevé. Pedidle que pronto pueda concederme esa gracia el Señor, porque para Él no hay nada imposible.” (paréntesis de un día)

Apenas terminé de escribir lo anterior, me llaman para decir que ha muerto, inesperadamente, Doña Julita, la madre de Luis Ángel. Se me han congelado las palabras. Ella también llevaba su procesión por dentro. Feliz Pascua de Resurrección.

 

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Ancianos ¿amor o negocio?

 

Decía un señor de mi pueblo: “es mas rentable tener un viejo en casa que criar seis terneros”. Es cierto que en muchos hogares gracias a los pensionistas empezó a entrar dinero contante y sonante, pero cuando los ancianos no cobraban pensiones, también se les tenía en casa, con todo el cariño y respeto, hasta el fin de sus días. Hasta hace no mucho tiempo las residencias de ancianos, más bien escasas y casi siempre regentadas por instituciones religiosas, eran fundamentalmente para los ancianos más desamparados. Hoy día, y cada vez más, muchas personas mayores se ven obligadas a pasar sus últimos años fuera del hogar y de la familia. De un tiempo a esta parte las residencias de ancianos proliferan por doquier. Más aún, parece que pueden ser un buen negocio. Por supuesto, con lo que acabo de expresar no intento juzgar a nadie. No dudo que, gracias a estos centros, muchos ancianos pueden vivir la última etapa de su vida en condiciones muy dignas.

 Lo que hoy deseo resaltar es que también hay quienes se dedican a los ancianos sobre todo por amor, ya sea en sus casas ya sea en residencias, en algunas de las cuales el principal criterio para ser admitidos es que sean verdaderamente pobres y necesitados. Ese es, por poner algún ejemplo, el criterio de las Hermanas de los Ancianos Desamparados y ese es el criterio de la residencia de los Hermanos Franciscanos de Cruz Blanca en Villafranca del Bierzo. Son cualquier cosa menos un negocio y el trato a las personas es exquisito. Trabajan, ante todo, por amor. Por otra parte, pueden salir adelante. Me consta que también hay otros centros privados donde no se exige más de lo que cobran los residentes y se les trata también con todo el esmero y cariño.

Pero entiendo perfectamente que es totalmente inmoral que algunas familias, después de esquilmar a sus ancianos,  les echen de casa para que otros los cuiden, y que luego lloren los gastos que esto supone. Pero no sería menos inmoral que una residencia trate de enriquecerse a costa de escatimar a los ancianos las atenciones que merecen. En cierta ocasión pregunté en el Asilo de Astorga: “¿cómo es que aquí no huele a pis?”. Me respondieron que allí les limpiaban y duchaban todas las veces que hiciera falta. En este sentido creo que debería haber mucha mayor vigilancia para que el afán de lucro no redunde en detrimento de los pobres ancianos.

Pero también es preciso señalar que el personal que trabaja en estos centros, en especial las personas sobre las que cae más directamente la atención a los residentes, es decir, los que los duchan o cambian los pañales, los que los cuidan, deben ser dignamente remunerados. Tampoco es ético pretender hacerse ricos a costa de explotar a un personal que hace una labor tan difícil y meritoria. Nunca he entendido que en algunos de estos centros se recurra a la picaresca de los contratos basura.

Resumiendo: No hay como el cariño de la familia para los ancianos, pero si la solución está en llevarlos a una residencia, antes que mirar los beneficios hay que mirar el bien de los ancianos y tratar como se merece al personal que los atiende.

 

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