Dios y las artes del hogar

Inventando el espacio (10-01-04)

 

    UNA MUJER HACENDOSA ¿QUIÉN LA HALLARÁ? VALE MUCHO MÁS QUE LAS PERLAS… (Proverbios 31, 10).--- El trabajo doméstico expresa y realza admirablemente el genio femenino, pues la mujer personifica el hogar, y lo convierte en prolongación de su regazo.

Ahora bien, esto que atribuimos a la mujer en el plano de lo simbólico e ideal nos incumbe a todos en el plano de lo práctico e inmediato. Cada uno a su modo y según sus circunstancias, está implicado en esta trama de servicio, respeto y delicadeza que son las tareas del hogar. ¿Cómo responder si no a esta llamada que Dios nos dirige a través de todo corazón materno? ¿Cómo ingresar en el regazo de Él sin comprometerse activamente en el de ella?

El frasco de alabastro está en manos de la mujer; corresponde sin embargo a cada miembro de la familia el que su perfume se difunda y extienda HASTA LLENAR TODA LA CASA (Jn 12, 3).

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ME DISTEIS DE COMER…, DE BEBER…, ME ACOGISTEIS…, ME VESTISTEIS…, ME VISITASTEIS… (Mt 25, 35-36)..--- La parábola del Juicio Final hace depender la salvación eterna de cosas tales como proporcionar comida, bebida, vestido, compañía, asistencia sanitaria, etc., de modo que las demás obras meritorias deben parecerse a éstas para serlo. La atención al prójimo en su corporeidad se presenta aquí como paradigma de toda obra digna de recompensa divina. No es de extrañar ya que, desde la Encarnación hasta el fin de los tiempos el cuerpo humano es el eje de la Redención: caro salutis est cardo, decían los primeros cristianos: la carne es quicio de la Salvación.

Esta verdad ilumina el valor espiritual de las tareas domésticas, que se encuentran admirablemente reflejadas en la parábola evangélica (comida, bebida, asistencia, curación). En estos trabajos, sencillos y modestos, los cristianos encontramos la pedagogía suprema del misterio Cristo.

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El Evangelio condensa en la siguiente frase el trabajo de María en Nazaret: Y GUARDABA TODAS ESTAS COSAS EN SU CORAZÓN (Lc 2, 51). Su modo de "guardar" a Jesús era "guardar" sus cosas, administrar todo aquello con que hace su vida: la educación, las costumbres de familia, la comida, la ropa… Cuidando lo que rodea al Hijo, la Madre lo retiene y lo ingresa en su corazón.

Las técnicas y destrezas del hogar son ejercicio de interioridad, pues despiertan el aprecio y la indulgencia hacia aquellos que atendemos. El auténtico servicio, aun en lo más prosaico y material, significa incorporar al prójimo en la propia vida. El cuidado de los enseres nos introduce en sus usuarios. Cuando hay amor de Dios el camino de la utilidad desemboca en la misericordia.

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Dándole el pecho, la mujer es para su hijo cocina, cocinera, alimento y recipiente al mismo tiempo. En este gesto resplandece la majestad de la mujer. ¿Y qué son las labores domésticas sino una prolongación, en el espacio y el tiempo, de esta función estrictamente materna? ¿Qué otra cosa es un hogar sino un regazo? 

Aunque al varón también incumban las tareas del hogar, porque así lo dicta la justicia y la caridad, lo cierto es que el espíritu materno lo informa todo, como el ungüento del Evangelio: LA CASA SE LLENÓ DE LA FRAGANCIA DEL PERFUME (Jn 12, 3).

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En la familia se acepta a cada cual incondicionalmente, no por ser "como es", sino por ser "quien es".

La Iglesia, hogar de Dios, va más allá: acepta tu identidad al tiempo que te la revela: que en Cristo eres hijo de Dios Padre, y que tu rostro, desfigurado por el pecado, le restituye sus rasgos genuinos el Espíritu Santo.

Esta Iglesia reveladora y promotora de la identidad late y actúa en todo hogar. Por eso lo llamamos "Iglesia doméstica".

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La oración y el hogar.--- El hogar no es sólo donde aprendemos a rezar, sino donde lo hacemos de modo incomparable. Y luego, al notar esta misma paz en el templo revivimos en él nuestro hogar y comprendemos su verdadero sentido: que es figura y pedagogía de la Iglesia, y como la atmósfera de toda verdadera oración. 

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¿Qué vieron los pastores? Una escena bien sencilla: VINIERON PRESUROSOS, Y ENCONTRARON A MARÍA Y A JOSÉ Y AL NIÑO RECLINADO EN EL PESEBRE (Lc 2, 16). Nada de particular. Y sin embargo se conmovieron de gozo, conscientes de estar ante Dios: AL VERLO, RECONOCIERON LAS COSAS QUE LES HABÍAN SIDO ANUNCIADAS ACERCA DE ESTE NIÑO.

Esta misma es la fe de quien busca a Dios en las tareas cotidianas: en lo ordinario, descubre lo excelente; en lo humano, lo divino; en las cosas, a las personas; entre lo diverso, lo único.

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El ama de casa tiene un fonendoscopio que lo aplica a todo: la cocina, las cuentas, la ropa, la limpieza, la decoración, las plantas… En todos los rincones percibe el latido de un único corazón: la familia. Y el amor afina su oído de doctora y cirujana, para detectar la mínima enfermedad y curarla. 

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TOMA AL NIÑO Y A SU MADRE Y HUYE, le dice el ángel a José (Mt 2, 13). ¿Y cómo "tomar" a las personas si no es tomando aquellos objetos con que hacen la vida? Por consiguiente José cargó el burro con enseres, ropa, comida, herramientas, dinero, etc., en una palabra, la casa misma reducida a lo indispensable. Pues "tomar" a las personas es en definitiva hacerse con la casa donde viven. 

Pues bien, aparte de cargarla en el burro existen otras formas de "tomar" la casa, y con ella a sus habitantes: administrándola, arreglándola, limpiándola, proveyéndola de lo necesario…

Autor: Padre Pablo Prieto Rodríguez correo/email