Consideraciones acerca de la vivencia maternal

Autor: Lic. Norma Mendoza Alexandry de Fuentes

 

 

En la edad madura, por lo menos un tercio de las mujeres exitosas en su carrera en varias partes del mundo no tienen hijos. Es un hecho que por ejemplo, el 33% de las ejecutivas de negocios, doctoras, abogadas, académicas entre la edad de 41 a 55 años no han procreado en E.U.A.; la cifra sube a 42% en las ejecutivas de corporaciones. Estas mujeres no han deseado permanecer siempre sin hijos, la mayoría desearían tenerlo; aún más, muchas de ellas han hecho grandes esfuerzos por introducir a un niño(a) en sus vidas. En ocasiones se someten a complejos procedimientos médicos y hacen a un lado sus carreras sin lograr lo que quieren, sobre todo debido a que sus esfuerzos llegan demasiado tarde. Por otra parte, las mujeres jóvenes no colocan al hijo en la cima de sus aspiraciones; primero aseguran el trabajo, la armonía conyugal, las relaciones sociales, un mínimo de seguridad económica.

La publicidad relativa a las dificultades de la vivencia maternal sobresale entre las primeras demandas del feminismo y no se ha modificado sustancialmente en los últimos diez años, cuando ha cambiado la perspectiva: del rechazo de la maternidad como imposición social a la elección libre de la maternidad socialmente sostenida. No obstante los progresos habidos en los planos sanitario y jurídico (leyes de tutela de la madre trabajadora, nuevos derechos de familia, etc.), queda aún mucho por hacer. Las variables denunciadas como causas adyacentes que hacen más difícil ser madres hoy día en nuestra compleja sociedad son psicológicas, culturales, familiares, sociales y estructurales. Psicológicamente hablando, podemos decir que se ha convertido en una moneda corriente la angustia ante el hijo que viene, angustia justificada en gran parte por las difíciles condiciones en las que se debaten hoy día la maternidad y la paternidad, vividas en sentido negativo como factores de debilidad y marginación. El placer sentido en otro tiempo por las mujeres, satisfechas de su valor personal medido por sus hijos (y en algunos ambientes, en proporción a su número) se ha trocado en temor. Es un resultado de la mutación del criterio de prestigio social: en el mundo occidental, generar más de dos hijos constituye un índice de desviación y provoca marginación social; en el Tercer Mundo tenemos algo peor, en donde la limitación de nacimientos se impone incluso de manera brutal. En la región latinoamericana se trabaja cada vez sobre las inequidades que la caracterizan en planos como el acceso al trabajo, la distribución de ingresos, las oportunidades educativas, el acceso a la cobertura de salud, pero son limitados los análisis sobre qué está pasando en una cuestión vital: las posibilidades que tienen los diversos estratos sociales en cuanto a la conformación de una unidad familiar sólida y estable. Las cifras indican que son muy diferenciadas, que allí se está produciendo un silencioso drama de vastas proporciones.
Las jóvenes y adolescentes que se hallan en proceso de convertirse en madres confrontan en su propio mundo psíquico un terremoto que sólo en parte se percibe desde el exterior. Así, no pueden menos que preguntarse si el comienzo de su gravidez no señalará el principio de su fin (fin de la carrera, del papel social, de su libertad, de la belleza física, de la salud), además si esa revolución física que lleva alteraciones de equilibrio hasta entonces gozado, indicará la pérdida de su propia identidad, viéndose empujadas a poner en tela de juicio el significado de la vida por cuanto tiene de inexpresable esa deformación del cuerpo, que parecería también como descomposición de sí, anuncio de sufrimiento, de avance de alguien que a medida que crece, expropia y parece poder vivir sólo mediante la aniquilación del otro. Es inevitable poner en tela de juicio las categorías mentales que dominan la interpretación de la existencia humana. Tales categorías, que la joven madre ha heredado a través del proceso de inculturación, la llevan a singularizar el sentido de su experiencia únicamente en términos negativos porque traducen las conclusiones que otros han extraído de las observaciones sobre la maternidad, consideradas como carga y honor de la mujer.

La mayor participación de la mujer en el mundo del trabajo incrementa a su vez el número de menores que crecen al margen del cuidado y la vigilancia de ambos padres, así como aquellos que ingresan de manera temprana a los circuitos informales del mercado de trabajo. La pérdida de condiciones de bienestar, viviendas precarias y exposición a espacios agresivos como son los trabajos en la calle, hacen que diversos miembros de los hogares empobrecidos se encuentren en condición de elevado estrés. De aquí se deriva una problemática múltiple denominada “violencia” compartida por diferentes miembros de las familias.

Si los medios culturales disponibles y la solidaridad familiar y social son insuficientes para poder superar los límites de la marginación, la maternidad se convierte en un peso demasiado gravoso y franquea el paso a la tentación de cancelarla para poder participar “a la par” en la vida social y política. Muchas peticiones de asistencia durante estos años miraban sólo la liberación de las mujeres del peso de la maternidad, para poder trabajar y participar sin problemas en la vida social, asunto de carácter egoísta, ya que es precisamente la familia la que constituye la base de la sociedad. Es cierto que en esta puesta en tela de juicio de la maternidad se encierra una demanda de calidad que no ha de infravalorarse porque contiene la exigencia de reformular el sistema mental, de los medios de comunicación y el político. Afrontar la relación de las mujeres con la maternidad es hacer también un análisis político, histórico y social de lo que ha sido la familia y de lo que ésta ha significado para el bien de la sociedad y, dentro de ella, las relaciones hombre-mujer.
En las palabras que anotamos a continuación se encierra gran verdad:
“No cabe duda que el entorno social es incisivo en la formación del carácter de los ciudadanos. Pero tal incisividad no es fruto tanto del poder de los medios condicionantes, sino del vacío del poder creado con la disolución de la familia y los valores familiares. Son las familias las responsables de que los otros medios de influencia tengan o no peso en la formación del carácter de los ciudadanos.” (C. Llano)

La maternidad es resultado de la relación íntima de varón y mujer, ¿existe una ayuda real a la conformación de las familias? Numerosas parejas jóvenes no tienen oportunidades para conformar o mantener a su familia. Muchas familias son destruidas ante el embate de la pobreza y la desigualdad, otras se degradan y otras no llegan siquiera a ser constituidas. Hay una grosera discriminación en este campo, que es reforzada por la falta de políticas públicas enfatizadas en la protección de la unidad familiar. Todo ello afecta de modo visceral la visión de una sociedad pluralista y diversa. El derecho elemental a la conformación y desarrollo de una familia debería ser uno de sus pilares. La maternidad, aunada a la paternidad: ‘hace familia’, ¡he allí la clave!